Dos transformadores de la subestación Humboldt explotaron en La Ciudadela. Fotografía de Gaby Oráa | RMTF
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Enrique Osorio corrió hacia el balcón cuando escuchó el estruendo. El cielo se puso blanco. Rojo. Amarillo. Le siguió una densa columna de humo negro en forma de hongo. Olía a quemado. El edificio de enfrente le bloqueaba la visión. Por encima de sus once pisos veía fuego.
A 350 metros de allí, Óscar Belisario sintió temblar la pared de su cuarto. Estaba caliente. Vio llamaradas en la ventana. Escuchó lo que le pareció el rugir de un cohete. Se tiró al suelo y le gritó a su mamá, de 81 años. Se vistieron apurados. Abrieron la puerta del apartamento para huir. Del otro lado del pasillo de su piso, a Macarena Paz la explosión le sonó como fuegos artificiales, esos que desprenden luces de colores. Prendió la luz de su reloj. Era la 1:10 de la madrugada. Desde su balcón veía el resplandor del fuego que alumbraba el centro comercial Concresa al otro lado de la calle. Sin saber qué pasaba, abrió la reja de su apartamento para bajar las escaleras.
Desde su balcón, Enrique no podía ver qué pasaba más allá del fuego. Era la segunda vez que se asomaba esa noche. Diez minutos antes, escuchó una detonación. La tapa de una tanquilla eléctrica había volado por los aires frente a la clínica Leopoldo Aguerrevere en la calle trasera de su edificio. Sus bombillos bajaron la intensidad hasta casi apagarse. Cuando se iluminó el cielo, las luces eléctricas en toda la urbanización se extinguieron. Solo quedó el incendio. Por el balcón escuchó gritos: “¡Llegaron los aviones!”. “¿Para dónde corremos?”. “¡Los marines llegaron!”. Escuchó sirenas. No tenía señal en el celular, tampoco teléfono. Decidió aventurarse. Agarró sus llaves, una linterna y bajó por la escalera.
Óscar y su mamá, María Teresa, se encontraron con Macarena en el pasillo del primer piso. Viven en la torre sur de las residencias Los Hermanos, el primer edificio que se encuentra al entrar en La Ciudadela, una urbanización en Terrazas del Club Hípico. Los bomberos se encargaron de la evacuación de todos sus vecinos. Hicieron bajar también a los de la torre norte. Acababan de explotar dos de los cuatro transformadores de la subestación eléctrica Humboldt, que colinda con su residencia. La pared del apartamento de Óscar estaba justo a la altura del fuego. Desde la calle, les pareció que las llamas superaban los 11 pisos del edificio.
Los bomberos pidieron a todos los vecinos alejarse y llevar los carros lo más lejos posible en la calle para evitar que sus tanques de gasolina explotaran también. Los vecinos sacaron los vehículos y los estacionaron como pudieron en los 350 metros escasos que mide la avenida La Ticoporo, la calle estrecha de dos canales que atraviesa La Ciudadela.
—Ahora suena anecdótico, pero era de terror. Uno solo sabe lo que ve en las películas —contó Enrique después—. Nadie está preparado para esto. Cuando estábamos todos abajo empezaron a preguntar quién trajo agua, quién trajo esto. Nadie. Lo que traíamos era miedo.
La calle se llenó de personas preguntando qué pasaba. El calor del incendio, el olor a metal quemado y la luz de las llamas los acompañaron por cerca de una hora, el tiempo que le tomó a los bomberos controlar el fuego. Tardaron cuatro horas más para asegurar el área y evitar una nueva explosión. Vieron el amanecer del lunes 11 de marzo de 2019 en la calle, esperando ser autorizados a subir a sus casas.
La pintura gris del portón quedó casi toda negra, escarapelada. La cerradura medio derretida. Por los pequeños huecos en el metal de la puerta pudieron ver el suelo de piedras tan ennegrecido que parecía carbón. La subestación no tenía techo, por eso las llamas y el humo se elevaron tan alto. Adentro había seis pequeñas instalaciones, como casitas de color gris, sin daños. Al fondo, la maleza alcanzaba casi medio metro de altura. Del lado derecho, los cuatro transformadores, de unos cinco metros. Los dos más cercanos a la puerta estaban quemados por completo. Olía a chamuscado. El primer transformador siguió humeando hasta después del mediodía.
El lunes era el cuarto día consecutivo sin luz en toda la zona. La tarde del jueves 7 de marzo hubo un apagón que dejó sin electricidad a 22 de los 23 estados de Venezuela por una falla en la central hidroeléctrica del Guri, la principal fuente de energía eléctrica del país. Desde el Palacio de Miraflores, Nicolás Maduro afirmó que fue un “ataque electromagnético”. Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional juramentado como encargado de la presidencia de la República, afirmó que fue una falla consecuencia de falta de mantenimiento e inversión en el sector. Después del primero, Caracas vivió cuatro apagones más. En todo el fin de semana la ciudad no volvió a estar iluminada por completo. Llegaba energía por áreas, se iba minutos u horas después. Hubo zonas enteras que nunca recibieron energía en cuatro días. En el resto del país, la situación no era distinta. El Parlamento declaró Estado de alarma.
La Ciudadela y Terrazas del Club Hípico son dos de las zonas más afectadas por el apagón en el municipio Baruta, que pertenece al estado Miranda y forma parte del Área Metropolitana de Caracas. Desde el jueves, pocos edificios de la zona habían tenido luz. No más de media hora y solo dos de los cuatro días que habían pasado. Macarena y Óscar cumplían 80 horas consecutivas sin electricidad cuando explotó la subestación. El único edificio de toda La Ciudadela que nunca recibió energía fue el suyo, el que más riesgo corrió por la explosión.
Los bomberos les permitieron volver a las residencias a las 6:30 de la mañana. A diferencia de la mayoría, el edificio de Enrique sí tenía electricidad antes del estallido. Volvió a su casa a ver qué hacía con la comida que le quedaba en el refrigerador.
Óscar subió con su mamá al apartamento. Entre el susto y el trasnocho, ella necesitaba descansar. Con 81 años, su mamá todavía trabaja como secretaria en una clínica y hasta maneja su propio carro. Óscar, profesor de Educación Especial de 42 años, depende de ella económicamente. Está orgulloso de su profesión. No le da pena reconocer que lo mantienen. Sí le da pena decir su sueldo.
Macarena vive sola. Sus hijas emigraron hace años. Sin dormir, se cambió el pijama y fue a su trabajo. Por 30 años fue parte de una empresa transnacional del sector petrolero, que se retiró hace un año y medio de Venezuela. Es ingeniera mecánica. Con 60 años y dos posgrados, Macarena vende repuestos desde hace unos meses en un taller en Baruta. Pasa once horas al día de pie, vendiendo autopartes y barriendo la calle donde queda el local. La soledad en casa la empujó a tomar el trabajo. Ahora tiene con quien hablar.
—Es que había veces que si no había ido a comprar pan, me acostaba a la una de la mañana y no había dicho una sola palabra. Porque como con todos es por WhatsApp, todo escrito. Me iba a volver loca.
A las 10:00 de la mañana se volvió a encontrar con Óscar frente a la subestación. No pudo trabajar. El taller estaba cerrado. Subieron juntos a la pasarela que está frente a la entrada de la urbanización para ver los daños desde arriba. Tuvieron que abrirse paso. Estaba llena de personas que querían ver y tomar fotos.
—Si mi papá estuviera vivo estaría peleando con tu papá y con Caldera —dijo Macarena sonriéndole a Óscar— Es que mi papá era adeco y el de él copeyano.
—Pero se respetaban, que era lo más importante.
—Pues como era antes.
Ella se mudó al edificio en 1974 y él nació ahí en 1977. La mamá de Óscar es la propietaria con más tiempo en el edificio: vive en La Ciudadela desde 1972. La subestación Humboldt fue instalada en 1976 por la Electricidad de Caracas. Ese año, los papás de Macarena y Óscar protestaron la construcción.
—Se dijo que no debería estar allí. Era un riesgo para todos. Ellos lamentablemente hicieron caso omiso y la planta quedó, pero nunca había habido un acontecimiento así —explicó Óscar.
—Pero es que mira ese monte. Si ahí tienen soldados siempre. ¿Por qué no les dan un machete? Que los pongan a cortar ese monte en vez de estarnos martillando, pidiéndonos agua y pan cuando pasamos por ahí —replicó Macarena.
Aunque los vecinos se acostumbraron a ver a dos soldados custodiando la instalación todos los días, durante la explosión no estaban los funcionarios.
Boni Garófalo fue uno de los funcionarios que instaló esa subestación. También instaló muchas otras. Fue el vicepresidente de operaciones de la Electricidad de Caracas hasta 1993. Tenía a su cargo las instalaciones, la planificación, el mantenimiento.
—Esa subestación tiene cuatro transformadores de 25 MVA, con una capacidad firme de 75 MVA —explica—. Lo que yo vi en fotos es que hay destrucción de dos transformadores con dos cajas de conexionado de cables de 69.000 voltios. Eso deja fuera de servicio 50 MVA.
Para dar una proporción del daño, 50 MVA es el equivalente a la alimentación eléctrica de 70 edificios de 10 pisos cada uno. El área afectada es muy grande, principalmente residencial con algunos centros comerciales.
Cuando Garófalo se retiró de la Electricidad de Caracas, la ciudad tenía una demanda eléctrica estimada de 2.100 megavatios y era capaz de generar energía termoeléctrica para cubrir esa demanda en toda el Área Metropolitana. Hasta La Victoria, estado Aragua, en el oeste, y hasta Santa Teresa, estado Miranda, en el este.
—Esa generación térmica es indispensable para mantener la regulación de la tensión y transmisión desde Guri hacia el occidente del país. También sirve como generación de respaldo. En lugar de tener esa reserva directamente en Guri, se tiene en el centro del país. Como está repartido en varias plantas generadoras, si se cae una planta, otra sirve de relevo —explica Garófalo—. En la actualidad, la disponibilidad de plantas térmicas anda por el orden del 20%. El 80% de las máquinas térmicas están fuera de servicio, incluyendo Tacoa.
En febrero de 2007, el gobierno del expresidente Hugo Chávez anunció que el Estado debía reservarse las operaciones de generación y transmisión eléctrica. Ordenó expropiar la Electricidad de Caracas y la empresa pasó a manos del Estado en junio de ese año. El gobierno centralizó el control sobre el sector eléctrico un mes después, cuando creó la Corporación Eléctrica Nacional (Corpoelec), la cual surgió de la unificación de la Electricidad de Caracas con las otras nueve empresas regionales que manejaban la energía eléctrica en el resto del país: Edelca, Enelven, Enager, Cadafe, Enelco, Enelbar, Seneca y Eleval.
Ahora se estima que la demanda de electricidad en Caracas es de 1.800 megavatios. Garófalo señala que ha disminuido por el cierre de empresas e industrias. Pero la generación de energía la estima en 500 megavatios. La ciudad ya no era capaz de abastecerse antes de la falla en Guri.
Desde la pasarela, Macarena y Óscar vieron llegar una camioneta de Corpoelec. La primera que llegaba desde la madrugada. Bajaron y se unieron con los vecinos alrededor del portón, que los funcionarios cerraron al pasar.
Entre los que se aglomeraron afuera estaba Enrique. Bajó a ver cómo seguían las cosas. En su apartamento encontró un hilo de agua saliendo del refrigerador. Había dejado poca comida congelada, pero tantas horas sin electricidad estaban pasando factura. No perdió más porque el día anterior él y los vecinos de su edificio bajaron la mayoría de la carne que tenían e hicieron una parrilla entre todos. Como su edificio tiene piscina, se reunieron ahí para comer y algunos aprovecharon de agarrar agua para limpiar sus baños.
Después del primer apagón había intentado comprar bebidas para reponer en casa, pero las tarjetas no pasaban. La electricidad también afectó a los bancos y él no tenía bolívares en efectivo. Varios de sus vecinos comenzaron a pedir divisas prestadas en el edificio. Cuando salió, encontró que la panadería de Concresa estaba vendiendo a 14.000 bolívares los jugos que costaban 6.000 el día anterior. En la panadería de Prados del Este, un poco más lejos, se encontró con dos largas filas: una para pagar en dólares y otra en euros. No compró nada. Entre los precios y la parrilla, su nevera estaba casi vacía. El hilillo de agua bajo el refrigerador le advirtió que lo poco que tenía, lo estaba perdiendo. Quería saber si la electricidad iba a regresar.
Sin electricidad, la comida de las neveras se descongela. Sin electricidad, las bombas de agua no funcionan. Sin electricidad, tampoco encienden los teléfonos de casa. Solo funcionan aquellos que se conectan directo a la línea, analógicos, pero desde diciembre toda la zona tiene una falla de Cantv, la empresa de telecomunicaciones estatal que también es la principal proveedora de Internet. Para repararla, los técnicos exigieron hace un mes un dólar por apartamento entre más de diez conjuntos de residencias de Terrazas del Club Hípico y La Ciudadela, algunas con varias torres, casi todas de 10 pisos, con cuatro apartamentos cada uno. Pagaron, pero la falla persistió para la mayoría. Sin electricidad tampoco funcionan los servicios de telefonía celular. Nadie tenía señal para comunicarse.
Los mismos cuatro días que estuvieron sin luz los pasaron también sin servicio de agua, sin teléfono, sin señal en los celulares y sin Internet.
Los técnicos de Corpoelec salieron directo a su camioneta media hora después. Algunos vecinos los detuvieron en el camino. Advirtieron que no podían decir nada oficial, no eran autoridades, no tenían permiso. Pero uno de ellos le dijo a un vecino que eso se resolvía “rápido”. A otro vecino le dijeron que tomaría por lo menos 15 días. Ninguno explicó qué pasó.
Lo que sí explicaron fue que la tubería de gas, que pasa por debajo de la subestación, se reventó con la explosión. Les quitaron el único servicio que les quedaba.
El gobernador del estado Miranda, Héctor Rodríguez, dijo en una entrevista radial que recuperaron la electricidad del estado en un 80%, pero que la situación es inestable y se puede volver a perder.
—Visto que no está el sistema de control, hay alteraciones en el sistema y eso provocó el incendio en esta subestación —explicó el gobernador—. No tenemos capacidad de ver cuáles son las alteraciones porque no hay sistema de control operativo, todo se está levantando de manera manual.
La cuenta oficial de Corpoelec en Twitter no informó el lunes nada sobre el incendio. Luis Motta Domínguez, presidente de Corpoelec y ministro de Energía Eléctrica, no ha dado declaraciones públicas desde el primer apagón, ocurrido el jueves. No publica tuits nuevos desde el día anterior, cuando usó la red social para conmemorar el sexto aniversario de la muerte del expresidente Hugo Chávez.
Ninguno de ellos apareció en el lugar del incendio.
—Aquí no ha pasado el Ministerio de Energía, ni el presidente ni el vicepresidente ni alcaldes ni concejal de ningún tipo —reclamó Óscar—. Aquí debería estar el presidente de Corpoelec.
—O el alcalde, como enlace —añadió Macarena.
Sin un diagnóstico oficial sobre los daños, tampoco hay estimaciones claras sobre el tiempo que pudiera requerir la reparación. Basado en sus 30 años de experiencia, Garófalo estima que, en su época, una operación de ese tipo podía tomar dos semanas.
—No sé en qué condiciones se encuentra Corpoelec, cuál es la capacidad del personal que tienen, cuáles son los repuestos y equipos que poseen en este momento —aclara—. Le puedo decir cuánto me hubiese tomado a mí repararlo. Con personal entrenado, con los equipos disponibles, con el material disponible y en una condición de no inestabilidad como está en este momento el sistema, que es una distracción importante para toda la gente de operación, eso me habría tomado entre dos y tres semanas recuperarlo. Trabajo continuo las 24 horas.
Añade que hay otra dificultad: los transformadores de la Electricidad de Caracas solo funcionan para esas tensiones. Si los transformadores se dañaron, no se pueden sustituir por otros de una región distinta del país. Importar un transformador de ese tipo puede tardar 12 meses.
Mientras no se repare la falla, quedarán sin servicio La Ciudadela, Terrazas del Club Hípico, Santa Fe, Santa Rosa de Lima, Parque Humboldt, el centro comercial Concresa y parte de Prados del Este. Al menos de las zonas que Garófalo recuerda. Corpoelec no había informado el lunes el alcance del daño. La subestación Humboldt tiene cajas de conexiones que conectan con la subestación Tamanaco, que alimenta el Centro Ciudad Comercial Tamanaco (CCCT), el hotel Eurobuilding, el hotel Tamanaco, parte de Las Mercedes, parte de Colinas de Tamanaco, hasta Caurimare.
—Ahí van a tener que racionar porque los dos transformadores que quedaron no pueden manejar la demanda que tienen conectada.
Sin respuestas claras, los vecinos comenzaron a retirarse al mediodía. Su lugar frente al portón lo tomaban transeúntes, curiosos que se asomaban para ver hacia la subestación. Seguía humeando uno de los transformadores. Algunos metían el celular por las rendijas para tomar fotos.
Enrique volvió a su edificio. Su hijo, que vive en la misma torre, le dijo que tenía agua pero no comida. Verían cómo repartirse lo que les quedaba. No sabían qué harían los próximos días.
Óscar necesitaba encontrar hielo. Su mamá es diabética y necesita refrigerar su insulina. La única bolsa que logró comprar el sábado en Central Madeirense, detrás del centro comercial Concresa, ya se estaba descongelando. No tenía para pagar los 5 dólares que cobraban en algunos sitios y el supermercado ya no era opción: lo saquearon el día anterior y ahora estaba tomado en las afueras por funcionarios de la Guardia Nacional Bolivariana.
Macarena decidió recoger la carne que le quedaba para regalarla al día siguiente a un mecánico del taller donde trabaja. Sin gas, ya no la podrá cocinar. Había ido al trabajo esa mañana con la esperanza de comunicarse con sus hijas, que viven en Madrid y Chicago. Desde el primer apagón no ha podido hablar con ellas.
—Si vieron lo del incendio, mis hijas, mis primos, todo el mundo debe pensar que yo me volví chicharrón —suspiró—. Yo pensaba que hoy en el trabajo iba a poder llamarlos, pero claro, cuando explotó esto en Baruta se fue la luz.
Luisa Salomón
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