Perspectivas

Guillermo Morón y los clásicos

20/11/2021

Guillermo Morón. Fotografía de Guillermo Ramos Flamerich

Tengo en mi biblioteca a los griegos y los latinos.

Me gusta acercar mi ignorantísima curiosidad a sus palabras permanentes.

Recuerdo haberle contado una vez a Guillermo Morón acerca de una idea que me inquietaba por aquel tiempo. Era una noche merideña de comienzos de los noventa, en un agasajo que hacía al presidente de la Academia Nacional de la Historia la Asociación de Profesores de la Universidad de Los Andes. La idea que me rondaba me llevaba directamente a él: la influencia de los antiguos griegos en la descripción de la naturaleza americana, tal y como se encuentra en la Crónica de Indias. Recuerdo que Morón me escuchó con mucha atención y amablemente me invitó a verlo en Caracas para que conversáramos. Lamentablemente esa reunión nunca se dio, y con el tiempo al idea terminó por convertirse en mi pequeño libro La curiosidad compartida (Caracas, 2006). Sin embargo, el tiempo y las lecturas de los libros de Morón me confirmaron que el interés que había mostrado el maestro por lo que esa noche le había contado un pichón de helenista era genuino.

Llama la atención el gusto, la pasión que Guillermo Morón mostró siempre por los clásicos grecolatinos. Pasión que seguramente cultivó durante los años de Gotinga y Hamburgo, donde cursó estudios de filosofía y lenguas clásicas, según coinciden sus biógrafos. Ese gusto se muestra sobre todo en cuatro de los más de veinte libros que publicó. Pienso en El libro de Ephorus (1977), el Primer libro de los fragmentos (1979), Los más antiguos (1986) y finalmente Sobre griegos y latinos (1993), en realidad una antología de lo anterior. Y no es que los antiguos estén ausentes del resto de su obra. Pienso también en el Catálogo de las mujeres, novela publicada en 1994 y cuyo título está inspirado en un poema atribuido a Hesíodo. Así como el viejo poema, inventario de las heroínas que se enamoraron de dioses y alumbraron la raza de los héroes, la novela de Morón hace un recuento de mujeres seducidas y encuentros amorosos en las comarcas del occidente venezolano que tanto conoce.

El Libro de Ephorus son en realidad cuatro libros. Morón se inspiró en Éforo de Cumas, historiador que vivió en el siglo IV a.C. Diodoro Siculo, quien preservó su obra transcribiendo extensos fragmentos en su Biblioteca histórica, dice que Éforo fue el primer autor de una historia universal. La historia de Éforo estaba escrita en veintinueve libros, abarcando desde las Guerras Sagradas libradas por Delfos en el siglo VI hasta el asedio de la ciudad tracia de Perinto, después Heraclea, por parte de Filipo II de Macedonia en el 338 a.C. Cada libro posee su propio prólogo y versa sobre un tema diferente, de modo que se trata más de una historia temática que cronológica. Así también el Libro de Morón reúne comentarios sobre autores europeos y americanos, si bien reunidos de manera bastante caprichosa. El primero trata de autores antiguos (Platón, Sófocles, Jenofonte, Estrabón, Diógenes de Apolonia, Cicerón, Varrón, Dion Casio, Catón el Censor…); el segundo, de autores medievales y modernos (Bocaccio, Juan de Mena, Gonzalo de Berceo, Miguel de Cervantes, Juan de Mariana, Pío Baroja…); el tercero contiene un comentario de las Leyes de Indias junto a textos dedicados a autores como Nicolás Guillén, Augusto Roa Bastos, Julio Cortázar o Carlos Fuentes. El cuarto es aún más variopinto. Contiene comentarios acerca de Arístides Rojas, Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez o Arturo Uslar Pietri, pero también de Cronistas de Indias como fray Pedro de Aguado, fray Pedro Simón y José de Oviedo y Baños. Cierra esta parte un comentario sobre la configuración territorial de Venezuela después de 1810, un fragmento sobre el estoico Apolonio de Rodas y una selección de fábulas venezolanas. Bajo este aparente caos yace sin embargo una idea matriz que, como leitmotiv, se repite a lo largo de su obra: la de la existencia de una tradición grecolatina, española, latinoamericana y venezolana pertenecientes a una misma familia intelectual.

Dos años después, Morón publicará, en esa misma tónica, su primer libro propiamente dedicado al mundo grecolatino. El Primer libro de los fragmentos es eso precisamente: fragmentos en que el autor presenta, rememora, evoca autores, libros, lugares, nombres de la Grecia y la Roma antiguas. Morón se inspira en un texto que revolucionó los estudios de historiografía antigua en el siglo XX, los Fragmentos de los historiadores griegos (Die Fragmente der Griechischen Historiker, Leiden, 1958-1968) de F. Jacoby. Teopompo de Quíos, Luciano de Samosata, Marcelino Amiano, Aquiles Tacio, Arquíloco, Estilpón de Megara, Licofrón, Teognis de Mégara, Herodoto y Safo, “morena y pequeña”, son algunos de los autores a los que Morón dedica su atención. No creamos que se trata de un simple catálogo de exotiqueces antiguas, un “gabinete” al modo de los ilustrados. Morón sabe que la historia y la literatura, por sí mismas, de nada sirven, son erudición que se mira el ombligo, vana exhibición. Sabe que los clásicos seguirán vivos solo si seguimos el trazo de su huella entre nosotros, tratando de explicar su andadura. Por eso no faltan las alusiones, las explicaciones que aclaran nuestro aquí y ahora más inmediato: “la fábula griega, esópica, es el más remoto antecesor del cuento” –comenta a propósito de Esopo- “es decir de Jorge Luís Borges, de Julio Garmendia, de Oscar Guaramato”. En Morón, la relación con los nuestros es mucho más que un excurso, una ocurrencia, aunque pudiera parecerlo.

En la misma orientación de El libro de los fragmentos, Los más antiguos es una voluminosa colección que aparecerá siete años después, publicada por la Academia Nacional de la Historia. Este nuevo título recoge sesenta y ocho fragmentos aparecidos en su columna sabatina “Escrito en la pared”, en la página C-1 del diario El Nacional. En su prólogo Morón confiesa su fuente. No sin un poco de humor, advierte de las diferencias entre sus fragmentos y los de los griegos: “También yo escribo fragmentos, solo que no a la manera de los griegos de Jacoby, sino al modo particular de este oscuro y primitivo escritor caroreño, cuiqueño y venezolano de hoy”. De nuevo aparecen autores conocidos y menos conocidos: junto a Herodoto, Polibio y Estrabón se cuentan Cleón el demagogo, que acusó injustamente a Tucídides y logró que le impusieran el exilio; el orador Polo de Ácragas, malo malísimo que se enfrenta a Sócrates dialécticamente en el Gorgias platónico; Esquitino de Teos, poeta satírico que puso en verso la doctrina de Heráclito, o Filistides de Malos, autor de unos Comentarios a la Ilíada. Tampoco aquí Morón se olvida de las mujeres. Está Agarista, la madre de Pericles, pero también la hija de Tucídides que tal vez se llamó Hegesípiles, y que según Marcelino, autor de una Vida de Tucídides, fue quien en realidad escribió el libro VIII de la Historia de la Guerra del Peloponeso. Y también Pantea, la mujer más hermosa del Asia, esposa del general Abradatas de Sura, lugarteniente de Ciro, que ante la muerte de su marido se suicida sobre su cadáver, tal y como cuenta Jenofonte en la Ciropedia, para Morón “la primera novela histórica conocida”.

Sobre griegos y latinos no será sino el colofón de este fecundo recorrido. Se trata de una selección de todos los fragmentos, hecha por R. J. Lovera de Sola y con índices onomástico-geográfico y de pasajes citados, nada menos que por Blas Bruni Celli. El libro se compone de dos partes, una para los griegos otra para los latinos. A su vez cada una se compone de tres partes: “Los escritores y sus palabras”, “Ciertas ciudades” y “Mujeres de aquellos parajes”. Llama la atención el empeño de Morón por rescatar la memoria de las mujeres de la antigüedad, postergadas por filólogos e historiadores hasta tiempos recientes. Publicado en la “Colección Centenario” de la Academia Nacional de la Historia y reeditado por la Pontificia Universidad de Salamanca (1995), con sus cuatrocientas cincuenta páginas, Sobre griegos y latinos es muestra del profundo y vasto saber de Guillermo Morón sobre los antiguos, su pasión por estudiarlos y por darlos a conocer, por hacernos comprender que somos parte de su tradición y de su legado.


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