Hoplitas combatiendo. Hydria (detalle) ca. 600 a.C. Museo del Louvre, París
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No esperes que tal ciudad permanezca tranquila por mucho tiempo…
Teognis de Mégara
Quizás uno de los legados más importantes entre tantos que debemos a los antiguos griegos es la reflexión acerca del poder y sus formas, el siempre peliagudo asunto del gobierno y sus relaciones con la naturaleza humana, lo que equivale nada menos que al nacimiento de la política como teoría y como ciencia. Y es que, bien mirado, esto de pensar críticamente las relaciones de poder, algo que desde siempre nos ha gustado tanto a los venezolanos (en la esquina o en la panadería, mucho mejor si rodeados de amigos y con una humeante taza de oloroso café nuestro), implica una serie de condiciones que, al parecer, no se han dado siempre ni en todo lugar. Tampoco en Grecia, al menos hasta el surgimiento de la democracia.
Hasta lo que sabemos, fue en la antigua Jonia donde, en el siglo V a.C., surgió esta reflexión. Los historiadores cuentan que fue también allí donde un siglo antes nacieron la ciencia y la filosofía, es decir, las formas de pensamiento sobre las que reposa el conocimiento moderno. ¿Pero, por qué Jonia? La región se asienta en el extremo occidental de la Anatolia, es decir, la costa oriental del Egeo y sus islas, al extremo oeste de la actual Turquía. Desde tiempos muy antiguos, por su inmejorable ubicación geográfica, se trataba de un paso de la mayor importancia, la ruta obligatoria para el comercio del Mediterráneo oriental. Todo lo que iba de Asia a Europa tenía que pasar por allí. Todo lo que se llevaba de las ricas comarcas de Anatolia y Capadocia al Egeo y la Grecia continental pasaba por allí. Todo lo que circulaba desde las fértiles estepas rusas y las costas del Mar Negro, el viejo Ponto de aquellos griegos, hacia Egipto y el Mediterráneo tenía que pasar por allí. De este modo, el intenso tráfico comercial se fue tornando con el tiempo en un fecundo intercambio humano y cultural. Esto en un clima de relativa libertad y tolerancia que los jonios lograron preservar a pesar de que sus principales ciudades e islas, Mileto, Esmirna, Éfeso, Quíos y Samos, eran satrapías persas.
El primero en hacer una caracterización de las distintas formas de gobierno y discutir acerca de sus ventajas y desventajas fue Heródoto en el siglo V a.C. En un célebre pasaje del libro III de su Historia, Herodoto narra una conversación sostenida por Darío con dos nobles persas, Ótanes y Megabizo, acerca de cuál era el sistema de gobierno más conveniente: la monarquía, la oligarquía o la democracia. Es interesante ver cómo Ótanes, que se inclina por la democracia, hábilmente equipara a los monarcas con los tiranos. Para Ótanes, hay un peligro intrínseco en el hecho de ceder todo el poder a una sola persona, a un moúnarkhos. Éste, dice, “envidia a los mejores simplemente porque son mejores y están vivos, mientras que prefiere disfrutar con los peores (kakistoîsin) de la ciudad”. Interesa observar cómo en el primer texto de pensamiento político está ya plasmada la esencial relación entre la tiranía y la baja condición ética de los que la sustentan, los peores, los kákistoi.
Poco más de un siglo después, Platón advertirá una diferencia de origen entre la tiranía y la monarquía, llevando su clasificación a cinco tipos de gobierno. Así lo cuenta Diógenes Laercio en el libro III de sus Vidas de ilustres filósofos, en un fragmento que merece ser transcrito en su totalidad:
En cuanto al régimen político (politeîa) [Platón decía que] hay cinco tipos: uno es, desde luego, el democrático, otro el aristocrático, el tercero el oligárquico, el cuarto el monárquico y el quinto el tiránico. Desde luego el democrático es aquél en el que manda el pueblo en las ciudades y elige por sí mismo a los magistrados y las leyes. Hay aristocracia cuando no gobiernan ni los ricos ni los pobres ni tampoco los nobles, sino que los mejores (áristoi) están al frente del gobierno civil. Hay oligarquía cuando los magistrados son elegidos a partir de sus rentas, pues son menos los ricos que los pobres. La monarquía puede ser según la ley o según el linaje (…) y tiranía es el régimen en el que solo uno ejerce el poder por medio del engaño o la violencia.
De nuevo se hace evidente cómo una baja condición ética resulta esencial para el ejercicio de la tiranía. El engaño y la violencia se convierten en los pilares que la sustentan. Éstos, a su vez, constituyen el hiato fundamental que separa a un régimen monárquico de uno tiránico, en otras palabras, la falta de legitimidad. Mientras la una se fundamenta en la ley o en el linaje, la otra lo hace en el engaño o la violencia.
Lo hemos visto en otras ocasiones, la poesía suele presentir lo que la filosofía y la ciencia solo pueden atisbar tiempo más tarde. Un siglo antes que Herodoto un poeta, Teognis de Mégara, componía sentidas elegías en las que lamentaba la decadencia de su ciudad. En sus poemas, Teognis se dirige a su amante, Cirno, con una serie de consejos morales en los que se dejan colar amargas reflexiones por el estado de la polis:
Ninguna ciudad, Cirno, arruinaron jamás
los hombres de bien, pero cuando a los malvados (kakoîsin)
les place hacerse soberbios, corrompen al pueblo y emiten sentencias
a favor de los injustos, buscando en realidad su propio provecho y poder.
No esperes que tal ciudad permanezca tranquila por mucho tiempo
(…)
pues de todo esto surgen las sediciones,
las matanzas y los tiranos…
Y más adelante:
Cirno, esta ciudad es aún una ciudad, pero su gente ya es otra:
aquellos que antes no sabían de derecho ni de leyes,
sino que se vestían con pieles de cabras y deambulaban
en torno a la ciudad, ¡ahora son nobles!,
y los nobles de antes ahora son plebeyos.
¿Quién podría soportar el ver esto?
Y se ríen engañándose unos a otros,
desconociendo las normas de lo malo y de lo bueno…
Mégara es una ciudad muy cercana a Atenas, de hecho un municipio del Ática Occidental sobre el golfo de Egina y frente a la isla de Salamina, a medio camino entre Corinto y El Pireo. Sus edificios pueden divisarse desde la autopista del Peloponeso. En tiempos de Teognis, la ciudad estaba convulsionada por violentas luchas sociales, como otras tantas ciudades griegas donde las clases inferiores pugnaban por hacerse con el poder. En Mégara estas luchas condujeron a la tiranía de Teagenes, quien gobernó entre el 630 y el 600 a.C. Las elegías de Teognis reflejan desde una perspectiva aristocrática la decadencia moral y la corrupción que precedieron y sin duda propiciaron el ascenso de las tiranías.
Al igual que en español, en griego el adjetivo “malo”, kakós, puede aplicarse a las personas como a las cosas. Los sentidos en que se aplica a las personas son muy amplios, y van desde la complexión y el aspecto físico hasta el sentido moral, significando “malvado”, “moralmente bajo”. El uso del adjetivo con este sentido se atestigua desde los comienzos mismos de la literatura. En la Odisea (XI 384), el rey de Ítaca se dispone a contar a Alcínoo y a los nobles feacios los muchos sufrimientos que debió padecer por culpa de una “mala mujer”, kakês gynaikós, refiriéndose desde luego a Helena. Hesíodo por su parte, en Trabajos y días (240), dice que “a menudo toda la ciudad (xympasa pólis) sufre por culpa de un hombre malvado” (kakoû andrós). Es la primera vez que el adjetivo se usa aplicado a la política. Como todos los adjetivos, también kakós tiene una forma superlativa, kákistos, que equivale en español a “el peor”, en plural “los peores”. Se trata precisamente del término utilizado por Herodoto en el primer texto de teoría política conocido, para calificar a aquellos que rodean y respaldan a un tirano.
Mariano Nava Contreras
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