“Estoy llorando seco”

15/03/2022

Héctor Lugo retratado por Roberto Mata

“Sentí un tumulto en la calle frente a la ventana de mi cuarto. Estaba descansando porque había estado de guardia. Me asomé y gritaron: ‘¡Muévete, Héctor, muévete! El Gordo está muy mal!’. Eran como setenta personas, gente llorando. Se habían enterado por el grupo de Whatsapp de la comida: a El Gordo le habían dado un tiro. No me dejaron manejar mi propio carro para ir a la clínica, entonces entendí que era algo grave, muy grave.

Ese día llegué de la guardia a las dos de la tarde y Hecder (20) estaba en mi cuarto, en la computadora y chateando. A las tres lo llamaron los amigos.

—Bendición, papá. Ya vengo.

—¿Para dónde vas tú? Eso está feo en la calle.

—No te preocupes, papá. Voy aquí mismo y vengo.

A mí no me deja dormir lo que vi en el video, los muchachos tratando de rescatarlo mientras estaba herido en el piso porque ya le habían disparado a la cabeza. La GNB reprime más la marcha y les lanza bombas, cerca de su cuerpo casi muerto. Entonces aparece un guardia y le dispara a quemarropa en el abdomen, eso es lo que de verdad no me deja dormir.

Cuando llegué a la clínica, me asomé por una rendija mientras lo estaban entubando y lo vi muy mal. Tuvo pérdida de masa encefálica, me dijeron los especialistas que lo atendieron: ‘le vamos a ser sinceros doctor porque usted es médico y no podemos mentirle: su hijo del uno al diez, tiene posibilidad tres de vivir’. Pasó la noche en trauma shock, nos dejaron estar con él, salíamos solo de a raticos.

A las nueve de la mañana del cinco de mayo, estaba dando declaraciones cuando me interrumpieron: ‘Señor Héctor, señor Héctor, venga urgente’. A Hecder le había dado un paro. Falleció. No terminé de declarar. El dolor era muy fuerte. Yo tenía dos hijos, ahora me queda solo una de veinticinco que estudia Psicología y Hecder se convirtió en el número treinta y seis de los que han matado durante las protestas.

Necesito que se haga justicia.

Yo siempre escucho en los canales oficiales de televisión que ‘sean de donde sean los muertos, los casos serán investigados y los culpables puestos a la orden del Ministerio Público para que sean juzgados’. Entonces, a mí me extraña que eso no haya pasado con el asesinato de mi hijo. El fiscal, que estuvo en el sitio y recogió todas las evidencias, me dice que el componente de la GNB que actuó ese día no se ha puesto a derecho.

Me pregunto si el guardia que le disparó a la cabeza fue el mismo que luego lo vino a rematar, o si fueron dos distintos. Eran solo treinta funcionarios los que actuaron ese día. Nombre y apellido, eso es lo que yo quiero. Confío en que, cuando se sepan quiénes fueron los asesinos y los juzguen, los otros guardias se darán cuenta de que lo están haciendo mal y disminuya la ofensiva contra la población.

Lo cuidaba mucho y le pedía que no fuera a marchar, porque sabía que había mucha violencia. Pero se fue sin decirme. De haber sabido que estaba en la marcha, voy, lo busco y lo saco a punta de correa. Quería estudiar Ingeniería Civil o Criminología. Se estaba preparando para ser admitido en cualquiera de las dos. Se levantaba temprano, hacía pesas todos los días, trotaba y después me ayudaba con una casa que estoy construyendo. Así como le gustaba comprar ropa, la regalaba: era normal que ayudara a los amigos que no tenían ropa para ir a una fiesta.

Primera vez en la vida que voy a un psicólogo. Tengo sentimiento de culpa. No tuve suficiente autoridad para no dejarlo ir ni me fui con él. Yo sí sabía que en la calle la vaina estaba fea. Tenía que ponerme firme. Tenía un mal presentimiento, pero él tenía su convicción. He llorado tanto que ya no tengo ni lágrimas. Me estoy reventando por dentro. Si tuviera lágrimas me podría desahogar, pero estoy llorando seco.

Mi esposa y mis hijas son cristianas y eso les da fortaleza, pero yo me encierro en el cuarto a recordarlo. El psicólogo me dice que debo adaptarme, que la muerte de mi hijo no la repara nadie, que no me puedo echar a morir porque es injusto con los que están vivos y que le pida a Dios que llegue la justicia. Sé que voy a estar más tranquilo si condenan a los culpables… por lo menos un poco.

Compartíamos mi cuarto. Yo trabajo por guardias nocturnas y prefiero el aire acondicionado, pero mi esposa sufre de frío. Él y yo dormíamos juntos. Su cuarto era solo para guardar peroles.

La alcaldía de San Diego asumió todos los gastos de la clínica y, como soy jubilado de CORPOELEC, el seguro cubrió la funeraria y el entierro. Aunque soy empleado activo del Ministerio del Poder Popular para la Salud, no tengo seguro.

Yo estudié y saqué mi profesión durante el chavismo. Fui chavista, pero en el momento en que enterraron a mi hijo enterré al chavismo. Ahora me ven como a un traidor, pero como no es a ellos a quienes le mataron un hijo. El oficialismo no se ha acercado porque lo mataron en una manifestación de la oposición. No han sido ni diplomáticos. ¿Qué esperanza puedo tener si la misma gente en la que yo creía, me mató un hijo? Una parte de mi familia es chavista y estábamos divididos, ahora estamos unidos todos en el luto. Yo necesito que el presidente lea esto.

A mí me va a hacer falta mi hijo”.

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Héctor Lugo, (50) Técnico en Química, Técnico en Plantas Termoeléctricas, Médico Integral Comunitario, Médico General Integral en el CDI sector 7, Los Guayos, Edo. Carabobo. Padre de Hecder Lugo Pérez.

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Este texto fue publicado originalmente en Prodavinci el 19 de mayo de 2017.


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