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Lo que más mueve la atención al regreso a este país natal es la quieteza que uno encuentra en calles y avenidas; no muy distinta a la de la isla antillana y a la de todos los países que han conocido la tragedia de un régimen comunista. Es la misma que describe Ágota Kristóf cuando llegó a Budapest a comienzos de los cincuenta. La fecha no importa, los signos nefandos de estas sociedades son acrónicos, son los sonidos de las distopías y dictaduras de todas las épocas. Por algún retruécano ideológico, los ruidos de las calles son reaccionarios. En Venezuela esta condición tiene forma parte de nuestras tradiciones. La conocí durante la dictadura de Pérez Jiménez y mi abuela, que la había vivido en los años finales de Gómez, se refería a ella con la conocida expresión, la “paz de los sepulcros”.
Hoy amanezco a la sombra de Ávila protector con un clima que a esta hora es de lo más grato después de las profundidades heladas del norte de Italia. Aunque he llegado tarde para disfrutar del privilegio de la luz y transparencia de los cielos de fin y comienzos de año. Siento en el aire y en los ojos la inminente llegada del infinito verano que secará esta tierra hasta las grietas. Son azules, los de este cielo, propios del Caribe, brillantes y salitrosos.
Voces barrocas
En más de una ocasión en estos diarios he hablado de la epifanía de escuchar por primera vez la voz de María Cristina Kier, a finales de 1999, en una exquisita sucursal de Harmonia Mundi en Toulouse. No podía creer que formaran parte de la realidad cotidiana los sonidos que de extendían por el reducido espacio. Se trataba de una de las Cantatas de Scarlatti, recogidas en Bella madre dei fiori, uno de los registros más felices de los últimos veinte años, y que recuerdo ahora al escuchar, en Radio Classique, “Si dolce è’l tormento” en la voz de “mujer” del contratenor Philippe Jarousky acompañado por la Arpeggiata de Christina Pluhar. El nombre y la letra de la canción no pueden ser más apropiados para la dulcísima melodía de Monteverdi que, en la voz de Jarousky, la entiendo como una bienvenida en este primer domingo de vuelta a la patria. “Si dolce è’l tormento” es uno de esos conmovedores madrigales del maestro italiano que nos recuerdan una época pre-tecnológica, donde la técnica no se había apoderado de nuestras almas y la belleza se sentía al alcance de la mano, como una vez los griegos sintieron a los dioses. En el arreglo de Pluhar, con instrumentos originales, y en la voz bendita de Jarousky, siento algo parecido a lo que sentí hace veinte años en Toulouse: ganas enormes de creer en Dios, aunque sea para darle las gracias por tanta belleza y dulzura en medio de la indigencia de los tiempos: “Si dolce è’l tormento/ch´in seno mi sta,/ ch´io vivo contento/Per cruda beltà”.
Caracas, lunes 19 de febrero de 2019
Detrás de un espejo oscuro
Para muchos, me encuentro entre ellos, Der Spiegel es la revista más seria de Europa, si no en el mundo occidental. Tal es su prestigio que a sus redactores concedió Heidegger su última entrevista para ser publicada de manera póstuma. Fue allí donde el maestro expresó la más inquietante de sus opiniones: “Ahora, sólo un Dios puede salvarnos”. Es por eso que preocupa y entristece la reciente declaración de sus editores en la cual reconocen que uno de sus reporteros más celebrados había falseado buena parte de sus entrevistas y reportajes publicados en los últimos diez años. Que esto ocurra en Alemania no parece obvio. Su industria editorial es la más extendida y respetada. La amarga tarea de desenmascarar al impostor le correspondió a un joven periodista español “free-lance”. Los lectores alemanes han sabido agradecérselo, mientras la dirección de Der Spiegel no terminan de despertar de lo que tal vez consideren una oscura pesadilla.
Guerra fría
Pawel Pawilokowsky es el afortunado realizador de Ida, la inquietante y trágica historia de una joven polaca huérfana a punto de recibirse como monja cuando es descubierta por su única familia, sobreviviente de Auschwitz, que le revela sus orígenes judíos y la desgraciada suerte de sus padres. Las narraciones de Pawilokowsky no suelen ser apresuradas y el tiempo no pasa sino que fluye con un manso arroyo. Que es lo que ocurre en su última producción, Guerra fría. Se trata de una desesperada historia de amor durante los años sórdidos de la Polonia comunista. En medio de la más humillante mediocridad, los amantes huyen a Occidente tratando de cambiar de destino confiados en la omnipotencia del amor. Al final, se darán cuenta que en una sociedad totalitaria hasta el amor es reducido a la impotencia. La fotografía, en blanco y negro, recuerda otras glorias del cine polaco como Sor Juana de los Ángeles, el inolvidable film de Jerzy Kawalerowicz.
Valencia, martes 20 de febrero de 2019
He sido recibido con la mayor indiferencia por parte de los libros de mi biblioteca después de meses de ausencia. Me han tratado como un extraño, un perfecto desconocido. Primera vez que me ocurre. Incluso escribo esto con el temor de que me puedan estar leyendo por encima del hombro. Mejor suspender estas reflexiones hasta que me encuentre en un terreno neutral.
Juan Sánchez Peláez
Es Juan Sánchez Peláez, de los venezolanos, el poeta sobre el que más he reflexionado y escrito. Incluso me encargué de su perfil bio-bibliográfico para un diccionario venezolano. Ahora vuelvo a leerlo en la ajustada antología que acaba de publicar Visor-Fundación Urbana con prólogo de Alberto Márquez. De allí copio este texto este poema que me leyó en una fugaz visita a Valencia
a mediados de 1968 y que incluyó en su colección Rasgos comunes que apareció el año siguiente.
Me pongo a temblar en la noche llena de sonidos.
Absorto en mi labor, no me doy cuenta que el
tiempo transcurre. Mi oficio es como la lluvia:
acariciar, penetrar, hundirme. Observo la tinaja
oscura. Alumbro una lámpara en mi duermevela.
siento mi arruga y mi enigma, pero dónde el
hallazgo por venir o una mañana en la calzada.
A estas alturas tal vez no sea injusto reconocer que, después de mi padre y del doctor José Solanes, nadie influyó tanto en mi formación como este iluminado vate venezolano.
Valencia, miércoles 20 de febrero de 2019
Entre la espada y la pared
Un distinguido colega activo de la Facultad de Derecho de la UCV, me habla de sus reflexiones sobre la conveniencia de eliminar o sustituir a las fuerzas armadas y su reemplazo por una institución que resguarde la soberanía nacional de una manera menos invasiva. Costa Rica lo hizo, y mucho antes Suiza. Conceptos parecidos he expresado ante mis alumnos al exponer las causas de la tragedia nacional, la cual debemos encontrarlas en los propios orígenes de la república. En efecto, después de las primeras manifestaciones de voluntad independentista en 1810 y 1811. Las cuales estuvieron protagonizadas por militares. Desde entonces, la historia venezolana ha estado determinada no por la reflexión sobre los grandes libros de la teoría política, sino por el filo y brillo de sonoras espadas. Comenzando, naturalmente, por Simón Bolívar; quien se sintió menos atraído por el espíritu político del College de France, donde figura como uno de los ex-alumnos más notables, que por la disciplina autoritaria de una escuela militar. Escindido existencialmente entre las enseñanzas de Simón Rodríguez, el menos militarista de los espíritus de su tiempo, y el deslumbrante modelo de Napoleón, el Libertador se decidió por las grandes gestas del campo de batalla donde escribía, o pensaba, sus grandes textos fundadores. Desde allí, y con la extraña excepción del general Páez quien, en vano, le cedería el poder a un profesor universitario, y hasta el día de hoy, el destino de Venezuela se ha jugado en las mesas sordas de los cuarteles. Dentro de poco se cumplirán 200 años de la insurgencia irreversible del poder militar en la conducción del destino de los venezolanos. Lo más lamentable es que ni siquiera la técnica, en nuestro país, ha evitado que incluso hoy nuestro futuro esté secuestrado por el más cuestionado instrumento castrense.
Caracas, jueves 21 de febrero de 2019
Georges Oppen
Con Juan Sánchez Peláez, en una ocasión memorable, me encontré, por azar, en la librería Lectorum de Nueva York, a mediados del gélido diciembre de 1969. Juan se encontraba en la ciudad por unos días, proveniente de Iowa, y yo había viajado a Manhattan conocer a Jorge Luis Borges. La frustración por haber confundido las fechas y no poder conocer al argentino, fue compensada ampliamente por el encuentro con el autor del para aquellos años legendario Elena y los elementos. En una de nuestras conversaciones en algún bar de Times Square, Juan me habló del poeta Georges Oppen, a quien había conocido años atrás en una reunión. Me recomendó la lectura de su poesía hasta ese momento desconocido para mí. Años después, cuando escribía un ensayo sobre el vate norteamericano habrían de impresionarme las divergencias entre la sintaxis de Juan, elocuente, brillante, surreal y musical, y el ascetismo verbal de Oppen, diferencias que se advierten en un texto como este que ahora traduco, tomado del libro Discrete Series:
Una foto de la Guerra Civil:
la hierba cerca del lente;
en el campo un hombre
con sombrero de copa. Es de mañana.
El cañón de ese día
Está en nuestros parques.
La poética de Oppen fue conocida como “objetivista” por los miembros del grupo con el mismo nombre que, hacia los años treinta, se dio a conocer con ese nombre. Nada más lejos de la poesía de Juan y nada más cerca.
Alejandro Oliveros
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