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“El comunismo no es amor, es una masa que utilizamos para machacar al enemigo”
Mao Tse Tung
El marxismo nació como reacción a la explotación de las clases obreras. El siglo XIX acuñó el término “capitalismo manchesteriano” porque designa el modelo, en estado puro, de un régimen economicista despiadado, que caracterizó la actividad fabril de la ciudad inglesa. La situación era dantesca. Fueron los tiempos que retrató Charles Dickens: empresarios avaros, jornadas de veinte horas, trabajo infantil y ausencia de seguridad social. Tal compasión por los desfavorecidos le da aliento a la crítica de Marx al capitalismo.
Lamentablemente, su crítica social está impregnada de una promesa religiosa, envuelta en empaque herético. Marx cree que es necesario negar al Dios tradicional y poner nuestra fe en una teodicea de la historia. La humanidad es señor y dios de la naturaleza. El inconveniente es que su reino está al final de una larga peregrinación por los desiertos de la alienación. A ese reino solo se puede arribar por medio de la lucha de clases a través de las distintas etapas históricas. Luego de una sangrienta revolución, tendrá lugar la utopía definitiva, la etapa superior del comunismo, la sociedad sin clases, donde el hombre se reconciliará consigo mismo.
La crítica social de Marx culmina en la profecía escatológica de la utopía angélica. Como decía Pascal, los hombres no son ni ángeles ni bestias, pero cuando quieren actuar como ángeles terminan actuando como bestias. Eso fue lo que sucedió cuando el marxismo quiso salir de la teoría y convertirse en realidad. Los revolucionarios, representados en los endemoniados de Dostoievski, consideraban que cualquier consideración ética era un estorbo para llevar a la humanidad a la felicidad definitiva.
Todo esto dio lugar al llamado socialismo real, caracterizado por países bajo un régimen totalitario. El legado del marxismo, a través del socialismo real, ha sido la negación de la democracia, de las libertades y ha dejado una larga lista de crímenes contra la humanidad.
Humanizar al marxismo
Muchos biempensantes han creído que hay algo valioso en el marxismo. Un núcleo que vale la pena rescatar. Ellos han reconocido que Marx ha sido el filósofo de su tiempo que con mayor fuerza ha denunciado la enajenación del hombre, su deshumanización en un mundo perturbado. Para ellos, Marx está caracterizado por su indignación ante la miseria del proletariado industrial, por su desprecio por la hipocresía de la burguesía, así como por su convocatoria para la transformación de una realidad degradante para el ser humano.
Consecuentemente, estos pensadores sostienen que el marxismo posee “un rostro humano”, es decir, que la problemática central de Marx no es el maquiavelismo político sino la liberación del hombre de toda forma de opresión y de alienación, y que, consecuentemente, es por esencia un humanismo. Ernst Bloch en Alemania, Adam Shaff en Polonia, Roger Garaudy en Francia, Rodolfo Mondolfo en Italia, así como Erich Fromm en los Estados Unidos, han sido los más representativos de esta corriente de pensamiento.
Fromm encuentra al Marx original en sus trabajos juveniles. Allí no hay nada de leyes de la economía, sino el fervor por liberar al hombre de la ideología y la opresión: “Para Marx, la historia de la humanidad es una historia del desarrollo creciente del hombre y, al mismo tiempo, de su creciente enajenación. Su concepto del socialismo es la emancipación de la enajenación, la vuelta del hombre a sí mismo, su autorrealización” (Marx y su concepto del hombre, p. 35).
Deshumanizar al marxismo
La tarea de rechazar la posibilidad de vincular al marxismo con el humanismo estuvo a cargo de Louis Althusser (1918-1990), intérprete devoto del marxismo, celebridad efímera de la intelectualidad francesa. Althusser se erigió como un gurú con un culto propio, apertrechado de textos sagrados y creyentes fieles. A pesar de reconocer una fase humanista en el período juvenil de Marx, Althusser le resta importancia:
“A partir de 1845 Marx rompe radicalmente con toda teoría que funda la historia y la política en la esencia del hombre. Esta ruptura única comporta tres aspectos teóricos indisociables: 1. Formación de una teoría de la historia y de la política fundada en conceptos radicalmente nuevos: los conceptos de formación social, fuerzas productivas, relaciones de producción, superestructura, ideologías, determinación en última instancia por la economía, determinación específica de otros niveles, etc. 2. Crítica radical de las pretensiones teóricas de todo humanismo filosófico. 3. Definición del humanismo como ideología”. (La revolución teórica de Marx, p. 187)
Althusser sostiene, entonces, que en la producción intelectual de Marx existe un momento de ruptura: la conversión de una fase humanista a otra estrictamente «científica», es decir, materialista y mecanicista.
Con la elaboración de los conceptos clave del materialismo histórico y la crítica de los humanismos filosóficos, Marx se colocaría más allá de cualquier concepción ideológica. Todo esto es una reformulación de la interpretación de los “dos Marx”: el joven, desconcertado idealista, y el maduro, agudo realista. Este Marx maduro se alinea con la doctrina ortodoxa del partido marxista-leninista soviético. Por tanto, toda vuelta al humanismo solo es desviacionismo.
“Todo pensamiento que se reclamase de Marx para restaurar, de una u otra manera, una antropología o un humanismo teóricos teóricamente sólo sería cenizas. Pero, prácticamente, podría edificar un monumento ideológico premarxista que pesaría sobre la historia real y correría el peligro de conducirla a callejones sin salida” (ibid., p. 190).
De esta forma Althusser, en nombre de lo que considera el pensamiento original de Marx, niega rotundamente cualquier relación del marxismo con el humanismo. A partir de esa convicción, llega a la veleidosa conclusión de que el marxismo, por ser una “ciencia” de la sociedad y de la historia, es necesariamente un antihumanismo.
“Una política marxista (eventual) de la ideología humanista, es decir, una actitud política frente al humanismo —política que puede ser de rechazo, de crítica, de empleo, de apoyo, de desarrollo, de renovación humanista de las formas actuales de la ideología en el dominio ético-político—, sólo es posible bajo la condición absoluta de estar fundada en la filosofía marxista cuyo supuesto previo es el anti-humanismo teórico” (ibid., 190).
Por este camino, deduce el cínico corolario de que la relación política del marxismo con cualquier tipo de humanismo solo puede ser oportunista, es decir, que según las circunstancias, puede aceptarse o rechazarse. Tras su obsesiva separación entre marxismo y humanismo, se encuentra el instintivo rechazo de Althusser a que el proyecto socialista estuviese condicionado por los principios éticos.
La filotiranía desenmascarada
Como dice Jean-François Revel, la estratagema ideológica de Althusser responde a “una pura necesidad intelectual y afectiva a la vez: el rejuvenecimiento de la doctrina marxista en el momento en que su poder explicativo como teoría se deshacía en el polvo. El condimento althusseriano aplazó por un buen decenio esa putrefacción” (El conocimiento inútil, p. 102). Althusser estaba consciente de la pérdida de validez del marxismo por la abrumadora evidencia empírica en su contra. Por esto quiere hacerlo inmune a esa evidencia.
Revel enfatiza que la originalidad de Althusser se basó en dos aspectos. El primero: inyectar a la doctrina moribunda hormonas arrebatadas de los avances de entonces: estructuralismo, psicoanálisis lacaniano, lingüística y filosofía del discurso. El segundo: no tratar de salvar al marxismo “humanizándolo” como se había intentado ingenuamente siempre. Comprendió que el humanismo, los derechos del hombre, la democracia colocarían al comunismo en un callejón sin salida. Althusser, continúa Revel, descubrió que la esencia irreemplazable del marxismo es la dictadura, que bautiza como del proletariado, y su aplicación histórica tangible, el estalinismo.
En conclusión, la contribución especial de Althusser fue extraer al marxismo del ámbito de la historia, la política y la experiencia. De esta forma, la hizo invulnerable a cualquier crítica de tipo empírico. También Althusser fue una persona psicológicamente inestable. En 1980, asesinó a su esposa. No pudo ser juzgado debido a que se le encontró mentalmente incapacitado. Lo condenaron a ser recluido en una institución psiquiátrica, y fue puesto en libertad después de tres años.
¿Marxismo bipolar?
El mismo Marx oscila, continua e incoherentemente, entre dos concepciones opuestas del hombre: la humanista y la materialista, es decir la antihumanista. En su esfuerzo por conciliarlas, Marx intenta llegar a una síntesis imposible: la historia, aunque está determinada, tiende a realizar la libertad humana como fin último.
Interpretada en registro materialista, la doctrina marxista se expone a la misma crítica que Marx oponía a la sociedad capitalista: el reducir el ser humano a cosa. Por otra parte, si interpretamos al marxismo como un humanismo, se puede rescatar su crítica social y someterla a los principios morales. Lo que sucede es que le habremos extraído los colmillos a la serpiente: la falsa ciencia absoluta sobre la historia que se abroga la potestad de establecer la dictadura del proletariado.
La dictadura del proletariado es una institución política que encarna lo que Albert Camus denominaba rebeldía metafísica. Esa rebeldía, que no es contra las injusticias humanas, sino resentimiento contra Dios, el cual desemboca en el “asesinato lógico”, que es un sinónimo para el genocidio.
Wolfgang Gil Lugo
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