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Es instintivo cerrar los ojos cuando abrazamos con emoción. Es humano.
Se trata del mismo principio que hay detrás del acto de cerrar los ojos cuando besamos: nuestra capacidad para percibir el mundo mediante el tacto es tan vulnerable, que si nuestro cerebro está recibiendo un estímulo visual al mismo tiempo deja de procesar a plenitud la experiencia del tacto, del abrazo.
Mientras más tenemos que ver, menos sensibles somos al contacto con el otro.
Y la tragedia del doctor José Alberto Marulanda nos ha obligado a ver demasiado.
Cuando la especie humana ha necesitado más médicos al servicio de un planeta asolado por la pandemia, en los calabozos de Ramo Verde estaba el doctor Marulanda, un destacado cirujano venezolano especializado en recuperar las manos de los pacientes que se ponían en las suyas.
Estaba señalado de conspiración, de haber conspirado contra la invisible noción de Patria en complicidad con su ex, una efectiva militar. Aquello le pareció suficiente al actual artefacto de justicia para que el médico que curaba las manos estuviera en la misma cárcel a la que van los militares encarcelados.
Sin procesamiento judicial, sin presunción de inocencia y, con el tiempo, sin manos.
Sus familiares denunciaron que, como consecuencia de los golpes, el uso cruel de las esposas en sus muñecas y otras torturas, el doctor José Alberto Marulanda había perdido parte de la sensibilidad de sus manos, además de tener lesiones en la columna vertebral y manifestar pérdida de la audición.
Así, casi sin tacto, casi sordo y con el dolor atravesándole la columna, al ser excarcelado José Alberto Marulanda deja de ser cirujano durante unos segundos y es un cuerpo que abraza, cerrando los ojos para que el tacto sea el principal de los sentidos.
En nuestro idioma, la palabra sentido tiene múltiples acepciones. Por una parte, están los ‘sentidos’ que permiten descodificar el mundo a través del cuerpo (oído, olfato, gusto, vista, tacto), pero también entendemos el ‘sentido’ como el significado propio de las cosas, su razón de ser. Nos referimos a aquello que ha sido procesado por nuestros sentimientos como lo que hemos ‘sentido’. Y, entre dos o tres más, está la acepción que nos permite utilizar la palabra ‘sentido’ para referirnos a la dirección, al rumbo que toman los hechos, las derivas, los avances y los retrocesos.
Es urgente encontrarle sentido a todo cuanto significa este abrazo de ojos cerrados, de un hombre que fue torturado hasta el extremo privarle el sentido del tacto y afectarle la audición, afectando el sentido a su vocación médica. Y una acción tan cruel sólo puede ser obra de quien no haya sentido compasión con quien dedica su vida a sanar a los demás. Son estos hechos los que logran vulnerar el ánimo colectivo, urgido de entender cuál es el rumbo, cuál es la dirección, cuál es el sentido que nos conducirá al final de este calvario común.
Y no estoy redundando.
Es momento de entender que, quizás, ya hemos visto demasiado.
Cerramos los ojos al abrazar porque nuestro cuerpo sabe que somos capaces de hacernos menos sensibles mientras más cosas estamos obligados a ver.
Sin embargo, también quiero creer que cuando abrimos los ojos y le permitimos a cada uno de los sentidos recobrar el rol que le corresponde, el cuerpo se hace uno.
Y eso siempre nos hará más fuertes. En todos los sentidos.
Willy McKey
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