Perspectivas

¿Es maligno?

Fotograma de The Kominsky Method de Chuck Lorre | Netflix

11/09/2021

Todo comenzó cuando orinar dejó de ser una especie de placer culposo y se convirtió en una eterna preocupación por conseguir, lo más pronto posible, un lugar dónde aliviar la vejiga. Las visitas nocturnas al baño se hicieron cada vez más frecuentes y el chorro dejó de parecerse al de esas esculturas de niños meones en la fuentes de agua, y se transformó en una lluvia de chicharras, un goteo largo, flojo e irregular. Por fin, después de muchas horas perdidas en el baño y de que una infección en la próstata me obstruyera la uretra, decidí que ya era hora de ir a la uróloga.

Sabía lo que me iba a pasar en la consulta. Había estado mucho tiempo evitándolo. Llegaba ese momento, del que tanto me habían hablado desde que cumplí los 40 años: me hallaba desnudo, cubierto tan sólo por una bata de papel azul, acostado boca a arriba y con las piernas abiertas sobre una camilla. Mientras, la doctora se ponía un par de guantes de látex y me iba explicando en qué consistía el procedimiento. Porque, por alguna razón, más allá de la uroflujometría y los resultados de laboratorio del antígeno prostático, el método más efectivo, el que ofrece la mejor información clínica al médico sobre el estado de la glándula prostática, es el denominado tacto rectal.

Con el orgullo menos malogrado de lo que creía, otra vez vestido, pero con las trenzas de los zapatos todavía desamarradas, sentado en una pequeña silla frente a un enorme diploma y unos afiches con imágenes transversales de los órganos genitales, la doctora me muestra dónde es que mi próstata crecida se encarga de que yo viva con unas perennes ganas de ir al baño. Me hace tomar en la mano un modelo anatómico de próstata para mostrarme cúal debería de ser su tamaño original y, sobretodo, su textura. Me explica que la mía, contrario a la de goma que tengo en ese momento en la mano, es más grande y más dura de lo normal.

—Usted tiene crecimiento prostático. Por eso va frecuentemente al baño y tiene que levantarse varias veces en las noches a orinar. La infección por la que vino a consulta se debe a que tiene la próstata crecida y le obstruye la uretra impidiendo que la vejiga se vacíe completamente cuando va al baño. Eso hace que siempre retenga orina en la vejiga y eso es lo que causa la infección en la próstata.

—Pero…

—Tiene que hacerse una prueba de antígeno prostático, tomar antibióticos y comenzar a tomar tamsulosina, un medicamento que aumenta el diámetro de salida de orina a nivel del cuello vesical y uretra prostática; así la orina va a fluir más fácilmente. Nos vemos dentro de tres semanas.

—Sí, pero…

—Importante: trate de tomar la tamsulosina justo antes de acostarse. A algunas personas les baja la tensión y se marean.

Le dije que sí a todas las indicaciones, pero no las procesaba. Estaba inquieto por otra cosa. Al final de la consulta, no me atreví a preguntarle. Salí del consultorio con un diagnóstico, pero también con una nueva preocupación.

Cumplí al pie de la letra con los antibióticos y, después de un desmayo por haberla tomado con el estómago vacío y no antes de acostarme como me indicó, me salté algunos días la pastilla de tamsulosina. A las tres semanas regresé a consulta con los resultados de la prueba de antígeno prostático.

—Aunque ya no tiene infección y los valores del antígeno bajaron considerablemente, todavía tiene la próstata crecida y su flujo al orinar sigue siendo flojo e inconsistente. Podríamos seguir el tratamiento con la tamsulosina, pero por lo que me dice no le fue muy bien con ella. Yo creo que lo mejor es que le hagamos un raspado de próstata con láser.

—¿Cómo es eso?

—A través de la uretra se introduce un láser y se rebaja el tejido de la próstata que obstruye la uretra. Después se le deja una sonda unos días para que drene la orina junto con los tejidos y coágulos que puedan quedar en la vejiga.

—¿A través de la uretra? ¿Requiere anestesia general? ¿Es doloroso? ¿Me tengo que quedar  a dormir en la clínica? ¿Tengo que preocuparme?.

Después de dudarlo mucho, como si al momento que se lo preguntara iban a aumentar las probabilidades de que la respuesta fuera la que yo no quería escuchar, me atreví:

—¿Es maligno?

—No. Por ahora no tiene por qué preocuparse. Debemos estar pendientes, pero para tener sospechas de cáncer, los valores del antígeno prostático tendrían que ser muchos más elevados y haber sentido la próstata mucho más dura, casi que como una nuez, a la hora del tacto.

Esta vez salí de la consulta con un informe médico metido en un sobre y una fecha tentativa para la operación.

Lo más doloroso fue el primer intento fallido de la enfermera para tomarme la vía antes de entrar al quirófano. De lo demás no recuerdo nada. Desperté en la sala de reposo posoperatorio con una manguera bastante incómoda, desde la vejiga, pasando por toda la uretra, hasta una bolsa de plástico con capacidad de dos litros de líquido.

Pasé la noche sin dormir en la clínica, viendo la sonda que drenaba a la bolsa de plástico los residuos de tejido que quedan en la vejiga. La enfermera se encargaba de pasarme varias botellas de suero fisiológico. A la mañana siguiente me dieron de alta y me quitaron la vía. El resto del tratamiento lo hice en casa acostado frente al televisor.

Solo me llevó tres días ver las tres temporadas del método Kominsky, la original serie creada por Chuck Lorre, el mismo de Two and a half men y The Big Bang Theory, con Michael Douglas haciendo el papel de un  viejo actor que le va mejor como profesor de actuación, con Alan Arkin como su agente. El método Kominsky no se trata de un par de amigos orgullosos de ser viejos. Chuck Lorre está muy claro en que no hay ningún tipo de mérito en el simple hecho de haber visto caer las páginas del calendario.

En la serie, el pasado no se utiliza para recalcar que “el  tiempo pasado siempre fue mejor”. Para Sandy Kominsky y su entorno de amigos viejos, el constante hablar del pasado no es pretender aferrarse a él y tratar de sobrevivir el presente. Es una manera de recalcar, sobre todo a los jóvenes que los rodean, que por más que el cuerpo se empeñe en decir lo contrario, el espíritu siempre será joven.

Cuando Martin Schneider, el yerno de Kominsky, interpretado por Paul Reiser, le confiesa a su suegro que no pudo ver a Jimi Hendrix en Woodstock porque a esa altura del concierto estaba completamente drogado, el personaje reitera una verdad que solo los que estamos cerca de cumplir los sesenta años y sufrimos de las lumbares L4 – L5, tenemos que tomar diariamente Losartan para controlar la tensión, usar Alurón para prevenir el ácido úrico y haber pasado por un quirófano para que nos raspen parte de la próstata sabemos: no importa lo vieja que sea nuestra partida de nacimiento: con todas las limitaciones físicas y las precauciones que nos vemos obligados a adoptar con los años, nuestra mente siempre va a pensar igual que cuando teníamos 18 años.


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