Entrevista

Gustavo Guerrero: “Editar es elaborar un horizonte de lectura”

Gustavo Guerrero. Fotografía de Casa de América | Flickr

23/04/2020

La celebración del Día Internacional del Libro tiene lugar en medio de esta perplejidad que llamamos pandemia. Las rosas rojas y las estampas de otros años parecen, a la luz del confinamiento, las pistas de un robo cometido contra todos: nos robaron la fiesta.

Aquí quedamos, cada quien con sus libros y en su casa, cada quien en su esquina con su silencio, con el murmullo y los gritos de las historias que leemos. Una coherencia vibra culposamente, en estos días, en quienes somos lectores apasionados: leer es confinarse voluntariamente, para visitar en secreto los confines de otros.

Lector y editor, Gustavo Guerrero ha vivido, entonces, una doble vida de confinado y de vector de contagios vitales. Consejero editorial de la casa Gallimard, este caraqueño ha recibido reconocimientos por su obra literaria (destaca el Premio Anagrama de Ensayo en 2008) y por la integralidad de su aporte a la cultura en Francia, país donde reside desde hace unas tres décadas y que en 2019 le otorgó la Orden Caballero de las Artes y las Letras, uno de los honores más altos concedidos por la república francesa.

Entre los quehaceres y vocaciones con los que suele ser presentado falta, con frecuencia (tras “poeta, ensayista y editor”) su oficio de docente. A veces uno sospecha, por algún comentario dicho al descuido, que lamenta no dedicar a la universidad de Cergy más tiempo del que le permiten sus otras responsabilidades.

-En más de 20 años como editor: ¿cuáles han sido los fenómenos y las insurgencias que te ha tocado descifrar y a las que has debido dar una respuesta? ¿Qué movimientos adaptativos importantes ha tenido que hacer Gallimard durante los últimos 20 años?

-Son muchos y muy diversos. No es fácil resumirlos. Como lo analizo en mi ensayo Paisajes en movimiento, literatura y cambio cultural entre dos siglos (2018), en las últimas dos décadas, hemos asistido a una trasformación global del campo editorial con una acentuación del proceso de concentración entre los grandes grupos; pero, al mismo tiempo, hemos visto surgir un sinnúmero de casas editoriales independientes que han traído aires nuevos, otros catálogos y otros modos de ejercer el oficio. También las agencias literarias se han multiplicado y han acabado por imponer su presencia como mediadoras indispensables en el mercado de lengua española y, paralelamente, se ha difundido la figura del scout, esos ojos y oídos que, desde Londres, Berlín o Nueva York, llevan y traen informaciones sobre las últimas tendencias y novedades. Todos estos cambios han hecho que los editores ya no nos relacionemos con los autores de la misma manera, que sean otras las fuentes de información sobre lo que se está escribiendo actualmente y que las negociaciones dentro del mercado internacional de la traducción se hayan vuelto más agiles, más competitivas y, con frecuencia, mucho más difíciles. Pero, junto a las transformaciones que conciernen a los protagonistas del mundo editorial, habría que agregar las que proceden de la revolución tecnológica: con la digitalización, hemos asistido a un aumento exponencial de la producción de libros en papel y a una aceleración fulgurante de la cadena del libro, desde la recepción del manuscrito hasta la distribución y el tiempo de depósito en librería, que es cada vez menor. No voy a comentar las consecuencias culturales de esta aceleración, que discuto en mi ensayo, pero es indudable que han tenido un impacto mayor en la producción de un valor literario y en la desintegración de una memoria intergeneracional. Volviendo a tu pregunta, creo que hemos tenido que hacernos más selectivos ante la sobreoferta de productos culturales y la drástica reducción del tiempo de lectura de libros en este siglo de internet y redes sociales; también hemos tenido que aprender a diversificar los soportes (audiolibro, libro electrónico, publicación en línea) en un universo comunicativo fundamentalmente transmedial; y, en fin, quizás el reto menos visible aunque no menos decisivo ha sido dar respuesta a la gradual emergencia de una generación de lectores de literatura Young-adult que crece y llega a la edad adulta buscando y/o escribiendo un tipo de ficción con temas característicos de aquel género (distopía, ciencia ficción, sagas vampíricas, terror, etc.).

-La pandemia está siendo la antesala de la rentrée litteraire (temporada comercial del regreso de vacaciones). ¿Qué consecuencias, cuáles estrategias?

-El sector del libro, por sus características propias, es uno de los que más ha sufrido con el confinamiento y la paralización de la economía. Muchos libros que debían salir en marzo y abril se han quedado en las imprentas o en las distribuidoras, mientras, en las librerías, se amontonan los cartones con libros que ya no van a encontrar a sus lectores y, en las redacciones, duermen un sinnúmero de reseñas, notas y entrevistas que no se publicaron ni se publicarán. Y no hablemos de los festivales ni de las ferias del libro que, como la de Londres o la de Madrid, han sido anuladas. Las consecuencias van a ser graves y te aseguro que las ventas de libros electrónicos no nos servirán de consuelo. Lamentablemente muchas librerías y editoriales independientes, que viven prácticamente al día, no sobrevivirán. Y otras tendrán que reorganizarse y diversificarse. Por eso es muy importantes en estos momentos exigir un plan de ayuda público y privado para todo el sector independiente, y propugnar una reapertura rápida de las librerías. Es lo que se está haciendo en Italia, Alemania y Francia. Nuestro amigo Jordi Carrión ha lanzado asimismo esta discusión en España con varias intervenciones valientes en las redes y la prensa. Hay que insistir en que la librería y la edición independiente son hoy por hoy, en Europa y América Latina, dos eslabones esenciales de la cadena del libro que nos han permitido escapar del modelo anglosajón (concentración de la distribución en manos de Amazon, concentración de la producción en dos o tres grandes grupos). Como te imaginarás, en las condiciones actuales, la rentrée editorial europea de septiembre va a ser difícil. Se estima en un 40% la baja de la producción de nuevos títulos. Esperemos que la reducción de la cantidad redunde en beneficio de la calidad y que esos pocos, pero buenos libros, encuentren muchos lectores.

Gustavo Guerrero y Karina Sainz Borgo en el estudio fotografico de la Editorial Gallimard en 2019, durante el lanzamiento de la La hija de la española en Francia. 2019. Fotografía de Francesca Montovani

-Del boom latinoamericano, que tuvo una tempranísima vocación internacional, a encontrar lectores para los escritores iberoamericanos en la Francia de 2020: ¿cómo es la elipsis, por dónde pasa?

-El boom tuvo sin lugar a duda una vocación internacional, pero no habría que olvidar que una de sus consecuencias más saludables fue hacer que los latinoamericanos se pusieran a leer literatura latinoamericana. Acuérdate de que, antes de ser éxitos de ventas en Europa o Estados Unidos, Rayuela (1963) o Cien años de soledad (1967) se leyeron a todo lo largo del continente y crearon unos públicos lectores que antes no existían. Internacionalmente, y gracias al impulso que le da la Revolución Cubana, la literatura del boom luce por aquel entonces como una vanguardia estética y política mundial. Para los jóvenes intelectuales que animan el movimiento contracultural norteamericano y europeo en los sesenta y setenta, leer a los escritores latinoamericanos era como estar à la page, comprometidos con las luchas y el espíritu de la época. Digamos que era una manera de ser cosmopolitas y contemporáneos. Cincuenta años después, y tras la caída del muro de Berlín, la situación es muy distinta no solo porque América Latina ha pasado de la ilusión a la desilusión y de ésta a la desesperanza (parte del éxito de la obra de Bolaño reside en haber sabido elaborar una narrativa para este proceso), sino también porque el lugar de la literatura ya no es el mismo. Hoy nos movemos en un espacio cultural saturado por una oferta transmedial de ficciones que se renueva sin cesar y los libros que llegan de América Latina ya no gozan de ningún privilegio en la configuración del mapa de la literatura mundial. En países como Francia o Alemania donde se sigue traduciendo mucha literatura extranjera, se inscriben en un mercado donde la competencia es feroz y su presencia, más bien discreta. En suma, hoy encontrar lectores para los escritores latinoamericanos en Europa es una tarea bastante más difícil, incluso en España donde las ventas de los latinoamericanos son por lo general bajas.

-¿Con cuál o cuáles literaturas extranjeras compiten actualmente, en Francia, las literaturas de Iberoamérica y cuál, entre esas otras extranjeras, es la favorita del lector francés?

-Te diría que compite con todas, pero no es cierto porque, aun cuando Francia es uno de los países del mundo donde más se traduce (un 18 % de la producción editorial francesa es de traducciones), las lenguas y las literaturas de las que se traduce son solo un breve muestrario de las lenguas y literaturas del mundo. Básicamente, se traduce del inglés (59 %), del japonés (12 %), del alemán (5%), del italiano (4%) y del español (3%). Pero el tipo de literatura que se traduce no es siempre el mismo: los japoneses se han hecho fuertes en las últimas décadas con el fenómeno de los mangas, mientras que, de Alemania, tradicionalmente se traducen ensayos, libros científicos y universitarios. Del italiano, que gracias a la trilogía de Elena Ferrante ha vuelto a ganar interés hasta superar al español, se traducen esencialmente novelas, como ocurre también con nuestra lengua. Finalmente, del inglés se traduce prácticamente todo, desde tratados de filosofía hasta novelitas vaqueras. ¿Con quién competimos? Digamos que la presencia aplastante del inglés aún permite la existencia de algunos nichos donde se alojan otras lenguas y literaturas que, de cuando en cuando, nos ofrecen uno o varios libros capaces de dar con un público y de romper el cerco. Tal es el caso de Ferrante y de Saviano, o hace ya unos años, de la saga Milleniuum de Larson, o de esa novela maravillosa que es Purga de la finlandesa Sofi Oksanen.

-¿Cómo interactúan la actualidad del mundo y la lectoría potencial? ¿Puede la actualidad del mundo despertar nuevos lectores?

-Es una buena pregunta: ¿dónde está hoy, 21 de abril de 2020, el mundo? ¿Dónde está ese espacio moral y cosmopolita imaginado por Kant como un imperativo de solidaridad entre los hombres? ¿Dónde está esa construcción común, fruto de una acción política responsable, que debía producir un horizonte de emancipación para la humanidad entera? ¿Dónde están aquellas promesas de la globalización que cantaban Lionel Richie y Michael Jackson: We are the world, we are the children? Son aparentemente horas bajas para el mundo. La epidemia parece haber acelerado el cierre de fronteras, el repliegue de las sociedades sobre sí mismas y el regreso de las formas más autoritarias del nacionalismo. Y, sin embargo, acaso todo esto no sea sino una visión parcial que denota principalmente la crisis de liderazgo político por la que estamos atravesando. Porque en estos momentos nuestra experiencia con los lectores franceses dice que no solo quieren saber más de la pandemia en Francia, sino que la viven como una experiencia global y que por tanto les suscita un real interés por lo que ocurre en otros países. Los artículos de Baricco, de Arundhati Roy, de Javier Marías que hemos ido publicando en las últimas semanas han tenido una amplísima acogida. Y la circulación de textos y opiniones sobre la pandemia en las redes está lejos de circunscribirse a un país y una lengua. Acaso habría que agregar que la mayoría de las investigaciones que se están desarrollando sobre la vacuna forman parte de proyectos internacionales y que los científicos siguen colaborando con una sensatez y un sentido de responsabilidad colectiva que se echa de menos entre los políticos. El mundo sigue vivo gracias a ellos, como gracias a muchos escritores y lectores. Son la luz en medio de estas tinieblas.

-Entre la necesidad de vender libros y la pasión por divulgar literatura: ¿dónde se encuentra el punto de convergencia?, ¿qué tanto puedes alejarte del territorio común, si es que existe, y por qué razones?

-No existe una oposición entre la necesidad y la pasión. Porque de poco sirve publicar un libro que te interesa o cuya propuesta literaria te entusiasma si no consigues lectores que lo compren y lo lean. Esa búsqueda del lector es una parte esencial de nuestra tarea de editores y no constituye tan solo una operación económica sino también crítica, social y cultural. Toda obra, como decía brillantemente Rainer Rochlitz, constituye una tácita solicitud de reconocimiento público y solo ese reconocimiento le aporta un valor. En este sentido, editar no es solo fabricar un libro sino elaborar un horizonte de lectura, darle cuerpo a esa solicitud de reconocimiento y exponer el texto al juicio y el arbitraje de los otros a fin de que puedan compartirlo y divulgarlo, tasándolo en su más justa y mejor evaluación. Para decirlo con los términos de Bourdieu, el capital simbólico y el capital económico no son fatalmente antagónicos, aunque exista un cierto nivel de independencia entre el uno y el otro. Lo ideal sería hacerlos coincidir siempre, o con la mayor frecuencia posible. Es lo que han sabido hacer tradicionalmente editoriales como Gallimard o Suhrkamp.

Gustavo Guerrero y Rodrigo Blanco Calderón en la entrega del Premio Rive Gauche. Paris, 2016. Fotografía de Luisa Fontiveros

-¿Qué ha sido decisivo para que Gallimard publique a Blanco Calderón, Barrera Tyzska y Karina Sainz? ¿Cómo han sido recibidos estos autores por la lectoría y la crítica francesas?

-Justamente fíjate que los tres han adquirido un nivel de reconocimiento muy importante y que muestra que sus novelas no solo encuentran lectores entre sus públicos más inmediatos sino también más allá, en otras latitudes. Como ya sabes, la novela de Alberto, Patria o muerte (2015), ganó el premio Tusquets en Barcelona; la de Rodrigo, The Night (2016), se llevó el premio de la Crítica en Caracas, luego el Rive Gauche aquí en París y recientemente el premio de la Bienal Vargas Llosa en Guadalajara; en fin, la novela de Karina, La hija de la española (2018), ha sido traducida a más de 26 lenguas y se ha convertido en un insólito fenómeno literario y editorial, con unas reseñas excepcionales en Le Monde o el New York Times. Ahora bien, la cuestión de la producción del valor es hoy sin duda bastante más compleja. Recuerdo que incluso antes de que se publicaran y de que obtuvieran estos reconocimientos nacionales e internacionales, ya las agencias de scouts de Londres nos habían puesto de sobre aviso y habían hecho circular entre los editores informes muy elogiosos de los tres libros. Hay una economía del prestigio que se va construyendo en esos entretelones del mundo editorial cuando un manuscrito o una obra presenta un cierto nivel de calidad y que luego desemboca en un consenso más o menos amplio sobre su valor. Sin embargo, y aun teniendo en cuenta estas informaciones, la decisión final de publicar novelas como la de Alberto, Rodrigo o Karina la tomo siempre con mis lectores internos de la editorial, al final de unas discusiones que pueden ser bastante animadas. Queremos preservar nuestra autonomía. No tengo que decirte que, como venezolano, y después de haber esperado durante tantos años un repunte de nuestra novelística, es un orgullo y una alegría hacerlos traducir y editarlos a los tres en Francia. Pero la verdad es que no los publicamos por venezolanos (no tenemos cuotas en la editorial); los publicamos porque creemos que lo que están escribiendo está entre lo mejor que se está haciendo hoy en español y es susceptible de tocar a un público en el ámbito de la lengua francesa. A veces incluso más allá de lo que imaginábamos. Con Karina hemos conversado varias veces sobre esa inesperada reseña de la traducción francesa de La hija de la española que apareció en un periódico de Beirut y donde el reseñista, conmovido, afirma que la novela parece haber sido escrita secretamente para los lectores del Líbano, ya que describe, como en una pesadilla o un sueño, la crisis política y social que se está viviendo desde hace medio siglo en ese país. Es una magnifica ilustración de los poderes de la ficción.

-¿Qué lugar ocupa, en tus proyectos editoriales, la poesía venezolana?

-Creo que un buen lugar. He estado releyendo en estos días de confinamiento el manuscrito de la traducción de la poesía de Ramos Sucre que han hecho Philippe Dessommes y François Géal. Un trabajo fiel y exigente. Es la primera traducción de una muestra significativa de la obra del cumanense en Francia y debe de aparecer, a fin de año, en una colección de la Imprenta Universitaria de Lyon. Llevará un breve prólogo que he escrito para presentarlo ante el lector francés. Espero que, para cuando salga, podamos organizar un bautizo y un lanzamiento como se debe en Paris y Lyon. También he formado el proyecto de preparar una breve muestra para la NRF (La Nouvelle Revue Française) de nuestra última poesía; en especial, de un pequeño grupo de poetas de la diáspora que, muy recomendados por Rodrigo Blanco Calderón, me han impresionado por la lectura que han ido elaborando no solo de la crisis de Venezuela sino de su propia trashumancia y de la crisis global por la que estamos pasando. Pero habrá que esperar a que acabe la pandemia, para ponerlo en marcha.

-¿Alguna publicación de tu autoría en perspectiva?

-En septiembre, la Fundación Volkswagen debe publicar el volumen colectivo con los textos de las intervenciones en el coloquio de Hanover sobre literatura latinoamericana y edición contemporánea, un encuentro internacional sobre circulaciones literarias actuales que organizamos el año pasado con Gesine Muëller y Benjamin Loy. Entre tanto, sigo trabajando en un nuevo libro de poemas y en un ensayo sobre la historia del neobarroco, de Rubén Darío a Perlongher, que espero acabar al final del verano. Vamos a ver si hay tiempo para tanto.


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