Fotografía de Jim Liestman | Flickr
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Villasimius, jueves 5 de agosto de 2021
Hoy es el cumpleaños de Constanza y el día que, además, la iglesia católica conmemora uno de los milagros más sorprendentes (los milagros siempre son sorprendentes) de la leyenda cristiana. Se trata de la improbable nevada que, en una demostración del poder divino sobre la meteorología, cayó sobre Roma un día como este de un año impreciso de la alta Edad Media. Aquí, en Cerdeña, no se sabe de nevadas en los últimos siglos. Algo parecido a lo que ocurre en los trópicos natales. Cuando era todavía una niña, y vivíamos todos en Venezuela, le escribí a Constanza este soneto que publiqué en Tristia (2008):
NIEVE
A Constanza
No aspiro para Valencia la brisa
del Hudson en enero. Ni lloviznas
de Providence, o el viento de otoño
arrastrando hombres y hojas a su paso.
No envidio las tormentas a destiempo
sobre los viñedos de Borgoña,
la transparencia del mar en Normadía
o el tedio de la Navidad londinense.
Hemos heredado el calor que no cesa
y la humedad entre los huesos.
Envejecemos en las noches de mosquitos
y nos levantamos a la aurora sin promesas.
Sólo un poco de nieve quisiera, una nevada
sobre la cabellera castaña de Constanza.
No imaginaba, cuando lo escribí, que Constanza, cambiaría en un momento dado, sus trópicos natales por una ciudad del norte de Italia, donde las nevadas sobre su castaña cabellera no son infrecuentes.
Villasimus, viernes 6 de agosto de 2021
Anoche celebramos el cumpleaños de Constanza frente al mar en el restaurante I ginepri, con espumante y el vibrante, mineral y marino, Vermentino, una uva blanca que en Gallura, zona al norte de la isla, produce unos blancos que pueden ser excepcionales. A sus nueve años la llevamos por primera vez a la isla de Margarita para que celebrara su próximo primer cumpleaños de dos cifras. Hoy, a esa misma edad, Alessandro festeja el de su madre, no frente al Caribe mar, sino a orillas del Mediterráneo, el mare nostrum que le corresponde como ciudadano italiano. Puede ser alucinante el tiempo, como el polvo que cae del cielo.
El tiempo
es polvo de estrellas,
una luz, un cristal
sobre la arena,
la música silenciosa
que cae
de la celeste esfera.
Para mí,
el tiempo pasa
y se detiene,
de Constanza
en su cabellera.
El tiempo de Newton
En L’ordine del tempo, Carlo Rovelli me recuerda esta cita de Newton:
“Di qui nascono i vari pregiudizi, per eliminare i quali conviene distinguere il tempo relativo, apparente e banale da quello assoluto, vero e matemático. Il tempo relativo, apparente e banale, è una misura sensibile ed esterna della durata per mezzo del moto, che comunemente viene impiegata al posto del vero tempo: tali sono l’ora, il giorno, il mese, l’anno. Il tempo assoluto, vero matemático, in sé e per sua natura scorre uniformemente senza relazione ad alcunché di esterno (“De aquí surgen varios prejuicios que, para eliminarlos, tenemos que distinguir entre el tiempo relativo, aparente y banal, del tiempo absoluto, verdadero y matemático. El tiempo relativo, aparente y banal es una medida sensible y externa de la duración por medio del movimiento, como la hora, el día, el mes, el año; y que, comúnmente, viene utilizada como tiempo verdadero. El tiempo absoluto, verdadero y matemático, en sí, y por su naturaleza, transcurre de manera continua sin relación con nada exterior”).
25. NEWTON
Pasa el tiempo,
aunque
no pase nada,
escribió
el inglés Newton
en su Principia,
en contra
de la opinión
aceptada.
Pero la vela
que se desliza,
blanca,
sobre
la mar salada,
pasa y pasa,
con mi vida
hacia la nada.
Más allá
están las islas
de una provincia
ignorada.
El tiempo allí
es cosa olvidada,
que pase,
o no pase
no interesa
a la mirada.
Milan, martes 5 de octubre de 2021
El orden del tiempo
Desde el pasado agosto no me separo de L’ordine del tempo, el “librito” de Carlo Rovelli. Se trata de una introducción, tan bien escrita como su Empédocles, a las diversas concepciones que, del tiempo, ha tenido el hombre occidental desde la Antigüedad greco-latina. Entiende Rovelli que, hasta comienzos del XX, dos fueron las grandes concepciones sobre el tiempo. La de Aristóteles, quien en su Física, afirmó que el tiempo es lo que nos sirve para medir los cambios que se producen en el universo y en nosotros. Sin cambios, afirmaba el griego, no hay tiempo porque, efectivamente, sin cambios nada pasaría, y si nada pasa el tiempo no existe. La segunda tesis es la que Newton expuso en su Principia. De acuerdo con esta intuición, el tiempo sería de dos tipos. Uno relativo, que es el de las horas, los días y semanas, y un tiempo absoluto, que es el tiempo de la matemática, que existiría aun cuando nada más existiera, e incluso cuando nada pasara. Pero otros griegos pre-aristotélicos, los griegos del mito, entendieron que el tiempo era algo absoluto, y lo concibieron como un dios al que llamaron Cronos, una divinidad primordial. Y siendo de naturaleza divina, el tiempo es omnipresente y eterno. Estuvo ya antes de que nada existiera, antes de las horas, días y semanas, y seguirá existiendo cuando todo desaparezca. Lo he dicho antes, el tiempo no pasa, el que pasa es uno.
ARROYO
El tiempo pasa
con el agua
de este arroyo blanco
que baja
de la montaña.
Y nosotros
nos quedamos,
en el puente
de tablas
agarrados
de la mano.
El tiempo,
en verdad,
no pasa,
solo nosotros
pasamos;
y ahora
nos lleva el agua
en corriente
olvidados.
El tiempo,
no obstante,
es un regalo,
y la vida
es este libro
cuyas páginas
ojeamos.
Cuántos son
los capítulos
es algo
que ignoramos,
solo el tiempo
lo sabe
porque lo ha
encuadernado.
El tiempo pasado
y el tiempo no pasado,
con recuerdos
y olvidos
es lo que cantamos
y amamos.
Alejandro Oliveros
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