Perspectivas

El milagro de Rubén González

03/09/2020

Yarudid González y Rubén González

Justo cuando las consecuencias de las divisiones políticas se hacen evidentes, el nombre de Rubén González vuelve a recordarnos cuánto ha sido posible.

El líder sindical que forma parte de los presos políticos que fueron excarcelados esta semana fue arrestado en noviembre de 2018, después de haberse atrevido a liderar una protesta de empleados públicos y denunciar que las condiciones salariales de los trabajadores de Ferrominera y otros sectores públicos eran inhumanas, frente a la mayor inflación en la historia de Venezuela.

No fue sino hasta agosto de 2019 que un tribunal militar lo condenó a cinco años de cárcel, imputándole el delito de ultraje a la Fuerza Armada Nacional.

En resumen, el caso de Rubén González es un compendio de hechos que dejaría sin argumentos a cualquier defensor del espíritu obrero y popular de las «revoluciones» del Siglo XXI: un trabajador y líder sindical de las empresas básicas de Guayana apresado por protestar y, casi un año después, siendo juzgado por un tribunal militar que lo condenó a cinco años de cárcel.

No fue mucho lo que hizo la izquierda internacional, aunque ni siquiera la más descabellada de las lógicas obreristas podría justificar este exceso.

Las circunstancias derivando en una incongruencia material e histórica

Ahora bien: ¿qué fue lo que convirtió a Rubén González en un preso político?

Quizás sea necesario hacer memoria y remontarse a 2009, pero en especial a 2011: el año del milagro de Rubén González.

Hace once años, también por haber liderado una protesta de trabajadores de Ferrominera, Rubén fue arrestado por órdenes de su patrono: el Estado.

Además, el aparato judicial y sus retardos procesales lo mantuvieron esperando sentencia hasta 2011, cuando fue condenado a más de siete años de cárcel.

Fue el primer martes de marzo.

Desde aquel instante, las protestas de sus compañeros obreros encendieron las calles de Guayana: el estado Bolívar se transformó en un escenario que ningún Poder está preparado para confrontar.

Tanto los sindicatos y los movimientos obreros oficialistas que militaban del lado del PSUV, como las fuerzas políticas opositoras y sus sectores gremiales dejaron a un lado la polarización y se encontraron en las mismas calles, exigiendo la liberación de Rubén González.

Trabajadores protestando. Trabajadores y punto. Sin adjetivos políticos ni excusas. Sin atajos calificativos que dieran lugar a la solidaridad automática ni a su reverso.

La fuerza de las protestas del movimiento obrero, despolarizado y en las calles para defender el derecho a protestar de su compañero, hizo que en apenas 48 horas el Tribunal Supremo de Justicia revocara la sentencia y Rubén González quedara en libertad.

Fue el primer jueves de marzo.

¿Por qué, después de nueve años y medio, otra vez estemos frente a la excarcelación de Rubén González?

¿Cómo es que nos dicen que le han sido perdonados, por segunda vez, delitos que no había cometido?

¿Qué fue lo que cambió para que, en lugar del milagro en las calles de 2011, esta vez Rubén González sólo recibiera los silencios de la pandemia de 2020?

Esta vez, la pelea de los obreros no consiguió lugar en las calles. Un nuevo contexto político ha reconfigurado los intereses y hay poderes que no se permitirían un nuevo quiebre.

Además, todos los demonios despertados por el Arco Minero han transformado las dinámicas humanas de Guayana.

Y ahora las trampas del presente vuelven a ponernos frente a Rubén González excarcelado, pero seguimos sin recordar de lo que fuimos capaces.

Es como si aquella idea de que fuerzas políticas distintas sean capaces de ponerse al servicio de una misma idea de justicia todavía nos resulte demasiado ajena… incluso cuando tengamos como antecedente aquel milagro de 2011

Tanto que el exceso de que un civil haya juzgado por un tribunal militar, como si un líder obrero tuviera tropas a su mando, ha quedado eclipsado, arrasado por el azogue de la cárcel.

Una condena militar fue aplicada a un civil, pero ese mismo aparato judicial hoy nos quiere hacer creer que lo perdona

Todo eso ahí, en el incompleto relato de nuestra historia política reciente, una línea de tiempo donde hasta las victorias nos quedan borrosas.

Acompañar a Rubén González tiene que pasar por la idea de entenderlo: como preso político y como fenómeno que pone en evidencia la idea de una lucha común como algo posible

Es urgente que lo hagamos.

Y más ahora, cuando todo indica que no será desde arriba que caigan los encuentros.


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