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«En cada átomo circulan vínculos fraternos, en cada ser vivo late el corazón del universo».
«En una serranía olorosa a café, a la sombra de los bucares se recoge la cosecha. Nace una niña. La montaña la enseña a estar atenta a las nacientes semillas, a vivir el designio del instante, a transitar por caminos inciertos, a bordear las laderas mirando el abismo, a esperar en el filo de la palabra».
«Como científica social he asumido la tarea de observar e interpretar la complejidad desde distintos ángulos, a ello he dedicado décadas de investigación. Ahora me atrevo a compartir la idea de algunos pensadores y poetas (Basarab Nicolescu, María Zambrano, Roberto Juarroz) de que es posible incursionar en la razón poética, cruzar las disciplinas y dar a las ciencias un sentido más comprensivo del mundo. Este libro es resultado de esa búsqueda».
No conozco en nuestra literatura confesiones de este tono. Y menos dentro de un libro de poesía. Pertenecen a la última sección, en prosa y verso, de agua que corre lenta, conjunto escrito por Coromoto Renaud en la última década.
Nacida en las montañas del Turimiquire, en la zona limítrofe entre los estados Anzoátegui y Monagas, forma parte de una familia numerosa. Su padre, a la vez que trabajaba en el campo, era aficionado a escribir poemas y recitarlos, como sus hermanos, uno de ellos, Luis Segundo Renaud, también cultivará la poesía y publicará varios títulos. Es autora de Azares (1994), Enero (2004), Sedimentos (2004), Preguntas a Rilke (2009), Estaciones (2010). Y coautora, junto con Ramonetta Gregori y Julieta León de Siete Noches, Siete Poemas (2012), y sin duda con agua que corre lenta ha alcanzado la plenitud de su expresión.
Extraigo de este libro: “En junio la luz llega más temprano / no quiere despedirse/ como los buenos amantes / teje y desteje el tiempo”; “tres gracias se derraman/ reverencian cada átomo/ pliegue/ grieta/ extremidad”; El mar “la voz sonora más antigua”; “¿Desde dónde nos miras ahora?”; “¿qué tiempo es ese sin pasado presente ni futuro?/ ¿eres tú quien me habla o soy yo quien te evoca?/ ¿queda algo por decir?/ ¿algo distinto a esta eucaristía?”
Hasta lo menos previsible debe haber influido para que en una concreción geográfica surgiera el lenguaje que retiene las expresiones anteriores. La exagerada y abrupta sensualidad del oriente no parece predisponer a la reflexión, a la síntesis; porque todo transita en el canto fuerte, en gestos marcados, en luz potente. Pero esa avalancha de inmediatez, de goce súbito y dispersión también puede ser la cobertura de lo enigmático, de la lentitud, la postergación. Y cuando tanta realidad excede lo vivible, puede asumir, como vemos, los grados del silencio, de la expresión tácita, única: el cuerpo de la escritura, del poema.
agua que corre lenta consta de cuatro claros; y en el último, ya anotamos, se turnan la prosa y el verso. Las imágenes con frecuencia surgen de fuentes muy locales, en lo cual reside parte de su enérgica presencia, pero con la misma soltura pueden abrazar lugares distantes y hasta irreales y sin embargo tanto ellas, las imágenes de raíz ubicable, como las otras, de señales cosmopolitas, o reflejan una rara intimidad, familiar, doméstica, afectiva, o tocan concepciones, emotividades impersonales, universales, comunes y secretas.
Así podemos encontrar frases como estas: “Digo orfandad y me nombro”; “eres una con el universo/ y duele”; “Mi casa es el viento”; “piedra serás”.
Lúcida y aguda, de manera casi natural, la actitud reflexiva de Coromoto Renaud, afronta su territorio primordial: las palabras, instrumento y elisión, reflejo fugaz y compensación fija para expresarse. Con ellas, lo sabe la autora, se anuda el silencio, la espera, pero también con ellas –su sonido– adviene el cataclismo (“tiembla el universo”), se crea el caos; hasta que se logre ese raro orden que es el poema. Y entonces las palabras irradian, son el mundo, convencen a su propia creadora o al lector. Estalla el milagro de la soledad radiante, del texto compartido. Y así lo confirmamos en una entrevista de Celso Medina: “es una palabra con sentido, es una palabra con fisura, que hiere, que rompe la realidad, que irrumpe, que crea, pues porque te rompe… te fractura la transparencia de la cotidianidad”.
Lo que no sabemos es que Coromoto Renaud aún intuirá en el poema su condición incompleta, sus jirones. Nada extraño, si recordamos que la autora reconoce que no está sola al escribir: a través de ella circula la poesía toda, ajena o propia, tal vez nunca conectada con la obra recién concebida, pero sí oculta, no sólo en las otras voces del presente sino también en la tácita proximidad de los muertos. “¿Quién dijo que los muertos no hablan?/ visité sus tumbas/ conversaban entre ellos/ escuché sus canciones de cuna/ su interminable marcha fúnebre/ su no me olvides”.
Por estas páginas pueden circular las cuatro estaciones del año y algunas más. Pero hay dos notables, cuyo rumor envuelve los lugares: la lluvia y la sequía. Y esos paisajes incluyen al mar Caribe, a París, Praga, Viena, el cerro El Ávila de Caracas, el múltiple mar “la voz sonora más antigua”, el río “Yo crecí al lado del río”, es una figura demasiado presente, demasiado mítica. Allí la vida transcurría a lado de ese río y ese río te daba para todo: para lo imaginario, para lo simbólico, para lo estético, para los juegos, para la diversión. Para tocarlo no tenías que hacer más nada: zambullirte, ponerte ahí en ese río y ya está… esa es la experiencia poética, las estancias de La Vega, próximas a Maturín, el cementerio.
También aquí encontramos un extraordinario poema de amor que transcribo por completo:
Eres el reino del deseo
la voz del viento en la cañada
la mejor vid
galaxia
planeta de mis ojos
camino de hormiga
hilo de agua
libélula
súplica
pedimento
amante en mi reino.
El sondeo a las palabras, los lugares convertidos en ellas, nombres que se cierran sobre sí mismos o en la autora, pero también un raro tú que pudiera ser elíptico, dirigido a quien escribe, y que no obstante convoca, compromete o parece aprisionar al lector.
Todo esto transita en quien recorra las páginas de agua que corre lenta. Esas páginas son Coromoto Renaud, y son asimismo irradiaciones de autores absorbidos por ella: Rubén Darío, Eugenio Montejo, Ramón Palomares, y de sus compañeros vitales: Luis Segundo Renaud, Ramonetta Gregori, Julieta León, Yennis Franco, Miguel Marcotrigliano, Celso Medina, entre muchos.
Sí, agua que corre lenta extiende un campo verbal al cual se asomarían encandilados
Rilke y Elizabeth Schön, Enriqueta Arvelo Larriva y Rafael Cadenas. Como lo hacemos nosotros.
José Balza
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