Artes

Fred Cabeza de Vaca y el arte como mercado

06/04/2019

Nietzsche, mientras describe la pulsión dionisíaca y la anhelada reconciliación entre hombre y naturaleza en El nacimiento de la tragedia, afirma: “también en el ser humano resuena algo sobrenatural: se siente dios, él mismo camina ahora tan estático y erguido como en sueños veía caminar a los dioses. El ser humano no es ya un artista, se ha convertido en una obra de arte”. Más allá de la categoría estética del contexto en que estas palabras están dichas, la frase podría describir también con atónita precisión la nueva actitud que se impone como valoración del artista contemporáneo, sobre todo del que entendemos como conceptual.

Para empezar, hay saturación artística e hipertrofia literaria. La sobreabundancia de obras ha magnificado la mediocridad. Algunos premios suelen estar bajo sospecha y detrás de cada “novedad” hay un aceitado sistema de promoción y marketing que ha sido preparado en aras del mercado y las “utilidades”. Cada cuadro, libro o escultura es un producto. Cada artista o escritor una marca. Cada frase, un eslogan. Cada propuesta, un interés. Cada acción, una venta. Sin embargo, dentro del caos del prostíbulo suele aparecer cada tanto un destello invocado desde la necesidad y el talento que, como gota de agua en el desierto, intenta devolver el arte a su lugar natural, ese en el que no es un medio, sino un fin en sí mismo.

Estas reflexiones aparecen diseminadas de muchas maneras en la novela Fred Cabeza de Vaca (2017) de Vicente Luis Mora. Este libro propone, a través de los procedimientos del asombro, la reflexión seria sobre lo que el ser humano ha terminado haciendo con el arte (y la literatura). Aunque la novela se centra en las relaciones entre criticar y crear desde la perspectiva del arte conceptual, involucra también todos los mecanismos sociales, culturales y políticos que modelan determinados discursos y estimulan los procesos que logran la legitimación de una obra o un artista. En ese sentido, la astucia lo es todo. El dinero y el prestigio son conceptos completamente ajenos al ámbito artístico y, sin embargo, nunca antes estuvieron tan entroncados al arte como en la actualidad y, por lo que se avizora, en el porvenir (la novela también se plantea hacia el futuro). No se trata de sugerir la burda idea de que artistas (y escritores) sólo son narcisistas embobados por el egotismo, cuyos verdaderos objetivos son el dinero y la fama, sino de intuir que los ámbitos entre el arte, el dinero y la autopromoción podrían estar más vinculados entre sí de lo que el gusto por la pureza romántica nos ha hecho creer y que además quizás haya sido así desde siempre. Quién sabe. De antemano, esta imagen del artista calculador nos puede parecer chocante, vil y repugnante. Pero las preguntas que subyacen en el libro serían: ¿el mundo del arte está sumido en tantas miserias? ¿el éxito abrumador de un artista o escritor termina por convertirlo en un sujeto vil y repugnante? ¿el único escape es el divino fracaso que proponía Cansinos Assens? ¿es posible que un artista realmente serio sea a la vez abrumadoramente exitoso en este sospechoso mundo de hoy? ¿o son sólo justificaciones teóricas y estéticas de la vileza?

La novela se ofrece como investigación biográfica del artista español más importante desde Picasso. La sospechosa Natalia Santiago Fermi emprende la tarea nebulosa de intentar poner en blanco sobre negro aspectos menos conocidos del sospechoso artista plástico Fred Cabeza de Vaca a través de sospechosos elementos tales como notas, entrevistas, testimonios, memorias, artículos, correos electrónicos y elucubraciones. El pastiche de fragmentos hace que el retrato de Fred sea tan difuminado como indignante y las conclusiones no son tan certeras como la biógrafa pretende. Ingresar a los aspectos del ámbito más privado e íntimo de un artista es confrontar el mundo del deber ser con el del ser. Y el primero será una parodia grotesca que, además, es asumida como tal.  Porque las preguntas definitivas son: ¿hasta qué punto el arte es verdadero? ¿no sería esta la pretensión más absurda y paradójica de todas? ¿qué tiene que ver el arte con la verdad?

Fred Cabeza de Vaca surge como gran lector del mundo actual. Sabe cómo funciona el sistema cultural y sabe cómo operan los mecanismos del éxito. Desde el ingenio, pasando por el oportunismo, el machismo, el chantaje, la prostitución y la provocación ingresa decididamente al estrellato artístico universal para dar un puñetazo sobre la mesa. Es el artista como crítico y el crítico como artista, no sólo por su periplo vital sino sobre todo por su capacidad de racionalizar y rentabilizar todas sus acciones, palabras, omisiones y silencios. Su técnica es el consumado nihilismo y su estímulo es su arraigado narcicismo. Su obra maestra será él mismo y su facilidad para “follarse” al mundo. De cualquier situación, hace un planteamiento teórico favorable a sus intereses más mundanos. Cada gesto puede convertirse en performance artístico cotizado. Cada mujer seducida es un número que sostiene la arquitectura de su entelequia. Cada “esfuerzo” está signado por el deseo de multiplicar el dinero y proyectar más lejos su nombre. Sobredimensionar la farsa para producir reflexión sobre el arte de la farsa, precisamente. Gabriela (54) o su madre, son sólo tachaduras en su implacable tránsito hacia la construcción de la imagen definitiva de sí mismo. Sus obras buscan siempre el giro transgresor para instalarse como feroz crítica al consumismo, a la tragedia migratoria, a la insensibilidad, al deterioro democrático, a la explotación de la enfermedad y el dolor. En fin, el trasfondo de toda su obra artística es la crítica al funcionamiento del mundo y su pasmosa deshumanización; pero (¡vaya cinismo!) estos son sólo medios para alcanzar mayor trascendencia y repercusión. Ocultar su banalidad y su ambición tras la máscara del activista preocupado con supuesta sensibilidad social y política. Establecer un Principio que no termina de ser expresado, que no se sabe bien en qué consiste, pero del que todo el mundo habla y finge estar enterado. La novela socava la percepción actual del sistema cultural que ha dejado de ser expresión de lo que debe prevalecer de la humanidad, para convertirse en un rubro más del mall con grandes ofertas en que se ha convertido el arte. Que el mundo haya sido siempre un mercado se constata en la comedia griega de la antigüedad, en las Sagradas Escrituras y en el teatro barroco áureo, por ejemplo. Pero que el arte sea ahora únicamente mercado es un fenómeno terrible, decadente, novedoso y apocalíptico. Cuestionarlo no sólo sería una actitud artística digna y necesaria, sino urgente.

Fred Cabeza de Vaca es uno de esos libros desconcertantes (en el buen sentido) que nos obligan a pensar qué estamos leyendo realmente. El autor nos hace preguntarnos todo el tiempo por todo. Propone un desafío inteligente a través de una parodia inteligente. Este crítico/artista/calculador riojano es una hipérbole, un extremo, una hipertrofia de todos los defectos contemporáneos que se alimentan del poder del ego consagratorio. La perspicacia, el olfato y la inteligencia se vuelven prodigios sociales de éxito, pero son en realidad los grandes impedimentos para la genuina maduración del artista verdadero. Este personaje, que escoge nombre de conquistador español arrebatado por los naufragios, esboza en su propia figura el triunfo obsesivo del yo como una venta definitiva, como una biografía futura que será best seller calculado también. Su intuición brillante de lo que es el mundo en general y España en particular, y su lucidez titánica acabarán abrasados en la hoguera del éxito rotundo que, en realidad, sólo engendra el bostezo. Curioso además que suela intervenir y pronunciarse artísticamente en los grandes conflictos de estos años, desde las batallas de las grandes farmacéuticas, pasando por la guerra de Siria o la cuestión catalana. Al final, todo se mide en números, rating, rentabilidad, beneficios.

Sus memorias y confesiones nos alumbran los espejos interiores y recuerdan un poco a aquel personaje de Dostoievski que decía que todos pensábamos cosas que no nos confesaríamos ni a nosotros mismos. También recuerda un poco esa imagen de Herrera y Reissig fingiendo que está drogándose con una inyectadora, para hacerse el interesante y el maldito. Y no por eso, sus poemas dejan de ser magníficos. Fred Cabeza de Vaca es un libro prodigioso que debería ser mucho más conocido en Hispanoamérica no sólo por su ingeniosa calidad y potente ambigüedad, sino por su implorante denuncia. Su lectura es un ejercicio crítico revelador y obliga a pensar sobre el sentido del arte y la literatura, en medio de la caótica perversión masiva de nuestra era consumista. De una forma que no era la que Nietzsche imaginó, Fred se pasea estático y erguido por el mundo, cada vez más cotizado. No sé por qué no me recordó tanto a un On Kawara español, sino a un inmisericorde fabricante de best sellers sentado en sillón de letra académica.


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