Este discurso fue leído en ocasión de inaugurarse el Espacio Lovera en la Biblioteca de la UCAB y para celebrar la donación familiar de la biblioteca de José Rafael Lovera a esta universidad. El acto tuvo lugar en LAGA, Academia de Gastronomía de la UCAB, el 28 de noviembre de 2024.
José Rafael Lovera se destaca por tener una aproximación vitalmente auténtica e integral a los problemas de alimentación y el arte de cocinar. Historiador que indaga, valora críticamente y estructura conocimiento; sensibilidad que percibe artísticamente aún los más elementales niveles del arte de cocinar; conciencia alerta a las proyecciones culturales y a los significados sociales de su área preferente de estudios, y maestro cocinero que no sólo recrea, sino que crea, explorando sabores, fragancias y texturas; todo esto es, a un tiempo, este Gran Maestre de la muy selecta Orden de Los Gastronautas. Quiero consignar, la íntima complacencia que siento al comprobar que este autor no solo dice lo que sabe, sino que sabe a qué sabe lo que dice.
Con estas palabras el historiador Germán Carrera Damas cierra el prólogo de la Historia de la Alimentación en Venezuela, el libro de su amigo José Rafael Lovera publicado por Monte Ávila Editores en 1988.
Cuando comencé a barruntar este escrito, fue precisamente ese texto de Carrera Damas uno de los primeros que me vino a la mente como posible inicio de este discurso. Siempre he encontrado en esas letras una lúcida síntesis para perfilar a Lovera en el contexto de lo que me trajo a este podio: compartir con la audiencia mi visión del historiador, del gastrónomo, del hombre generoso que hoy nos corresponde honrar.
Recuerdo que, al enterarme de su fallecimiento, sentí una suerte de orfandad intelectual. Con tristeza me dispuse a escribir el texto que publicaría la Academia Venezolana de Gastronomía para dar la noticia y, con cierta dificultad, logré articular el mensaje institucional en una atmósfera que se había teñido de gris. No solo despedíamos a un miembro fundador y fundamental de nuestra organización, nos dejaba la voz que siempre despejaba dudas y mostraba caminos inadvertidos para ayudarnos a llegar al destino deseado. Para todos los que navegamos en estas aguas de la investigación y la escritura sobre gastronomía en Venezuela, Lovera fue faro y fue brújula.
Además de faro y brújula, José Rafael Lovera fue sobre todo un visionario, un historiador audaz que -por citar un ejemplo- se incorpora como Individuo de Número a la Academia Nacional de la Historia en 1998 con el ensayo titulado Manuel Guevara Vasconcelos o la política del convite, en el cual argumenta e ilustra la utilidad que pueden tener la comida y la bebida como herramientas en el manejo del poder. Sin duda un tema nada usual en los campos de la investigación histórica. Deja claro así nuestro autor el rol que desempeñó la mesa como espacio para el placer y el intercambio de ideas cuando en 1799 se recibió en Caracas al último gobernador y capitán general de Venezuela, Don Manuel Guevara y Vasconcelos, al tiempo que nos ofrece una amplísima descripción de los últimos años del período hispánico en estas tierras.
Diez años antes, Lovera había publicado la única historia de la alimentación en Venezuela que se ha escrito hasta la fecha. Una obra que Ben Amí Fihman describió como “un sabroso taco de dinamita en la inocente vajilla de un libro de historia”. Al escribir sobre un tema que -aún hoy- es menospreciado por la intelectualidad de nuestro país, Lovera establece un paradigma distinto en los estudios historiográficos, generalmente centrados en los acontecimientos políticos, económicos y militares. El epígrafe de Brillat-Savarin que recibe al lector de esta obra no deja dudas de la lucidez que habitaba a nuestro historiador: “De la manera como las naciones se alimentan depende su destino”. Me pregunto: ¿Acaso no hemos sido testigos de la necesidad de lograr una verdadera soberanía alimentaria? ¿Todavía hay alguien que ponga en duda que la comida es también un arma política?
La Historia de la Alimentación en Venezuela es uno de los legados más importantes que Lovera nos ha dejado, no solo por lo que nos descubre acerca de nuestro pasado como productores de sustento diario y como comensales, sino también sobre nuestros modos ante el fogón y en el plato, además de arrojar luz sobre los hechos que comenzaron a darle forma a un corpus culinario venezolano. En mi visión personalísima, encuentro también en esta obra un llamado de alerta, una invitación a darnos cuenta de la importancia del alimento más allá de lo obvio, de la necesidad de conocer las posibilidades de nuestra geografía para nutrirnos y así asegurar nuestra supervivencia y autonomía alimentaria en la mayor medida posible. Esta obra es un punto de partida para comprender lo que somos como sociedad y lo que podemos llegar a ser, dependiendo de nuestra alimentación y del acceso a la misma.
Más que enumerar sus haceres como historiador, investigador, escritor, fundador de la Academia Venezolana de Gastronomía y del Centro de Estudios Gastronómicos, amén de otros aportes que nos tomarían un tiempo que hoy, lamentablemente, no tenemos, considero conveniente resaltar tres puntos fundamentales de su visión y su legado:
1. Estudiar a la sociedad venezolana -y al país como un todo- bajo el prisma particular de la alimentación. Abrir caminos para el estudio de la alimentación como fenómeno social y cultural en el país puede poner en evidencia tendencias que retan ideas preconcebidas y aceptadas como verdades inamovibles o quizá -por el contrario- reafirmar con hechos y no suposiciones, aquello que nos distingue y nos identifica como venezolanos ante la mesa.
2. Redefinir la profesión y el rol del cocinero, promoviendo el concepto de “cocineros ilustrados” que integrasen su quehacer con las realidades de su entorno y su tiempo, allende el dominio de técnicas y la elaboración de preparaciones; formar jóvenes capaces de propiciar diálogos con otras disciplinas como las artes, la ciencia, la historia y así abrir vías diferentes para incentivar la experimentación y la innovación a partir del conocimiento de lo propio. Importante precisar que, cuarenta años más tarde, esta mirada de Lovera coincide con lo que hoy se espera del arquetipo del cocinero del siglo XXI, preocupado por el impacto que su profesión tiene sobre aspectos de sostenibilidad, uso de ingredientes locales, marca país, cultura culinaria y hasta iniciativas para combatir el hambre de los pueblos, asuntos de interés ajenos a los profesionales del ramo en décadas pasadas.
3. Retar a la tradición gastronómica para mantener su vigencia, favoreciendo diálogos entre costumbres y modernidad como única forma de preservarla: cada objeto o hábito que logra adaptarse a los cambios que las nuevas generaciones exigen, tiene mayores probabilidades de prolongar y hasta garantizar su supervivencia, incorporando lo nuevo dentro de lo habitual mientras conserva su esencia. Tradición que se ajusta al cambio se dinamiza, se fortalece, se mantiene viva y relevante para el país del futuro; en otras palabras, evita caer en el olvido que ineluctablemente conllevaría su pérdida.
Finalizo mi intervención compartiendo una reflexión de la escritora Lena Yau que me dibuja un hermoso retrato del profesor Lovera en la memoria. Espero que a ustedes también:
Es bien conocida la inmensa altura de José Rafael Lovera como historiador, gastrónomo, investigador, académico, formador, documentalista, comensal. Repasar su obra, -la escrita, la dicha, la fundada- lleva a pensar en un hombre consagrado a la lectura, a plantearse preguntas y contestarlas en páginas manuscritas. Un intelectual, un individuo sin tiempo para otra cosa que no fuera la materia de sus desvelos, la alimentación, la cocina y la comida como síntomas y símbolos, como causas y efectos; el plato como espejo para comprendernos en el tiempo.
Muchas gracias.
Ivanova Decán Gambús
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