Fotografía de Adrian Dennis, Roman Kruchinin / AFP
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¿Qué hubiera pasado si Argentina le ganaba a Alemania en la final de 2014? Probablemente no importaría el futuro de Lionel Messi con la Albiceleste, hoy. El resultado condiciona el análisis y no debería ser así, porque la victoria o la derrota no siempre están ligadas al juego.
Si un equipo consigue el triunfo en el minuto 90 es una demostración de que tiene “alma”; si vive de un gol tempranero “juega con inteligencia”; si el portero salva o los postes se entrometen, “sabe sufrir” y si de dos opciones mete una: “Es efectivo”.
Acomodamos el fútbol a nuestro discurso, experiencia y gusto. Uno de mis mayores placeres culposos es consultar después de una jornada a dos amigos, uno muy amargado y otro optimista, para reírme. Ellos no lo saben.
Pienso en todas estas cosas después de la eliminación de Argentina y Portugal. Sucedió lo que se intuía según el recorrido de las llaves. Dos equipos que dependían de individualidades fueron superados por el colectivo.
La teoría propicia una hipótesis –que a Portugal no le bastaría con Cristiano Ronaldo, por ejemplo, o que Argentina sufriría con la juventud de Francia-. Y si bien pudo ser comprobada, los resultados mostraron una mayor paridad. De hecho, la Albiceleste casi iguala en la última jugada y Portugal, si se activaba el VAR, habría tenido un chance más.
“Sin embargo, sí como podría haber igualado en el resultado, la diferencia en el juego fue brutal. En ese ítem, el de la idea, el concepto, la ejecución y las capacidades individuales, Argentina perdió por goleada. Lo más grave es que esa otra derrota ni siquiera logró atenuarla con un genio en su equipo. Nada es casualidad.”, escribe Enrique Gastagaña, redactor de Clarín en su versión en digital.
Óscar Washington Tabárez, un maestro con Uruguay, dijo hoy que es mentira que se necesite la posesión del balón para ganar. Y aseveró que eso lo entendió cuando estuvo en Italia. Pero, curiosamente su afirmación abre una nueva discusión: los representantes del Catenaccio no llegaron al Mundial porque precisamente no generaban nada.
“Che cazzo entro io? Non dovemo pareggià, dovemo vince! (¿Pero qué cojones? ¿Entro yo? No tenemos que empatar, ¡tenemos que ganar!), le dijo Daniele de Rossi a Giampero Ventura, mientras señalaba con su mano izquierda a Insigne, un atacante. Al final entró, y Suecia e Italia empataron 0-0.
Ahora bien, lo que dice Tabárez es cierto. Se puede ganar un partido sin rematar al arco. Fue lo que le sucedió a Venezuela en La Paz en 2010. Venció 1-0 con autogol de Ronald Rivero. O un torneo, como Grecia en la Eurocopa de 2004. Son excepciones, curiosidades, pero suceden.
Hay, de todas formas, maneras de trabajar los sistemas defensivos. Uruguay lo hizo muy bien porque su portero fue menos exigido. La idea es hacer del aparente dominio del rival un arma estéril. Eso fue lo que sucedió y por lo tanto Cristiano Ronaldo tuvo tan poco protagonismo.
Lo de Messi es otra cosa. Ya hemos hablado aquí en Prodavinci de su caso. Ambas figuras se igualan, no obstante, en la eliminación. Son víctimas de equipos sin oportunidad de crecimiento. Lo mejor no se potenció y lo peor no se corrigió. Se movían en extremos y al final perdieron con rivales regulares.
Cuando comenzó el Mundial, analizábamos que la historia no permitía mayores sorpresas a medida que avanzaban las rondas. Después de un inicio incierto, los equipos llamados a ser protagonistas terminaron metiéndose, a diferencia de Alemania.
Incluso fue una excepción mentirosa. Primero, porque lo regular es que el campeón defensor se meta en problemas. España, Francia e Italia lo sufrieron. Y luego, porque los germanos generaron más opciones de gol que ningún otro equipo. Tal vez les faltó un plan B, o ese toque del azar que a veces eleva o condena.
En todo caso, esta vez sí se impuso la lógica. Francia era más que Argentina y pasó. Lo mismo Uruguay con Portugal. ¿Qué sucederá con Cristiano y Messi? Físicamente, si se mantienen, podríamos verlos en 2022. Sería, eso sí, una muy mala noticia para el relevo generacional de esas selecciones.
Que Cuaresma sea la opción para cambiar el partido contra Uruguay, a sus 34 años, o que Javier Mascherano haya transitado todo este Mundial como titular indiscutible, son ejemplos de atascos que sufren las grandes selecciones.
Otra voz es que Messi y Cristiano se mantengan como opciones, variantes en un ecosistema donde sean aprovechables.
Ahora, si este es el último Mundial de ambos, los recordaremos como los dos grandes jugadores que fueron. Con los años se hablará de ellos como de Pelé y Maradona o como de Pukas y Di Stefano (y Garrincha si me lo permiten).
Empezamos este artículo hablando de lugares comunes. Precisamente así se llama una película de Adolfo Aristarain. Cuenta la historia de Fernando Robles (Federico Luppi), un profesor que camino a los 60 años pierde su trabajo y debe reiventarse. En el peor momento de su vida, encuentra la lucidez que lo tranquiliza.
“El despertar de la lucidez puede no suceder nunca pero cuando llega, si llega, no hay modo de evitarlo. Y cuando llega, se queda para siempre. Cuando se percibe el absurdo, el sinsentido de la vida, se percibe también que no hay metas y que no hay progreso. Se entiende, aunque no se quiera aceptar, que la vida nace con la muerte adosada; que la vida y la muerte no son consecutivas, sino simultáneas e inseparables. Si uno puede conservar la cordura y cumplir con normas y rutinas en las que no cree es porque la lucidez nos hace ver que la vida es tan banal que no se puede vivir como una tragedia”.
Quitemos de la última línea “la vida” y metamos “fútbol” y llegaremos a la misma conclusión.
Jován Pulgarín
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