Mundial de fútbol

El VAR y la eterna paranoia del fanático // #Rusia2018

Fotografía de Filippo Monteforte / AFP

25/06/2018

En Rusia 2018 se oficializó el Sistema de Video Arbitraje (VAR por sus siglas en inglés). Se trata de una herramienta más compleja en su estructura que en su función. Basta con saber que una jugada puntual (penalti, expulsión, posición adelantada o tarjeta roja) puede ser revisada siempre que el árbitro tenga dudas.

Ese árbitro se apoya en cuatro jueces, que revisan todas las acciones durante los 90 minutos. En general ha sido bien utilizado. Decidió de hecho las posiciones de la primera llave para octavos de final: con la validación de un gol de Iago Aspas para España y de una mano para Irán, transformada en gol en el empate con Portugal.

Perú aún se lamenta por el penal fallado por Christian Cueva contra Dinamarca, que fue decretado por la revisión del video. El francés Antoine Griezmann contra Australia y el australiano Mile Jedinak contra Dinamarca, también cambiaron por gol una buena chequeada a las cámaras.

Hay más ejemplos positivos claro. Y otros que generan dudas. Sin embargo, tengo la sensación de que aún no se entiende que este sistema es un apoyo y no un recurso autónomo.

Es imposible revisar cada jugada que sucede en el campo. Debemos confiar en los ojos de los árbitros que están en el terreno y está bien. Es la única manera de mantener cierta esencia de esta disciplina inventada por los ingleses (aunque escoceses y guaraníes tienen algo que decir al respecto).

Pero realmente lo mejor del VAR no es lo que ha sucedido frente a las cámaras sino detrás de ellas. La mayoría de los jueces se preocupan por decidir mejor, tal vez obligados por Gran Hermano que les persigue, y que nos incluye ahora que podemos ver jugadas desde miles de ángulos.

Ahora que comenzamos a conocer a los rivales de octavos de final, todavía no hemos apuntado con el dedo a un pitador, al menos no como se hizo en otros Mundiales. No hay una nueva versión de Byron Moreno, Gamal Mahmoud Ahmed Al-Ghandour o Eduardo Codesal.

En torneos pasados era imposible que al dueño de casa se le pitara un tiro libre como el que le permitió a Luis Suárez anotar contra Rusia o incluso que el propio local se quedara con 10 jugadores, como pasó este lunes en la goleada de Uruguay, 3-0.

Mismo juicio para el Alemania-Suecia. El campeón defensor consiguió la victoria con 10 hombres. Mientras duró la administración de Joseph Blatter, se jugaba a lo que quería el presidente de la FIFA y el máximo ejemplo fue aquel nefasto Corea-Japón de 2002, con las injusticias a favor de los asiáticos.

Además de los miles de ojos que los vigilan, los jueces deben cargar con la paranoia de los fanáticos que ven conspiraciones universales donde simplemente falla el humano.

¿Por qué pasa esto? Precisamente porque el fútbol es una actividad humana, que condensa nuestros prejuicios. Si creemos que todo está hecho para el triunfo de “los de siempre”, nadie nos va a sacar de allí.

El fútbol es la consecuencia de un proceso complejo, en el que intervienen más de 22 personas en cancha. La dificultad o el acierto para relacionarse, para comunicarse, muchas veces se reduce a unas líneas vagas: “El fútbol es 11 contra 11 y ganan los alemanes”, o “el que no hace le hacen”. Esto explica la aprehensión a la tecnología.

El desconocimiento de una actividad deportiva es la principal razón de la victoria de los prejuicios. Ese desprecio por el conocimiento (el apoyo de la ciencia, por ejemplo) es un deseo por mantener las cosas inamovibles, como sucede en los gobiernos autócratas.

Cada vez es en Twitter se hace más palpable esto. Cuando se dice por ejemplo que lo importante es “meter la pelota” o que “Si Perú era tan bueno por qué no marcó ni un gol”, se reduce a unos cuantos caracteres cientos de relaciones complejas que inciden en un partido, incluso el azar, un concepto estudiado en matemáticas por ejemplo.

Y los analistas no escapan a estos prejuicios. Se habla de manera despectiva cuando alguien introduce nuevos conceptos a la discusión futbolística. Aún hay un enorme barullo cada vez que se usa el término posesión y posición en el balompié, para explicar, por poner un ejemplo, lo mal que usa la pelota España en Rusia.

“Filósofos” les acuñan en las redes sociales. Lo dicen quienes se sienten más contentos viendo como le dicen “pecho frío” a Messi. Son los que quieren ver sangre cada vez que un ídolo, una selección o un técnico se equivocan. Mario Vargas Llosa, en su ensayo “La civilización de la cultura”, ya hablaba de ello.

Porque el fútbol, en la medida que afecta a millones de seguidores, debería despertar cierto afán por interpretar sus retrocesos y avances, al menos en sus principios fundamentales.

Dante Panzeri, aquel periodista maldito que escribió un libro sobre fútbol que –aseguraba- no servía para nada, decía que el “fútbol para ser serio, tiene que ser juego”. Destacaba en su sentencia el elemento lúdico de la actividad.

Sin embargo, esta actividad, como tanto lo temía él, se convirtió en industria y como industria generó una ambición que devoró a sus propios padres.

La redada en 2015 de funcionarios que usaron el fútbol para enriquecerse, contribuyó a la caída de Blatter y todo este imperio que colocaba y quitaba árbitros para el beneplácito de los inversores, regularmente los que organizaban los torneos.

Después, obviamente que los patrocinadores tenían injerencia en la elaboración de los calendarios, de manera que las selecciones mediáticas no se quedaran en el aparato de buenas a primeras.

Lo anterior no se ha eliminado del todo, pero está claro que las propias federaciones pueden hacer mejores a sus equipos, para que sean cabezas de serie y así evitar la perpetuidad de “los mismos”.

El caso del empoderamiento de los árbitros es otra cosa, una medida que debemos aplaudir. El uso de la tecnología puede servir, como hemos visto desde la bomba atómica, para hacer daño, pero también puede ayudar en la administración de los errores y los aciertos.

Un ejemplo de cómo los prejuicios operan en un mismo juego lo vimos en el Portugal-Irán. Cuando Cristiano Ronaldo recibió la amarilla por un codazo en el juego contra Irán, las redes sociales hallaron allí la prueba de una conspiración contra “la débil Irán”. Gritaban que debía ser roja. Era, según la jauría, el favor a un consentido; al ganador del Balón de Oro de la FIFA y estrella del Real Madrid.

Sin embargo, con ese mismo sistema y en el mismo partido, Irán consiguió un penalti discutible. Un gol más y Portugal se despedía del Mundial. ¿Para qué poner en riesgo la clasificación de los lusos con esta decisión si su pase estaba decidido previamente?

Los avances tecnológicos permitirán que el VAR sea más efectivo en su concepción y ejecución en los próximos años. Es cierto que le ha quitado emoción a los partidos, pero siempre he sido defensor de la justicia, entendiendo justicia como la aplicación óptima de las reglas establecidas en una competencia.

Si debo escoger entre una y otra, siempre defenderé el aburrimiento de esos 10 segundos que debo esperar para conocer si mi equipo fue beneficiado o castigado. Hay, en esa tortuosa espera, un cosquilleo desesperante que no había vivido en otro Mundial.


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