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Exceso de mortalidad: ¿cuántas personas han muerto realmente de COVID-19 en México?
por Enrique Anarte
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México se fue a dormir ayer martes (21.07.2020) con la grave noticia de que el país había superado la barrera de los 40.000 fallecidos por COVID-19. Con 127 millones de habitantes, México es el cuarto país con más muertes resultado de la infección con el nuevo coronavirus, por detrás de Estados Unidos, Brasil y Reino Unido. Según los datos oficiales, la Ciudad de México es la entidad más afectada por la pandemia, seguida por los estados de México, Tabasco, Veracruz y Puebla.
Esos son los datos oficiales. Sin embargo, cada vez más evidencias indican que detrás de la tragedia podría esconderse una tragedia aún mayor: que en realidad la infección se haya robado muchas más vidas.
«El registro y el reporte de los casos está por debajo de los reales”, afirma a DW Samuel Ponce de León, coordinador de la Comisión COVID-19. «Es un defecto de prácticamente todos los sistemas de vigilancia”, añade el médico infectólogo, «pero particularmente en México tenemos un sistema lleno de defectos”.
Según el primer estudio gubernamental sobre las muertes durante la pandemia, la capital mexicana sufrió cerca de tres veces más defunciones de las que normalmente tendría desde marzo hasta mayo, en términos comparativos con años anteriores. De acuerdo con un estudio de la revista Nexos, 27.394 personas murieron en Ciudad de México en ese período, más del doble de lo normal. Durante ese período el Gobierno mexicano solo reportó algo menos de 4.000 muertes por coronavirus en la capital.
Los números no encajan. Según el director regional del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, Luis Felipe López-Calva, que recurre a datos de la revista británica The Economist, a fecha del pasado 6 de julio se presenta una tasa de subregistro de muertes del 78 % en Ciudad de México.
El resto del país, mientras tanto, sigue siendo un rompecabezas incompleto en relación con el exceso de muertes. Medios de comunicación han informado que en el estado de México, por ejemplo, si bien no se ha registrado exceso de mortalidad por otras enfermedades, se han disparado los fallecimientos por causas respiratorias.
Hay razones para este subregistro. La más evidente es la escasez de test. «En México tememos el sistema Centinela de vigilancia epidemiológica, según el cual no se contabilizan todos los casos que hay, sino solamente se hacen pruebas de PCR a aquellos pacientes que están muy graves y al 10 % de aquellas personas que tienen infección respiratoria aguda”, dice a DW Rosa María Wong-Chew, infectóloga de la Universidad Autónoma de México. «Y para que pueda poner en el acta de defunción que alguien falleció por COVID-19”, continúa, «tiene que tener una prueba de PCR positiva”.
Según han denunciado científicos y medios de comunicación locales, miles de registros se han llenado con actas de defunción que muestran diagnósticos confusos como «probable COVID”, «sospechoso de COVID”, «neumonías atípicas” o formulaciones similares, ante la imposibilidad de poder confirmarse en diagnóstico sin una prueba de laboratorio.
«En pueblos muy pequeños o en lugares donde no tienen acceso a los servicios de salud, como en la sierra, o en estados muy pobres, no hay laboratorios”, sostiene Wong-Chew. «Las personas que se infectan allí y se mueren en realidad no se contabilizan en el número de muertes oficiales”.
Ante la evidencia cada vez más clara de este subregistro, las autoridades mexicanas pusieron en marcha a principios de junio una comisión técnica para determinar en qué nivel se sitúa esta «mortalidad no observable”.
El peligroso indicador de la ocupación hospitalaria
Pero no solo se trata de las pruebas, o de la falta de ellas. Uno de los indicadores más utilizados hasta ahora para medir la incidencia de los brotes en diferentes lugares (y el semáforo del desconfinamiento) es la ocupación hospitalaria. A fecha del 20 de julio solo Nueva León, Nayarit y Tabasco estaban por encima de la línea de alarma del 65 %.
Wong-Chew advierte de cómo este indicador puede dar una visión distorsionada de la situación epidemiológica. «Aquí podrían pasar dos cosas: una es que la gente ya no quiera ir a los hospitales”, explica la profesora de la UNAM. La otra es que el virus se esté moviendo a regiones donde no necesariamente no haya camas, que según ellas son muchas en el país. Por lo tanto, agrega la infectóloga, «no sabemos cuántos casos graves hay que no estamos detectando y cuánta gente está muriendo en su casa”.
Precisamente, el seguimiento de cuántos mexicanos están muriendo por la pandemia en su casa o mientras son llevados al hospital preocupa a los epidemiólogos, ya que pocas veces se llega a tomar una muestra útil a tiempo. Una dificultad añadida es que, si el médico no ha llegado siquiera a visitar al paciente y ver por sí mismo los síntomas, todo se remite a las explicaciones de los familiares.
¿Cómo podrá saber México entonces, cuando pase todo esto, cuántas vidas le ha costado la pandemia? «En realidad, en México como en el resto de países, la mortalidad la vamos a conocer dentro de un año, cuando podamos conocer bien los datos de mortalidad de estos meses para compararlos con los de 2019”, responde Ponce de León. Es decir, el exceso de mortalidad. En cualquier caso, Wong-Chew se muestra convencida de que «si la persona fallece por una neumonía atípica en este momento de la pandemia, muy probablemente sea por el COVID-19”.
Ambos expertos llaman la atención sobre la llegada de la temporada de virus respiratorios como los de la influenza. «Va a ser muy difícil detectar quién muere por influenza y quién por COVID-19”, concluye Wong-Chew. Otra preocupación añadida. La estadística y la sanitaria.
(few)
Enrique Anarte
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