Perspectivas

El Apartheid no es estrictamente sudafricano

17/09/2018

Fotograma del capítulo ‘‘El ojo del observador’’, de la serie The Twilight Zone

“La vieja práctica de los tiranos es usar una parte del pueblo para tener sometida a la otra parte”.
Thomas Jefferson

Érase una vez un país imaginario donde se había instalado un sistema de apartheid, pero no basado en el color de la piel. La segregación se aplicaba a quienes no aceptaban el carnet de sumisión. Si el ciudadano no aceptaba dicho documento, quedaba atrapado en una radical forma de ostracismo. Era como estar confinado en una dimensión espectral, donde nadie podía verlo ni oírlo.

Los ciudadanos no eran atendidos en los ministerio, ni escuchados sus reclamos en una alcaldía, ni atendidos en los hospitales. Tampoco recibían su ración de alimentos de los almacenes oficiales. El escarnio les negaba la ración de gasolina para su movilidad. Por más que los tuvieran al frente, los funcionarios simplemente no veían a las personas.

Había una taquilla donde podían ser oídos, pero solo servía para solicitar el mencionado carnet. Para obtenerlo, bastaba con presentar el certificado de sumisión y dos fotos tamaño pasaporte. Con el documento ya en la cartera, se ganaba el derecho de formar una larga cola a ver si podía recibirse la dádiva oficial.

El apartheid original

El término apartheid es una palabra propia del idioma afrikáans, un derivado del holandés hablado por los descendientes de los primeros colonos europeos en Sudáfrica. Significa “separación”, “vivir apartados”. Dicho término designa a las políticas discriminatorias establecidas en ese país desde 1948. El Partido Nacional fue la fuerza política que las hizo posible desde esa fecha hasta comienzos de los años 90, cuando fue derogado por el gobierno de Nelson Mandela.

El apartheid estaba constituido por una serie de medidas que prohibían los matrimonios mixtos y hasta las relaciones sexuales interraciales. También imponía la separación de los grupos raciales en medios de transporte, centros sanitarios, lugares de ocio y escuelas. El apartheid sometía a la población no blanca, mayoritariamente negra, pero también india y mestiza, a una humillante devaluación civil. Los convertía en ciudadanos de segunda en su propio país. La minoría dominante había llegado a creer que estaban predestinados a ser los amos:

La Iglesia aprobaba esta política y aportó el apuntalamiento religioso del apartheid sugiriendo que los afrikáners eran el pueblo escogido de Dios, mientras que los negros eran una especie subordinada a ellos. En la visión del mundo que defendía el afrikáner, apartheid y religión marchaban codo con codo. Nelson Mandela

Para mantener su posición privilegiada, el Partido Nacional utilizó de forma amplia la humillación, y reforzó su posición con la censura de los de los medios de comunicación, la represión generalizada, la tortura y hasta el asesinato político.

En la historia de la Humanidad permanecerá para siempre una mancha imborrable que recordará que el crimen del apartheid realmente tuvo lugar. Nelson Mandela

El apartheid fue un oprobio, y se ha convertido en el prototipo de la discriminación racista, pero también de cualquier forma de discriminación.

El síndrome del apartheid

Adam Kahane, un famoso asesor internacional en resolución de conflictos y experto facilitador de negociaciones complejas, ha descubierto un fenómeno psicológico que ha bautizado como el “síndrome de apartheid”. Se trata de un error del pensamiento propio de la mentalidad tiránica. Dicho síndrome se caracteriza por tratar un problema complejo como si fuese simple, desconociendo todas las ramificaciones, aristas y giros del sistema. Esto solo puede funcionar si los poderosos excluyen a buena parte de los que están involucrados en la organización social.

Mi análisis también me permitió reconocer el extendido ‘‘síndrome del apartheid”, es decir, tratar de resolver un problema altamente complejo mediante el uso de un proceso fragmentado, retrógrado y autoritario que sólo sirve para resolver problemas sencillos. En ese síndrome, la gente que está arriba en un sistema complejo trata de gestionar su desarrollo mediante la estrategia de dividir y vencer: a través de la compartimentación -en Afrikáans la palabra apartheid significa ‘‘separación”- el comando y el control. Puesto que la gente que está abajo se resiste a las órdenes, el sistema o se atasca o sólo puede desatascarse por la fuerza. Este síndrome del apartheid se presenta en toda clase de sistemas sociales y en todas partes del mundo: en familias, organizaciones, comunidades y países”. (Como resolver problemas complejos, p. 38).

Cuando la voluntad de dominación implanta la mentalidad discriminadora, el modelo funciona por un tiempo en la sociedad. Hasta puede ser un largo periodo. En algún momento, los oprimidos se cansan y la sociedad se estanca. Viene una era de luchas y sufrimiento. La única manera de salir de la parálisis es superando la forma opresora de pensamiento, saliendo de la senda degenerada hacia una nueva senda, más abierta y luminosa. Es la del diálogo y el reconocimiento de la humanidad del otro.

La tiranía de la ‘‘normalidad’’

El 11 de noviembre de 1960, se estrenó ‘‘El ojo del observador’’ (Eye of the Beholder), el sexto capítulo de la segunda temporada de la mítica serie de ciencia ficción Dimensión desconocida. Fue escrito por el propio creador de la serie, Rod Serling, y estuvo musicalizado por Bernard Herrmann, el compositor cinematográfico preferido de Alfred Hitchcock, a quien se deben los memorables chirridos de violín que acompañan las puñaladas de la famosa escena del asesinato en la ducha de Psicosis.

El argumento nos cuenta la historia de Janet Tyler. Nació con el rostro desfigurado, por lo que lleva toda su vida probando tratamientos experimentales para hacer que su cara sea normal; vale decir, como la del resto de las personas. Este es el último intento de cirugía después de una serie de fracasos. Si no funciona, deberá retirarse a una reserva especial para personas excluidas por su fealdad.

Durante gran parte del episodio, vemos a esta mujer solo con el rostro cubierto por vendajes. Por otra parte, tampoco podemos ver la cara del personal médico que la atiende, de quienes solo vemos sus siluetas entre penumbras.

Incapaz de soportar los vendajes por más tiempo, Janet le ruega al médico que le descubra el rostro. El doctor desarrolla una gran compasión por Janet. La enfermera expresa su preocupación por los sentimientos del médico, además confiesa su aversión por la desagradable apariencia de Janet. El médico se disgusta por ese comentario. Pregunta por qué alguien debe ser juzgado por su apariencia exterior. La enfermera le advierte que no sostenga tales opiniones, ya que se consideran traición.

El doctor quita los vendajes de la paciente. El procedimiento ha fallado y su rostro no ha sufrido mejoras. La cámara se retira para revelar que Janet es realmente bella. Inmediatamente descubrimos que el médico, las enfermeras y otras personas del hospital tienen caras de rasgos profundamente deformados.

Angustiada por el fracaso de la terapia, Janet corre desesperada por los pasillos del hospital. Así descubrimos que toda la historia ocurre en una sociedad distópica, un Estado totalitario. Las paredes muestran un omnipresente sistema de gigantescas pantallas de televisión que proyectan la imagen de un agresivo dictador de rasgos deformados, el cual exige la completa sumisión al Estado, así como un incondicional conformismo con sus valores opresivos.

Al final, Janet, resignada, acepta las leyes del apartheid. Debe ser segregada al pueblo de la gente ‘‘diferente’’ como ella, donde no puedan molestar a los demás con su supuesta fealdad. La viene a buscar un representante del pueblo discriminado. Es un hombre apuesto y comprensivo. Conforta a Janet con palabras consoladoras. Le asegura que encontrará amor y sentido de pertenencia en el gueto, pues “la belleza está en el ojo del espectador”.

Exclusión de la palabra

A través de la analogía, hemos extendido el significado original sudafricano de apartheid a otras situaciones. Además de los casos mencionados, los ejemplos son incontables. Puede ser el sistema de castas de la India, las diferentes formas de discriminación sexual o el desprecio por otras clases sociales.

La diversidad de ejemplos demuestra cómo el concepto es tan flexible que trasciende sus aspectos históricos y territoriales peculiares. Si bien hemos visto que el apartheid se reconoce como un término que, en su uso coloquial, no se reduce a Sudáfrica: existen elementos comunes en todos los usos del término.

El primer rasgo distintivo consiste en la presencia de la dominación en las relaciones humanas. El segundo rasgo es la distinción tajante entre quien posee el poder y quien lo sufre. Todo esto conduce a la segregación más odiosa, la que se funda en la negación de la expresión lingüística del sujeto. Negarle a una persona el derecho a la palabra es negarle la expresión de su pensamiento. Así llegamos al tercer rasgo: el desprecio por el otro hasta negarle su humanidad.

Una ilustración extrema, de la negación de la palabra y de la dignidad humana, la encontramos en El cuento de la criada de Margaret Atwood. Allí se describe un apartheid instaurado por un grupo religioso radical, donde las mujeres son esclavizadas y quedan reducidas estrictamente a su capacidad reproductiva. Ante estos opresores, las esclavas rebeldes adoptan el mejor lema de todos: “No dejes que los bastardos te dobleguen”.


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