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Baza es una comarca granadina situada en el extremo oriental de Andalucía, en los confines de Granada y Almería con Murcia. Es tan árida que siempre pensé que sería el lugar ideal para hacer pruebas atómicas; pero parece que antes no era así. De hecho, en el “Romance del cerco de Baza”, un Romance Viejo que canta la caída de la capital a manos cristianas, se cuenta cómo el rey Fernando la contemplaba a lo lejos, anhelando tomarla:
Miraba las ricas tiendas – que estaban en el real,
miraba huertas grandes – y miraba el arrabal…
Hoy la cruza una autovía que empalma la A-92, que atraviesa toda Andalucía, con la A-7, que hace todo el Mediterráneo, así que sigue siendo un importante lugar de paso como también lo fue antes, en tiempos del viejo camino real que llevaba de Granada a Valencia. Los bastetanos siempre supieron sacar provecho de esta posición y la ciudad llegó a tener notable desarrollo industrial y comercial ya desde tiempos de los musulmanes. Así la describe el geógrafo y viajero Al-Idrisi en su Kitab Rûyar, tal y como la vio en el siglo XII: “Rodeada de fuertes murallas, tenía buenas casas, activo comercio y varias fábricas. Era floreciente, bien poblada, cabeza de una extensa región fronteriza”. Finalmente, tras un largo asedio, la ciudad fue conquistada por los Reyes Católicos el 4 de diciembre de 1489.
Numerosas gestas y hazañas de la Reconquista se fueron transmitiendo de manera oral a través de las generaciones, sobre todo en forma de romances, esos cantos narrativos que hunden sus raíces en la poesía épica y los cantos de gesta, pero también en la tradición lírica medieval. Es impresionante la pervivencia del romance a través del tiempo, su altísima popularidad en los siglos XV, XVI y XVII, justo los años de la conquista de América, dejando una marca imborrable no solo en la literatura española sino también en su tradición folclórica (y digo española de todas las Españas). Poco a poco, la forma y el carácter de los romances se fue adaptando a otros temas que no necesariamente tenían que ver con las gestas guerreras, especialmente temas eróticos y devotos, pero también burlescos y jocosos. Será en el siglo XVIII cuando las clases cultas españolas desprecien a los romances a favor de otras formas líricas europeas, influidas sobre todo por el gusto de la Ilustración. El romance pasa a ser considerado patrimonio de las clases populares, que lo conservan y transmiten. Serán tiempos en que ciegos y mendigos los canten en mercados y plazas públicas, o incluso se vendan en pliegos sueltos a cambio de alguna moneda. En el XIX, con el auge de los estudios filológicos, se producirá el redescubrimeinto del romance, especialmente de la mano de Ramón Menéndez Pidal ya en el siglo XX. Sin embargo, en las comarcas de la España profunda los viejos romances se seguían cantando, como hasta hoy.
Romances de la Comarca de Baza y zonas limítrofes (Granada, 1998) es un libro con el que me topé un sábado en la Librería Gala, en el viejo barrio de El Zaidín, allá en Granada. El libro recoge muchos de los romances que todavía cantan los viejos bastetanos en sus fiestas y verbenas. Entre estos cantos pude leer un romance jocoso que no puedo dejar de transcribir:
Romance del piojo y la pulga
(versión recogida en abril de 1994)
El piojo y la pulga – se quieren casar
y no tienen vino – para convidar.
Respondió un mosquito – desde su alcoba
-Si no tienes vino – yo podré una arroba.
Contentos estamos – vino ya tenemos,
por falta de trigo – no nos casaremos.
Respondió una hormiga – desde su hormigal:
-Si no tienes trigo, – yo pondré un costal.
-Contentos estamos, – trigo ya tenemos,
falta la madrina, – no nos casaremos.
Respondió una mona – desde su cocina:
-Sígase la boda, – yo seré madrina.
-Contentos estamos, – madrina tenemos,
por falta de cura – no nos casaremos.
Respondió un ratón – desde su altura:
-Sígase la boda, – yo seré el cura.
Ya está el gasto hecho – y la gente junta,
vino un gato negro – y se comió al cura.
En un libro fundamental, Los libros del conquistador (Cambridge, Mass., 1949), Irving Leonard rastrea la historia de los libros que acompañaron a los primeros españoles en América, los que llegaron en los primeros años de la colonia y circularon por los incipientes centros urbanos. El aporte de Leonard es fundamental a la hora de recrear la mentalidad y el imaginario de los primeros europeos llegados a América, los que la conquistaron pero también los que escribieron en crónicas las gestas y las hazañas de esos conquistadores en términos comparables con las narradas en las novelas de caballería, tan en boga en el siglo XV.
Mucho más complejo sería tratar de reconstruir la cultura oral de esos primeros europeos venidos al Nuevo Mundo. Lo que habían escuchado desde que eran niños, las historias, las leyendas y los mitos que ayudaron a configurar su propio carácter, sus valores y su forma de ver el mundo. Todo un ethos, una axiología marcada por lo épico y por ese sentido trágico de la existencia tan hispano, como bien supo Unamuno, pero también por un humor muy propio. Un lugar protagónico en esta cultura oral tienen que ocuparlo los romances. Sabemos que, a la llegada de los cristianos, gran parte de las comarcas andaluzas fueron repobladas por colonos venidos de Castilla, que traían consigo, desde luego, su imaginario y su cultura, sus canciones. Pero ¿a dónde más fueron? En otros lugares he escrito y repetido que las palabras tienen vida propia, ¡y qué diremos de las canciones! Algunas de ellas, quién lo diría, con el paso del tiempo llegarían a divertir a los niños de aquellas tierras nuevas, aquel Nuevo Mundo cuya existencia los viejos romanceros ni siquiera habrían sospechado.
Mariano Nava Contreras
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