Entrevista
Jorge Carrión: “La reacción natural cuando esto acabe va a ser olvidar”
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A finales del pasado mes de noviembre, el escritor Jorge Carrión fue invitado a la Feria del Libro del Oeste 2020, que organiza la UCAB. Luego de pronunciar el pregón que inauguró el evento, sostuvo una conversación con Diajanida Hernández. Este texto reproduce parte de ese encuentro, en el que hablaron sobre la pandemia, el confinamiento, su libro Lo viral y asuntos relacionados con el consumo cultural en nuestros días.
Tu literatura está atravesada por el viaje, en el sentido amplio de la palabra, el desplazamiento, el recorrido geográfico, literario, interior. La pandemia y el confinamiento te ha impuesto otro escenario: el de la quietud, el encierro. Paradójicamente, ese escenario te ha hecho estar de forma virtual en muchos lugares, y quizás en más lugares al mismo tiempo, que en los años en los que has viajado; has podido hablar e intercambiar con muchas personas de distintas partes. ¿cómo evalúas este nuevo y rarísimo escenario para ti como escritor?
Sí, es como la gran paradoja. Yo empecé a escribir viajando, de hecho, empecé a escribir una novelita de amor cuando era muy joven y esa novelita la empecé en Barcelona, pero la acabé en Guatemala, que fue mi primer viaje, la primera vez que crucé el océano, de modo que desde el principio siempre he estado uniendo la escritura con el viaje. Por otro lado, en efecto, hace unos años cuando empecé a plantearme la posibilidad de ser padre, que después se convirtió en una realidad, ya vivía en Barcelona y creo que no es casual que mis dos libros sobre Barcelona, ―Barcelona. Los vagabundos de la chatarra, una novela gráfica de periodismo en viñetas, y Barcelona. Libro de los pasajes, un viaje por toda la ciudad recorriendo sus pasajes menos conocidos―, sean dos libros que coincidan con mi paternidad, porque quiero de algún modo ser capaz de explicarles mi ciudad a mis hijos y explicarles por qué ellos son de aquí. Porque ni su madre ni yo nacimos en Barcelona. Entonces yo quería enseñarles a mis hijos, explicarles la ciudad y para eso tenía que estudiarla, recorrerla, viajarla porque como decías siempre he vinculado el viaje con el conocimiento. Y de pronto, en marzo la cuarentena nos llevó a esta nueva normalidad en la cual no es posible viajar, en la cual se hace todo a través de la pantalla y esto provoca contrastes muy fuertes. Por ejemplo, momentos absurdos, hace unas semanas estuve a la vez en dos sitios porque estaba en un evento en directo y otro evento que había grabado se emitió a la vez, de modo que mucha gente podía pensar que yo tenía el don de la ubicuidad porque estamos en la alteración del espacio-tiempo cuántico de un modo muy extraño. La verdad es que siento falta de tridimensionalidad, me encantaría estar hoy ahí en Caracas, en la feria, me habría encantado vivir experiencias personales y reales y físicas en estos meses. Pero, por otro lado, por supuesto que es verdad que se multiplican mis interlocutores, se multiplican las personas que me pueden escuchar y evidentemente puedo estar más en casa, más con los niños, trabajar más, escribir más porque cuando viajas la parte social, la parte de desplazamientos ocupan una gran parte del tiempo.
Estuve releyendo Los huérfanos y encontré esta cita: “el encierro ha sido nuestro tema de conversación, no el encierro en su acepción más obvia, es decir, no nuestra clausura en nuestros búnkeres respectivos sino cómo el paso del tiempo ha afectado el propio significado de la palabra encierro”. Desde tu punto de vista, ¿cómo ha cambiado nuestra relación con la palabra encierro y su significado?
Cuando llegó la pandemia justamente pensé que Los huérfanos había fracasado, en el sentido de que en él había imaginado un futuro de tercera guerra mundial y apocalipsis nuclear y ese futuro seguramente, por suerte, no existiría; y el futuro que yo no había visto era el del virus y la biología, pero después me di cuenta de que fue una experiencia de reflexión sobre el encierro muy fuerte. Yo estuve en el búnker de Pekín, en el cual está ambientada la novela, ese búnker existe, fue construido por Mao durante de los años cincuenta, sesenta, por si había un ataque extranjero. Lo que hice para escribir esa novela fue imprimir fotos de esos búnkeres de Mao, de Pekín y forrar mi habitación con fotos del búnker para sentirme dentro de él, porque mis personajes estaban ahí, encerrados. El que escribe, el que narra, Marcelo, está muy obsesionado con las palabras y usa el diccionario como una suerte de salvavidas, salvaguarda, vacuna, entonces cuando él piensa sobre la palabra encierro, piensa realmente sobre la palabra, en su etimología y en su sonoridad, etc. Creo que justamente lo que ha ocurrido en estas semanas y meses ha sido que hemos recuperado palabras, expresiones que tenían mucho que ver con el pasado, con el pasado y con la guerra y que, de pronto, se han vuelto presente. La palabra cuarentena, la palabra encierro, incluso la metáfora del búnker, son eso, expresiones de la literatura y del siglo XX y XIX, que no tenían sentido para nosotros y de pronto tienen sentido. No sé vosotros, supongo que es diferente en vuestro caso, por motivos obvios, pero en el nuestro, la expresión toque de queda era una expresión que no existía desde el franquismo, que hubiera una hora en la cual no se puede circular por la calle, no había ocurrido en cuarenta y tantos años, de modo que ese tipo de como de regreso del pasado al presente o ese pasado que se incrusta en el presente y que es algo de lo que hablo en Los huérfanos, la memoria histórica de un modo como perverso y absurdo, es creo lo más importante que ha ocurrido respecto a esto que comentas.
Leyendo Lo viral, libro que escribiste durante el confinamiento, me dio la impresión de que con allí intentaste poner en orden todas o algunas de las piezas que son parte de la experiencia que acumulaste durante el confinamiento: lecturas, series, películas, descubrimientos de aplicaciones, podcast, los talleres que diste, la misma experiencia el encierro, la convivencia dentro de la casa y con el afuera, esa fricción entre la pandemia y la infodemia. ¿Lo viral fue una forma de ordenar esa de experiencia, de tu encierro y de la pandemia?
Sin duda. Hay la voluntad, por un lado, de ordenar lo que estaba viviendo y lo que no había vivido, porque la mitad del libro, desde marzo hasta mayo, es un diario real del encierro y la mitad anterior del libro, desde noviembre hasta marzo, es una reconstrucción de la pandemia en el mundo, y de todo aquello que no leí y que no supe y que me habría gustado saber y leer, todos los libros sobre virus, todos los informes de la OMS, todas las noticias sobre China que no leí en su día y que después recuperé, igual que de pronto vi la película Contagio, de Soderbergh, que no había visto. Y a la vez que intentaba darle orden y sentido, también quería darle consistencia y memoria, quería que fuera un documento, para mí sobre todo y si a alguien le puede ayudar y servir pues fantástico, pero, sobre todo, para mí porque me di cuenta de que la reacción natural cuando esto acabe va a ser olvidar, vamos a querer olvidar. ya estamos olvidando. Si no hubiera habido una segunda ola en España, probablemente lo que ocurrió en abril ya sería casi ciencia ficción, de hecho, es muy curioso porque en el libro digo que en marzo un día a las diez de la noche salimos a aplaudir al balcón, ―en España se aplaudió durante la cuarentena como apoyo a los médicos y a los enfermeros y enfermeras y doctores que estaban trabajando en los hospitales, pero se hizo a partir del cuarto o quinto día a las ocho de la tarde, porque así los niños podían salir a aplaudir también―, pero esos cinco o seis días en que salimos a las diez ya habían sido olvidados en abril, porque olvidamos muy rápido. De algún modo me interesaba hacer una suerte de ejercicio de memoria y dejar algo consignado, publicado, que pueda ayudar a reconstruir el paisaje psicológico y los hechos de esos días tan extraños, porque es muy probable que haya, y hay ahora restricciones, confinamientos, pero nada tan salvaje y tan desinformado como lo que vivimos en marzo, abril y mayo. Y me parecía que era interesante dado que yo me dedico a eso, a escribir sobre el presente porque básicamente escribo crítica cultural sobre libros, películas, series, podcast, internet, de nuestro momento histórico, intentar ser valiente, porque lo más probable cuando escribes sobre el presente es equivocarte, pero ser valiente e intentar como leer en voz alta lo que estaba pasando en tiempo real.
Pareciera que también hubo, no sé cómo llamarlo, una paraescritura con Lo viral; es decir, que Lo viral se escribió en distintas partes: en los talleres que dabas, en las columnas de The New York Times, en tu computadora Barcelona, en los chats de WhatsApp, pareciera que se alimentó de escrituras simultáneas que sucedieron durante el confinamiento.
De algún modo diría que lo que pasó, lo que me pasó por la cabeza fue muy extraño. Yo soy hiperactivo y me veo trabajando con varios proyectos simultáneos. Pero en marzo, por un lado, sentí que llegaba el apocalipsis, y llegaba, pero como siempre a cámara lenta, y me pareció que era como en Los huérfanos a cámara rápida, y tuve miedo del dinero, porque siempre tenemos miedo del dinero, siempre tenemos miedo de no tener los recursos para poder enfrentarnos a los desafíos que impone una crisis, o una nueva economía y, por tanto, busqué modos de multiplicar mis ingresos, con miedo de que algunos de mis trabajos quedaran cancelados o demorados. Por otro lado, sentí que era un momento histórico, fascinante, que tenía que congelar ese miedo de algún modo y por eso empecé a escribir Lo viral, que iba a ser muy interesante escribirlo, significaba pensar la pandemia en directo. Escribí mis artículos del The New York Times y La Vanguardia y, por qué no, intentar hacer de la necesidad virtud, de la crisis una oportunidad, y ahí se me ocurrió el taller de crónica por WhatsApp, y con unos amigos, Omar Rincón, Pere Ortín y Paty Godoy se nos ocurrió hacer una revista cultural por WhatsApp, que se llama Curarnos, que justamente tiene esa voluntad de curación en las dos dimensiones de la palabra: por un lado, curación espiritual, porque realmente todos necesitamos cariño y conversación en estos momentos; y, por otro lado, curación de seleccionar contenidos interesantes potentes para hacerlos llegar a tu teléfono móvil. Y también hice mi podcast, Solaris, que ya estaba escrito, pero lo produje durante la pandemia.
No he trabajado ni he hecho tantos proyectos interesantes, bonitos, en toda mi vida, ha sido el año más difícil de mi vida y el año en el cual pude trabajar más, además con aliados de excepción. De modo que ha sido muy potente, muy interesante, muy intenso, muy triste, una auténtica montaña rusa emocional.
Hablas del podcast como este discurso expandido que te que te interesa, pero también es algo como nostálgico porque el podcast es una vuelta a la radio, pero además una radio para llevar, tú mismo te haces tu programación a través del zapping, y decides cuándo escucharlo. Es también una vuelta a la oralidad, hay allí como un regreso a algo, más allá de que de que tenga que ver con los nuevos medios y las posibilidades que nos brinda la tecnología. Hay algo nostálgico allí.
Sí, totalmente. Es como lo más antiguo y lo más nuevo. Lo más antiguo porque es volver a la hoguera para que te cuenten un cuento. Y en este caso te lo cuentan directamente al oído y, por tanto, directamente al cerebro a través de los auriculares. Y eso es muy especial, de hecho, a nivel, digamos, de archivo y a nivel de calidez es muy parecido escuchar un podcast que escuchar un WhatsApp de voz, pero a la vez es algo muy nuevo justamente por su naturaleza digital y por su capacidad de experimentación. Es decir, en el podcast converge la radio, converge la música, converge el radio teatro, converge la edición, porque sí que se habla mucho de la radio como padre o abuelo del podcast, pero hay muchas, digamos, soluciones técnicas de edición que no se podían hacer con la edición analógica y que se pueden hacer con la edición digital. El tipo de paisajes sonoros que se puede crear ahora es alucinante, de modo que hay algo muy de nuestra época, lo que yo he llamado objetos culturales vagamente identificados, y algo muy antiguo y está en conversación. Por otro lado, el podcast es la parte más visible y artística de un fenómeno mucho más complejo y amplio que es la explosión de lo sonoro en nuestra época. Por un lado, estamos cansados de Zoom, de ver series y de enviar emails porque todo tiene que ver con la pantalla, ya lo hacemos en la computadora o en el celular o en la tableta, y queremos que algo de esta experiencia de ocio llegue por otro canal distinto como ocurría ahora con el podcast; y, a la vez, hay una inversión tecnológica brutal para que todos estemos enganchados a lo sonoro, por ejemplo, a través de los asistentes personales. Leí un artículo espeluznante sobre gente que compra de un modo adictivo en Amazon, de noche por Alexa, Alexa es quien le compra las cosas con comandos de voz. Claro, Amazon quiere que uses la voz porque la voz es mucho más pasional y reflexiva, automática, y el oído, que teclear. China quiere que uses la voz porque el chino es un idioma muy difícil para teclear por mensajes, en cambio puedes hablarlo y puedes como consumir más y producir más contenido oralmente, verbalmente. A la industria musical evidentemente también le interesa, Spotify quiere ser el nuevo Facebook en el ámbito sonoro. Hay una gran inversión tecnológica y económica para esta suerte como de giro sonoro de nuestra relación con el mundo y el podcast, por un lado, tiene una dimensión genial, experimental, divertida, interesantísima y otra dimensión más oscura, que tiene que ver con cómo nos manipulan para convertirnos en el tipo de consumidor que ellos desean que seamos.
Y pareciera que esa manipulación, además, se hace a partir de cosas que la experiencia de la pantalla nos quita que, digamos, es la experiencia sensorial. Hay un poco de elaboración, de reelaboración de esa experiencia que no se vive a través de la pantalla.
Estamos como en una suerte de pantallaplanismo. La pantalla plana hace que la tierra sea plana, y en las librerías, en los cafés, en los viajes hay tres dimensiones, hay cinco sentidos, hay ruido, hay lo muy agradable y lo muy desagradable, y todo eso mezclado hace que una experiencia sea memorable, y sea recordable. Entonces creo que el modelo híbrido, como los autos que van ahí con electricidad y con reserva de algún tipo de combustible fósil, lo híbrido, pantalla y vivencial va a ser el futuro, espero, de lo humano.
Los hábitos de consumo cultural están ahora influenciados por el streaming, por las aplicaciones, por el uso de las aplicaciones, la viralidad, el algoritmo. ¿Qué supone esto para los creadores?
Creo que hay como una suerte de paradoja o de contradicción, de tensión muy grande. Por un lado, hay que intentar crear en contra de los algoritmos. Qué es lo que hemos hecho siempre, crear en contra del poder, crear en contra de la uniformización, crear en contra de la cuantificación, crear en contra del control, etc. Y, por otro lado, no hay más remedio que pactar con los algoritmos, y buscar canales de difusión de tu obra en alianzas con redes sociales o con plataformas, de un tipo o de otro. Por ejemplo, si tú haces cine con Vimeo, con YouTube, con Netflix, con HBO, con Movistar o con Filmin, con alguien tienes que estar aliado. Y si escribes, pues tienes que tener algún tipo de visibilidad si quieres que la gente sepa que tu libro existe. Hay un uno por ciento de los escritores que no está en esa región, digamos, pero la mayoría lo estamos. Creo que es como una suerte de negociación esquizofrénica, porque, por un lado, tienes que estar en contra de ellos y, a la vez, tienes que estar aliado con ellos; es como jugar con el ángel y con el demonio continuamente.
Diajanida Hernández
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