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El pasado viernes 28 de agosto nos dejó Elia Schneider. Psicóloga, cineasta, productora, docente, investigadora, esposa y madre. Guerrera incansable, luchó durante más de veinticinco años contra una enfermedad que, inexorablemente, acabaría con su vida. Una existencia que logró aprovechar al máximo pese a la sombra que la perseguía y que ella evadió retándola de manera única al punto de dejar un valioso legado personal y artístico.
Formada artísticamente entre el ballet clásico y la danza, exploraría luego como coreógrafa expresiones y movimientos que le permitirían desarrollar sus inquietudes respecto al arte. Tras graduarse como psicóloga en la Universidad Católica Andrés Bello en 1978, Schneider realizaría un máster en la Universidad de Nueva York, donde se vería atraída por el cine como medio de expresión.
En la década de 1980 se vio seducida también por el teatro, otra de sus grandes pasiones, dirigiendo algunas piezas donde demostraría su visión experimental y vanguardista de la escena manifestada en su período de Nueva York y posteriormente en Caracas. Esto le permitió definir una personalidad autoral basada en el trabajo del actor y en el uso de dispositivos escénicos que complementarían de manera integral la experiencia artística.
Nacida un 17 de enero –el mismo día en que vino al mundo Konstantin Stanislavski: actor, director y pedagogo teatral, considerado el padre de la actuación moderna y célebre por crear el método interpretativo que lleva su nombre–, Elia sintió desde temprano gran admiración por el dramaturgo ruso, adoptando su procedimiento educativo como herramienta de formación.
Con el rigor que la caracterizaba, acompañada de su sensibilidad, tenacidad y disciplina, obtuvo importantes logros en la educación de numerosos actores. En esta faceta entendió el oficio del intérprete como elemento clave para el desarrollo de cualquier propuesta artística, escénica o audiovisual, razón por la que exigía a sus discípulos una entrega por encima de cualquier complacencia para dar credibilidad al trabajo realizado.
Su cátedra en español para la escuela de actuación Stella Adler en Los Ángeles se convirtió en referencia dentro de esa institución, atendiendo la necesidad de una comunidad latina cada vez mayor en la costa oeste norteamericana. Stella Adler, alumna de Stanislavski, inició una labor de enseñanza fundamental en Estados Unidos, estructurando un centro de educación que ayudó a desarrollar el talento de actores como Marlon Brando, Robert De Niro, Martin Sheen o Benicio del Toro, entre otros.
Ansiosa por desarrollar en cine sus inquietudes, y apoyada por su esposo, el también cineasta José Ramón Novoa, Elia Schneider debuta como directora en 1999 con Huelepega, película con la que tocaría un tema incómodo para muchos en la época, llevándola a registrar sin artificios el submundo de un grupo de niños y adolescentes abandonados a su destino en una sociedad implacable donde apenas sobrevivían.
En Huelepega intérpretes profesionales se mezclaron con aficionados –ambos grupos sometidos a un proceso de entrenamiento actoral– dando como resultado una aclamada pieza que obtuvo, entre otros reconocimientos, el de mejor filme en el Festival de cine de La Habana y en el Festival de cine Latino de Nueva York. Esta película sería, de alguna manera, la continuación de un camino iniciado con Sicario, largometraje producido por ella y dirigido por José Ramón Novoa en 1994, al que seguiría Oro negro en 2000 (igualmente bajo su producción y dirigido por su esposo). Cintas donde además, bajo la guía de Elia, se forjaría el talento actoral de Laureano Olivares.
En 2004 llegaría Punto y raya, su segundo proyecto como realizadora, donde la frontera entre Venezuela y Colombia sería el lugar de encuentro entre un desertor y un soldado, uno colombiano y el otro venezolano, quienes se verán enfrentados a causa de sus posiciones ideológicas. La película, una de las primeras en ser protagonizada por Edgar Ramírez, continúa la estética de Elia Schneider basada en la plasmación de historias en las que las luchas personales por sobrevivir en entornos complicados constituye una de sus búsquedas fílmicas más resaltante.
Tras producir El don en 2006 y Un lugar lejano en 2010 (ambas realizadas por José Ramón Novoa), regresaría a la dirección con Des-autorizados, también en 2010, producción de carácter experimental que le permitiría abordar inquietudes vinculadas con su forma de asumir el hecho artístico, previamente ejercitadas en sus actividades teatrales y en sus producciones cinematográficas. En esta película, una directora imagina a un dramaturgo, protagonizado por Erich Wildpret, quien escribe una obra en la que sus protagonistas toman vida y presionan a su autor para que les otorgue el final que ellos creen merecer.
Tras participar como productora asociada en Esclavo de Dios (2013), ópera prima de su hijo Joel Novoa, y luego de producir Solo (2014) –dirigida por su esposo–, Elia realizaría la que sería su última película: Tamara; ambicioso proyecto inspirado en la experiencia de vida de Tamara Adrián, el cual le permitiría a Luis Fernández asumir rol protagónico explorando las complejidades de un personaje que le exigió enfrentar riesgos actorales guiados por las indicaciones de su realizadora. Estrenada en 2016, Schneider logró con esta pieza cosechar diversos reconocimientos nacionales e internacionales, ratificando una vez más su prestigio como cineasta.
Apasionada por su familia, por su trabajo y, en general, por la vida, Elia Schneider bregó por años contra un destino que parecía ineluctable y que, como Sherezade en Las mil y una noches, pudo retrasar día tras día gracias a su espíritu felino; así fue ganando un tiempo que si bien no fue suficiente le permitió extender su radio de acción estética y el amor por las cosas que hizo con autenticidad y profesionalismo.
Descansa en paz, querida Elia.
José Pisano
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