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Raúl de Armas es muy joven, pero ha sabido ver bien el mundo que lo rodea y escribirlo. Digo escribirlo, porque hablamos de un acto de convertir historias de vida en historias de palabras, y sabemos que no es lo mismo. Una cosa es el chiste de tu tío en fin de año y otra cosa es un relato. Una cosa es una anécdota de viaje en Instagram y otra cosa es una crónica.
La escritura demanda tiempo y atención. Es un oficio que articula pensamiento y pasos, sentimientos y nalgas en la silla, ojos rojos de tanto ver una pantalla titilando, esperando otra letra tras otra letra tras otra letra, y una lámpara con un bombillo inadecuado. He visto a los hombres más brillantes de varias generaciones perderse tras no encontrar la palabra con qué decir lo que debe decirse. He visto a las mujeres más brillantes de varias generaciones perderse tras no encontrar la palabra con qué continuar lo que comenzaron diciendo alguna mañana.
La escritura puede ser una trampa cuando no se tiene un mapa.
A veces nos toca ser cartógrafos primero, y urbanistas y policías y buseteros. A veces toca salir a la calle a escuchar.
Raúl es muy joven, pero también elocuente y sabe erguir la espalda cuando se levanta. Te escucha, pone cara de gente simpática, calla. Va tomando nota de lo que dices y va hilando. Cuando se mueve mucho, gira rápidamente la cabeza, descruza los brazos, es que ya encontró un disparador para lo que quiere escribir.
Raúl ha sabido hacerse de buenos mapas.
Sus textos sorprenden, son maduros, le dan la voz a quien habla, vive, va contando. No juzga, pero tampoco es esa zoquetada del periodismo construida alrededor del «ser objetivo». Más objetivo será usted, ¿oyó? Nadie sale a la calle a entrevistar a un vendedor de la calle, una minera del Guaire, un guardabosques, un amolador o una muchacha desde el ser objetivo. Para escribir debes estar alerta, pero dejarte sorprender como cuando entras al mar.
Escribir es entrar en el mar y no morirse.
Raúl no se ha muerto nadando en las aguas de la escritura. Nada y vuelve, nada y regresa con calma.
Así se venga el mundo abajo (Editorial Eclepsidra, 2024) es un libro piadoso, que nos enseña a sentirnos conmovidos, a nosotros, los que hemos sufrido tanto.
Porque, aunque la escritura se haga en la escritura, no es del sufrimiento de la escritura sobre lo que estamos hablando, es sobre esa soledad del que escribe cuando encuentra el oro de las palabras y debe soltarlas, como la minera del Guaire para comer, como los que tasan.
Escribir es entregar pepitas de oro para otros, que las registran en sus cuadernos y te entregan un papelito con el que debes buscar tu paga en la caja.
Pero a veces no entregamos a las palabras. Las retenemos. Las fundimos. Y hacemos un edificio, una casa, una colchoneta debajo de un elevado para dormirnos.
Ah, dormir en las palabras, soñar las letras y al caer de la cama romperte la quijada.
Raúl es muy joven, pero se ha roto la quijada varias veces. En este libro, cinco veces. En estas cinco crónicas. Así se venga el mundo abajo, vuelve a poner la quijada.
Creo que Raúl de Armas es un joven serio y que lo veremos perderse de vista, y llegar muy lejos.
Que no te coma la fama.
Que las luces no te cieguen.
Que no dejes de hacer los mapas.
Que vuelvas siempre a la página, a la lámpara con el mal bombillo, a la orilla de la playa.
Ricardo Ramírez Requena
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