Artes

El De rerum natura de Lisandro Alvarado

De izquierda a derecha: Tito Lucrecio Caro y Lisandro Alvarado

22/09/2018

El pasado miércoles 19 se cumplieron 160 años del nacimiento de Lisandro Alvarado, autor, entre muchos otros méritos intelectuales, de la primera traducción completa hecha en Hispanoamérica del poema latino De rerum natura de Lucrecio, una de las cumbres del pensamiento romano. La edición bilingüe que recoge la traducción de Lisandro Alvarado fue publicada por primera vez en 1950, a cargo del Ministerio de Educación. Se trata de una de las dos únicas ediciones de la obra de Lucrecio hechas en el continente, pero además se trata de un documento invalorable para entender uno de los momentos estelares de la historia de las ideas en Venezuela. Veamos por qué.

Como ocurre con muchos de los grandes poetas romanos, la vida de Tito Lucrecio Caro se oculta tras la leyenda y la poca verosimilitud de las escasas fuentes que nos han llegado. Son tales unas pocas frases de Cicerón, Ovidio y Tácito, más unos datos tardíos de Elio Donato en su Vida de Virgilio, y de San Jerónimo, quien en su Chronicon, basándose en Suetonio, escribió que “se había vuelto loco por un filtro de amor”, que “en sus momentos de lucidez había escrito unos libros que Cicerón corrigió después”, y que finalmente se suicidó. Se sabe que efectivamente Lucrecio vivió el atribulado y violento siglo I a.C., con toda seguridad en Roma, y que fue contemporáneo de Cicerón, aunque es improbable que ambos se hayan relacionado intelectualmente. Los libros a los que se refiere San Jerónimo son nada menos que su poema filosófico De rerum natura, como hemos dicho, una de las cumbres del pensamiento romano, y muy difícilmente pudieron haber sido escritos por un loco.

El De rerum natura, o como la tradición quiso que lo conociéramos en español: De la naturaleza de las cosas, recoge en seis libros el pensamiento de uno de los filósofos griegos más influyentes, Epicuro, quien a su vez desarrolló las doctrinas de dos pensadores anteriores, Demócrito y Leucipo, creadores del llamado atomismo antiguo. Epicuro decía que todo lo que existe (los animales, las plantas, los fenómenos físicos, las percepciones, las emociones) está compuesto de partículas mínimas llamadas “átomos”, que están en perpetuo movimiento. En griego, “átomo” significa algo “que no puede ser dividido”. Según esta teoría, los átomos se unen y se separan continuamente, lo que determina el nacimiento y la muerte de las cosas. Por tanto no debemos tener miedo de la muerte, que no es más que la descomposición de los átomos que nos conforman. Al morir ya no estamos, con lo que no hay de qué temer. Los dioses, por otra parte, no existen, y si existen, no se ocupan de nosotros. Son imperturbables, están completamente abstraídos en su propia felicidad, en la ataraxia. Si se preocuparan por nosotros serían infelices y por tanto dejarían de ser dioses. Las doctrinas de Epicuro fueron recogidas por primera vez en latín por Lucrecio en aproximadamente 7.400 versos, pues quería dar a conocer en Roma el pensamiento de su maestro.

No será difícil imaginar que el poema de Lucrecio fue proscrito durante la Edad Media, pues la Iglesia lo consideró herético. Fue redescubierto en 1471 por el humanista Poggio Bracciolini, pero no será hasta 1564 cuando sea editado por primera vez. Por esa misma razón las traducciones al español tampoco abundan. Menéndez Pelayo, en sus Estudios de crítica histórica y literaria, menciona una traducción manuscrita en prosa atribuida a un tal Santiago Saiz a fines del siglo XVIII. Sin embargo, la primera que llega hasta nosotros es la del Abate Marchena, un revolucionario afrancesado e ilustrado. Esta edición, en versos endecasílabos blancos, está fechada en 1781 pero solo fue publicada en 1896. Los estudiosos no han dejado de señalar imprecisiones y tergiversaciones importantes en esta traducción, sin embargo muy popular. Por cierto que en Salamanca el Abate Marchena había sido condiscípulo de Juan Bautista Picornell, mallorquín de Palma, maestro masón y conspirador, cabecilla de la llamada Conspiración de San Blas, que en 1796 buscaba convertir el decadente reino de Carlos IV en una república a la francesa. La conspiración fracasó y Picornell fue condenado a reclusión perpetua en las mazmorras americanas. El 3 de diciembre de ese año el bergantín “La golondrina” lo trajo a La Guaira, en cuya cárcel conocerá a dos vecinos del pueblo, Manuel Gual y José María España, pero esa ya es otra historia…

Al parecer, otras traducciones del De rerum natura fueron intentadas en España durante el siglo XIX, de las que solo se conserva la de Manuel Rodríguez-Navas, en prosa (Madrid, 1893). En Venezuela, el primero en intentar traducir el poema en versos castellanos fue el poeta Pérez Bonalde, según cuenta Key Ayala en Bajo el signo del Ávila. Allí recoge un testimonio de Manuel Revenga, quien afirmaba haber visto el manuscrito de la traducción. Sin embargo esta versión en hexámetros castellanos no se conservó. Lisandro Alvarado comenzó la suya, en prosa, en 1891, cinco años antes de que fuera publicada la del Abate Marchena y dos antes de que apareciera la de Rodríguez-Navas, por lo que no pudo contar con ningún modelo ni referencia anterior en castellano. En ese sentido, la traducción acusa algunas imprecisiones, sobre todo a la luz de las últimas revisiones filológicas. Tampoco conocemos el texto latino con el que Alvarado trabajó al principio, pues consta que no fue sino hasta finales de 1893 cuando recibió la famosa edición de Munro, que le envió su amigo José Gil Fortoul desde Londres.

No es posible explicar el interés de los intelectuales venezolanos en el poema de Lucrecio sin conocer la importancia del pensamiento positivista y su papel protagónico en el proyecto guzmancista, con los que el cientificismo de la obra se aviene estupendamente. El asunto está muy bien tratado en el estudio de Ángel Cappelletti, Positivismo y evolucionismo en Venezuela (1992). El carácter iluminista del poema, su explicación racional de los fenómenos naturales y su abierto rechazo a la superstición y a las creencias y supercherías tenían que hacerlo favorito entre quienes abrazaban con entusiasmo el pensamiento positivo a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX venezolano. En ese sentido, la traducción de Lisandro Alvarado, la primera hecha en Hispanoamérica, muestra un interés por actualizar los textos antiguos a la luz de las nuevas corrientes de pensamiento que van haciéndose un espacio en la evolución de las ideas filosóficas.

La traducción del De rerum natura de Lisandro Alvarado no solo es una muestra del conocimiento de los antiguos por parte de los estudiosos venezolanos del diecinueve, sino también de su capacidad de relacionarlos con un aquí y un ahora científico y filosófico, de ofrecer una lectura pragmática y actualizada de su mensaje, de hacer una apropiación intencionada de la tradición clásica como ya lo había hecho un siglo antes la generación de la emancipación. Queda también como el primer intento latinoamericano de asociar una obra clásica grecolatina a un corpus filosófico moderno.


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