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El encanto de Bariloche

Fotografía de Francisco Ramos Mejía | AFP

20/02/2021

Las dos veces que he estado en Bariloche ha sido por motivos académicos. Sendos seminarios fueron convocados sobre el tema del Liberalismo en América Latina, en 1999 y en 2004. En el primero recuerdo que acababa de morir Luis Castro Leiva, quien había participado en dos encuentros anteriores, y los dieciséis integrantes del cónclave hicimos un minuto de silencio de pie por su ausencia irremediable, y nos conmovimos hasta las lágrimas. Argentinos, chilenos y venezolanos estuvimos allí dando testimonio de admiración y afecto por el gran profesor de la Universidad Simón Bolívar, y uno de los filósofos políticos más hondos que ha tenido el país, además de un personaje carismático en la televisión, donde conducía un programa sobre filosofía del deporte que era, en verdad, una fiesta.

Luis había muerto el 8 de abril de 1999 en Chicago, a los cincuenta y seis años, y este encuentro ocurrió en mayo en el legendario hotel Llao Llao de Bariloche, donde habían tenido lugar las citas anteriores. El politólogo Natalio Botana (1937) y el historiador Ezequiel Gallo (1934-2018) coordinaban el simposio en el que participaba un historiador argentino destacadísimo: Luis Alberto Romero, autor de Breve historia contemporánea de la Argentina, e hijo del célebre historiador José Luis Romero (1909-1977), autor de una obra fundamental para la historiografía latinoamericana. Botana, a su vez, era sobrino de Natalio Botana, fundador del diario El Clarín, de Buenos Aires. Todos, como era natural, admiraban a Luis y su manera de expresar sus ideas y se habían encariñado profundamente con él, de tal modo que su muerte los conmovió, como nos ocurrió a los dos venezolanos presentes en aquella mesa redonda: Emilio Pacheco Rodríguez y quien escribe.

El hotel Llao Llao está en la cima de una colina desde donde se ven los lagos y los montes de Bariloche. Fue inaugurado en 1938 siguiendo las pautas de la arquitectura canadiense, buscando abrir esta zona solitaria del mundo al turismo internacional. En 1978 cerró sus puertas por diversos problemas, y las volvió a abrir en 1993, conservando la belleza notable de sus espacios. Es un hotel que quita el aliento por su buen gusto y por el enclave donde se ubica en la Patagonia, a orillas del lago Nahuel Huapi, cerca del cerro Atronador, y de los parques nacionales que protegen esta zona de belleza profunda. Una zona muy poco poblada (la ciudad de San Carlos de Bariloche suma un poco más de cien mil habitantes) y de vastos territorios lacustres y montañas nevadas en invierno.

Subiendo hacia el norte se hallan Villa La Angostura y San Martín de los Andes, y luego Junín de los Andes. Pequeñas ciudades del sur argentino colindante con el sur chileno. En Villa La Angostura el hospital lleva el nombre del doctor Oscar Arráiz, un primo segundo mío que falleció en un accidente automovilístico y era el médico entrañable de la ciudad, cuya comunidad optó por su nombre para el centro de salud. Un primo hermano de mi padre, Napoleón Arráiz Mujica (el periodista deportivo “El hermanito”), emigró a Buenos Aires y allá se casó y tuvo dos hijos, Ernesto y Oscar Arráiz, y luego regresó a Venezuela. Sus hijos argentinos hicieron vida en Argentina con destacadas actuaciones: Ernesto fue productor de televisión y Oscar fue el médico de Villa La Angostura, como hemos dicho.

Fotografía de Francisco Ramos Mejía | AFP

El segundo viaje fue en noviembre de 2004, en verano, y el paisaje era otro, más verde, menos blanco, y el hotel más pequeño, entre un bosque a orillas de otro lago, siempre en Bariloche. Los contertulios eran otros, aunque algunos rostros se repetían. El paisaje era el mismo que lleva a muchos visitantes a señalar que se sienten en Suiza. Pero esto no es cierto: los montes son otros y la vastedad se anuncia con mayor aliento. Entiendo que hay pistas de hacer esquí en la zona, pero este deporte me queda lejos, y siempre me recuerda las persecuciones de James Bond por entre pinos y precipicios. Cuando me han hablado de hacer esquí sobre nieve pienso en una playa de Margarita, y me parece que no hay nada semejante al Caribe. Claro, arbitrariedades mías, que tengo derecho a tenerlas.

Tomamos buenos vinos mendocinos, que para mi gusto son los mejores de Suramérica, por más que los chilenos sean muy buenos y siempre alegran los encuentros. También hay cacería, pero no soy un conocedor acendrado como para catar las piezas de caza. Hay buenas mermeladas de frutos del bosque, notables diría yo, desde mi inveterado placer de combinarlas con pan y mantequilla.

Bariloche es la vastedad del paisaje desolado. Es la obra de la naturaleza en su esplendor, la que el hombre admira desde su ingrimitud. Vemos un mundo sin gente y nos conmueve por su belleza. Algo nos toca el corazón que nos deja mudos, contemplativos, listos para escuchar el sonido de adentro. En estos días vi un documental sobre Matthieu Ricard, un monje budista, hijo del filósofo Jean François Revel (1924-2006), que fue a conversar con un grupo en una cabaña en Bariloche. Recordé un libro extraordinario: El monje y el filósofo. Una conversación entre padre e hijo, profundamente iluminadora. Ya el padre se fue y el hijo está viejo y sabio, cada día más humilde y luminoso. El documental es pésimo, pero vale la pena oír hablar a Ricard y recordar que el paisaje es una invitación del mundo exterior a mirar en el interior, ver cómo está La casa por dentro.


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