Fotografía de Federico PARRA | AFP
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“Hay que ver la historia con su ingrediente de locura.
Pues de otro modo, no se le ve.”
Rafael López Pedraza
El debate sobre si se debe o no participar en las elecciones parlamentarias, a todas luces fraudulentas, que el gobierno está promocionando, evidencia la experiencia enloquecedora que implica hacer política en dictadura.
Hablamos, por supuesto, de las elecciones para reemplazar la Asamblea Nacional elegida en 2015, que el Tribunal Supremo de Justicia, controlado por el oficialismo, declaró en desacato en 2016, a la que luego le impuso una Asamblea Nacional Constituyente “plenipotenciaria”, para luego, en enero de este año, intentar imponer a un nuevo presidente de la Asamblea para sustituir a Guaidó.
Más recientemente se designaron, también a punta de sentencias, a los que, según el gobierno, son los nuevos líderes de los partidos de oposición, nombrando a dedo sus propios rivales. Igualmente impusieron unilateralmente los nuevos representantes del Consejo Nacional Electoral. Ahora intentan gestar algún tipo de credibilidad.
Ante esta puesta en escena, una parte significativa de la oposición ha manifestado claramente que no participará en la charada. Otra parte ha dicho que, aun reconociendo la persecución de los opositores, los cambios arbitrarios de las reglas de juego y la imposición de los jueces de la contienda, no participar sería fomentar la “inmovilización”, el “abandono de la acción política”.
Ambas posiciones, tanto el anuncio de no participar, como la exhortación a reconsiderar la participación, han evocado una avalancha de críticas, argumentos, insultos, sospechas de traición, que incrementan el malestar, la frustración y las acusaciones entre grupos que comparten el rechazo a la dictadura que atravesamos.
Creemos que puede ser útil ofrecer una interpretación, no de la conducta de los que deciden o no participar, sino de las condiciones en que el dilema nos coloca. Ambas posiciones podrían entenderse como una reacción sintomática ante una situación insostenible, o lo que una amiga ha definido como el mito central del chavismo: “¡Muerte o ñunga-ñunga!”.
Dos expedicionarios son hechos presos por un pueblo feroz que no tolera extraños y, en una ceremonia terrible, los presenta ante todos para ser condenados. Al primero le ofrecen elegir entre dos opciones: “muerte o ñunga-ñunga”. Pensando que no puede haber nada peor que la muerte escoge “ñunga-ñunga”, tras lo cual sus captores lo someten a una serie atroz de torturas sangrientas y humillaciones que, finalmente, conducen a su muerte.
De cara a ese espectáculo espantoso, al segundo expedicionario le vuelven a presentar la opción: “muerte o ñunga-ñunga”, ante lo cual escoge de manera precavida, intentando ahorrarse sufrimiento, la muerte. A continuación, el ejecutor anuncia a los presentes que se le dará “¡muerte por ñunga-ñunga!”.
En la década de los cincuenta, psicólogos y antropólogos plantearon que algunas presentaciones de enfermedad mental no eran el producto de mentes individuales perturbadas o malestares psiquiátricos contenidos en la persona, sino procesos sistémicos producto de circunstancias particulares. Propusieron que, en ocasiones, los síntomas de locura percibidos en pacientes psiquiátricos eran el resultado de estar atrapados en situaciones insostenibles (“untenable positions”), en relaciones esquizofrenizantes, en que la relación es un nudo, definido como un “doble vínculo”.
Un vínculo doble es una situación en la que se ofrecen dos mandatos simultáneos pero contradictorios, de manera que no hay ninguna opción para salir victorioso de la situación. Si haces A defraudas a B. Si haces B defraudas a A. Son elecciones viciadas de raíz, porque parecería que ofrecen una opción racional, pero en realidad sirven para enmascarar una situación sin salida.
Una madre abre los brazos y pide la cercanía de su hijo, pero a medio camino hace un gesto de desagrado. Cuando el pequeño duda de si acercarse o no, la madre reclama: “¿pero es que no quieres a tu mami?”. El resultado es un vínculo confuso al que no se le puede complacer nunca y del que no hay salida sin sentirse culpable.
Dice el psicoanalista R.D Laing, que el conflicto real se enmascara y se presenta un conflicto falso. “El conflicto real clarifica, el conflicto falso confunde. Cuando el dilema es falso y confuso, el conflicto verdadero no se logra enfocar, ‘verdaderas’ opciones no están disponibles y la persona corre el riesgo de enloquecer.”[1]
La decisión de participar o no en las elecciones podría parecerse a la experiencia de Alicia atrapada en el mundo delirante detrás del espejo, cuando luego de correr mucho rato se detiene y exclama:
–Pero ¿cómo? ¡Si parece que hemos estado bajo este árbol todo el tiempo! ¡Todo está igual que antes!
–¡Pues claro que sí! –convino la Reina–. Y ¿cómo si no?
–Bueno, lo que es en mi país –aclaró Alicia, jadeando aún–, cuando se corre tan rápido y durante tanto tiempo, se suele llegar a alguna otra parte…
–¡Un país bastante “lento” el tuyo! –replicó la Reina–. Aquí es preciso correr mucho para permanecer en el mismo lugar. Y para llegar a otro hay que correr el doble de rápido.
El vínculo doble implica dos mandatos simultáneos contradictorios, conformando una circunstancia paradójica. En la familia, a menudo se estructura a través de los mandatos contradictorios provenientes de cada una de las figuras de autoridad.
“La persona en una situación falsa”, como llama Laing al lugar en que queda la víctima de estos mandatos paradójicos, “ha perdido su lugar. No sabe ni dónde está ni a dónde va. Sin importar cuánto se esfuerce, no puede llegar a ningún lugar”.
Nicolás Maduro proclama que las elecciones en diciembre serán una “fiesta democrática” y que las elecciones realizadas a lo largo de los años son evidencia irrefutable de que “somos el país más democrático del mundo”, mientras el ministro de Defensa, Padrino López, afirma que la oposición “nunca podrá ejercer el poder político en Venezuela”. Por tanto invitan a que celebremos una dura carrera en esa “fiesta” maratónica, para que nos quedemos en el mismo sitio.
En una entrevista reciente, el politólogo Ángel Alvarez afirmaba, con respecto a participar o no en las elecciones: “Hagan lo que hagan, el resultado va a ser absolutamente el mismo. La oposición ha estado debatiéndose entre participar o abstenerse, por lo menos, desde el año 2005. Cuando se abstiene, no pasa nada. Y cuando participa, tampoco pasa nada, entre otras cosas, porque la oposición carece, como lo dije anteriormente, del poder necesario para obligar al Gobierno a hacer absolutamente nada”[2].
Muerte o ñunga-ñunga
Algunos estudiosos han discutido sobre los doble vínculos insertados en los dilemas electorales en otras latitudes. Hellsten y Renval[3] describen cómo a menudo las elecciones exigen a que “el buen ciudadano participe”, mientras le insinúan que la decisión ya ha sido tomada, por lo que el ciudadano no tiene ninguna oportunidad de “ser bueno” y “ejercer su libertad de decisión” al mismo tiempo.
R.D. Laing considera que se vuelve imposible irse e imposible quedarse en los sistemas gobernados por vínculos dobles. Una de las dolorosas consecuencias que en ocasiones ocurre es que la víctima se siente asfixiada, ahogada por la paradoja.
Pensábamos en esta comprensión al leer un texto hermoso de Andrea Rondón publicado en el Papel Literario[4] a comienzos de agosto de 2020. Andrea discute las versiones de exilio e insilio en que los venezolanos estamos atrapados tanto dentro como fuera del país. Piensa que somos como vampiros, que “ya estamos muertos” y continúa diciendo que “trabajar, investigar, dar clases, charlas, etc. son formas de ocultar el dolor del cuerpo que ya está descompuesto”. Más adelante sigue: “Mis amigos y familia se tranquilizan porque me ven respirar y ‘funcionar’. Pero en el fondo algo cambió, algo murió… Para mí el insilio es vivir en tu país, pero no del modo en que habías planeado… El insilio y el exilio es el mismo dolor por la vida que pudiste tener en tu país y no fue posible”.
Andrea describe de manera dolorosa las consecuencias de vivir en estas reglas de juego enloquecedoras y viciadas de raíz. En alguna medida los ciudadanos invitados a las elecciones somos muertos vivientes, zombies bailando en una “fiesta democrática”.
Otro ejemplo me parece que es el punto hasta el que la desconfianza ha ocupado casi todos los rincones de la relación del ciudadano con el país. La pandemia ha demostrado lo que ya hace rato viene sucediendo con respecto a temas que tienen que ver con la salud. Los médicos, encargados de cuidar a la población de la enfermedad, son continuamente presentados por el gobierno –quienes son los encargados de pagarles los sueldos y equipar sus lugares de trabajo en el ámbito público– como traidores, conspiradores, gente peligrosa. Así, personas que han dado positivo en las pruebas de covid-19 han preferido escapar de sus hogares antes de dejarse tratar por los protocolos del gobierno.
Hemos visto como comandos de militares y personal de salud han ido a casas particulares a amenazar a los ciudadanos para que reciban “cuidados”. La necesidad de recibir ayuda médica, la necesidad de tener ciudadanos que colaboren con la contención de la pandemia, se ha convertido en un laberinto. Nadie en su sano juicio pide ayuda cuando la necesita, porque la oferta de ayuda está teñida de los mismos vicios del doble vínculo con que el gobierno se relaciona con los ciudadanos. “Ven y deja que te cuidemos… bioterroristas todos”, comunica el gobierno de manera contradictoria en su característico estilo. Un Estado esquizofrenizante que promete “cuidarte” con abrazos sádicos.
Salidas colectivas al doble vínculo
R.D. Laing acudía a su vez a paradojas, poemas o chistes para impulsar a sus pacientes a buscar solución a los enigmas en que estaban atrapados. Escribió un hermoso y original libro de poemas titulado “Nudos” en que ilustró poéticamente muchos de estos enredos.
Repitió en sus escritos una cita de Confucio, quien afirmó que “La salida es por la puerta, ¿por qué será que nadie utiliza ese método?”. Lo cual no ofrece ninguna fórmula, pero invita a extraerse del juego perverso.
Bateson, creador de la perspectiva cibernética de las relaciones humanas, quien propuso originalmente el concepto del doble vínculo, planteaba que la solución estaba a nivel de la metacomunicación. Es decir, había que dar un salto por encima de la lógica tramposa del sistema en que se está el doble vínculo e identificar desde afuera la trampa. Algo que ya han dicho analistas desde distintas trincheras.
No se trata de votar o no votar, se trata de reconocer que estamos entrampados para poder organizarnos y ejecutar soluciones que reconozcan la enorme adversidad de los obstáculos que enfrentamos. La clave está en reconocer la perversidad del juego para poder jugar simult en el tablero de los significados explícitos y los tácitos. Cualquier opción debe renunciar a la ingenuidad de pensar que la salida es simple y depende de una opción u otra de manera transparente, sino que es apenas una pieza mínima en lo que tiene que ser una estrategia que abarque las muchas dimensiones del dilema.
Acusar al que opina que se debe votar o al que opina lo contrario de traidor o de vendido, es caer en la noción ingenua de creer que identificar un “culpable” resuelve algo. Culpar al que opina distinto es caer en la trampa del doble vínculo. Así, el poderoso logra enloquecer a sus víctimas, obligándolas a fragmentar su fuerza y a buscar culpables en otro lado. La oposición aparece así cada vez más paranoide, desorientada y desesperada.
Se debe abandonar toda ingenuidad. Desc onfiemos de los clichés. Identifiquemos la perversión.
Razón tenía la loca Reina Roja del mundo de Alicia. Debemos correr el doble de lo que corresponde en condiciones normales para llegar a algún lado.
***
[1] Laing, R. (1961/2002). Self and Others. Routledge: London.
[3] https://www.nordicom.gu.se/sites/default/files/kapitel-pdf/29_hellsten.pdf
[4] https://www.elnacional.com/papel-literario/insilio-y-exilio-formas-de-muerte-del-alma/
Manuel Llorens
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