Perspectivas

Gigantomaquia

14/08/2021

El Coloso, atribuido a Francisco de Goya, 1080-1812. Museo del Prado, Madrid

Se trata de uno de los temas preferidos de la escultura griega. La mayoría de los templos, empezando por el Altar de Zeus en Pérgamo y el mismo Partenón, la representaban en los relieves de sus frontones y metopas. También el gran Fidias la esculpió en el escudo de la Atenea Crisoelefantina, la monumental estatua de marfil y oro que se erguía con sus once metros al interior del templo en medio de la Acrópolis. Pero también cientos de cerámicas que se conservan hasta hoy están decoradas con escenas de la titánica batalla entre los dioses y los gigantes, que es lo que significa la palabra, los portentosos cuerpos de estos monstruos con piernas de serpiente que se enfrentaron a muerte contra los dioses olímpicos en tiempos en que aún se estaba formando el universo.

La Gigantomaquia es uno de los llamados mitos “cosmogónicos” de la antigua religión griega. Los que pretendían explicar el largo y violento proceso de creación del “cosmos”, el universo complejo y ordenado, según creían. De nuevo nuestra fuente favorita es Hesíodo. En la Teogonía, el poeta nos cuenta que Urano (el cielo) había engendrado numerosos hijos con Gea (la tierra). Sin embargo Urano no permitía que Gea pariera, por temor a que sus hijos le arrebatasen el poder. La pobre Gea, se comprende, estaba que no podía, y ya a punto de reventar urdió un plan: haría que los hijos, que aún guardaba en su vientre, castraran a su padre cuando viniera en busca de sexo. Propuso el plan pero ninguno se atrevió, salvo Cronos (el tiempo). Éste en efecto mutiló a su padre, y de las gotas de sangre que salpicaron a Gea nacieron, al cabo de un año, los “altos Gigantes de resplandecientes armas, que sostienen en sus manos largas lanzas”. Del miembro mutilado de Urano nació también Afrodita, en medio de las espumas del mar, que por cierto es lo que quiere decir su nombre.

Apolodoro, en su Biblioteca Histórica, nos cuenta lo terribles que eran los Gigantes. Dice que eran “insuperables por su tamaño e invencibles por su fuerza, mostraban un temible aspecto, con una espesa pelambre cayendo de la cabeza y el mentón, y escamas de dragón en los pies”. Pero no solo era su aspecto. También su conducta era terrible, pues desde que nacieron “arrojaban al cielo árboles encendidos y enormes rocas”. No nos debe extrañar que los dioses olímpicos se movilizaran para acabar con ellos. Sin embargo, un antiguo oráculo del Destino les había advertido de que esto no sería posible sin la ayuda de un mortal. Entonces Zeus pidió a su hijo Heracles, que era mortal aunque con una fuerza sobrehumana, que los ayudara.

En su Nemea Primera, Píndaro nos cuenta que el adivino Tiresias vaticinó al héroe recién nacido su futuro:

…cuando los dioses en el llano de Flegra
salgan en lucha al encuentro
de los Gigantes, su cabellera lustrosa,
al golpe de las flechas de Heracles, impregnará la tierra.

Así el ciego augur lo había predicho: que tendría que flechar a los Gigantes cuando fueran heridos por los dioses. Apolodoro, en efecto, nos dirá que “Heracles remató con sus flechas a todos los moribundos”. Los Olímpicos habían vencido.

¿Pero por qué estoy contando todo esto? El mito de la Gigantomaquia simboliza, para los antiguos griegos, el triunfo del orden y la civilización contra la fuerza, la brutalidad y el caos, encarnados en estos singulares monstruos. Recordemos que, en el pensamiento griego, el kosmos, el universo, es ante todo orden natural y armonía, la ley secreta e inexorable que decreta la noche y el día, el movimiento de los astros, el ciclo sabio de la vida y la muerte. El mito nos quiere recordar cuán difícil es conquistar ese orden. La batalla es una alegoría de la sangre y el esfuerzo que cuesta lograr esa convivencia armónica que es el orden y la civilización. Pero hay además un detalle del relato que creo conveniente resaltar, y es que por esta vez, y solo por esta vez, es un mortal el que ayuda a los dioses. En todos los mitos, los dioses son los que ayudan a los mortales, pero en éste, es un mortal el que debe ayudar a los dioses, sin cuya ayuda los dioses simplemente no pueden lograr su objetivo. Es como si el mito quisiera decirnos que solo mediante la lucha conjunta de dioses y hombres, los de arriba y los de abajo, se puede vencer a los monstruos y preservar el orden, la convivencia y la civilización. Solo cuando los dioses y los mortales se ponen de acuerdo es posible derrotar a los gigantes.


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