Perspectivas

El animal terrible

Nikiforos Lytras, "Antígona ante el cadáver de Polinices" (1865). Galería Nacional de Atenas

16/10/2021

Al comienzo de la Antígona de Sófocles hay una célebre canción que no ha dejado de llamar la atención de los estudiosos, tanto tiempo después de haber sido cantada por primera vez. Se trata del momento crucial en que un guardián informa a Creonte de que sus órdenes de no sepultar a Polinices han sido desobedecidas. Recordemos que Tebas había sido escenario de una guerra fratricida en que los dos hijos de Edipo, Eteocles y Polinices, se enfrentaron por el trono de la ciudad. A la muerte de su padre, ambos habían acordado turnarse cada año en el poder, pero una vez que Eteocles se hizo con el mando ya no quiso cedérselo a su hermano. Entonces Polinices reunió un ejército de mercenarios e intentó invadir Tebas para recuperar el poder que le habían escamoteado. Eteocles consigue finalmente defender la ciudad, pero ambos hermanos caen en combate, dándose muerte el uno al otro.

Entonces su tío Creonte asume el mando, convirtiéndose en tirano. Su primera orden es que a Eteocles, que ha muerto en defensa de la ciudad, se le sepulte con honores; pero a Polinices, que ha traicionado a la patria pretendiendo invadirla, se le deje insepulto fuera de las murallas para que lo coman los perros y las aves carroñeras. Además, aquel que incumpla esta orden, dice el tirano, será castigado con la muerte. Sin embargo, esa misma noche alguien se ha atrevido a desafiar sus órdenes. Al amanecer, un guardián corre hasta las puertas de palacio para contarle a Creonte que el cuerpo de Polinicies ha sido enterrado y alguien ha cumplido con todos los ritos funerarios, tal y como manda la tradición. El tirano monta en cólera. Ni se imagina que quien ha desobedecido su decreto es su propia sobrina, Antígona, la menor de los hijos de Edipo, casi una niña, que se niega a aceptar que el cadáver de su hermano Polinices quede insepulto y sin las exequias debidas. 

La tensión es máxima. Entonces Sófocles, en una maniobra dramática magistral, consigue aún prolongar el suspenso. Detiene el diálogo en ese punto e introduce en escena al coro de los ancianos de Tebas, que entran a la órkhestra cantando al son de la flauta –tenemos que imaginarlo-, con líricos tonos y una breve coreografía, esta canción: 

“Muchas cosas hay terribles, pero nada más terrible que el hombre (Polá tà deiná, k’oudèn anthrópou deinóteron…). Él surca el mar, sobre las batientes olas avanzando, y a la infatigable tierra trabaja sin descanso, haciendo girar los arados año tras año […] Aprendió de sí mismo las palabras y el pensamiento alado, e inventó las refinadas formas del comportamiento ciudadano. En el futuro, ninguna sorpresa lo hallará descuidado y sólo de la muerte no podrá ser librado…”

¿Qué quieren decir exactamente las palabras de Sófocles? El adjetivo deinós, que hemos traducido como “terrible”, significa también “tremendo”, “formidable” y por tanto “temible”, “asombroso”, “admirable”. Que Sófocles diga, en grado superlativo, que el hombre es una criatura deinóteron, implica también todos estos significados. El poeta enumera los hallazgos y logros humanos, destacando los trabajos del mar y de la tierra, pero también los inventos inmateriales, la palabra y el pensamiento, la vida civilizada y la política.

 Pongámonos en contexto: el coro de los ancianos tebanos canta esta canción justo cuando el tirano se acaba de enterar de que su decreto, que mandaba a exponer el cadáver de su sobrino a los perros y a las aves de carroña (“pasto de perros y presa de aves”, dice también Homero al comienzo de la Ilíada), ha sido transgredido. Creonte pronto se enterará también de que la transgresora, a la que desde luego condenará a muerte sin miramientos, es su propia sobrina. Por eso Sófocles usa el adjetivo deinós no sin un punto de ironía. Por eso también alude irónicamente al “refinamiento ciudadano” (astynómous) del comportamiento político. El término es irónico y ambivalente. El hombre, en tanto que género humano, es lo más “terrible” porque es capaz de llegar por igual a los extremos de lo bueno y de lo malo, de lo justo y de lo injusto, del valor y de la cobardía, de la grandeza y de la miseria. Todo eso es el hombre, una criatura extrema. Por naturaleza un ser, dirían los psiquiatras, “bipolar”.

La llamada “Oda al hombre”, como ha sido conocida por la crítica y la tradición filológica, concitó la atención y la admiración de generaciones de estudiosos. El pensamiento ilustrado la hizo bandera de sus conquistas y filósofos como Hegel y Heidegger la comentaron. Albin Leski, en su clásico trabajo sobre La tragedia griega (1958), hablaba de esa “siniestra facultad del hombre de ensanchar más y más sus dominios”, que causa “asombro y miedo a la vez”. Por su parte Steiner, en su ineludible estudio sobre las Antígonas (1987), insiste en el carácter “canónico” del fragmento. En cuanto a mí, que me gusta estudiar también, para decirlo con Descartes, “en el gran libro de la vida”, al ver las escenas de heroísmo y grandeza de algunos, pero también de vergonzosa brutalidad y la abyecta cobardía de otros, no puedo dejar de pensar en esos versos de la Antígona: Polá tà deiná, “muchas cosas hay terribles…”

 

 


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