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El fútbol femenino y nuestros prejuicios

Fotografía de Jean-Philippe Ksiazek | AFP

31/07/2019

Hace pocos días se develó la portada del videojuego FIFA 20. Eden Hazard fue el escogido para relevar a Messi y Cristiano Ronaldo. Es poco probable que de seguir en el Chelsea, lo habría conseguido. Su talento es inobjetable, pero está claro el impulso mediático que consiguió el belga, tras fichar con el Real Madrid esta temporada.

Al mismo tiempo, mientras EA Sports hacía sus anuncios, muchos usuarios de Twitter subían memes y hacían comentarios sobre Megan Rapinoe. La jugadora de la selección de Estados Unidos había sido nominada por unos fanáticos, en la página de peticiones change.org, para que fuera la figura principal del videojuego. Esperaban que la suma de firmas influyera en la decisión de los ejecutivos.

La iniciativa no consiguió su fin. Por el contrario, expuso el odio hacia la futbolista. “Marimacho”, “Feminazi”, “Hipócrita”. Los insultos se multiplicaron en cada nota donde se hablaba de la posibilidad de ver a Rapinoe protagonizando FIFA 20. Es cierto, también muchas personas salieron en defensa de Rapinoe, pero los ataques fueron abrumadores.

Se puede discutir si ganar un Mundial es mérito suficiente para protagonizar una portada de un juego tan trascendental en la cultura gamer. Incluso, como advertimos al inicio de este artículo, si vestir la camiseta del Real Madrid es la causa del boom de Hazard. O, si una buena actuación en la Champions, como la de Virgil van Dijk con el Liverpool, explica el ingreso a tan distinguido club. Sin embargo, en el caso de Rapinoe, todas las opiniones, a favor o en contra, no estaban relacionadas con el fútbol. O al menos eso parece.

Escribir sobre fútbol femenino es un gran reto hoy en día. Existe una paranoia por el riesgo de caer en desgracia con radicalismos ideológicos. A veces parece, que cualquier línea pasa por un jurado que decide si los conceptos emitidos son consecuencia de la idea de que la sociedad está organizada a partir de una supuesta superioridad del hombre. En la otra esquina se encuentra el machismo escondido, que ve condescendencia en cualquier comentario positivo sobre esta práctica y desconoce cualquier evidencia de desigualdad de género.

Durante el Mundial que se jugó en Francia 2019, emití varios tuits. Por mi trabajo, vi casi toda la competencia femenina. Quedé gratamente sorprendido por el buen nivel en general. Pero más allá de los sistemas tácticos, donde Estados Unidos está por encima del resto, lo que me llamó la atención fue la honestidad de las competidoras. Se perdía poco tiempo en simulaciones, las jugadoras aceptaban las decisiones arbitrales con menos quejas que los hombres y en casi todos los partidos el arco contrario era una obsesión, un grave problema en el fútbol masculino actual.

Esos tuits fueron respondidos con rabia. La conclusión de quienes se tomaron el tiempo para refutar cada uno de los elogios o comparaciones que hice, fue la siguiente: “Todo lo que dices es cierto, pero el fútbol femenino nunca será como el masculino”. A lo que debía responder: afortunadamente.

“En el fútbol de verdad, el de los hombres, el reclamo está sobre todo, la bravuconería, el pleito fácil. Y si se trata de ir a acosar al árbitro mejor. Que eso del Fair Play se hizo para las fotos, no para la vida real. Eso no lo vimos en el Mundial Femenil y miren que ocasiones no faltaron con esto de la aplicación del VAR. Pero en esta Copa del Mundo se quejaban más los comentaristas de televisión que las mismas jugadoras. ¿Que me marcaste falta y tiro penal? Ok, tíralo y seguimos. ¿Que mi gol no fue gol porque en la toma microscópica de repetición un dedo se adelantó? Ok, ya anotaré otro”, escribió Miguel Ángel Castillo en su fenomenal artículo “No, las mujeres no saben jugar fútbol y el Mundial lo demostró”.

Creo que un deporte debe ser visto porque es atractivo, no porque responde a una minoría. Voy a poner un ejemplo que expongo en algunas charlas. Por más que nos duela, el fútbol venezolano no es visualmente interesante. No se juega en buenas canchas, las asistencias son irregulares, los refuerzos extranjeros pobres o inexistentes y a eso debemos sumar que los equipos cambian de nombre o desaparecen en todas las décadas. Las transmisiones de televisión solo ponen en evidencia estos males históricos. En consecuencia, no puedes exigirle al espectador promedio que se siente durante 90 minutos a ver ese espectáculo.

Quienes creen que el fútbol venezolano debe verse simplemente “porque es nuestro” apelan infructuosamente al discurso nacionalista, pues en una disciplina global, siempre van a encontrar una pared. No hay deporte más consumido en el mundo que el balompié y en la medida que el fanático tiene alcance a más partidos, rápidamente entiende los estándares de calidad. No pensemos en Champions League o un Mundial, ahí están la MLS o el fútbol mexicano para darnos algunas ideas.

Establecido el punto, el Mundial Femenino fue visualmente interesante porque tenía calidad y era atractivo. Y lo ganó la selección que mejor jugó, la que históricamente cuenta con un sistema que se retroalimenta y evoluciona. Sin embargo, aún se menosprecia lo conseguido por la selección de las Barras y las Estrellas en la opinión pública.

Dice el analista Ezequiel Fernández Moore: “Son arrogantes. A las jugadoras semiamateurs de Tailandia les gritaron trece goles (el partido terminó 13-0) como si les fuera la vida. Luego el gesto burlón de tomar el té a las inglesas en la semifinal. Es la autoconfianza, dice la DT Jill Ellis, necesaria para reinar en el fútbol mundial. Cuatro de ocho títulos Mundiales. Cuatro oros olímpicos. Rapinoe no esconde su poder. Lo usa. Rechaza el himno de Estados Unidos. Milita su lesbianismo. Y defiende a las minorías. Aprendió a hacerlo cuando su hermano Brian sufrió adicciones y cárcel y el sistema lo maltrató. ‘Soy una protesta ambulante’, se define Rapinoe, líder además del reclamo judicial para que las jugadoras de la selección femenina de Estados Unidos ganen igual dinero que la masculina, que jamás ganó Mundiales ni oro olímpico. Los hombres, sin embargo, ganan cerca de cuatro veces más”.

El grito de “Equal pay” (igualdad salarial) se ha escuchado más fuerte que nunca gracias a las gargantas de Rapinoe y su combo. Es una discusión que debe mantenerse en el tiempo, pues de una mejora salarial dependerá que el fútbol femenino siga avanzando. Un informe de FIFPro, sindicato internacional de futbolistas, en colaboración con la Universidad de Manchester, concluyó que el “49% de las futbolistas no cobra por jugar y el 87% finalizará su carrera deportiva antes de cumplir 25 años”.

El pasado 17 de julio, Deyna Castellanos, uno de los mayores talentos futbolísticos que han salido de Venezuela, explicó las razones por las que aún no saltaba al profesional y entre sus argumentos prevalecía la brecha salarial. En el siguiente hilo publicado en Twitter pueden leerla en detalle:

Algunos responden a lo anterior que las mujeres no ganan igual porque generan menos dinero que los hombres. Es una manera fácil de sacarse de encima un tema mucho más complejo. El Mundial de Canadá, celebrado en 2015, generó en Estados Unidos una audiencia que alcanzó los 30 millones de espectadores. Solo el Super Bowl superó ese número. Ese interés es la base de cualquier negociación con patrocinantes.

Sí, aún hay mucho trabajo por hacer en el fútbol femenino. Pero también es cierto que existe un gran menosprecio hacia esta actividad. Por ejemplo, que el primer Mundial apenas se haya jugado en 1991, nos habla de lo difícil que ha sido este camino para sus practicantes. Y esto no pasa solo en una disciplina.

La última vez que una mujer apareció en el listado de los 100 deportistas que más dinero reciben, según la revista Forbes, fue en el 2017, cuando la tenista Serena Williams se ubicó en el puesto 51, con US$27 millones. Cristiano Ronaldo fue primero con US$93 millones. Un dato más: según el Informe Global sobre la Brecha de Género de 2018, aún faltan 200 años para equiparar los salarios entre hombres y mujeres. Las consecuencias son obvias cuando nuestros prejuicios dirigen nuestras elecciones y más aún en un mundo, el deportivo, que es dirigido por hombres. ¿Debemos esperar que el mercado haga su trabajo o nos convertimos en agentes de cambio? Ese es el reto inmediato.


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