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En diciembre de 1919 –pronto hará un siglo– se publicó Cesarismo democrático. Estudios sobre las bases sociológicas de la constitución efectiva de Venezuela, controvertido texto de Laureano Vallenilla Lanz donde se expone la tesis del “gendarme necesario”, doctrina que sirvió para sustentar, intelectualmente, la dictadura de Juan Vicente Gómez. No obstante, el volumen continúa generando reflexiones pues varios de los asuntos que trata mantienen inusitada vigencia en el contexto venezolano actual.
Como recordatorio de su centenaria publicación, presentamos dos trabajos escritos especialmente para nuestra página e incorporamos el primer capítulo del polémico libro.
La sola enunciación del asunto que vamos a tratar ha despertado cierta curiosidad tenebrosa en algunos espíritus tan cultos como patriotas, los cuales comprendiendo la necesidad que tienen los pueblos de abrigar un ideal y de profesar una religión, temen que yo venga aquí a cometer un atentado contra las glorias más puras de la patria, diciendo y comprobando que aquella guerra, a la que debemos el bien inestimable de llamarnos ciudadanos en una nación y no colonos, puede colocarse en la misma categoría que cualquiera de nuestras frecuentes matazones; de las cuales, sea dicho de paso, tampoco tenemos razón de avergonzarnos: pues las revoluciones, como fenómenos sociales, caen bajo el dominio del determinismo sociológico en el que apenas toma parte muy pequeña la flaca voluntad humana; y porque la guerra, fácil sería comprobarlo, ha sido aquí como en todos los tiempos y en todos los países, uno de los factores más poderosos en la evolución progresiva de la humanidad.
Decir que la guerra de la Independencia fue una guerra civil, no amengua en nada la gloria de nuestros Libertadores. “Toda guerra entre hombres, dijo Víctor Hugo, es una guerra entre hermanos, la única distinción que puede hacerse es la de guerra justa y guerra injusta”; y la humanidad hace mucho tiempo considera como las más justas de todas las revoluciones aquellas que llevan por objeto la emancipación de los pueblos y el acrecentamiento de la dignidad humana.
I
Nuestra guerra de Independencia tuvo una doble orientación, pues a tiempo que se rompían los lazos políticos que nos unían con la madre patria, comenzó a realizarse en el seno del organismo colonial una evolución liberadora en cuyo trabajo hemos consumido toda una centuria, hasta llegar al estado social en que nos hallamos, el cual reclama los dos grandes remedios de todos nuestros males: población para dejar de ser un miserable desierto y hacer efectiva la democracia por la uniformidad de la raza, y educación para elevar el nivel moral de nuestro pueblo y dejar de presentar la paradoja de una república sin ciudadanos. No sabemos, en verdad, por qué habrá de ser menos meritoria la obra de los revolucionarios del 10 y del 11 y de los guerreros que realizaron o consolidaron la Independencia de Hispanoamérica porque sus contendores fuesen en la mayor parte americanos. Ni tampoco por qué habrá de empequeñecerse la gloria de Páez en la Mata de la Miel y en el Yagual, porque el ejército realista estuviese mandado por el Padre Torrellas y Facundo Mirabal. Ni hayan de marchitarse los laureles de Las Queseras cuando se recuerde que el más terrible contendor de ese día glorioso fue el caraqueño Narciso López, en aquella carga formidable, en que Rondón, llenando de asombro al mismo Páez, contesta a los aplausos de éste con una de las frases más épicas en la historia militar de la América: “Cuando vi a Rondón ―dice Páez― recoger tantos laureles en el campo de batalla, no pude menos que exclamar: —Bravo, bravísimo, comandante. —General, me contestó él, aludiendo a una reprensión que yo le había hecho después de la carga que dieron a López (al mismo Narciso) pocos días antes —General: así se baten los hijos del Alto Llano”.[ii]
Y ¿por qué ha de ser un baldón para Venezuela el hecho de que los degolladores capitaneados por Boves, Yáñez, Morales, Calzada, fuesen venezolanos? ¡No, señores! Tan franceses fueron los guillotinados como los guillotinadores de la Revolución, y nadie discute que aquella orgía de sangre “arrojó sobre la tierra torrentes de civilización”.
Yo creo –y me baso para ello en el estudio circunstanciado que he hecho de nuestra historia– que lejos de ser una deshonra para nuestros Libertadores el haber combatido casi siempre contra los propios hijos del país, su heroísmo y su perseverancia cobran, por ese mismo hecho, mayores quilates. ¿Cómo podría explicarse la prolongación de aquella guerra, la más encarnizada de Hispanoamérica, si nuestros próceres hubieran tenido que combatir únicamente contra los quince mil soldados que vinieron de España durante todo el curso de la guerra?
La independencia de casi todas las Repúblicas de Suramérica fue decidida en una gran batalla. En Carabobo se conquistó a Caracas, pero la guerra, que ya tenía diez años, continuó en el resto del país casi con la misma intensidad. No quedaban ejércitos peninsulares; apenas se señalaba uno que otro oficial expedicionario, pero poblaciones enteras continuaron proclamando al Rey de España hasta 1827, con la revolución de Agustín Bescanza, y el 29 con Arizábalo, en cuyos movimientos estaban comprometidos multitud de venezolanos cuyos apellidos estamos pronunciando todos los días.[iii]
La actuación de las tropas peninsulares en Venezuela no tuvo la enorme influencia que se ha creído; y puede decirse que nada favoreció más la causa de la Patria como la llegada del Ejército Expedicionario de Morillo, pues se ve claramente cómo después que pisan tierra los españoles combatientes de Napoleón, comienzan a brotar patriotas de aquel suelo que parecía agostado por el caballo de Boves.
Pero para mayor claridad vamos a decir con número cómo fue que España no hizo sino auxiliar tardía y mezquinamente a la gran mayoría de venezolanos que sostuvieron sus banderas. Así tuve ocasión de comprobarlo en Madrid en 1908 a algunos de mis colegas en la Real Academia de la Historia que criticaban la tenacidad con que España había sostenido una lucha imposible.
En Maturín, en la tremenda derrota que sufrió Monteverde el año 13, dice Heredia que sucumbió toda la poca tropa española que había en Venezuela. Del año 13 en adelante, hasta la llegada de Morillo, apenas arriban a nuestras playas alrededor de 1.500 hombres; y es de hacer notar que en ese período es cuando Bolívar realiza su prodigiosa campaña desde Cúcuta con las batallas de Niquitao, Barquisimeto, Barbilla, Las Trincheras y Araure; cuando José Félix Ribas combate en La Victoria con la juventud de Caracas contra los puros llaneros del Guárico; cuando Campo Elías, tan español como Boves, combate contra éste mandando ambos tropas venezolanas; cuando Rafael Urdaneta sostiene el sitio de Valencia contra esos mismos llaneros, que luego invaden a Caracas, persiguen la emigración hasta el Oriente, llenan de sangre y de cadáveres las trescientas leguas que separan a Caracas de Maturín y de Urica, y después de la muerte de Boves reciben en Carúpano, bajo las órdenes de Morales, en número de cuatro mil, al Ejército Expedicionario de Morillo. En todo ese largo período de cruentísima guerra yo no veo otra cosa que una lucha entre hermanos, una guerra intestina, una contienda civil y por más que lo busco no encuentro el carácter internacional que ha querido darle la leyenda.[iv]
Hay un hecho digno de tomarse en cuenta y que no he sido yo el primero en observar. Los hombres que mandaron las montoneras delincuentes de aquellos años, aunque isleños y peninsulares muchos de ellos tenían largos años de residencia en el país, habían ejercido los oficios y profesiones que los ponían más en contacto con la gente del pueblo,[v] y en presencia del Ejército Expedicionario eran tan extraños como cualquiera de los llaneros del Guárico o de Apure, de Barcelona o de Barinas.
Morillo hizo con mucho acierto esta misma observación, y hablando del coronel Sebastián de la Calzada, dice que: “aunque valiente, sumamente práctico en las provincias y con gran influjo entre sus habitantes a cuyo carácter y costumbres ha sabido atemperarse, ha sido más a propósito para manejar las grandes reuniones de gente del país, que para mandar una división de europeos”.[vi] Calzada era, pues, un general tan criollo como cualquiera de los que han figurado en nuestras guerras civiles; y como Calzada existían muchos otros que arraigados en suelo venezolano y vinculados estrechamente con sus habitantes, luchaban en aquella guerra por intereses y pasiones velados entonces con el nombre del Rey de España, como se han velado más tarde con otros nombres más abstractos, los mismos intereses y las mismas pasiones.
II
Hasta 1815, la inmensa mayoría del pueblo de Venezuela fue realista o goda, es decir, enemiga de los patriotas;[vii] sólo aquellos que lo hayan olvidado pueden haberse sorprendido del tema de esta conferencia. El historiador Restrepo, que para seguir la táctica política de declamar contra la crueldad española, se olvida a veces hasta de sus propias palabras, al relatar los sucesos de aquellos años crudísimos, se pregunta sorprendido: “¿Cuáles habían sido las causas para que desde las márgenes del Unare hasta el Lago de Maracaibo y desde el Orinoco y el Meta hasta las costas del Atlántico, la mayor parte de los pueblos hubieran tomado las armas y se degollaran unos a otros, acaso el mayor número en favor de un rey prisionero que no conocían?”[viii] “A fines del año 13 –dice más adelante– ningún patriota podía habitar en los campos ni andar solo por los caminos. Era necesario vivir en las ciudades y lugares populosos o marchar reunidos en cuerpos armados”.
El General Rafael Urdaneta, el ilustre guerrero que fue después Presidente de la Gran Colombia, nos ha dejado también una pintura pavorosa del estado en que se hallaban los pueblos en aquellos mismos días: “De aquí para adelante (hacia Caracas), decía desde Trujillo, son tantos los ladrones cuantos habitantes tiene Venezuela. Los pueblos se oponen a su bien y el soldado republicano es mirado con horror; no hay un hombre que no sea enemigo nuestro; voluntariamente se reúnen en los campos a hacernos la guerra, nuestras tropas transitan por los países más abundantes y no encuentran qué comer; los pueblos quedan desiertos al acercarse nuestras tropas y sus habitantes se van a los montes, nos alejan los ganados y toda clase de víveres, y el soldado infeliz que se separa de sus camaradas, tal vez en busca de alimentos, es sacrificado”.
Y bien, señores: esos pueblos de que habla el General Urdaneta no se componían de españoles; ellos eran tan venezolanos como los soldados que acompañaban al heroico defensor de Valencia, y por más que busco no encuentro la razón de que aquella guerra no fuese una guerra entre hermanos, es decir, una guerra intestina.[ix]
El Libertador mismo, que tanto empeño tuvo con el decreto de Trujillo y con sus frecuentes indultos en establecer una honda separación entre venezolanos y españoles y que en los documentos públicos, guiado por el interés político habló algunas veces de guerra internacional, nos ha dejado la más evidente comprobación de lo que estamos diciendo.
Al participar a los pueblos de Venezuela, desde San Carlos, la victoria de Araure, les dice: “La buena causa ha triunfado de la maldad: la justicia, la libertad y la paz empiezan a colmaros con sus dones… Tenemos que lamentar, entre tanto; un mal harto sensible: el de que nuestros compatriotas se hayan prestado a ser el instrumento odioso de los malvados españoles. Dispuestos a tratarlos con indulgencia a pesar de sus crímenes, se obstinan no obstante en sus delitos, y los unos entregados al robo han establecido en los desiertos su residencia, y los otros huyen por los montes, prefiriendo esta suerte desesperada a volver al seno de sus hermanos, y a acogerse a la protección del Gobierno que trabaja por su bien. Mis sentimientos de humanidad no han podido contemplar sin compasión el estado deplorable a que os habéis reducido vosotros, americanos, demasiado fáciles en alistaros bajo las banderas de los asesinos de vuestros conciudadanos”.
Estos eran los conceptos del Grande Hombre, en pleno triunfo, cuando realizaba su gloriosa campaña de 1813. Un año más tarde, cuando tras las derrotas que comenzaron en La Puerta ve sucumbir la Patria bajo los cascos de los caballos llaneros, decepcionado y violento, lanza contra aquellos mismos pueblos, enemigos de la Independencia, esta tremenda acusación:
“Si el destino inconstante hizo alternar la victoria entre los enemigos y nosotros, fue sólo en favor de pueblos americanos que una inconcebible demencia hizo tomar las armas para destruir a sus libertadores y restituir el cetro a sus tiranos. Así parece que el cielo, para nuestra humillación y nuestra gloria, ha permitido que nuestros vencedores sean nuestros hermanos y que nuestros hermanos únicamente triunfen de nosotros…”[xi] No os lamentéis, pues, sino de vuestros compatriotas, que instigados por los furores de la discordia os han sumergido en ese piélago de calamidades, cuyo aspecto solo hace estremecer a la naturaleza, y que sería tan horroroso como imposible pintaros.
“Vuestros hermanos y no los españoles han desgarrado vuestro seno, derramado vuestra sangre, incendiado vuestros hogares y os han condenado a la expatriación. Vuestros clamores deben dirigirse contra esos ciegos esclavos que pretenden legaros a las cadenas que ellos mismos arrastran. Un corto número de sucesos por parte de nuestros contrarios ha desplomado el edificio de nuestra gloria, estando la masa de los pueblos descarriada por el fanatismo religioso y seducida por el incentivo de la anarquía”.[xii]
III
Con un velo pudoroso ha pretendido ocultarse siempre a los ojos de la posteridad este mecanismo íntimo de nuestra revolución, esta guerra social, sin darnos cuenta de la enorme trascendencia que tuvo esa anarquía de los elementos propios del país, tanto en nuestro desarrollo histórico como en la suerte de casi toda la América del Sur. Venezuela fue, por causa de aquella lucha formidable, “una escuela de guerra para todo el continente”.
Si el levantamiento contra España hubiera sido unánime; si todos los núcleos pobladores de Venezuela hubieran levantado el estandarte revolucionario, conservándose desde luego –como sucedió en Norteamérica aun en medio de la guerra– la organización social de la Colonia, muy otra habría sido la historia nacional; y el ejemplo de Chile que no vio sucumbir sus altas clases sociales, que todavía predominan, es bastante a comprobar nuestro aserto.[xiii] España, entonces, no hubiera podido sostener la guerra por largo tiempo y sólo en dos batallas como Chacabuco y Maipó, hubiéramos asegurado la Independencia de Venezuela y Nueva Granada. Jamás nuestros caballos llaneros hubieran pisado las altas cumbres de los Andes meridionales y nuestro Libertador tendría en la Historia más o menos las mismas proporciones que el General José de San Martín.
Pero otro habría sido también nuestro desenvolvimiento social y político. Porque Venezuela ganó en gloria lo que perdió en elementos de reorganización social, en tranquilidad futura y en progresos moral y material efectivos. Nosotros dimos a la Independencia de América todo lo que tuvimos de grande: la flor de nuestra sociedad sucumbió bajo la cuchilla de la barbarie, y de la clase alta y noble que produjo a Simón Bolívar, no quedaban después de Carabobo sino unos despojos vivientes que vagaban dispersos por las Antillas y otros despojos mortales que cubrían ese largo camino de glorias desde el Ávila hasta el Potosí.[xiv]
De manera que cuando el Libertador regresó del Perú el año 27 era un hombre exótico en Venezuela: le faltaba el ambiente en que había vivido, en que se habían formado su alma y su cerebro. Nada más elocuente, nada más sugestivo que la célebre carta escrita desde Cuzco a su tío D. Esteban Palacios, emigrado a Europa desde los comienzos de la revolución, porque esas debieron ser las propias impresiones del Libertador cuando pisó su ciudad natal después de Carabobo.
“Usted se encontrará en Caracas como un duende que viene de la otra vida y observará que nada es de lo que fue.
“Usted dejó una dilatada y hermosa familia: ella ha sido segada por una hoz sanguinaria; usted dejó una patria naciente que desenvolvía los primeros gérmenes de la creación y los primeros elementos de la sociedad; y usted lo encuentra todo en escombros, todo en memorias.
“Los vivientes han desaparecido: las obras de los hombres, las casas de Dios y hasta los campos han sentido el estrago formidable de la naturaleza.[xv]
“Usted se preguntará, asimismo, ¿dónde están mis padres, dónde mis hermanos, dónde mis sobrinos?
“Los más felices fueron sepultados dentro del asilo de sus mansiones domésticas,[xvi] y los más desgraciados han cubierto los campos de Venezuela con sus huesos, después de haberlos regado con su sangre. ¡Por el solo delito de haber amado la justicia! Los campos regados por el sudor de trescientos años han sido agostados por una fatal combinación de los meteoros y de los crímenes. ¿Dónde está Caracas?, preguntará usted.
“¡Caracas no existe!”.
Y en verdad, aquella Caracas que tuvo en su seno una de las sociedades más brillantes de Hispanoamérica; aquel grupo de caballeros distinguidos y de mujeres encantadoras que tanto subyugaron al Conde de Ségur; aquellas mansiones que parecían el asilo de la felicidad, todo había sido arrasado, todo había sido destruido, no por los españoles sino por el torrente incontenible de la democracia. La libertad proclamada tan generosa, tan cándidamente por los nobles patricios que iniciaron la revolución, había tomado las formas de aquella rastrera y horrorosa serpiente de que nos habla Lord Macaulay en su hermosa perífrasis.
Ya lo tenemos escrito en otra parte. Cuando el alma popular se siente sacudida por una conmoción repentina y violenta, lanza a lo lejos su grito o su sollozo, como el tañido de una campana que repercute en el espacio; pero como la liga del metal que vibra, el sentimiento popular es siempre impuro. El vaso donde se condensan los sentimientos de las multitudes tiene en el fondo un sedimento que toda sacudida puede hacer subir a la superficie cubriendo de una espuma de vergüenza el licor brillante y generoso. Eso es lo que sucede en todos los grandes trastornos de la naturaleza: en los ciclones, en los terremotos, en las revoluciones. Todos los pueblos han sufrido esa dolorosa experiencia: los hombres que permanecen en la sombra en tanto que el orden impera, se rebelan, desde que el freno social desaparece, con sus instintos de asesinato, de destrucción y de rapiña.
En nuestra guerra de Independencia la faz más trascendental, la más digna de estudio es aquella en que la anarquía de todas las clases sociales dio empuje al movimiento igualitario que ha llenado la historia de todo este siglo de vida independiente.[xvii]
IV
La lucha entre los patriotas y los españoles enviados expresamente de la Península a sostener la guerra, no llena sino unas pocas páginas de nuestra historia.[xviii] Los ejércitos de Morillo no podían de ningún modo enfrentarse, en un territorio y un clima como los nuestros, a aquellas montoneras heroicas, a aquellos formidables llaneros que atravesaban a nado ríos caudalosos cuando los europeos habían menester puentes. Estos pedían los alimentos a que estaban habituados y las asistencias todas de los ejércitos regulares, cuando los venezolanos comían carne sin sal, andaban desnudos y se curaban las heridas con cocuiza.[xix]
La correspondencia de Morillo con el Gobierno español es un largo lamento por el abandono en que le habían dejado, pero es a la vez un himno al valor y a la constancia de nuestros Libertadores.
Cuatro años después de haber llegado a Costa Firme, donde parecía iba a restaurar para siempre la dominación española en América, el ejército de Morillo estaba reducido a menos de la tercera parte.
“Varias veces he informado a V. E. –decía al Ministro de la Guerra– de la inclemencia de este clima y de estos llanos para las tropas europeas, cuyo rigor se hace sentir tan duramente en la salud del soldado… Los continuos pasos de ríos y de caños, atravesando días enteros pantanos y lodazales, con el agua a la cintura, unido al escaso y miserable alimento del soldado en los arenales ardientes del Llano, ha ocasionado muchos enfermos de gravedad, y son muchos también los heridos por las «rayas» y mordeduras de los pescados llamados «caribes» y «tembladores», y muchos los devorados por los caimanes. En medio de tantos trabajos y sufrimientos, de la desnudez y miseria de algunos cuerpos y de la pobreza general de todos, puedo asegurar a V. E. que jamás se ha visto un ejército con mayores privaciones, ni con mayor ardor por sostener los sagrados derechos de su amado soberano”.[xx]
“La infantería europea que vino conmigo a Apure –dice en otra comunicación a su gobierno– se ha disminuido en muy pocos días de marcha a una tercera parte, por las calenturas y las llagas, quedando el resto débil y sin fuerzas para continuar la fatiga en algún tiempo, no tanto por el sufrimiento de los ardores del sol y de marchar constantemente por barrizales y agua hasta la cintura, como por la falta de alimento que nunca ha sido más que carne, con falta de sal muchas veces, y siempre con la de toda clase de recursos”. Y en la misma nota establece el contraste con los llaneros: “… el equipaje no les estorba, porque todos están en cueros, y las subsistencias no les dan cuidados porque viven sanos y robustos con la carne; hacen movimientos rápidos y felices que no pueden evitarse por más esfuerzos que en las marchas hagan nuestros soldados. Los llaneros se arrojan a caballo desde la barranca del río, con la silla en la cabeza y la lanza en la boca, y pasan dos o tres mil caballos en un cuarto de hora como si pasasen por un ancho puente, sin temor de ahogarse ni perder el armamento ni la ropa. De esta manera fatigan las columnas que les persiguen en marchas las más penosas que pueden darse, se pierden en pocos días un gran número de soldados que enferman en aquel pantanoso terreno y cuando consideran estas bajas, y el cansancio e inutilidad de nuestros caballos que no tienen dónde repararse, vienen a atacarnos o esperan el combate, como sucedió el 27 de enero de este año (1817) en la sabana de Mucuritas, donde el Brigadier La Torre, que los perseguía desde Casanare (sobre 150 leguas) apenas pudo hacer más que resistir el ímpetu de su numerosa caballería”.[xxi]
No obstante, el insigne general español sostuvo tres años más aquella tremenda lucha, porque todavía, durante ese lapso, contaba con tropas venezolanas. Cuando resolvió irse a España y echar sobre La Torre la responsabilidad de la derrota final, era porque ya la deserción de los venezolanos había llegado a ser incontenible.
Morillo, que el año 16 creía que con sus diez mil europeos, después de su paseo triunfal por la Nueva Granada, podía asegurar la paz de toda la América, pedía en 1819 treinta mil hombres, sin asegurar el éxito sólo en Venezuela, Pero nada más natural, porque en la misma fecha de la comunicación que he leído pinta la situación de los patriotas con los más hermosos colores: “La Guayana –dice– ha sido surtida con profusión de armas, municiones, víveres, vestuarios y buques de guerra. Bolívar, después de haber vestido y armado su ejército, tiene, según los avisos más ciertos, depósitos considerables de cuanto pueda necesitar y le llegan socorros de todas partes”. Y da un detalle interesantísimo que no debemos dejar pasar inadvertido: “Hemos visto por primera vez –dice el General Morillo– las tropas rebeldes vestidas a la inglesa completamente, y a los llaneros de Apure con morriones y monturas de la caballería británica”.[xxii]
Esto nos da lugar a reivindicar la probidad histórica de nuestro eminente artista Don Martín Tovar y Tovar, cuando en su hermoso cuadro de la batalla de Carabobo, presenta al ejército patriota lujosamente uniformado. Allí aparece el Negro Primero de dormán encarnado, con polainas y sin zapatos. Lo cual constituye una verdadera reconstrucción.
El Negro Primero, como todo hombre primitivo, tenía un gran amor por los uniformes brillantes. Cuando el Libertador iba a encontrarse por primera vez con el General Páez, dice éste, que el negro “recomendaba a todos muy vivamente que no fueran a decirle al Libertador que él había servicio en el ejército realista”. Semejante recomendación bastó para que a su llegada le hablaran a Bolívar del negro con entusiasmo, refiriéndole el empeño que tenía en que no supiese que él había estado al servicio del Rey.
Cuando Bolívar le vio por primera vez, se le acercó con mucho afecto, y después de congratularse con él por su valor, le dijo:
—Pero, ¿qué le movió a usted a servir en las filas de nuestros enemigos?
Miró el negro a los circunstantes como si quisiera enrostrarles la indiscreción que habían cometido, y dijo después:
—Señor: la codicia.
— ¿Cómo así?— preguntó Bolívar.
—Yo había notado –continuó el negro– que todo el mundo iba a la guerra sin camisa y sin una peseta y volvía después vestido con un uniforme muy bonito y con dinero en el bolsillo. Entonces yo quise ir también a buscar fortuna y más que nada a conseguir tres aperos de plata: uno para el negro Mindola, otro para Juan Rafael y otro para mí.
La primera batalla que tuvimos con los patriotas fue la de Araure; ellos tenían más de mil hombres, como yo se lo decía a mi compadre José Félix; nosotros teníamos mucha más gente y yo gritaba que me diesen cualquier arma con qué pelear, porque yo estaba seguro que nosotros íbamos a vencer. Cuando creí que se había acabado la pelea, me apeé de mi caballo y fui a quitarle una casaca muy bonita a un blanco que estaba tendido y muerto en el suelo. En ese momento vino el comandante gritando: “¡A caballo!” —¿Cómo es eso –dije yo– pues no se acabó esta guerra? —Acabarse, nada de eso; venía tanta gente que parecía una zamurada.
— ¿Qué decía usted entonces? —dijo Bolívar.
—Deseaba que fuésemos a tomar paces. No hubo más remedio que huir y yo eché a correr en mi mula, pero el maldito animal se cansó y tuve que coger el monte a pie. El día siguiente yo y José Félix fuimos a un hato a ver si nos daban de comer; pero su dueño cuando supo que yo era de las tropas de Ñaña (Yáñez) me miró con tan malos ojos que me pareció mejor huir e irme a Apure.
—Dicen –le interrumpió Bolívar– que allí mataba usted las vacas que no le pertenecían.
—Por supuesto, replicó, y si no, ¿qué comía? En fin, vino el Mayordomo (así llamaban los llaneros a Páez) a Apure y nos enseñó lo que era la Patria y que la diablocracia no era ninguna cosa mala, y desde entonces estoy sirviendo con los patriotas”.[xxiii]
Esta anécdota es de una gran significación histórica, porque revela la mentalidad de la mayoría de los hombres que después de haber servido con Boves y Yáñez, cometiendo los más espantosos crímenes, convirtiendo el territorio entero de Venezuela “en un vasto campo de carnicería” vinieron a ser con Páez, Monagas, Cedeño, Zaraza, los heroicos defensores de la Independencia; y además comprueba el prestigio que iba conquistando la causa de la Patria en el seno de las bajas clases populares, a los esfuerzos enormes de los próceres. Ya la Patria podía ofrecer a los que abandonaban las filas realistas, lo que constituía para ellos una ilusión: un uniforme y un apero; ya podía abrirles el camino de los honores, elevando hasta los esclavos, como Pedro Camejo, a las altas jerarquías militares.
V
De 1819 en adelante el General Morillo siente cómo España va perdiendo su antiguo prestigio entre los criollos. “La opinión pública ha cambiado de una manera asombrosa –decía– aun en los pueblos más decididos por la causa del rey”. Aquel ejército “compuesto por la mayor parte de los naturales” desertaba a millares. “Aquí se nos presentan por puntas” decía desde Guayana el General Soublette, empleando un término llanero.
Sin embargo, el doctor Juan Germán Roscio, al dar parte al Libertador de las proposiciones de paz dirigidas por Morillo a los patriotas a mediados de 1820, le dice: “Mientras los españoles tengan criollos con que hacernos la guerra, yo no espero otro género de proposiciones de paz que las de Morillo; mientras luchen con nosotros a nuestra propia costa, no variarán de sistema.
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“Al jurarse la Constitución española les hicieron creer que nosotros nos someteríamos a ella: el resultado contrario les indica que somos fuertes para la repulsa y para seguir la lucha, o que somos ya más poderosos que Morillo y sus comitentes; y la consecuencia es pasarse a nosotros…
“Si prosigue el abandono de su partido por los criollos, la España está obligada a hacer la paz; pero si no, no: porque la España en esta guerra ha contado siempre por fuerza principal suya la de los criollos guerreros y contribuyentes. Bien sabía esto el oficial español, que interrogado por un extranjero sobre el término de esta contienda, le respondió: ‘ella terminará cuando nos falten los criollos que nos ayudan’”.
Y cuando tiene noticias de que los realistas venezolanos se estaban pasando por millares, es aún más explícito: “A este paso llegaremos menos tarde al término que aspiramos, porque la España nos ha hecho la guerra con hombres criollos, con dinero criollo, con provisiones criollas, con frailes y clérigos criollos, con caballos criollos y con casi todo lo criollo; y mientras pueda continuarla del mismo modo y a nuestra costa, no hay que esperar de ella paz con reconocimiento de nuestra independencia”[xxiv]
Sería fastidioso continuar haciendo todas las citas que comprueban nuestra tesis. Basta agregar que hemos tenido el cuidado de recoger, tanto aquí como en España, más de trescientos apellidos de familias venezolanas muy distinguidas, cuyos progenitores sostuvieron por todos los medios la causa del rey de España, o para hablar con más propiedad, lucharon en contra de los independientes.[xxv]
Por eso afirmamos, que ocultar el carácter de guerra civil que tuvo la revolución, no sólo en Venezuela, sino en toda Hispanoamérica, es no sólo amenguar la talla de los Libertadores, sino establecer soluciones de continuidad en nuestra evolución social y política, dejando sin explicación posible los hechos más trascendentales de nuestra historia.
VI
La creencia, tan generalizada, de que los sostenedores del antiguo régimen surgieron únicamente de las clases bajas de la colonia, por ignorantes y fanáticas, es absolutamente errónea. Entre los realistas de Venezuela, como de toda Hispanoamérica, figuraron multitud de hombres notables que permanecieron en el país luchando en los campos de batalla, en la prensa, en las funciones públicas, en los tribunales de justicia, cooperando con su actividad, con su talento o con su dinero a sostener la lucha; o emigraron a las Antillas españolas y a la misma Madre Patria demostrando a toda hora su fidelidad al gobierno de España.
Si militares como los Torrellas, los Iturbe, los Ramos, los López, los Quero, los Arcaya, Carrera y Colina, Armas, Mesaron, Rubín, Capó,[xxvi] Olavarría, Lizarraga, Ramos, Gonín, Llamozas, Osío, Cárdenas, Casas, Camero, Inchauspe, Baca, Izquierdo, Illas, los Monagas (de Valencia), y mil combatientes más constituyeron el formidable apoyo con que contó España durante todo el curso de la guerra; multitud de hombres civiles entre los cuales se señalaron los doctores José Manuel Oropeza, Andrés Level de Goda, Felipe Fermín Paúl, Francisco Rodríguez Tosta, Ramón Monzón, José de los Reyes Piñal, Juan Antonio Zárraga, Pedro de Echezuría, Tomás José Hernández Sanabria, José María Correa, Vegas y Mendoza, Herrera, Mijares, Troconis, Michelena, Rojas, Fortique, Aguerrevere, Quinteto, Planas, Bescanza, Blanco y Plaza, Escorihuela, Burgos, Elizondo, Alvarado, Gallegos, Vacamonde, Altuna, Ezpelosín, y tantos otros cuyos nombres hemos recogido cuidadosamente, constituían junto con una multitud de españoles y canarios casados en Venezuela y con larga residencia, comerciantes, propietarios, procuradores y empleados de la administración, un poderoso partido de donde salieron los más íntimos consejeros de Monteverde, de Boves, de Morales y hasta de Rosete, quien tuvo como asesor al Doctor Tosta. Eran éstos los que formulaban aquellas listas de proscripción y de muerte; componían las juntas de secuestros, formaban los Ayuntamientos que protestaban a cada paso contra la independencia;[xxvii] clamaban en todos los tonos por el total exterminio de los patriotas y muchos de ellos llegaron a merecer, por la tremenda exaltación de las pasiones, por la insaciable ferocidad de sus odios, aun de los mismos funcionarios españoles el mote de somatenes.[xxviii]
En cambio, los españoles recién llegados, o de elevada posición social, en quienes no podían existir aquellas pasiones, que no eran sino la explosión de resentimientos acumulados durante largos años, en una sociedad como la colonial, compuesta de elementos heterogéneos y socavada por hostilidades latentes o declaradas, y cuyo equilibrio se sostenía merced al inmovilismo y al misoneísmo en que España mantenía a sus posesiones, pretendieron muchas veces dominar aquellas facciones exaltadas, solicitar medios de conciliación con los que ellos llamaban insurgentes y restablecer el orden por el imperio de la justicia y la equidad de los procedimientos, distinguiéndose entre ellos, militares como Cagigal, Correa, Miyares, La Torre, Ureña, calificados por los mismos patriotas de “humanos y generosos”; jueces impecables como Heredia, Vilches, Urcelay, Castro y Gali, que tantas veces fueron víctimas de los ultrajes y calumnias de los godos venezolanos y de los desalmados, que desconocieron su autoridad y en ocasiones pretendieron asesinarlos. Bolívar mismo estableció esa distinción, cuando en 1821, dirigiéndose a los godos caraqueños que se preparaban a emigrar les dice: “¡Realistas! Vuestro temor con respecto a las armas del rey en sus terribles reacciones, no es ya fundado, porque los jefes españoles son los generales La Torre y Correa; no son Boves ni Morales”.[xxix]
En los inmensos crímenes atribuidos exclusivamente a España, la mayor responsabilidad corresponde sin duda alguna a los realistas venezolanos y a los españoles y canarios que como Boves, Yáñez, Morales, Rosete, Calzada, estaban establecidos en el país desde hacía largos años, ejerciendo los mismos oficios de las clases bajas y participando naturalmente de sus instintos y de sus pasiones.[xxx] Pero la razón política ha venido influyendo de tal manera en la tradición y en la historia, que, es casi general la creencia de que en aquella lucha, se destacaron, tanto en Venezuela como en los otros países de Hispanoamérica, dos bandos perfectamente definidos: de un lado los americanos que luchaban por independizarse de “un poder extraño, de una nación extranjera, usurpadora de sus más sagrados derechos” y del otro, “los españoles, los extranjeros representantes de aquella horrible tiranía, que luchaban por mantener el ominoso yugo”. Y se ha creído siempre un deber patriótico ocultar los verdaderos caracteres de la revolución que fue, sin duda alguna, la primera de esa larga serie de contiendas civiles que han llenado el primer siglo de vida independiente en todas estas naciones, y que dio en la nuestra origen a los dos bandos políticos, que con diversas denominaciones y proclamando los principios abstractos del jacobinismo, perpetuaban inconscientemente los odios engendrados en aquella lucha sangrienta.
Boves, Morales, Yáñez, Rosete, Puig, Antoñanzas, Zuazola, execrados por la leyenda y por la historia, no fueron ni más tenaces, ni más valientes, ni más crueles, ni más perjudiciales a la causa de la Patria que la multitud de venezolanos realistas que componían sus ejércitos y cuyos nombres ha sido necesario ir descubriendo cuidadosamente, sacarlos de entre la maraña en que los ocultaba una tradición engañosa que persistía en llamar españoles a todos los que sirvieran en las filas realistas; y españoles y con el título de Don aparecen en la historia hasta los indígenas y hombres de color.
La necesidad de desacreditar a España imponía que fuesen a todo trance españoles y canarios los autores de aquellos espantosos atentados que con brillante pluma denunciaron ante el mundo Bolívar y Muñoz Tébar en el aciago año de 14… Pero Caracas y Cumaná habrían aclamado a Boves para quitarse del cuello la cuchilla insaciable del caraqueño Nepomuceno Quero y del cumanés Miguel Gaspar de Salaverría; y en razones justificadísimas se apoyó Antoñanzas para acusar ante la Regencia de España al doctor Andrés Level de Goda, cuando como Gobernador Civil de Cumaná, cometió tales excesos contra sus compatriotas, que “comparando su administración con la de Antoñanzas, parecía éste un hombre justo y sostenedor de las leyes”.[xxxi]
VII
Los calificativos de españoles y patriotas no aparecen sino en los documentos oficiales. Godo se llamó el partido realista en Venezuela como en casi toda la América, y godos continuaron llamándose entre nosotros los antiguos realistas, que merced a los constantes indultos de Bolívar fueron acogiéndose a las banderas de la Patria y tomaron parte activa en la política desde las primeras conmociones de la Gran Colombia. Nada más natural, nada más humano que aquellos hombres y sus inmediatos descendientes trajeran a las luchas políticas de la patria emancipada, los resentimientos, los odios, las pasiones y venganzas engendrados durante la cruentísima guerra de la Independencia.
Porque fue naturalmente sobre los realistas exaltados sobre quienes se descargaron las represalias de los patriotas en los días sangrientos de la guerra a muerte. No solamente españoles y canarios sucumbieron al filo de la cuchilla inexorable de 1814, a pesar de los términos precisos del decreto de Trujillo: junto con ellos, que en su mayoría estaban domiciliados y casados en Venezuela, cayeron muchos hijos del país.
¡Cuántas familias, cuyos apellidos figuran en las contiendas civiles de la República, fueron heridas en sus afectos y en sus intereses por las terribles represalias de aquellos años pavorosos! ¡Cuántas emigraron a playas extranjeras llevando en el alma los recuerdos inextinguibles de aquel drama de muerte y de exterminio, sometidas, del mismo modo que las familias patriotas, a los horrores de la miseria a que las condenaba la confiscación y destrucción de sus propiedades!
Téngase en cuenta, además, que en las matanzas de 1814, según todos los historiadores, “… la espada de la retribución hirió indistintamente al inocente y al culpable y que en los inescrutables designios de la Providencia estaba dispuesto que al pacífico e inofensivo ciudadano, cupiese la misma suerte que al criminal, que bien merecía tan terrible fin”.[xxxii] Despertando a la vida en medio de aquellos grandes dolores; educados en el horror y el odio que debían inspirarles los autores de aquellas medidas fatales llevadas a cabo en interés de una causa política, considerada por sus progenitores como un delito contra el rey y contra los más sagrados principios de la sociedad, se formaron muchos hombres que, al independizarse definitivamente el territorio venezolano, volverán al reclamo de sus antiguos hogares, se acogerán a las leyes de indulto y a los preceptos de la constitución, que acordaban “igualdad de derechos” a todos los nativos, sin tener para nada en cuenta las pasadas opiniones, pero trayendo sembrados en el alma, con toda la fuerza de las tradiciones de familia, los odios y resentimientos que iban a perpetuar la división y la anarquía.
Juan Vicente González precisa con su genial talento toda la trascendencia que necesariamente tuvieron aquellos hechos en las conmociones que por largos años agitaron la vida nacional: “… ¿por qué –exclama el grande escritor– envolver en la proscripción, a multitud de hombres laboriosos y de honestas costumbres, que fecundaban los campos, enlazados con los venezolanos, padres de compatriotas nuestros, que iban a ser enemigos necesariamente de los enemigos que inmolaban a los autores de sus días?… Hijo el venezolano del español con una madre, esposa de aquél, ¿no era terrible alternativa colocarle entre la patria y sus padres, parricida en uno u otro caso? Hacer de la fe de bautismo un título de muerte, proscribir padres, tíos, parientes ¿no era sembrar la discordia en las familias, romper los lazos más santos, destruir el respeto, preparar los días que atravesamos?”… “Pura de sangre la revolución por su heroico amor a la humanidad –dice más adelante– ella no nos habría legado el presente”.[xxxiii] Esto lo decía González en presencia de acontecimientos que tenían su origen en la guerra civil de la Independencia, y viendo cómo el correr de los años, no hacía sino avivar los odios que nacieron entonces. ¿No estaba observando que casi medio siglo después de la Guerra a Muerte figuraban en los dos partidos contendores los mismos apellidos de la magna lucha? De un lado los godos Torrellas, Rubín, Capó, Baca, Gorrín, Cárdenas, Unceín, Ramos, Casas, Romero, Illas, Quintero, Quintana, Vegas, Rivas, y la inmensa mayoría de los apellidos civiles del realismo; del otro los patriotas, liberales, federales: Urdaneta, Briceño, Arismendi, Monagas, Pulido, Ayala, Ibarra Alcántara, Sotillo, toda la legión de los descendientes de los Libertadores y de los Próceres civiles, siendo raras las excepciones, en uno y otro bando.[xxxiv]
VIII
Fueron los realistas, militares y civiles, y sus descendientes inmediatos, quienes unidos a los patriotas adversarios del Libertador y contrarios a la unión colombiana, constituyeron aquel partido poderoso que desde 1822 se apoderó de la prensa y de los Ayuntamientos, convirtiéndolos, como en el antiguo régimen, en intérpretes y defensores de sus intereses y de sus pasiones, comenzando por protestar contra la Constitución del Rosario de Cúcuta. En 1825, acusa a Páez que hasta entonces había permanecido más o menos sometido al Libertador y al Gobierno de Bogotá, por la ejecución de la ley de milicias, para rodearle un año más tarde cuando se alce contra la Constitución y desconozca la autoridad del Vicepresidente. Mantendrá a Venezuela en un estado de constante agitación proclamando los más opuestos principios políticos, interviniendo en las elecciones hasta llevar sus representantes al Congreso, apoderándose de los Tribunales de Justicia, de las jefaturas políticas de las localidades; y por último, con Páez a la cabeza, promoverá el movimiento eminentemente popular de la disolución de la Gran República, para fundar sobre bases absolutamente opuestas a las ideas reaccionarias del partido boliviano en los últimos días de Colombia y a las naturales tendencias de predominio de los Libertadores, la República centro-federal de 1830. Fue aquella la primera fusión que se realizó en Venezuela;[xxxv] una corta tregua en la lucha de los partidos, y como consecuencia inmediata la reacción violenta de los patriotas, con las revoluciones de los años 31 y 35 contra los godos que se habían apoderado del Gobierno.
Fueron los realistas, con la cooperación de uno que otro de sus antiguos adversarios, quienes apoderados de la dirección de la República, pretendieron revivir las disciplinas tradicionales, las fuerzas conservadoras de la sociedad, casi desaparecidas en el movimiento tumultuoso y oclocrático de la revolución, y establecer, a pesar de los principios constitucionales y llamándose los amigos del orden, una especie de mandarinato, fundado principalmente en una oligarquía caraqueña de “tenderos enriquecidos con actitudes de personajes”, y llevando sus energías y su audacia hasta cometer el error de sustituir a Páez, el genuino exponente de la revolución social victoriosa, con el doctor José María Vargas, quien en medio de un pueblo militarizado, no tenía otras credenciales que las del saber y la virtud, y a quien con sobrados fundamentos calificaban de godo los patriotas intransigentes y engreídos.
Los historiadores que no se han detenido a observar las diversas etapas de nuestra revolución política y social, que no han tenido en cuenta que la Revolución de la Independencia fue al mismo tiempo una guerra civil, una lucha intestina entre dos partidos compuestos igualmente de venezolanos, surgidos de todas las clases sociales de la colonia, no aciertan a comprender la verdadera significación, el origen preciso del calificativo de godo, con que se designó al núcleo de realistas e hijos de realistas que rodeó al General Páez desde 1826.[xxxvi]
La significación política de la Batalla de Carabobo, y su influencia en la evolución interna de Venezuela no han sido apreciadas aún en toda su importancia. El espléndido triunfo de Páez, que necesariamente decidió al Libertador a colocarlo en el mando supremo de la parte central de Venezuela, como Comandante General del Departamento, fue una singular fortuna para aquellos tiempos. Páez era el único hombre capaz de contener con su autoridad y su prestigio, a las hordas llaneras, dispuestas a repetir a cada instante, sobre las poblaciones sedentarias, los mismos crímenes que en 1814; y ser al mismo tiempo, por especiales circunstancias, una especie de providencia para los numerosos elementos realistas que hasta última hora combatieron contra la Patria. Ya el nombre del Caudillo debía de serle grato a aquel partido por su conducta para con los antiguos subalternos de Boves y de Yáñez que él había sabido atraer con rara sagacidad a las filas de la Independencia; ahora en el mando de Venezuela se convierte en el protector del elemento civil, en el amparo de los somatenes, de los emigrados, llegando hasta desobedecer al propio gobierno de Bogotá, al oponerse a la ejecución del decreto de 1823 que mandaba expulsar del país a los desafectos de la Independencia.[xxxvii] Páez no había figurado en las sangrientas tragedias de 1814, su nombre no estaba asociado a ninguno de aquellos hechos engendradores de odios y de venganzas inextinguibles, y era por tanto el más llamado a unificar bajo su autoridad a todos aquellos núcleos en quienes había desaparecido ya la esperanza de ver restaurado el antiguo régimen, pero que necesariamente traían a la política todas sus pasiones en contra de los independientes; sus principios de jerarquización social y sus ambiciones de predominio, en una Patria, que si ellos no habían creado, no por eso dejaba de pertenecerles, ni podían dejar de amarla con la misma intensidad que sus adversarios. Ellos habían sido también patriotas a su manera, y luchando a favor de España, creyeron sinceramente que la Revolución de la Independencia fue prematura.
Sin estudiar con criterio libre de prejuicios todos los antecedentes que hemos anotado; sin aplicar a nuestra copiosa documentación los métodos establecidos por los maestros de la ciencia, haciendo una crítica profunda de “Interpretación, de Sinceridad y de Exactitud”, es de todo punto imposible explicarse la reacción anti-boliviana, limpiar al pueblo venezolano de la mancha de ingratitud que han arrojado sobre él los historiadores superficiales, demostrar las razones esencialmente humanas de aquella explosión de odio que se descargó sobre el Padre de la Patria, como el representante de un partido político, y exponer por último, de acuerdo con el determinismo sociológico, el origen y desenvolvimiento necesario y fatal de todos los gérmenes anárquicos que brotaron como cizañas venenosas al romperse la disciplina social de la colonia y que de manera tan poderosa han influido en todos los acontecimientos de nuestra vida nacional.
[Tomado de: Laureano Vallenilla Lanz. Cesarismo democrático y otros textos. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1991. pp. 19-37]
*
En el presente estudio están refundidos la conferencia pronunciada en el Instituto Nacional de Bellas Artes de Caracas, la noche del 11 de octubre de 1911 y unos fragmentos publicados en la revista caraqueña Alma Venezolana.
[ii] Páez, Autobiografía, Tomo I, p. 182.
[iii] O’Leary, Correspondencia del General Páez, Tomo II, pp. 102 y ss.
[iv] El total de las tropas salidas de España con destino a todas las colonias insurrectas desde 1811 hasta 1819 fue de 42.167 soldados de todas las armas. De 1811 a 1815 sólo vinieron a Venezuela alrededor de l.800 hombres; 1.000 traídos en 1814 por el Coronel Salomón y el resto enviados en pequeñas partidas por las autoridades de Cuba y Puerto Rico. De los 10.000 que componían la expedición de Morillo, 1.700 siguieron al Perú y 600 a Puerto Rico. (Memoria presentada a las Cortes por el Ministro de la Guerra. Marqués de las Amarillas, el 14 de julio de 1820). Para este mismo año, según los estados recibidos por el Ministerio de la Guerra en Madrid, el Ejército realista en toda la América alcanzaba a 95.578 hombres, de los cuales sólo eran expedicionarios 23.400. De modo que el número de soldados americanos montaba a 73.178. En Venezuela el número total era de 12.016, clasificados de este modo:
Expedicionarios… 5.811
Veteranos del país… 6.080
Milicianos… 125
Total… 12.016
El número de caballos alcanzaba en Venezuela a 6.426. De éstos, sólo 426 habían sido traídos de España. Debe tomarse en cuenta respecto a Venezuela, que desde 1816 la mayor parte de los venezolanos que componían los ejércitos de Boves y Yáñez se habían ido pasando a la patria y servían bajo las órdenes de Páez, Monagas. Zaraza, Cedeño, Rojas, etc. Véanse Blanco y Azpurúa. —Doc. Vol. Vil, Págs, 190 a 192. Restrepo. Hist. Tomo 11, p. 430, en nota. Páez. —Autobiografía, Tomo 1, p. 135 y passim.
[v] «El uno era un antiguo pirata, el otro un doméstico servil e ignorante: cuál de ratero había pasado a Jefe militar y éste era un figonero soez». Baralt, Hist. 1, p. 186.
[vi] Rodríguez Villa. Biog. de Morillo, III, p. 481.
[vii] Al capitular Maracaibo en 1823, se embarcaron para Cuba “más de mil habitantes que por su desafección a la causa de la Independencia no querían sujetarse al Gobierno de la República”. —Restrepo.- Hist. 111, pág. 333—. De Coro, de Cumaná, de Caracas, las familias realistas huían a la llegada de los patriotas como si un ejército conquistador hubiera ocupado el territorio. Cuando el Libertador pasó por Coro a fines del año 26 le dice a Urdaneta: “El resto del pueblo es tan godo como antes. Ni aún por mi llegada se acercan a verme, como que los pastores son Jefes españoles (realistas). —Yo creo que si los españoles se acercan a estas costas, levantarán cuatro o cinco mil indios en esta sola provincia”. O’Leary, Cartas del Libertador, XXX, p. 300.
[viii] Restrepo. —Hist. II, p. 213.
[ix] En la Capitanía General de Venezuela, según el Censo de 1810, existían únicamente 12.000 españoles nacidos en la Península y en Canarias. Revela ignorancia quien hable de millones de españoles residentes en Venezuela, y de cincuenta mil españoles hábiles para las armas. El censo generalmente aceptado por los historiadores es el siguiente:
Indios de raza pura… 120.000
Esclavos negros… 62.000
Blancos europeos e isleños… 12.000
Criollos blancos e hispanoamericanos… 200.000
Castas mixtas de todas razas… 406.000
Total… 800.000
[xi] Estos hermanos, estos compatriotas de que hablaba el Libertador eran los defensores del rey de España comandados por Boves, Yáñez, Morales, etc., eran venezolanos, a quienes un patriotismo mal entendido quiere convertir en españoles peninsulares para dar fundamento a una tesis insostenible.
[xii] O’Leary. XIII, p. 457 y ss.
[xiii] “Si la Gran Bretaña hubiera podido contar a lo menos con 40 o 50.000 hombres adictos a su causa en los diferentes puntos de nuestro país y si éstos hubieran poseído la mayor parte del capital activo y ejercido los principales empleos públicos, habría sido infructuosa nuestra resistencia”. Brakenridge. Hist. de la independencia de los Estados Unidos. —Comparando Laboulaye la revolución norteamericana con la francesa, dice: “Agréguese que esta revolución no se parecía a la nuestra, pues todas las clases de ciudadanos estaban acordes: el enemigo era un amo extranjero que quería imponerse a la América: no existían enemigos interiores. La resistencia estaba por donde quiera, la anarquía en parte alguna”. —Estudios sobre la constitución de los Estados Unidos, p. 125.
[xiv] “Desde el principio de la guerra han ido extinguiéndose poco a poco los blancos y ya en los pueblos de tierra adentro, apenas se ve alguno de ellos, siendo negros y mulatos la mayor parte de los habitantes, hasta en las mismas costas”. Comunicación del General Morillo al Gobierno de España. —Rodríguez Villa, Biog. de Morillo, 111, p. 433.
[xv] El Libertador, como cualquier sociólogo moderno, consideraba las revoluciones como fenómenos naturales.
[xvi] Muertos por el terremoto del año 12.
[xvii] “Cada día me lastima más la suerte de mi patria; decía el Libertador, y cada día parece más irremediable. En esta infausta revolución, tan infaustas son la derrota como la victoria: siempre hemos de derramar lágrimas sobre nuestra suerte. Los españoles se acabarán bien pronto; pero nosotros ¿cuándo? Semejantes a la corza herida, llevamos en nuestro seno la flecha y ella nos dará la muerte sin remedio, porque nuestra propia sangre es nuestra ponzoña”. Bolívar a Peñalver, Chancay, 10 de noviembre de 1824. O’Leary, XXX, p. 11.
[xviii] No puede desconocerse, por otra parte, que la presencia del Ejército español en Venezuela permitió al Libertador unificar bajo su autoridad a todos los elementos patriotas, dispersos y anárquicos que vagaban sin concierto posible por toda la extensión del territorio. Imponiendo a su autoridad única, no sólo pudo dar el frente a Morillo, sino libertad a la Nueva Granada, fundar a Colombia y realizar la campaña del Perú. Muy al contrario de lo acontecido en Argentina, donde no hubo ejércitos españoles qué combatir y la anarquía caudillesca y provincial que aquí terminó el año 17, se prolongó allá por largos años hasta la aparición de Rosas, y aún después. (Nota de la 2ª. edición).
[xix] Páez, Autob. Santander, Apuntamientos Hist.
[xx] Don Pascual Enrile, Jefe de E. M., enviado a España en solicitud de recursos, declara en junio de 1817 al Ministro de Guerra el estado desastroso en que se hallaba el ejército: “Presente todo lo dicho, se deduce que la fuerza principal del General Morillo es de la gente del país, y que en el Ejército tiene más de la mitad de bajas”. Rodríguez Villa, Ob. cit., III, pág. 296 y siguientes.
[xxi] Ob. cit., T. lll, passim.
[xxii] Ob. cit., III, pág. 1.
[xxiii] Páez, Autobiografía, T. I.
[xxiv] O’Leary. Memorias, T. VIH, pp. 495 y ss.
[xxv] Aquellos que no conocen de nuestros anales, por propia confesión, sino lo aprendido en los bancos de la escuela, y se erigen sin embargo en críticos (¡Geroncios de la Historia!) no se dan cuenta del empeño que ponían Bolívar y los escritores patriotas en dar a aquella guerra intestina el carácter de guerra internacional, con el fin de obtener el reconocimiento de la beligerancia por los Estados Unidos, Inglaterra, Rusia y Francia y obligar a España a reconocer la Independencia. “Aunque se interponga en favor de ésta (la Independencia) Estados Unidos, la Inglaterra, la Rusia y la Francia, España les manifestará las listas y estados de la fuerza armada en América, compuesta casi toda de criollos: les enseñará el censo de las provincias que le obedecen y que han jurado la Constitución: les mostrará el registro de contribuciones, donativos, suplementos, etc., desembolsados por la gente criolla… La mayoría de los americanos obedientes al enemigo, es el obstáculo para el reconocimiento de nuestra independencia; sobre lo cual insisten mucho los escritores enemigos, y ellos mismos confiesan que sin el auxilio de esta mayoría habría sido la más desesperada tenacidad hacernos la guerra”. Correspondencia del Doctor Juan Germán Roscio con el Libertador, Ob.cit. Estas cartas están fechadas un septiembre de 1820: diez meses antes de la batalla de Carabobo y nueve años después del 19 de abril.
[xxvi] Los dos hermanos, Francisco y Benito, naturales de Mallorca, residían en Barcelona desde hacía largos años y estaban casados en aquella ciudad. Sus descendientes figuraron después en el partido godo, como tantos otros hijos de españoles realistas.
[xxvii] Véase, por ejemplo, el Manifiesto de las Provincias de Venezuela a todas las naciones civilizadas de Europa, llamado generalmente manifiesto trilingüe, porque fue publicado en español, francés e inglés, suscrito en su totalidad por venezolanos que componían los Cabildos el año 1819. —Blanco y Azpurúa. Documentos, T. VI, pp. 648 y ss.
[xxviii] Heredia, Memorias, p. 220: “Así llamaban por apodo a los godos exaltados”.
[xxix] Blanco y Azpurúa. T. VII, p. 610.
[xxx] Véase el segundo estudio del doctor Ángel César Rivas, titulado “La Segunda Misión a España de Don Fermín Toro”. Ensayos de historia política y diplomática, pp. 256 y 257, donde expone la influencia del elemento peninsular y canario en la guerra de Independencia y en las guerras civiles subsecuentes.
[xxxi] Restrepo. Hist. de Colombia. T. II, p. 115: “Aseguran las memorias de aquel tiempo desgraciado el haberse mostrado Quero más cruel que el mismo Boves, quien se dejaba influir por los consejos de algunos realistas de probidad, como los Joves, Navas, Espíndola y José Domingo Duarte; así fue que se tuvo como una gran desgracia su pronta marcha de Caracas”, Id id., p. 267. “En los días siguientes continuó la matanza por el Gobernador que Boves nombrara, llamado Miguel Gaspar Salaverría, hijo de Cumaná, Este fue el feroz asesino de sus compatriotas”. Id. id., p. 281. Una de las víctimas de Salaverría fue don Baltasar de la Cova, bisabuelo paterno de quien esto escribe.
[xxxii] O’Leary, Narración, T. I, p. 192.
[xxxiii] Biografía de José Félix Ribas, pp. 59 y 61.
[xxxiv] En otros estudios tratamos ampliamente este asunto, pues creemos con Fustel de Coulanges en la enorme importancia que tienen los nombres de familia para el estudio de la evolución de las sociedades.
[xxxv] En nuestra jerga política se ha llamado fusión la unión momentánea y proditoria de los dos bandos históricos para derrocar a un gobierno. En 1830 patriotas y godos se unen para desconocer la autoridad del Libertador, disolver a Colombia y reconstituir nuestra Patria venezolana. El 58 godos y liberales se unen contra Monagas y el 68 vuelven a unirse, después de una lucha sangrienta de cinco años, para derrocar el régimen de Falcón reconociendo como jefe de la Revolución Azul al mismo Monagas, a quien habían tumbado diez años antes por tirano.
[xxxvi] En aquel mismo año escribía el General Pedro Briceño Méndez al Libertador: “Con respecto a la opinión pública, yo hallo que no hay que temer sino de parte de los godos, porque efectivamente es el partido dominante”. —O’Leary, Correspondencia, VIII, p. 232. El General Rafael Urdaneta le dice también al General Páez reprochándole su rebelión contra el Gobierno de Bogotá: “… no lo dude, compañero, Ud. está cercado de godos y de malvados… Vuelvo a repetirle mi súplica y a llamar su atención al último paso de los godos; es un hecho que estamos sembrados de espías para dividirnos ¿y será posible que Ud. involuntariamente concurra a hacerles ese servicio?”. Ob. cit., VI, pp. 137 y ss. En otros estudios pormenorizaremos estos hechos. Godo no significó nunca en nuestra jerga política ni Doctor, ni hacendado, ni mucho menos blanco y aristócrata, como erróneamente se ha estado creyendo. Godo se llamó al antiguo realista y a su descendiente, cualquiera que fuese su condición social, su posición económica, el color de su piel y sus principios políticos; y de godos calificaron también a los antiguos patriotas y a sus descendientes que, individualmente y por consecuencias naturales de la política se unieron a sus antiguos adversarios en las luchas civiles subsiguientes; del mismo modo y por iguales razones se llamaron liberales a algunos descendientes de realistas, que también por causas individuales se unieron a los antiguos patriotas desde 1835. Estas excepciones, no hacen sino confirmar la existencia en plena República de los dos mismos bandos antagónicos que combatieron durante la guerra civil de la Independencia, lo cual echa por tierra el falso concepto de la creación de un partido liberal en 1840.
[xxxvii] Urdaneta dice a Páez en la carta a que hacemos referencia: “… Cuando en 1823 esa misma gente (los godos) se alarmó contra el decreto de expulsión que en toda la República tuvo efecto, menos en Venezuela, entonces consiguieron un gran triunfo con la oposición que U. mostró a la ejecución de dicho decreto; U. que perseguía esa facción era entonces el único cuerpo que gravitaba sobre ella, pero con aquel paso formaron la idea de enseñorearse de U. y les fue fácil”. O’Leary, Correspondencia, VI, p. 140. Véase además la Correspondencia del General Carlos Soublette y varios folletos de la época que existen en la Biblioteca Nacional, donde se ve claramente el tacto y la sagacidad política con que procedió el General Páez, pues los realistas comprendidos en el decreto, estaban íntimamente ligados por relaciones de familia y muchos otros nexos con personas influyentes como el Marques del Toro, Tomás Lander, Pedro Díaz, “tenido y habido por godo –dice el General Urdaneta– y, como tal, reputado por todos los patriotas” y el mismo General Francisco Carabaño, que acababa de regresar de España, a donde fue enviado prisionero en 1812, junto con el General Miranda. Es curioso el dato de que entre los que debían expulsarse figurara Antonio Leocadio Guzmán, “hijo de un godo bravo” y quien después se hizo llamar Ilustre Prócer de la Independencia, Coronel, Secretario del Libertador, y años más tarde, Fundador del Partido Liberal.
Laureano Vallenilla Lanz
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