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El béisbol en la Gran Guerra

27/02/2022

Emulando a los militares estadounidenses, los Senadores de Washington marchan al paso antes de un partido. Fotografía del archivo Rucker tomada de la página This Grate Game.

Mientras los fanáticos del béisbol aguardan por la solución al Paro Patronal que ha retrasado el comienzo de los juegos de Primavera y amenaza la realización de una temporada completa, demos una mirada a la historia del juego, en tiempos de guerra. 

Cuando Estados Unidos entró en la Primera Guerra Mundial el 6 de abril de 1917, el béisbol era el gran pasatiempo nacional. Vivía un momento brillante, con jugadores que habían hecho más atractivo el juego, Ty Cobb, Joe Jackson, o Babe Ruth, por citar algunos.  

Destaca un artículo de Wendi Maloney, para la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos: “El esfuerzo nacional masivo para formar un ejército y movilizar el apoyo público para la guerra tocó casi todos los aspectos de la sociedad estadounidense, incluido el béisbol”. 

Los jugadores y equipos de las Grandes Ligas dieron apoyo abriendo estadios para eventos benéficos relacionados con la guerra, y participando en campañas de bonos para recaudar dinero para asistir a las tropas americanas. Christy Mathewson, lanzador de los Gigantes de Nueva York y luego manager de los Rojos de Cincinnati, ayudó a vender más de $100.000 en bonos, en un solo día. 

Según las crónicas de la época, el béisbol se convirtió además en una manera de levantar la moral de los combatientes. De hecho, según una publicación del Harrisburg Telegraph de agosto de 1918: “El ejército estadounidense creó 77 campos de béisbol en Francia: ‘A los soldados les gusta jugar a la pelota. Aquí no hay suficientes pelotas de béisbol’”. Se cree que se jugaban decenas de duelos entre las tropas. 

En el artículo de Maloney se lee:

“En mayo de 1918, la División de Servicio Selectivo emitió la regla de ‘trabajo o lucha’; que establecía que para el 1ero de julio todos los hombres en edad de servicio militar, que no estuvieran involucrados en un trabajo ‘útil’, podrían ser llevados ante una junta de reclutamiento y obligados a participar en el trabajo de guerra o servicio militar. La regulación llegó a incluir profesiones de servicios tales como ascensoristas y porteros, así como aquellos involucrados en juegos y deportes”. 

El secretario de Guerra Newton D. Baker inicialmente adoptó la línea dura de que el béisbol no era esencial y debía cerrarse, pero luego suavizó su postura y permitió que la temporada de 1918 terminara en septiembre en lugar de julio. 

El historiador Jim Leeke, autor de From the Dugouts to the Trenches: Baseball during the Great War (Del dugout a las trincheras: Béisbol durante la Gran Guerra), señala que aproximadamente el 38 por ciento de los jugadores activos de las Grandes Ligas, sirvieron, y varios murieron en acción o por una enfermedad adquirida durante la guerra.  

Eddie Grant, ex tercera base de Filadelfia y Cincinnati, murió en la ofensiva Meuse-Argonne, durante la cual lideró a las tropas en la búsqueda del famoso “Batallón perdido”. Otros jugadores que perdieron la vida en acción sirviendo en Francia fueron Tom Burr y Bun Troy. Ralph Sharman falleció ahogado en un entrenamiento en Alabama, Larry Chappell y Harry Glenn contagiados de Gripe Española, Newt Halliday por neumonía, Harry Chapman a causa de heridas, en Missouri, y también se cuentan a tres de la Negro League: Ted Kimbro, Norman Triplett y Pearl Webster, por enfermedades contraídas durante los días que prestaron servicio.  

Los  entonces futuros miembros del Salón de la Fama Christy Mathewson y Ty Cobb trabajaron en el Servicio de Guerra Química del Ejército de los EE.UU. Mathewson sufrió exposición a gases durante un ejercicio de entrenamiento que dejó sus pulmones permanentemente debilitados. Murió de tuberculosis en 1925. George Sisler estuvo en el Servicio de Guerra Química, pero no sirvió en el extranjero. 

Los jugadores notables que perdieron un tiempo de juego considerable debido al servicio militar en la Primera Guerra Mundial fueron: Grover Cleveland Alexander, Red Faber, Jud Wilson y Harry Heilmann, todos miembros del Salón de la Fama de Cooperstown. Varios jugadores también trabajaron en industrias relacionadas con la guerra , en particular en acerías y astilleros, y como resultado también perdieron tiempo de juego, destaca Baseball Reference.  

La mayoría de los jugadores que sirvieron en el extranjero volvieron a casa durante el invierno de 1918-1919. Ese año las  Grandes Ligas comenzaron la temporada más corta en abril. Publicó el New York Times en enero de 1919: “El béisbol está entre los soldados. Desde que se firmó el armisticio, han hablado de nada más que el juego”. 

Los dueños de las Grandes Ligas hicieron todo lo posible para recuperar sus pérdidas de la campaña abreviada por la guerra (1918). Cuando terminó la temporada el 1 de septiembre, dejaron libres a todos los jugadores y luego los volvieron a firmar para la temporada de 1919. Esta medida que tomaron en conjunto, les permitió ahorrar unos $200,000 en salarios de jugadores que de otro modo habrían tenido que pagar. Destaca un interesante artículo de This Great Game

Nuevamente encontramos al béisbol ligado a la historia de Estados Unidos. Tal vez una de los lazos más significativos tiene que ver con un hecho ocurrido en aquellos tiempos.  

El 5 de septiembre de 1918, en el entre inning del primer Juego de la Serie Mundial, una banda militar presente en el Comiskey Park, escenario del Clásico de Otoño entre los Cachorros de Chicago y los Medias Rojas de Boston, improvisó una interpretación de la canción “The Star-Spangled Banner”. En ese momento, el tercera base de los Medias Rojas, Fred Thomas, oficial de la Marina, se cuadró en saludo de honor a la bandera. El resto de los jugadores lo siguieron, mirando al pabellón con las manos en sus corazones. Los fanáticos hicieron lo mismo y mientras se escuchaban los acordes finales, entonaron la letra.   

En cada uno de los 6 juegos de aquella Serie Mundial se escuchó la canción que ya se había vuelto popular. 

“The Star Spangled Banner” fue un poema escrito en 1814 por Francis Scott Key, en homenaje a la bandera que quedó en pie después del bombardeo de los británicos al Fuerte McHenry, en Baltimore, Maryland, la noche del 13 de septiembre, durante la guerra de 1812.  

La primera vez que se escuchó como canción fue el 15 de mayo de 1862, en el Union Grounds de Brooklyn, Nueva York, en un juego de béisbol que incluía un concierto. En 1931, el Congreso de los Estados Unidos decretó la canción como Himno de los Estados Unidos de América. Para los aficionados al béisbol ya lo era. 


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