Perspectivas

El primer relato de ciencia ficción

01/10/2022

Ilustración de 1894 de William Strang que representa una escena de batalla del «Historias Verdaderas», de Luciano

Muchas veces los inventos más geniales nacen del cansancio y de la burla. O al menos algunos de los relatos más inolvidables. Las Historias verdaderas de Luciano, escritor griego del siglo II, cuenta un viaje alucinante. El relato, en primera persona y tradicionalmente dividido en dos libros, narra los viajes y aventuras que supuestamente vivió el escritor durante un increíble periplo que lo llevará hasta la luna. Eso sí, Luciano establece las reglas del juego desde el principio: “escribo sobre cosas que jamás vi, traté o aprendí de otros, que no existen en absoluto ni por principio pueden existir. Por ello, mis lectores no deberán darme ninguna credibilidad”.

Luciano cuenta que, impulsado por su “gran actividad intelectual”, su “afán por los descubrimientos” y su “deseo de averiguar qué era el fin del Océano y qué pueblos vivían a la otra orilla”, un día resolvió aprovisionar un barco y escoger a cincuenta marinos experimentados. Con ellos zarpó desde el Estrecho de Gibraltar, las llamadas Columnas de Hércules, y se internó en el ignoto océano de occidente. El primer libro relata cómo, después de ochenta días, arribó a una isla “elevada y frondosa” por cuyos ríos corría vino y cuyas vides tenían raíces de árbol y cuerpo de mujer. Después de coger una buena borrachera, Luciano y sus amigos zarparon de nuevo. Entonces una gran tempestad tomó la nave, elevándola con sus fuertes vientos e impulsándola hasta la luna.

En la luna Luciano conoce a Endimión, rey de los selenitas, a la sazón en guerra con Faetonte, el rey del sol. Luciano describe cómo son los selenitas y cómo es la vida en la luna (I 22-26). Endimión quiere establecer una colonia en Eósphoros, la Estrella de la Mañana, pero Faetonte se opone a sus planes. Los selenitas resuelven enviar una fuerza compuesta por ochenta mil “cabalgabuitres” y veinte mil “alas de lechuga”, a los que se unen los soldados del Rey de la Osa Mayor y Luciano mismo con sus amigos, con el fin de conquistar la estrella. A Faetonte lo defiende un ejército de “cabalgahormigas”, con sus mortales antenas, y los no menos peligrosos “aeromosquitos”. Vence Endimión, que desea convencer a Luciano y sus amigos de que permanezcan junto a él. Luciano finalmente lo persuade de que debe partir. Continuado el viaje, los exploradores avistan la Ciudad de las Lámparas y a Cucópolis de las Nubes, la ciudad de las Aves de Aristófanes en medio del aire. Finalmente caen en el mar, donde son tragados por una inmensa ballena (I 31-36).

En el segundo libro, Luciano describe la enorme ballena, cuyas dimensiones son descomunales. En su interior había un bosque y una gran laguna, todo un país que habitaban pueblos enteros. Cansados de vivir dentro de la ballena, Luciano y sus amigos deciden escapar de ella. Habiendo intentado numerosos recursos, finalmente deciden incendiar el bosque, lo que hará que la ballena abra la boca. Los viajeros continúan, pues, su navegación, que los lleva a la Isla de Quesia, que se alzaba sobre un mar de leche, y a un encuentro con los “corchópodos” (sí, pies de corcho), que habitaban la isla flotante de Corcho. Entonces llegan a la Isla de los Bienaventurados, gobernada por el mítico rey cretense Radamantis. Allí Luciano encuentra a Homero y a otros bienaventurados, con los que sostiene las más graciosas conversaciones (II 5-27). También visitará la Isla de los Impíos (donde encuentra al historiador Heródoto y al viajero Ctesias, relegados allí por mentirosos), a la isla de los Sueños (II 32-34) y a la de Ogigia, a donde debe entregar a Calipso un mensaje de parte de Odiseo. El libro II de las Historias verdaderas está compuesto de cuarenta y siete capítulos llenos de aventuras y prodigios. Al final, Luciano naufraga y arriba a otro continente. El relato cierra con una promesa incumplida: “lo que ocurrió en el otro continente lo relataré en los libros que siguen”. Se trata de la última y mayor de sus mentiras, pues los filólogos aseguran que Luciano nunca pensó en escribir otro libro.

Se ha escrito a menudo que las Historias verdaderas es el primer relato de ciencia ficción conocido. En realidad, es mucho más que eso. Autoficción, parodia, literatura fantástica o de evasión, la obra fue escrita en pleno siglo II, durante el reinado de Marco Aurelio, un período de relativa prosperidad y seguridad en que los viajes e intercambios a lo largo del imperio romano eran bastante comunes. El mismo Luciano por un tiempo se ganó la vida como conferencista itinerante, una especie de sofista que iba de ciudad en ciudad dictando conferencias acerca de casi cualquier cosa que pudiera interesar al público, por la que se pudiera cobrar alguna buena cantidad. Eso le proporcionó una inmensa cultura y también unas arcas robustas, con las que después pudo comprar casa en Atenas y pasar allí la mejor parte de su vida.

En realidad, los griegos ya estaban un poco hartos de tanta literatura de viajes y aventuras. Se trata de una vieja tradición que se remonta nada menos que a la Odisea de Homero. De hecho, las Historias verdaderas están aquí y allá llenas de guiños a los poemas homéricos. Sin embargo, el objetivo de Luciano son los historiadores, y más aún una pseudoliteratura de viajes que fue muy popular en su tiempo, y que pretendía mostrar como verdaderas las más fantásticas descripciones y narraciones de viajes ficticios. En el siglo II fue muy conocida la Descripción de Grecia del viajero Pausanias, que sigue siendo útil a los arqueólogos, y en el siglo IV a.C. el Periplo de Escílax, del almirante Escílax de Carianda, que aseguraba haber navegado desde el Océano Índico hasta el Golfo Pérsico. También fue muy leído el Periplo de Hanón, una descripción de las costas de África, así como el tratado Acerca del mar Eritreo de Agatárquides de Cnido en el siglo II a.C., mientras que el marsellés Piteas de Massalia aseguraba haber llegado hasta Escandinavia en su libro Acerca del Océano, escrito en el siglo IV a.C. Incluso en la época de Luciano, en el siglo II, un tal Antonio Diógenes publicaba unos Prodigios más allá de Thule, novela sobre viajes imaginarios a esta isla fantástica. Todo ello fue configurando una geografía fantástica a la vez que un imaginario. En el relato de Luciano, Heródoto, autor del más célebre libro de historia, y Ctesias de Cnido, autor de una Descripción de Persia (Persiká) y de una Descripción de la India (Indiká) en el siglo V a.C., aparecen relegados a la Isla de los Impíos a causa de sus mentiras.

La verdad es que en las Historias verdaderas (Alêthiná diêgémata), título irónico por demás, las intertextualidades saltan por todas partes, siempre de manera paródica e irónica. En el libro I se describe y se menciona a Nephelokokkygía, la ciudad de las aves construida en el aire de la comedia de Aristófanes. Luciano se queja de que los escritos del cómico ateniense “varón sabio y veraz” hayan sido puestos en duda. Como en Aristófanes, las Historias verdaderas están llenas de chistes, juegos de palabras y paródicas alusiones a otros autores y obras. En el libro II, la descripción de la Isla de los Bienaventurados contiene muchos de los elementos de la tradición utópica, desde el mito de la Edad de Oro en Hesíodo hasta la platónica descripción de la Atlántida y de la Ciudad de los Magnetes, tal y como se encuentran en el Timeo y las Leyes. La imagen del banquete de los bienaventurados nos recuerda al que se narra en la República de Platón, y la descripción de la Isla de los Impíos nos remite a la bajada de Odiseo al Hades del canto XI de la Odisea. La detallada pintura de los habitantes de la luna, siempre en tono gracioso y paródico (“se considera hermoso al hombre calvo y pelón; los melenudos, en cambio, son despreciados”, “sobre las nalgas les crece una col de gran tamaño a guisa de cola, muy exuberante, sin ajarse cuando caen de espaldas”, “cuando trabajan o hacen ejercicio, sudan leche por todo el cuerpo, lo que les permite elaborar queso, sobre el que extienden una capa de miel”), remite a las estrafalarias descripciones de los pueblos bárbaros del libro VII de la Historia Natural de Plinio el Viejo, escrita un siglo antes. Tampoco se puede leer la batalla entre los ejércitos de la luna y del sol, con sus fantásticos soldados, sin recordar el combate de las ranas y los ratones de la Batracomiomaquia. Incluso Luciano se parodia a sí mismo, pues su Icaromenipo pone al filósofo cínico –una especie de alter ego– a contar la vez quiso volar desde el monte Olimpo hasta la luna, atándose de cualquier modo un ala de águila y otra de buitre a cada brazo.

Tratado singular sobre la naturaleza de la ficción y sus relaciones con la verdad, las Historias verdaderas tendrán una influencia y una vigencia notables. Redescubierto con entusiasmo en el siglo XV, no es posible entender la Utopía de Moro sin este fantástico relato de navegaciones e islas. También en la Francia del siglo XVII, Cyrano de Bergerac las imitará al escribir su Histoire comique d’un voyage à la lune; en la Inglaterra del XVIII Swift se inspirará en ellas para escribir sus Viajes de Gulliver, y Raspe para sus Aventuras del Barón de Münchhausen. Tampoco se puede leer el episodio de la ballena sin pensar en Las aventuras de Pinocho de Carlo Collodi. Ni qué decir de algunas novelas de Julio Verne como Viaje a la luna, en el siglo XIX, ni mucho menos de los relatos de viajes y guerras interestelares tan populares en el siglo XX. En España, la primera traducción al castellano se debe a Francisco de Encinas, en 1551, y en su intención paródica no deja de recordar al mismo Quijote, escrito solo cincuenta años después. Entre nosotros, todavía falta por calibrar el impacto y la presencia de las Historias verdaderas en la génesis y el carácter del cuento fantástico latinoamericano.


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