Béisbol

Ender, el hijo de Astolfo Inciarte

Ender Inciarte retratado por Roberto Mata

27/12/2020

 Papi, yo no sé qué va a venir de aquí en adelante, no tengo idea, pero yo te prometo que voy a dejar mi vida todos los días en el terreno por cumplir lo que nosotros soñamos. ¡Te lo juro, nada más el esfuerzo te va a hacer sentir orgulloso! – Esa fue la promesa de Ender luego de la tarde en la que vio acción como invitado a un juego de Spring Training con el equipo de Grandes Ligas.

 Hijo, eso era todo lo que yo necesitaba escuchar de ti, para estar tranquilo” – le respondió aliviado al muchacho. Al día siguiente, murió de un infarto mientras trotaba. Tenía 51 años de edad.

Era la primavera de 2010. En 2014, Ender, el hijo de Astolfo Inciarte, hizo su debut en las Grandes Ligas. Cumplía lo prometido y comenzaba el sueño que nació una tarde en Maracaibo, cuando dio su primer jonrón.

 Era el verano del  año 2000, yo tenía 10 años. Estaba en la categoría “Pitoquitos” en Pequeñas Ligas y recuerdo ese momento que cambió todo para mí: el primer jonrón que di en un juego. Estaba empezando a ver a Ken Griffey jr.,  me paraba a batear imitándolo. Ese día, para mí, el estadio medía como 500 pies, aunque en realidad, si voy ahorita, debe medir 30 metros. Recuerdo aquel jonrón y que la alegría que sentí no fue normal. Mi papá estaba en la tribuna, viéndome. Puedo recordar su cara de orgullo. Llegamos a la casa y le contó a la familia y todo el mundo me celebraba. En verdad, cuando él les empezó a contar a los amigos y ellos me felicitaban, sentí que yo era la única persona  en el mundo en ese momento. Lo más grande que existía, a partir de eso empecé a creer. Digo esto porque antes de los 6 o 7 años, a mí no me gustaba mucho el béisbol.  Siempre era mi hermano el que llegaba a la casa y decían: “Astolfito hizo esto, dio jonrón”. Mi hermano fue  campeón al bate. Iba a los nacionales, fue campeón jonronero, y yo no hacía nada. Sentía admiración por él. Siempre he admirado bastante a mi hermano, lo quiero mucho. Somos muy unidos. Mi hermano era increíble, nunca he visto un jugador de Pequeñas Ligas tan bueno como él, de verdad. Cualquier persona en Maracaibo lo puede decir. Mi hermano estaba a nivel de Gerardo Parra, de Carlos González, en esa época.  Nos llevamos 2 años y medio y somos compinches.  A partir de ahí empecé a sentir ese deseo por cumplir el sueño de ser Grande Liga. Todo empezó cuando empecé a creer, ese día, por ese jonrón, sentir el aplauso de la tribuna. Eso que siente un jugador, siendo pequeñito o grande, cuando hay alguien gritando su nombre, esperando que haga algo en el terreno. Yo creo que desde niño siempre lo he sentido porque siempre he tenido ese apoyo. Sin duda que  se siente increíble, no solo para uno, sino para las personas que te están viendo. Fue mi primer jonrón, se fue por el jardín derecho, casi casi no se va, pero se fue. Ese momento lo tengo tan claro, ese batazo y la cara de mi papá, que era un poema. Siempre desde niño, cuando hacía algo, bueno o malo, yo miraba a mi papá, y  él me hacía un gesto, como diciendo:  “Muy bien”, “mas o menos” o, “puedes ser mejor” y cuando le vi la cara de alegría, la cara de orgullo, fue un momento super especial. Ya tengo 30 años y no lo he olvidado, ni lo voy a olvidar jamás.

Ese momento determinante solo puede compararlo con otro batazo que también tuvo por testigo a toda la familia, y en especial a su papá. El primer imparable que dio en el Luis Aparicio “El Grande” de Maracaibo, vistiendo la camisa de las Águilas del Zulia, un doble exacto al batazo que tenía en mente, cuando salió al círculo de espera.

 Había quedado campeón bate en la paralela, dejé promedio de .371, así que las Águilas me subieron. Recuerdo que estaba Darren Ford de los Gigantes de San Francisco, jugando el center Field, yo estaba con Carlos Valderrama en la banca, que estaba sentado ahí conmigo. Como se le había caído un fly a Ford, en ese momento le pedí a Carlos que fuésemos al cage, porque tenía el presentimiento de que me iban a meter. Le dije que me había sentido mal en la práctica, que trabajáramos un poquito, porque creía que podían darme un turno. Cuando regresé a la banca, ya caliente, el manager se volteó y me dijo que me alistara para salir. Yo había visualizado muchas veces que cuando debutara con las Águilas del Zulia, iba a dar una línea por encima de la tercera base. Comenzó mi turno, dejé pasar el primer pitcheo, fue una bola afuera. Segundo pitcheo, primer strike, vino entonces el envío que visualicé. El lanzamiento fue exactamente como yo lo había imaginado, línea de hit por encima de tercera base, tal como yo lo había puesto en mi mente. El estadio se iba a caer, y eso que estábamos perdiendo, jugábamos contra Magallanes. José Altuve, que estaba en segunda, me dijo: “Felicitaciones hermanito, lo hiciste como un veterano, lo que viene de aquí en adelante, es bueno”. No se me olvidan esas palabras de él, que ya estaba comenzando a sonar. Al terminar ese juego todo el mundo me felicitó; mi abuela, mis tías, mi mamá ¡todos! y mi papá sentado separado. Le pregunté por qué estaba alejado y me dijo: “¡Déjame de último”!  Cuando lo tuve enfrente le dije: “Lo único que quiero saber es qué sentiste ¿Qué estáis sintiendo en este momento?” Me respondió: “¡Me regalaste el día más feliz de mi vida, gracias!” Los ojos de mi papá, la felicidad que él sentía, me hizo la vida entera. Ni los Guantes de Oro o el Juego de las Estrellas, puede compararse con la alegría que me dio la mirada de orgullo que tenía mi papá en ese momento.

El recorrido de Ender Inciarte para honrar su compromiso comenzó a los 6 años, aun no tan convencido de que eso era lo que quería, hasta ese cuadrangular, cuando sintió, por primera vez, la gloria de ser celebrado por ayudar al equipo a ganar. La mayoría de los jugadores que llegan a las Grandes Ligas, inician sus carreras a muy corta edad, casi sin saberlo. Se divierten, así debe ser, pero es un deporte que desde temprano amerita sacrificios.

Empecé en la Pequeña Liga Maracaibo, luego me cambié a la Pequeña Liga  Coquivacoa y de ahí a la Pequeña Liga PDVSA. En ese entonces, cuando me cambié de liga, varios en la Pequeña Liga PDVSA estaban en el colegio, y nadie tenía ese empeño de entrenar todos los días. El colegio era de 6:30 de la mañana hasta la 1 de la tarde. Mis padres estaban separados. Así que me iba a comer en el apartamento de mi mamá a la 1:20, y a las 2:00, estaba mi papá esperándonos en el carro para llevarnos a la práctica, desde las 2:30 hasta las 5:30, después  nos íbamos a cenar temprano con él, y luego de vuelta a casa de mi mamá a hacer los deberes escolares. Los fines de semana lo pasábamos con mi papá. Mis compañeros no practicaban todos los días, no tenían esa hambre por ser un grandeliga. Muchas personas creen que es fácil y no es así.  El béisbol es entregarle tu vida al amor de tu vida, si no lo amas, no le puedes entregar tu vida. No lo percibía como un sacrificio porque era algo que me apasionaba.

Así como su papá se dedicaba a apoyarlos en el béisbol, su mamá los guiaba en lo académico y religioso.

 Mi mamá era la señora del hogar que estaba siempre empujándonos a la educación, ella insistía en que estudiáramos,  nos llevaba a la iglesia. Siempre nos hizo encomendarnos a Dios. Yo hoy en día no puedo hacer nada sin ponerme en manos de Dios, y eso viene mucho de la crianza que nos dio nuestra madre. Le agradezco a ella que haya sido tan estricta con eso, porque yo aprendí mucho en el colegio. La educación es muy importante también a la hora de jugar béisbol o de emprender cualquier cosa que quieras en la vida. Mi mamá ponía como condición que si no había buenas notas, no podíamos jugar, y como yo quería estar todo el tiempo en el terreno, tenía que estudiar.

Que los muchachos se convirtieran en peloteros profesionales, requería trabajar en equipo. De la canción “Buscando América” de Rubén Blades, Ender tomó como mantra un verso: «El sueño de uno es el sueño de todos”.

 Mi gran ilusión era cumplir el sueño de mi papá, eso se convirtió en mi sueño.  Estaba haciendo lo que me apasionaba, soñando lo mismo que soñaba mi familia, porque no era solo el sueño de mi papá, era el sueño de mi hermano, de mi mamá y el mío. Por eso digo que el sueño de uno, era el sueño de todos. En ningún momento me sentí que estaba forzado a hacer algo. Varios de mis compañeros que eran más altos y fuertes, decían que otros llegarían y nunca me mencionaban a mí. Yo pensaba “pero si yo entreno todos los días y hago todo, yo sí voy a llegar y le voy cerrar la boca a todas esas personas que no creen en mí”. Está ese momento en el  que uno decide, aunque es un niño, si toma eso como alimento, como un impulso. Yo me decía que cumpliría mi sueño de llegar a las Grandes Ligas para demostrarles que estaban equivocados. Me acuerdo que había un coach que tuve en una preselección del Zulia (aunque nunca representé al Zulia). Me fui de 8-7 y no quedé en el equipo. Recuerdo que llegué a la casa llorando muchísimo, super triste, mi papá lloró conmigo y me dijo: “Vamos a tomarnos una vacaciones y cuando regresemos vamos a trabajar el triple y vamos a cumplir el sueño, que es ser un jugador de las Grandes Ligas”. A los años comencé a jugar con las Águilas y empezó a sonar mi nombre, entonces me encontré con ese mismo coach. Cuando me vio, me dijo “¿Puedo hablar contigo? Discúlpame por como te traté cuando eras un jovencito, nunca pensé que podrías lograr estas cosas, nunca me imaginé en lo que te ibas a convertir. Yo, por  hacerlo sentir bien, él estaba complicado de salud, le dije: ¡Tranquilo, ni yo creía en lo que he cumplido, lo que dijiste negativo, me funcionó en positivo y hoy estoy donde estoy por todo lo que pasé, gracias por decirme esto! Al final todos esas personas que no creyeron en mí, hoy pueden ver lo que he hecho. Yo no hice esto por los demás, lo hice por mí mismo, pero todo lo que a uno le pasa, uno decide cómo tomarlo, y todo eso lo tomé como algo positivo. De todos los que jugaron conmigo, soy el único que llegué a las Grandes Ligas.

El proceso para lograr la firma fue otra historia que cuenta con emoción. No era fácil, debía mejorar en varios aspectos de su juego para impresionar a los scouts. A los 16 años de edad, medía poco más de 1 metro 70 y era muy delgado “un firifiri”, admite.

 Yo tuve un entrenador desde niño, Carlos Oliveros, a quien considero mi familia, lo quiero mucho, y toda la vida que yo me recuerdo entrenando, él me estaba pitcheando. Cuando llegó ese momento de firmar, unos meses antes, conocí a quien fue mi agente, José Ortega, quien también es mi amigo, y él decidió llevarme a Tampa, por unos meses, para mejorar mi velocidad. Yo no era rápido, tenía 16 años, me faltaba velocidad, no tenía buen brazo, no le daba duro a la pelota, no estaba haciendo nada bien. No merecía que me firmaran en ese momento. José me entrenó por tres meses, todos los días. Nos levantábamos a las 4 de la mañana y estábamos de regreso a las 8 de la noche. Todo el día íbamos al gimnasio, luego a batear, almorzábamos, íbamos a entrenar de nuevo con unos niños, así también practicaba mi inglés. Se terminó el entrenamiento y regresé a Venezuela. Seguí con su agencia (Impact Players) entrenando en el estadio de la Liga Cacique Mara, en Maracaibo, para continuar desarrollando mi velocidad. Me vio el scout Miguel Nava y le gusté. Él se dio cuenta de lo que había cambiado, y además comencé a dar jonrones. En verdad me desarrollé muchísimo en Tampa y tuve un showcase que me llevó Impact Player y nadie se fijó en mí, a excepción de Tampa y Arizona. Cuando el scout de Tampa me vio lanzando a las bases, dijo que quería verme como catcher, y José Ortega le dijo que yo era outfield. Hice otro showcase, y en ese agarré como 21 turnos en un juego simulado, di como 15 hits. Fue increíble. De hecho llegó el jefe de Arizona, que estaba viendo a otros dos jardineros más grandes y fuertes que yo, de apellido Leonora, y dijo que quería verme correr las 60 yardas, corrí 6.4, dijo que me quería ver lanzar a las bases. Estaba en mi mejor momento con el brazo, y me vio batear todos esos hits. Recuerdo que me dijo: “Imagínate que estás en la Serie Mundial, en 3 y 2 con 2 outs y necesitas dar el hit para ganar.” El siguiente pitcheo lo devolví de línea contra la pared en el estadio de la granja de las Águilas del Zulia. Terminó el showcase y yo pensaba que me la había comido. El scout de Estados Unidos dijo que no me quería firmar porque era chiquito y flaco. Miguel Nava discutió con él, le dijo que él me iba a firmar por menos dinero y me daría el chance de jugar. Me dio el chance.

Ya su hermano Astolfo había sido firmado y estaba en la academia en República Dominicana. Eso lo hacía sentir mejor, no estaría solo. A los 16 años, los prospectos deben dejar sus hogares para comenzar su carrera profesional. No es un proceso fácil para un jovencito, pero tener a su hermano lo hacía menos difícil.

 Mi hermano también  estaba con Arizona, en la Liga de Verano Dominicana. Astolfito les dijo a todos que habían firmado a su hermanito y que era un “animal” de 6.4 y 180 libras. Entonces llegué yo, que medía 5.9 y pesaba 130 libras, la brisa me llevaba. Recuerdo que Junior Noboa me dijo que ahí estaría tres años porque debía desarrollarme. Me dijo: “Estás muy niño y necesitamos que te hagas hombre para jugar”. Ese año me fue muy bien, bateé .300 y robé 22 bases, estuve increíble en la defensa, y entonces me dieron el chance de subir a los Estados Unidos.

Los días en República Dominicana, fueron la primera gran prueba para alcanzar el sueño.

 Mi hermano yo salíamos a comer porque no me gustaba la comida del complejo donde estábamos. Ahora tienen aire acondicionado, ducha con agua caliente, conexión a Internet, en aquel tiempo no teníamos nada de eso. Allá los venezolanos teníamos nuestro tostiarepa y todas la noches hacíamos crepas.

Ender Inciarte tardó menos tiempo del esperado en llegar a los Estados Unidos.

Mi hermano y yo subimos juntos, compartíamos habitación. Tenía una actitud bastante complicada, inmaduro, no me gustaba que me llamaran la atención por cualquier cosa, y respondía mal. Pienso que eso pudo haber hecho que el tiempo que pasé en entrenamiento extendido, haya sido un poco más largo de lo normal. Ellos querían que yo mejorara mi actitud, también era muy duro conmigo mismo cuando me iba mal. A raíz de eso me llevaban bastante lento, pero me fue bien. Después de eso, nos llamaron a mi hermano y a mí, para decirnos que estaban pensando en separarnos, Astolfo a Clase A corta y a mí a Missoula. Me preguntaron si podía estar sin mi hermano, y les dije que sí. Cuando nos separamos a mí me fue increíble, bateé .325, me robé 25 bases, empujé carreras y empecé a sonar en la organización como prospecto. A mi hermano le fue muy mal. Luego de eso fuimos a Venezuela y yo firmé con las Águilas del Zulia, fui a la paralela. Después Arizona dejó libre a mi hermano. Eso fue un golpe duro para mi papá. La primera vez que vi llorar a mi papá fue cuando murió mi abuelo, y en ese momento, cuando a mi hermano lo dejaron libre, mi papá se sentó al lado mío y lloró, estaba por el piso. Ese día le prometí que yo llegaría a las Grandes Ligas. Mi papá me dijo: “Creo que no es tan fácil llegar, como yo pensaba”, le contesté que yo lo haría.

Ser parte de las Águilas fue determinante para consolidarse como profesional. Carlos González se convirtió en un apoyo muy valioso.

 Mis ídolos siempre fueron los jardineros del momento: Ken Griffey Jr, Bob Abreu, Andrew Jones, Jim Edmonds, fueron los que yo veía cuando iba creciendo y uno viendo, aprende mucho. Cuando llegué a los 13 o 14 años y empecé a escuchar de Carlos González y lo pude conocer y ver la clase que tenía, yo dije “quiero ser como Carlos González, no quiero ser como más nadie”.  Pasaron los años y Carlos González comenzó a escuchar de mí, porque hacían comparaciones entre él, Gerardo Parra y yo. También admiraba mucho a Gerardo, y Carlos fue esa persona que desde que me vio sintió una conexión conmigo, siempre dándome una ayuda que no le pedí, pero que  deseaba y necesitaba que hiciera. Me daba consejos. Carlos venía de sus temporadas en Ligas Menores y se aparecía con un guante con su nombre, no se me olvida, y yo lo usaba y lo exhibía en todas partes. Me dolió en el alma una vez que fui a una reunión familiar en mi carrito Ford Fiesta, me lo abrieron y se robaron los tres guantes Nike que me había regalado Carlos González. Nunca olvidaré todo lo que Carlos hizo por mí. Inclusive cuando yo firmé, Carlos atendía a la gente y luego hacía un tiempo para mí, me decía “¡Contáme, Shaggy! ¿Cómo está todo?” Me daba consejos, me contaba cómo eran las Ligas Menores. Me decía en qué tenía que trabajar, cómo ser mejor, por eso nunca olvidaré el apoyo que CarGo me dio. !La persona que yo más admiraba, se convirtió en mi amigo!

El apodo de “Shaggy” tiene su historia también, a propósito de la estampa que tenía cuando firmó.

 Cuando debuté con las Águilas era demasiado flaco, tenía una chivita comenzando a salir y José Pirela me empezó a decir “Shaggy” y también le dijo a Beto Perdomo que me llamara así. Ya después yo mismo me llamaba “Shaggy”.

Poco tiempo después, falleció su papá.

 El velorio de mi papá estaba full, él era un ferretero muy querido. Me acuerdo que ahí, viéndolo, le dije que me iba a cumplir nuestro sueño y que no regresaría hasta lograrlo. Hay personas que me escriben, estuvieron ahí cuando dije eso, y me felicitan por haberlo logrado. La muerte de mi papá fue un impulso. Él me dio la mayor felicidad de mi vida y también la mayor tristeza. Cuando murió, obviamente fue el momento de hacerme hombre. Cuando los padres son quienes nos guían, no sabemos cómo es el mundo en verdad, hasta que uno mismo tiene que verlo, solo. Uno se acostumbra a vivir sin ese pedacito de corazón que te quitan …

Continuó el relato con la voz quebrada. Conversábamos por teléfono, por unos segundos pensé que se había cortado la llamada. Volvió.

 El dolor no se va. Me gusta hablar de mi papá, aunque a veces me cuesta, pero es que mi papá fue tan importante en mi vida y en mi carrera, que quiero que la gente lo sepa. Yo quiero que la gente sepa quién fue Astolfo Inciarte, quien hizo a Ender Inciarte ser quien es. Mi mamá también es parte de eso, por supuesto, pero ya a mi papá no lo tengo, y siento que lo perdí tan joven, que no quiero que pase desapercibido todo lo que hizo para yo alcanzar lo que he logrado. No me gusta decirlo de esta manera, porque yo cambiaría todo, mi carrera, por tenerlo vivo, pero cuando mi papá murió, ese fue el impulso para dejar de lado todo lo que podía distraerme. A raíz de eso me fui de nuevo a Tampa con José Ortega, y empezamos a trabajar para ponerme más fuerte. Fue cuando mi carrera cambió, me tomaron en regla 5 los Filis y todo fue mejor cuando decidí dar ese paso, pensando en ese momento que despedí a mi papá.

Le gusta ser agradecido, cuando su papá murió, estaba en el entrenamiento extendido y no tenía cómo comprar el boleto de avión. Entonces apareció Miguel Montero, que era el catcher del equipo de Grandes Ligas, y le pagó el viaje, ida y vuelta. Además de ese gesto solidario, el careta fue parte de otro momento inolvidable, 4 años después, el día de su llegada a las Mayores.

 Estaba en Las Vegas, en Triple A, me estaba yendo muy bien.  El día que me subieron, mi compañero Alfredo Marte me dijo que después del juego me iban a subir a las Grandes Ligas.  Me fui de 4-1, pero me sacaron del juego en el octavo inning, el manager Phil Nevin me llamó a su oficina y me dijo que cerrara la puerta, como disgustado, yo no entendía: “Necesito que hagas tu maleta porque te vas a las Grandes Ligas y necesito que me hagas sentir orgulloso de ti”. No lo podía creer, estaba en otro mundo. Nos fuimos a Arizona, iba a debutar contra Colorado, contra Carlos González, que Carlos ese día había  subido un post con el número 5 y mi nombre. Una casualidad increíble. Me subieron el 30 de abril, pero terminé debutando el 2 de mayo porque no llegué a tiempo. Llegué justo cuando Miguel Montero dio un jonrón. De ahí viajamos a San Diego. Yo no tenía traje en la maleta, fue un poco irresponsable porque uno debería tener todo, pero no tenía idea de que me iban a subir. Uno debería tener un traje por si lo suben. Al día siguiente Miguel Montero me invitó a salir, para hacerme un regalo. Me compró dos trajes en la tienda Hugo Boss, yo nunca me había vestido así. Miguel es especial, cuando murió mi papá, el equipo no me pagaba el pasaje y él me lo pagó y jamás me cobró un dólar, cada vez que lo veo le doy las gracias y se las daré 500 veces, le digo que nunca olvido eso. Me invitaba a desayunar y me puso bajo su ala. Cuando estaba en el estadio, para ese juego en el que iba a debutar, escuchando el himno nacional, lloré, nada más de sentir que estaba cumpliendo el sueño de todos, de saber que posiblemente mi papá me estaba viendo en ese momento y dándose cuenta de que estaba cumpliendo el sueño de llegar a las Grandes Ligas.

Recuerda que aquel día del doble en su debut en la LVBP, justo antes de salir a batear, Carlos Valderrama le había confesado que desde que su papá había fallecido, él le compraba una entrada al juego. Ender tomó nota de eso.

 Él amaba a su papá, y me contó que cuando lo perdió, al debutar, le puso un ticket para que su papá lo viera. Cuando debuté con las Águilas, al otro día que regresé al estadio, Carlos me preguntó que qué había sentido mi papá cuando me vio debutar. Me puse en sus zapatos. Le dije que el orgullo que su papá debía sentir por él era increíble y le conté que mi papá me dijo que le regalé el día mas feliz de su vida y que estaba seguro de que su papá se sentía igual, tuvimos esa conversación, y desde eso, cuando es el cumpleaños de mi papá o una fecha especial, me gusta poner un ticket, a nombre de Astolfo Inciarte, y siempre digo: “Señor, no sé cuáles son tus planes, solo tú los conoces, pero a lo mejor mi papá de vez en cuando me puede ver”.

Llegar a las Grandes Ligas es apenas la culminación de una etapa. Es el inicio de otro recorrido, aún más exigente.

 Con sinceridad, llegar a las Grandes Ligas, es el paso más fácil que hay que cumplir. Llegar es un paso más, después de ahí, se pone bien duro.

Lo dice quien quedó quinto en la votación del premio al Novato del Año. Estuvo 2014 y 2015 con Arizona y pasó a los Bravos de Atlanta en 2016. Ganó el primero de los 3 Guantes de Oro con los que ha sido distinguido. En 2017 bateó 201 imparables y a mitad de temporada fue al Juego de las Estrellas.

 Cuando me dijeron que representaría al equipo en el Juego de las Estrellas, en Miami, no me lo podía creer. Son esas cosas buenas que esperas, pero que cuando llegan no lo puedes creer. Estar en ese clubhouse con jugadores que admiraba, fue especial. Como fue en Miami, estaba toda mi familia,  mi hermano, estaban todos los que yo quería que estuvieran. Fue un año espectacular.

Está consciente de que ha decaído su rendimiento y lo que tiene que trabajar para ganarse de nuevo un lugar.

 Hoy en día estoy en una situación compleja, necesito ganarme oportunidad de juego, pero al mismo tiempo es interesante lo que puede pasar, es un reto. Estoy en una situación en la que tengo, otra vez, que comprobar lo que puedo hacer. Ya he pasado momentos muy exigentes para ganarme estar en un Juego de Estrellas o ganarme un Guante de Oro. Todo eso me ha hecho madurar. Hoy en día el juego se lleva mucho por la analítica y el resultado de todos los días. Si no juegas hoy, no juegas mañana, y hay que ajustarse a eso. Debo ganarme de nuevo la confianza. Este año tenía 20 turnos y me dijeron que no sería titular, por supuesto que eso me afectó. Decirte que no, es mentira. Tengo que hacer ajustes, mentalmente, para volver a ganarme la titularidad. He pasado por situaciones similares, en Arizona también me pasó. Me siento saludable, fuerte y joven, así que va a depender de mí. Al comenzar esta temporada tan particular, no me sentía al 100 por ciento y eso me tenía con temor a lesionarme. Más avanzada la temporada fui recuperando la confianza, pero no había tiempo para esperar.

No descuida su preparación física para llegar listo a los entrenamientos de primavera, en Florida. El compromiso es con él mismo. Mientras tanto, disfruta el receso en compañía de la familia y su pareja, Estefanía Fernández, ex Miss Universo venezolana. Lo tenía reservado hasta hace unos días, cuando apareció con ella al lado del DeLorean de la atracción de Volver al Futuro en Orlando, donde vive desde hace tiempo.

 Recientemente publiqué una foto con mi novia, con Estefanía Fernández, nos va bastante bien, ella es una persona muy dulce y cariñosa, se lleva increíble con mi familia, y ahí vamos, poco a poco. Deseo seguir enamorándome, quiero tener una familia, vamos por un camino muy bonito que quiero seguir viviendo con ella.

Siempre pendiente de apoyar a los jugadores de las Pequeñas Ligas, no olvida de dónde viene y lo que puede significar para esos niños que también sueñan como soñaba él.

 Todos los mensajes que esos niños me mandan por las redes, yo los trato de resolver, porque sé lo que un niño siente cuando habla con alguien que admira, y yo eso lo valoro muchísimo, de verdad. Lo valoro y sé que cualquier cosita que yo les pueda decir, puede cambiarles la vida, para bien.

Así ha sido la historia desde aquel jonrón que casi no se va. La historia de Ender, el hijo de Astolfo Inciarte.


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