Perspectivas

Epicuro acerca de la justicia

19/11/2022

Busto de Epicuro. Siglo II a.C.

En una de las llamadas Sentencias Capitales, Epicuro declara tajantemente que “la justicia no fue desde el principio algo por sí mismo, sino más bien surge en un cierto pacto entre unos y otros acerca de no hacer ni sufrir daño, que se da no pocas veces en ciertos lugares” (RS. XXXIII). La máxima merece la mayor atención, y no ha dejado de tenerla por parte de los historiadores del pensamiento. La justicia no existe “por sí misma”, kath’heautó, sino que surge a partir de los pactos de no agresión, como los llamaríamos ahora, que acuerdan entre sí los ciudadanos y los diferentes pueblos. Es decir, que la justicia no está en otro lugar que no sea la práctica misma de la justicia, o al menos en el compromiso expreso de practicarla. También interesa el hecho de que estos pactos hayan tenido lugar “no pocas veces”, como si fuera precisa la condición de una cierta regularidad en el tiempo.

Como nota Anthony Long en su clásico estudio Hellenistic Philosophy (New York, 1974), con esta máxima Epicuro rechaza implícitamente la idea de una existencia metafísica de categorías abstractas a la manera de Platón, a la vez que recupera el debate en torno a los modos de existencia de algunos conceptos. Ya Norman de Witt (Epicurus and his Philosophy, Minneapolis, 1954) había ido más lejos. Para el filólogo alemán, se trataba de una clara reacción antiplatónica, y más allá, la negación de la teoría de las ideas, que presupone la existencia de una justicia absoluta y eterna. Para Epicuro, por el contrario, hay cosas que solo existen en función de ciertas condiciones dadas. Es el caso de la justicia. No es posible verificar su existencia al margen de un marco social, de una temporalidad, de unas circunstancias. Al condicionar su surgimiento a la celebración de un “cierto pacto” (synthéke tis), se abre la posibilidad de redefinirla en términos contractuales.

Para Epicuro pues, la justicia no es sino una convención producto de la cultura, un constructo social. Phillip Mitsis (The Pleasures of Invulnerability. Epicuru’s Ethical Theory, Ithaca-London, 1988) trata sin embargo de rescatar su existencia subjetiva. Dice que es “un estado al que llega el sabio a través de una condición psicológica”. En efecto, la Sentencia XXXIII no termina de entenderse sin la que inmediatamente le sigue, la XXXIV, que dice que “la injusticia (algunos prefieren traducir adikía por «acción injusta») no es un mal en sí misma, sino que nace del temor ante la sospecha de que no pasará inadvertida a los encargados de castigarla” (RS. XXXIV). Lo injusto nace, pues, de un estado emocional ante la posibilidad de sufrir una venganza o un castigo. Un concepto que surge de un estado anímico, de una emoción. Platón estaría aterrado. Qué decir de los estoicos.

La idea de una injusticia consistente en el temor a ser castigados nos lleva directamente al concepto de justicia, díke, como punto de encuentro entre lo útil, lo dañino y la sociedad. Al concederle un valor netamente utilitarista, Epicuro busca hacerle un lugar en el marco de la ética individual. Para Antonina Alberti (“The Epicurean Theory of Law and Justice”, Cambridge, 1995), uno de los aspectos más originales de la teoría de la justicia de los epicúreos es, precisamente, la distinción entre los conceptos de “ley”, nómos, y “justicia”, díke. La una es objetiva, la otra necesariamente subjetiva. Esta distinción está basada entre una “justicia natural” y una “justicia legal” (que hoy llamaríamos “justicia positiva”). La misma está presente en la Ética a Nicómaco de Aristóteles (1134 b), y nos lleva directamente a la célebre distinción entre physis y nómos, naturaleza y cultura, de los sofistas. Sin embargo, Aristóteles es tajante al señalar que “el que incumple la ley es injusto y el que la cumple justo” (EN. 1129 b). El inmenso mérito de Epicuro es el haber llevado esta oposición al plano psicológico, a nuestras emociones, a nuestros temores.

Qué duda cabe, la máxima epicúrea ha dado origen a dos tradiciones jurídicas bien diferentes: la que priva la práctica consuetudinaria y la que entiende al derecho positivo como fuente de justicia. La una se basa en la práctica, la otra en preeminencia de la idea y la palabra: si no está escrita, no es una ley. También está la tradición que considera que hay un derecho natural más allá de las leyes escritas de cada país, el llamado iusnaturalismo. No es otra la violenta oposición en que se debate Antígona: dejar que el cadáver de su hermano Polinices se convierta en carroña para los perros o cumplir los ritos funerarios correspondientes, desafiando la voluntad del tirano Creonte. ¿Cuál es la verdadera ley? La niña está convencida de la existencia de una norma superior más allá de la voluntad de cualquier tirano, de cualquier hombre. Una ley verdadera que trasciende y de la que es imposible sustraerse. Por eso no considera que esté quebrantando ninguna norma al desoír a Creonte. Es un convencimiento, pero también un estado emocional, diría Epicuro, el que dicta su ética individual. No eres culpable si no te sientes culpable.

Claro que esto vuelve inviable cualquier intento de sociedad, cualquier tentativa de organización política. Sin embargo, la distinción epicúrea supera el concepto fundamentalista de la ley y de la justicia, y con ello abre las puertas a una idea más libre y más abierta de la convivencia. Es un paso que deja atrás los dogmas del platonismo, pero también el concepto tradicional de polis entre los griegos. Hay por ello quienes hablan de una negación de la polis y de la sociedad en Epicuro. Otros pensamos, más bien, que la polis epicúrea es una comunidad alternativa fundada en una ética subjetiva, una sociedad virtual basada en la ética del sabio. En otras palabras, una utopía. Al entender a la justicia como fruto de un estado emocional que surge de una práctica consuetudinaria, Epicuro no solo subjetiviza, sino desacraliza la práctica ciudadana y la convierte en una búsqueda guiada tal vez por nuestros instintos más básicos (¡ay, los estoicos!), en una aspiración llevada por nuestras más primarias pulsiones, seguramente por el más simple de nuestros grandes anhelos: sentirnos bien.


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