Perspectivas

Julio César Salas, un ilustre desconocido

08/05/2021

Julio César Salas

Las dos biografías que escribió Francisco Javier Pérez Hernández sobre él, la de la Biblioteca Biográfica Venezolana (2008) y Laceración y salvación (2016), comienzan exactamente en el mismo punto, cuando en otoño de 1928 asiste al XXIII Congreso Internacional de Americanistas en Nueva York para presentar su obra más ambiciosa, Orígenes americanos. Se trata de un descomunal diccionario comparado de doscientas mil palabras provenientes de quinientos cinco idiomas y dialectos americanos y seiscientos idiomas europeos, africanos, asiáticos y oceánicos, ordenadas alfabéticamente en dieciséis tomos. Para Pérez Hernández, “no es sino la más vasta tarea lexicográfica que haya sido abordada por inteligencia venezolana alguna”. Sin duda es el momento cumbre de su vida como académico, etnógrafo y lingüista. Quizás porque presiente las certezas que después tendrá su biógrafo, quizás por el alivio que siente al ver culminada su mayor obra, Julio César Salas escribe por aquellos días, ya en la tranquilidad de su habitación de Nueva York, su Página biográfica, un sucinto inventario vivencial de cuya mano podemos repasar su singular andadura.

No será el único, en Salas vida y libros se mezclan para formar un solo relato. La Mérida donde nació en enero de 1870 es un poblacho empobrecido que, como el resto de aquella Venezuela decimonónica, trata de sobrevivir por igual a epidemias y montoneras. Sin embargo, un hecho distingue a la pequeña ciudad y es su universidad, o al menos el obstinado empeño con que los merideños se empecinan en mantenerla abierta, a veces a costa de su propio peculio.

Dos hechos fundamentales marcan su precoz vocación científica y académica. De una familia de agricultores, “doctores” y comerciantes, la infancia del pequeño Julio César transcurre en los alrededores de Mérida, donde sus parientes tienen propiedades. Primero en la hacienda “Belén” y después un poco más al sur, en la hacienda “La Florida”, en el cercano pueblo de Ejido. Tiene solo diez años y en La Florida unos peones descubren un viejo cementerio indígena. Se desentierran artefactos de barro, instrumentos musicales, hachas y lanzas y hasta un esqueleto. Años después un segundo cementerio será encontrado y ya Julio César puede alardear de poseer una curiosa colección de objetos precolombinos. Con el tiempo la colección será donada a la Universidad de Los Andes y después al Museo de Ciencias de Caracas, donde actualmente reposa. No cabe duda de que estos hallazgos debieron impresionar al niño Julio César, despertando un precoz  interés por las culturas precolombinas.

El otro hecho será su ingreso a la universidad. En 1883, con solo trece años, se matricula en un curso de Gramática Castellana, y al año siguiente en el de latín. Diez años más tarde está recibiendo el título de Doctor en Ciencias Políticas. De esa época son sus primeros artículos académicos, así como otros de interés general que publica en periódicos que él mismo edita e imprime: Mérida (1899) y después Pan y Trabajo (1904).

Tierra Firme

En 1908 publica la primera de sus obras, Tierra-Firme (Venezuela y Colombia). Estudios sobre Etnología e Historia. Sus méritos son innegables, pues como nota Pérez Hernández, algunos de los temas que aborda “no habían sido ni vislumbrados por antropólogos y lingüistas de la centuria precedente y, ni tan siquiera tanteadas, por los de la centuria naciente”. El estudio comienza por revisar algunos de los conceptos emitidos por Humboldt, Codazzi y otros, sobre los que se había edificado nuestra idea de los primeros pobladores de nuestro país. Luego pasa a describir los pueblos de la Tierra Firme, lo que hoy es Venezuela y Colombia, para finalizar con el aporte étnico de la llegada de los europeos y su “amalgama” en nuestros países.

Interesantes son sus consideraciones etnológicas respecto de la revolución independentista y nuestro entonces breve camino andado como repúblicas. Sorprende la actualidad de sus ópticas, la ponderación de la mirada científica. No era posible que entonces se siguiera considerando “atrasadas” y “salvajes” a las culturas aborígenes, pero Salas también se niega a ser eco de la leyenda negra, que entendía a la conquista como una sistemática aniquilación de todo lo indígena. Según Ángel Cappelletti (Positivismo y evolucionismo en Venezuela, 1992), “ninguno de los positivistas venezolanos ofrece una interpretación tan justa de la conquista de América como Salas”. Asentada sobre un notable cuerpo de evidencias históricas y científicas, Tierra-Firme será el basamento sobre el que van a erigirse los modernos estudios antropológicos venezolanos. Su impacto sobre el mundo científico y académico fue mayor, y valió el que la Academia Colombiana de la Historia eligiera a su autor Miembro Correspondiente en 1909.

“Hablamos indio”

Ese mismo año funda la Cátedra de Sociología de la Universidad de Los Andes. Eran tiempos en que las clases se impartían en forma de conferencias, para después ser publicadas en revistas científicas. Las de Salas saldrán en la Revue Américaine de París, bajo el título de Lecciones de Sociología aplicada a la América, y publicadas después como libro en Barcelona, en 1912. Por estos años también había publicado un folleto destinado a causar notable impacto, Necesidad de adaptar la legislación de Venezuela al medio etnológico, producto de una conferencia impartida en el Liceo de Ciencias Políticas de Mérida. La conferencia será también reproducida en los Anales de la Universidad Central de Venezuela y en el Boletín de la Academia Nacional de la Historia.

Una tragedia familiar, el asesinato de su hijo Carlos en 1914, fuerza el final de esta primera etapa académica en Mérida. Salas se muda a Caracas con su familia y continúa allí sus actividades científicas. En junio de 1918 funda, junto con una nómina descollante de científicos e intelectuales, la Sociedad Venezolana de Americanistas. Su órgano divulgativo, De re Indica, con apenas cuatro números publicados entre septiembre de 1918 y junio de 1919, se convertirá en el más rico repertorio del conocimiento lingüístico y etnográfico venezolano de su tiempo. De 1921 será también uno de sus textos más perdurables, las “Apostillas al libro El castellano en Venezuela de Julio Calcaño”. A las rebuscadas explicaciones de un Calcaño que remite las particularidades del habla venezolana a los más exóticos orígenes (latín, griego y hasta sánscrito), Salas opone la consideración de lo aborigen, lo mestizo y lo criollo como factor determinante de nuestro hablar y de nuestra cultura. Lo resume en una sencilla pero elocuente frase: “hablamos indio”.

Repensar la barbarie

Sin embargo las tesis más polémicas y combativas, a la vez las más revolucionarias y que sin duda le ganaron mayor resonancia, son las que desarrolla en su libro más conocido, Civilización y barbarie. Estudios sociológicos americanos, que dará a las prensas de los Talleres Gráficos Lux de Barcelona en verano de 1919. De raigambre manifiestamente sarmientiana, como su título mismo indica, los veinte capítulos que componen el libro son alegato para una propuesta demoledora: el atraso de Hispanoamérica no se debe a ninguna fatalidad geográfica ni a una “falta de pureza de raza”, tesis inaceptable cara a la evidencia científica. La verdadera barbarie no está en las culturas indígenas, sino en la precoz degradación moral de sus jóvenes repúblicas causada por la falta de educación de sus ciudadanos, lo que conduce al atraso y al establecimiento de regímenes bárbaros y personalistas, entre otras “taras retardatarias”.

Libro “valiente y sincero, tal vez violento” según Nucete-Sardi, se trata de un total redimensionamiento de la visión de Sarmiento, una “resemantización”, como nota Pérez Hernández, de los conceptos de “civilización” y “barbarie”. También se trata de una tesis situada en las antípodas de esa justificación del caudillismo que es el Cesarismo democrático de Vallenilla Lanz, publicado en diciembre de ese mismo año. Un libro como Civilización y barbarie valió a su autor el nombramiento como Individuo Correspondiente de la Sociedad de Americanistas de París, así como de las Academias de Historia de Argentina y Cuba, y de la Sociedad de Geografía e Historia de Costa Rica; pero también le costó la animadversión de la dictadura gomecista y el no haber sido admitido en la Academia Nacional de la Historia en Venezuela.

Al año siguiente aparecerá otro estudio reivindicativo de nuestro pasado indígena. Los Indios Caribes. Estudios sobre el mito de la antropofagia, surge de las investigaciones en el Archivo de Indias de Sevilla, así como en otros archivos españoles, que Salas realizó durante una estadía en España forzosamente dilatada debido a la prohibición de volver a Venezuela que le había impuesto la dictadura. Los Indios Caribes es un desmentido de la injusta fama de bárbaros y antropófagos que durante siglos sufrió y sufre esta etnia. En este sentido es coherente con una línea que se inicia con Tierra-Firme y continúa con Civilización y barbarie.

Certezas e interrogantes

Salas regresará a Venezuela solo cuando la dictadura lo deje volver. Vendrá, eso sí, con dos de sus libros más influyentes bajo el brazo. Aún viajará dos veces: la primera en 1924, para asistir al XXII Congreso Internacional de Americanistas reunido en La Haya y Gotemburgo, donde quiere presentar un proyecto en el que viene trabajando desde hace más de veinte años; la segunda cuatro años después -ya lo contamos-, para presentar en Nueva York los resultados de su monumental obra, los Orígenes Americanos. Después volverá a Mérida cansado y enfermo, ya para esperar la muerte.

La vida y obra de Julio César Salas siempre me han suscitado luminosas certezas y angustiadas interrogantes. “Sabio de metas logradas y obra desconocida”, le llama Pérez Hernández. Autor de brillantes y agudas páginas, de las que gran parte queda inédita, sin duda ocupa un lugar en la historia de las ideas en Venezuela. Pensaríamos que estamos ante un avis rarissima en el desierto intelectual que debía ser el país de comienzos del siglo XX. No es así. La obra de Salas, muy por el contrario, se inscribe y es deudora de preclaras tradiciones, a las que aporta y enriquece. Pertenece a una estirpe de pensadores merideños que en su tiempo decimonónico supo proyectar sus ideas al país y al continente, salvando con terca voluntad el aislamiento natural de la ciudad pequeña y recoleta, cercada de montañas. Tal estirpe se remonta a Gonzalo Picón Febres y continúa con autores como Caracciolo Parra Pérez o Mariano Picón Salas.

Otras filiaciones no menores mencionaremos. A tono con el clima intelectual de su tiempo, Ángel Cappelletti le sitúa entre los mayores representantes del pensamiento positivista venezolano. Pérez Hernández (Mitrídates en Venezuela, 1999) lo cuenta entre nuestros mayores lingüistas y lexicógrafos, incluyendo sus trabajos en la lista de los “vocabularios” y “catálogos de voces indígenas” que en nuestro país se remonta al siglo XVI. También Pérez Hernández relaciona su obra con los importantes hallazgos que, de la mano de la lingüística y la antropología de su tiempo, se verifican en los estudios americanistas más adelantados. La verdad es que todo este impulso magnífico que se da en las ciencias sociales a finales del XIX está inspirado en el comparatismo antropológico, lingüístico y literario que entonces cobra vigor. Pienso en el auge de la indoeuropeística y en la mitología comparada de Müller, o en la publicación de estudios fundamentales como La rama dorada de Frazer, en 1890. El gran mérito de Salas, como de sus contemporáneos, estará en poner semejante bagaje científico al servicio de la comprensión de Venezuela.

Tanto esfuerzo, tanto estudio lleva a preguntarme por el destino del país que maltrata a sus bienhechores. ¿A dónde va un país que posterga a sus constructores, que ignora a sus pensadores? ¿Qué pasó con el país que estudiaba, que reflexionaba sobre su origen y su destino, que trataba de explicarse a sí mismo? Hoy una plazoleta en el centro de Mérida y un pequeño municipio en los confines del estado pretenden hacer justicia a la memoria de Julio César Salas. Seguro que sus habitantes no se imaginan de quién se trata.


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