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[Fundación La Poeteca acaba de editar Lo que trae el relámpago, que reúne los dos poemarios que dejó inéditos Esdras Parra antes de su adiós en 2004 y entregados en custodia a su amigo, el escritor y gestor cultural José Napoleón Oropeza. Fue él quien transcribió ambos libros y cuidó todos los detalles de estos poemas que reiteran a su autora como una voz única en la poesía venezolana. Aquí el epílogo que escribió Oropeza para el libro y una breve antología con el primero y el último poema de cada título.]
A su muerte, ocurrida el 18 de noviembre de 2004, Esdras Parra dejó inéditos dos libros de poesía: Cada noche su camino, escrito en las postrimerías del siglo XX, revisado acuciosamente hasta lograr una versión definitiva, y El extremado amor, al que no llegó a dar revisión final porque la sorprendieron la gravedad y la muerte.
A escasos meses de su adiós, consignó ambos manuscritos en custodia a quien suscribe estas notas, además de una compilación de ensayos críticos sobre literatura y artes visuales, y un conjunto de dibujos –de los más de trescientos que dejó–, porque a lo largo de toda su vida Esdras se dedicó en silencio al oficio de dibujante.
Diecisiete años después, con el consentimiento y respaldo de su familia, entrego esos poemarios a Fundación La Poeteca, bajo el título Lo que trae el relámpago –que he escogido tras recordar conversaciones y títulos por ella mencionados– para que los edite y difunda como homenaje póstumo a quien fuera una de las más importantes figuras literarias de nuestro país.
Dueña de una voz única, Esdras propone memorables textos urdidos en torno a la transustanciación, la naturaleza y el paisaje, todo ello a través de un viaje ontológico construido a partir de fragmentos, puntos iridiscentes, aristas luminosas, como si se tratase de mostrar los vitrales de una catedral que, formalmente, convierten su propuesta en una indagación original e inédita en el devenir de la poesía venezolana.
En Cada noche su camino, escrito entre 1996 y 1997, el lector atisbará los signos de un territorio siempre transformándose, espejeado en una persistente transverberación: descubre formas de la naturaleza en un paisaje dibujado desde lo más íntimo del alma, sometidos –paisaje y ser– a una doble interrogación; fundido constante ante un espejo real o imaginario. Un itinerario insondable hacia la interioridad anidada en la piedra, nacida del viaje del ser hacia la noche:
He pasado el invierno debajo de una piedra.
Yo
que solo miro la noche
que miro esa frontera errante
esa luz ciega
ese pedazo de cerro que sepulta mi casa.
Esa transverberación ofrece al lector un nido de espejismos y teje ante él diversas aristas e imágenes que anudan el viaje del ser hacia su único destino anhelado. Permitirá asimismo descubrir el enigma que envuelve a la autora y a sus textos poblados de un oscuro misterio. Toda su existencia constituye, tal vez, el itinerario más desolado y desgarrador de un viaje de continuos atisbos, de aplazamientos y de frustraciones.
Seguir el monólogo de Esdras Parra, de un poema a otro, en un espacio continuamente desdibujado –borrado, como hoja sacudida en medio de una gran borrasca–, nos ofrece la experiencia de asistir al recorrido de alguien cuyo único destino pareciera concentrarse en resolver el enigma de toda su existencia: saber dónde surgió la noche de un ser nacido para vivir en una continua interrogante sobre su propia naturaleza.
El segundo libro, El extremado amor, fue escrito entre 2002 y 2003. Contiene textos que anudan con asombrosa maestría los temas de la otredad, el desarraigo, el desamparo y la frustración tras la búsqueda de un amor absoluto, siempre ensoñado como el lugar donde las palabras dejan de ser un sonido de cascada armadura.
Las piedras, arquetipo y símbolo recurrente a lo largo de toda su indagación poética, se erigen aquí como excusa para un nuevo viaje, emprendido tras encontrar la puerta abierta, erguida, dejando ver el hilo que se recoge y se amontona, esperando el arribo del día.
Pero no comienza un nuevo día. Lo que se deseaba, lo que ha sido ensoñado a lo largo de su obra como sólido, eterno, en la redondez callada de la piedra que esconde secretos, no termina de llegar. El alma que aguarda y sueña reanuda la espera al recobrar nuevos bríos:
¿Qué intenta hacer el corazón con su voz
de limo? Aquí he doblado mis rodillas de hierro. He puesto en camino
lo que está parcialmente inmóvil.
La piedra, muda, dadora de la quietud eterna, permanece inmóvil, pero reveladora de caminos y sendas en sus rayas y puntos. El alma deja que la espuma se abra otra vez. Al mostrar la puerta algún otro recuerdo, empuja nuevos bríos, con la música y sonidos de las palabras deseadas. Tal vez ellas develen algún secreto distinto al de la piedra, pero tan pronto se abra la puerta, se reanudará el ensueño:
Escribir, recobrar el color de las palabras, buscar el camino
de su música, colocarlas sobre mis rodillas. Encontrar además el secreto del silencio, su sonido de cascada armadura.
Las palabras, otras piedras que no terminan de revelar su misterio ni su sabiduría secreta y única, entregan nuevamente la ráfaga de aire, el soplo eterno y necesario para que la poeta reanude su recorrido. El itinerario en busca de ese secreto que pareciera estar oculto bajo las piedras. Buscar refugio en lo más profundo de su ser, pues nunca cejará en su empeño de encontrar algún rumbo a sus pasos: una verdad absoluta distinta a la que –como un celaje– pudiera esconderse entre el aire y las hojas de un mismo paisaje.
El extremado amor es el sobrio y egregio registro de una agonía asentada tras la urdimbre de un texto que se mueve, como corriente incesante, infatigable, de un punto a otro, de un «atril» al siguiente, marcando el espacio de una pareja que soñó con encontrarse alguna vez, poniendo como testigos a las hojas y al viento. Como seres que, silentes, estáticos a veces, en movimiento en otras ocasiones, no hacen sino repetir los angustiados momentos de moverse y buscarse de manera incesante.
***
Poemas del libro Cada noche su camino
No lamento los recuerdos sin historia, los homicidios
perpetrados en honor a la ternura. Hoy el fuego me marca
como si saliera del hierro del verdugo. No cabe la menor duda de
que el frío también me despedaza. Y los climas que vienen a morir
en las islas contribuyen a mi creciente desesperación, pequeña
tiniebla recién cortada, hueco donde estuvo la piedra. Por esos cenagales
corre libremente mi sangre y prepara su partida.
*
El viento que sopla hoy navega contra la
corriente y contra su propio albedrío
he mantenido esta coraza de espino en
la marea frente a los altos vegetales
y las cruces rotas
no sé si este camino que me rodea seguirá
mordiendo el polvo o si la tierra por fin
defenderá el maíz
sostuve la vida por la empuñadura
con la hoja recta.
Poemas del libro El extremado amor
Tú que has sido huérfano
en medio del abatimiento de las despedidas
acudes, adormecido aún, a las hierbas que te curan
del nacimiento y la vejez
y sin ningún parpadeo destinado a enviar
el mensaje
sin nada de esas tormentas en el corazón
con apenas los frutos que te dio la nostalgia
deslizas la mano sobre alguna herida
todavía abierta
y recuerdas las noches errantes, llenas de vida
los crepúsculos poderosos, medianamente extraños
y esas naves que parten para no volver.
*
Tras cada reclamo de las piedras
el camino se vuelve más angosto
solo la suerte humana, inescrutable, cambia de forma
o muda su piel.
El destino enrojece hasta alcanzar la perfección.
Esa línea recta de la palma de tu mano
desordena lo que encuentra a su paso
la alegría ofrecerá testimonio de ese resplandor
un fragmento de tu vida se hace trizas.
Las piedras lo dijeron todo
con su voz hostil, al calor de eternas claridades.
José Napoleón Oropeza
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