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Diario literario 2024, septiembre (parte IV): Heißenbüttel, “Kanal” y “Samson” de Wajda, 22 años con Sándor Márai
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Milán, domingo 22 de septiembre de 2024
Helmut Heißenbüttel
Conmovido por la azarosa aparición en la pantalla de mi ordenador de las tapas de un pequeño volumen que fue de singular importancia en mi formación como poeta. Buscaba algunos textos en cualquier idioma conocido, incluyendo el original, de Helmut Heißenbüttel (1921-1996), cuando se me apareció la inquietante imagen. Se trata de Poesía alemana de hoy 1945-1966, publicado por Sudamericana. Las traducciones son de Rodolfo Alonso y Klaus-Dieter Vervuert, en su formato más cuadrado que rectángular con sus tapan marrones y gruesos tipos negros. Tenía yo diecinueve años y estudiaba segundo año de Medicina en la Universidad de Carabobo. De cuyo Departamento de publicaciones Juan Sánchez Peláez había sido su primer director y, después de un año, había delegado el cargo en Eugenio Montejo, cuya amistad y enseñanzas me formaban de manera paralela a mis estudios académicos. Siempre me sentí atraído por la lírica germana, desde que la conocí en alguna antología olvidada y mal traducida. Aun así, lo poco que conocía me había atraído tanto o más que la poesía francesa. Poetas como Georg Trakl, Gottfried Benn, Georg Heym o Else Lasker –Schüler. Leyendo la selección de Sudamericana, descubrí que había solo dos maneras de escribir poemas en el siglo XX. Una directa, no necesariamente política, pero abierta a la comprensión, con una voluntad por la forma menos marcada que la otra manera, más hermética, inaccesible casi y solipsista. Entre los primeros, de la antología de Alonso recuerdo a Hans Magnus Enzerberger y Günther Grass. Entre los segundos, a Günther Eich y Helmut Heissenbüttel. De Heissenbütel son estos dos poemas traducidos por Alonso y Vervuert:
POEMA PARA ENSEÑAR HISTORIA 1954
Los acontecimientos y lo no acontecido
época división en períodos dinastías ciudades extinguidas pueblos en marcha
colmenas en marcha y Napoleón ante el Beresma
relieves en púlpitos de Giovanni Pisano Ecce Homo de Niestzche
y campos de concentración
l’empire de la majorité se fonde sur cette idée qu’il y a plus de sagesse
dans beaucoup d’hommes que dans un seul (Tocqueville)
el recuerdo de la voz de la Adolf Hitler
Sinfonía para nueve instrumentos Opus 21 (1928) de Anton Webern
y nunca he escrito líneas tan largas
Piero della Francesca y el humo del cielo de diciembre
lo que puedo recapitular
lo que puede recapitularse es mi tema
lo que no puede recapitularse.
LIBELO VII
aquí se posan las grandes mariposas azules
aperturas de lo imperceptible
aterrizan aquí los balcones verdes de mi pasado
distritos examinados caminan lentos por barrios ajenos
los álamos negros se inclinan uno sobre el otro y enmudecen
fallecidas bicicletas ruedan lentas por el mundo olvidadizo
ventanas vacías se mueven profundamente en anchas cadenas
por el paisaje silencioso
¿qué buscan las ventanas vacías?
Milán, lunes 23 de septiembre de 2024
“Kanal” y “Samson” de Wajda
Cuando, en una de sus entrevistas, el director polaco Andrzej Wajda (1926-2016) reconocía a Akira Kurozawa entre sus maestros no exageraba. Uno de los atributos de la cinematografía del japonés es su virtuoso manejo de los grupos frente a la cámara, desde pequeñas reuniones de pocas personas, como en Rashomon, hasta las multitudes infinitas de Trono sangriento o Ran. En su lograda y estremecida cinta de 1957, Kanal, Wajda recuerda el tratamiento de los actores por parte del japonés. Los primeros planos de abigarrados grupos, capturados por la expresionista fotografía en blanco y negro de Jerzy Lipman, son utilizados con genio por Wajda en esta producción. Se trata de un proyecto asociado con la historia de su nativa Polonia. Un grupo de partisanos durante el feroz levantamiento de Varsovia contra la ocupación nazi, escoge el laberinto de las alcantarillas para desplazarse. Entre ellos, uno de los héroes trágicos caros al realizador polaco. Es una película tensa y dolorosa, como ha sido buena parte de la historia de Polonia. Con Generación (1955) y Cenizas y Diamantes (1958), integra la llamada “Trilogía de la guerra”. El héroe trágico de Samson (1961), la cinta que cerró el homenaje que el Cine-Club Ambrosiano dedicó, por sugerencia de Rodolfo Izaguirre, uno de sus asesores, a Andrezj Wajda, es un judío escapado involuntariamente del gueto de Varsovia. Se trata de una decorosa exploración de la conducta de los confinados hebreos durante los meses del levantamiento en contra de la ocupación alemana. Fuera del gueto, con las posibilidades de vivir oculto en la ciudad de los gentiles, Jacob, agobiado por la culpa, está determinado a regresar con los suyos. No morir con ellos, no correr la misma suerte, es insoportable. La fotografía de Jerzy Wojcik podría ser calificada por alguno de fotografía psicológica y no andaría descamimado. Una película que puede entenderse como un reconocimiento de Wajda a la población judía de Varsovia, una de las pocas que enfrentó la muerte segura de la manera más heroica.
Milán, martes 24 de septiembre de 2024
Valerio Adami (1)
He regresado a Heißenbüttel después de visitar la estupenda retrospectiva que el Palazzo Reale de esta ciudad dedicó Valerio Adami (1935), en lo que tal vez deba entenderse como un regreso de la obra del maestro italiano al favoritismo del mercado, que es el que decide cuál será el favoritismo del resto de la humanidad. Recuerdo que hacia los años setenta y ochenta, la pintura de Adami era objeto de un admiración reservada sólo a artistas como Giacometti o Dubuffet. En los 70’, realizó treinta y siete individuales y en los 80’ cuarenta; en lugares tan improbables como Milwakee, Turku o Malmo. Caracas fue una de las ciudades más activas, con exposiciones en 1969, 1970 y 1971. El Museo de Arte de Moderno de París le organizó una muestra en 1970. Y todavía en 1986 el Pompidou le concedió una retrospectiva en la que participó su amigo Jacques Derrida. No obstante, el siglo XXI, al menos en sus primeras décadas, no parece tan activo en esta admiración. El eclecticismo de estos años “todo-vale”, no parece corresponderse con la poética de Adami, una brillante expresión de los atributos de la modernidad. Que son los mismos de la poesía de Heiseenbüttel. Me refiero al desvelo formalista, el culteranismo, la corticalidad y la desconfianza ante las diversas formas de realismo. En 1971, el poeta y el pintor unieron sus talentos para publicar en Alemania, Occasional Poem No.27. Ten Lessons on the Reich, ilustrado con diez litografías y la vistosa caligrafía del artista italiano. Pocos artistas en la historia del arte moderno ha encontrado tantas afinidades con los poetas y escritores como Valerio Adami: ”Me he nutrido de la literatura y muchos de mis cuadros parten de allí”. Y siempre con vates como Heißenbüttel, no precisamente un ejemplo de claridad. Otros de ellos fueron Octavio Paz y Jacques Dupin. Paz le dedicó unas páginas llenas de su acostumbrado brillo, que se reproducen en el catálogo de la muestra:
Dos órganos la cabeza y el corazón; dos facultades: comprensión y sensibilidad; dos tradiciones en perpetuo combate y en perpetua fusión. De las dos grandes familias de pintores, los hijos de la línea y los hijos del color, el dibujante y el colorista, Valerio Adami sin dudas nació entre los primeros. Su pintura, independientemente de las técnicas que empleara, nos impresiona primero que nada por su composición, por la distribución del espacio y la habilidosa arquitectura entre los diversos planos. No estamos ante una superficie inerte, sino frente a un espacio viviente, construido con líneas que son delicadas y poderosas al mismo tiempo.
Dupin, en su condición de asesor de la Fundación Maeght y crítico literario, fue uno de los intelectuales más influyentes de las últimas décadas del XX. También escribió sobre Adami. Fue uno de los poetas fundadores de la legendaria revista L’Éphèmere patrocinada por la Fundación Maeght. Su poesía es como la de sus compañeros de grupo (Bonnefoy, Du Bouchet, Esteban) y su estilo es el de la misma deriva de Heißenbüttel. Esta es mi traducción de uno de los poemas del francés:
La elipsis del cuerpo dentro del cuerpo
del poema
obscenidad oferente
del trabajo de las placas de la caída de las metras
contra la turba del magma
trabajo del prisma
de las bielas de los silbidos
de las espirales de las flores de aceite
entre el murmullo de las vocales
el murmullo de las vocales
de la explosión del nombre y la agonía
del flujo de los parásitos de los estertores
de los abismos y la piedra
del síncope de los procedimientos
y el endurecimiento de los cálculos y la sombra
durante su asunción lunar
oferente obscenidad
de tramas sibilinas
del signo –canceroso
en el aliento fuera el aire
cuerpo vacante
desterrado del azul
que inyecto a su videncia
sobrevuelo si alas de una extendida
sin tierras
minúsculos enchufes en el aliento
de mi muerte fuera del aire
como una interrupción del aire.
El texto de Dupin es una fiel expresión de la poética surrealista, tal como la quería su fundador, André Breton, de cuyo Manifiesto del surrealismo se están cumpliendo cien años de ser publicado. No obstante, la más productiva de las afinidades de Adami con los poetas e intelectuales de su tiempo fue las que mantuvo con Jacques Derrida, el profeta de lo que llamaban deconstrucción, con el cual mantuvo una larga amistad: “Nos conocimos gracias a Jacques Derrida, quien le propuso escribir un libro en colaboración con un artista, una serigrafía en la cual se estableciera una conversación entre la pintura y la escritura. Le sugirió que hablara conmigo. Derrida no conocía mi trabajo. Descubrimos que teníamos muchas cosas en común y un modo de crear parecido. Nos unió una amistad personal e intelectual que se prolongó hasta su muerte”. El resultado de la colaboración fue el críptico ensayo “+R+”, recogido en La Vérité en peinture.
Milán, miércoles 26 de septiembre de 2024
Adami (2)
Los organizadores de la estupenda muestra de Valerio Adami en Palazzo Reale, dedicaron una pequeña sala exclusivamente a la galería de retratos en carboncillo que el artista dedicó a sus escritores, pensadores, poetas y músicos más cercanos: Mann, Freud, Benjamin, Luciano Berio, Nietzsche, Stravinsky, Berio (“Cocinero exquisito y, como yo, piloto arriesgado de carros de carrera”), Pound, Leopardi, Calvino (“Con él se trató de una verdadera colaboración literaria, gracias a sus fábulas escritas sobre algunas de mis obras. Me impresionaba su escritura visual producida por imágenes mentales”). Toda la iconografía de Adami es el producto de su mirada al mundo y la vida a través del lente de sus admirados escritores, desde Homero y Virgilio a Dupin y Paz. De este modo lo vio otro de sus amigos, Jean-François Lyotard: “Adami no trata de hacer ver, sino de evocar. No trata de ofrecer una presencia a la mirada, sino un espacio al pensamiento”. Como quiera que sea, tiene no poco de admirable la necesidad que sentía el maestro italiano de incluir, como Duchamp, una invitación a pensar en su iconografía. Es insuficiente la sola retina para acceder al conocimiento y expresarlo en imágenes. Es la historia de una tradición que comenzó con Apeles y han continuado los grandes. De Poussin a Picasso y de Velázquez a Bacon. A sus noventa años, la lucidez y las convicciones de Adami, una de las últimas expresiones plásticas de la modernidad es admirable: “Mi vida ha estado rimada con el trabajo, con el lápiz, la hoja, la tela, el ruido de la batidora que utilizo para mezclar los colores, o de la sustancia con la cual seco el acrílico sobre la tela. Todos los días dibujo y pinto por lo menos cinco o seis horas. Incluso en este momento. Vivo para mi trabajo, el cual más que una pasión es una necesidad”.
Milán, jueves 27 de septiembre de 2024
Sándor Márai
No creo que a ningún escritor moderno le haya dedicado tantas páginas de estos cuadernos como al húngaro Sándor Márai. En parte, porque el primero de estos diarios literarios, comenzados tardíamente, data de 1995, y me inicié en la lectura del novelista húngaro en el 2002, hace veintidos años. Ausentes de los cuadernos los grandes maestros contemporáneos de mi formación: Machado, Camus, Heidegger, Jaspers, Beckett, Sartre, Malraux, Pound, Yeats, Synge, Eliot, Williams, Lowell, Faulkner, Hamsun, mi querido y olvidado Hamsun; Hardy, Conrad, Joyce, Woolf, Donald Hall, Ajmatova, Pasternak, Graham Greene, Jünger, Grass, Pavese, Ungaretti, Pessoa, Borges, Sánchez Peláez, Cortázar y algún otro. De Thomas Mann pude ocuparme en el primer volumen de estos diarios (1995), a propósito de una relectura de Montaña mágica, pero fuera quedaron su deliciosa Carlota en Weimar, Budenbrooks y la imponente José y sus hermanos. En el 2002, ya comenzado el sexto volumen de estas anotaciones, un par novelas de Márai habían sido puestas en castellano. No obstante, fue en una librería de Radicondoli, en el verano de ese año, cuando compré mi primer libro de Márai, La recita di Bolzano, en la italiana edición de Adelphi. Eso fue hace veintidós años. Después vendrían una serie de novelas memorables (Divorcio en Buda, La sangre de san Genaro, La gaviota) y sus ensayos y escritos autobiográficos. Lo último que leí fueron unas memorias inéditas publicadas por Adelphi con el nombre de Volevo tacere (Lo que no quise decir en castellano). Pero, como ocurre con Stefan Zweig (no es lo único que tienen en común), de Márai siempre hay un libro que uno no ha leído. Y en mi caso, tengo que esperar que Adelphi lo traduzca (ya estoy acostumbrado a leerlo en italiano), porque Márai, en una decisión heroica, con las graves consecuencias en todas las escogencias de esta naturaleza, no cayó en la tentación de escribir en alemán limitándose al húngaro. Es como si Kafka hubiese hecho su obra en checo, o en yidish. O Celan en rumano, su parlar materno. Márai sufrió, además, la persecución política que incluía la prohibición de publicar sus obras en el país natal, por lo menos hasta 1989, con el fin de la dictadura. Demasiado tarde. Ese mismo año, trece meses después de la muerte de su esposa, decidió que era hora de poner fin al exilio y de reunirse con la amada, en el reino común del “undiscovered country”. He vuelto a escribir sobre Márai en estos cuadernos a propósito de la publicación siempre en Adelphi, de Bibè, el primer amor (1928), que marca su inició como novelista (El carnificcie es un relato largo). En las cien páginas que llevo leídas, siento, como otras veces, la gravitación de Stefan Zweig en el detallismo y la escogencia de sus escenarios. El protagonista es un solitario, un profesor de cincuenta y seis años, a lo Márai, que pasa sus vacaciones en una remota estación de aguas termales. Con esta lectura conmemoro mis veintidós años de fidelidad; y, con estas notas, sigue siendo Sándor Márai el escritor moderno al cual, durante los últimos veintidós años, he dedicado más espacio en mi diario literario.
Milán, viernes 27 de septiembre de 2024
Sonidos del otoño
Sonidos del otoño. Aunque indeciso y a veces irreconocible, el otoño, la más nostálgica de las estaciones, ha comenzado a insinuarse en la ciudad. Desde hace tres días, entre las 6.00 y las 6.30, el canto de unos pajaritos, menos protagónicos que los mirlos o ruiseñores, pueden escucharse en las ramas del alto pino blanco sembrado frente apartamento. No se quedan mucho tiempo, por desgracia, pero son de una alegría envidiable. Llegan quién sabe de cuál caluroso país africano en busca de un poco de fresco y agua. Desde mañana comienzo a invitarlos a compartir mi desayuno con agua fresca y boronas del mejor pan pugliese.
A lo mejor consigo que se pasen más tiempo en esta calle antes de seguir con rumbo. Tengo que preguntarle a mi sobrina cómo hace con sus pajaritos en Dusseldorf. De acuerdo con Hipócrates, esta es la estación de las lluvias, que, caen largas y musicales durante días seguidos. No se trata de las ruidosas tormentas de verano ni de las alegres lluvias primaverales. Estas suenan como Corelli y huelen a hojas que ya dejaron de ser verdes. Hace muchos años traduje uno de los grandes poemas del otoño (Keats escribió el más bello en lengua inglesa). Se trata de “Pateando las hojas”, del norteamericano Donald Hall. Canta y cuenta Hall una caminata con sus hijos en edad de bachillerato, una caminata por calles con las hojas doradas hasta la altura de las rodillas y de las memorias de otras caminatas en su infancia. De allí el título, de la experiencia de patear las hojas que salen volando para volver en “slow motion” a la tierra húmeda. Una de las grandes experiencias de esos climas, sin duda, en especial en la Nueva Inglaterra de los Estados Unidos. Una vez pude hacerlo en la compañía de los queridos Ana María del Re y Adriano González León. Este es el primer fragmento del poema de Hall, en la traducción que publiqué originalmente en mi revista Milenio hacia 1999 y, fragmentariamente, en Prodavinci, en un homenaje al poeta. Esta es la primera sección:
PATEANDO LAS HOJAS
1.
Es octubre. Pateo las hojas mientras regresamos a casa
después del juego en Ann Arbor,
un día color de hollín con aires de lluvia;
pateo las hojas del arce,
setenta matices de rojos y amarillos
como papel viejo, y hojas de álamo, pálidas y frágiles
Y las del olmo, estandartes de una raza condenada.
Pateo las hojas que se elevan desde mi bota
produciendo un sonido familiar;
y revolotean y recuerdo
los octubres cuando caminaba
hacia el colegio, en Connecticut,
en pantalones de pana cortos
que silbaban como las hojas. O un domingo mientras
compraba un vaso de sidra en el quiosko
de una sucia carretera de New Hampshire.
Pateo las hojas, otoño de 1955, en Massachussets,
seguro de que mi padre estaría muerto
cuando ellas desaparecieran.
En los trópicos natales, donde hasta los pajaritos cantan menos, el menos de octubre no tiene un sonido particular. Pero sí lo tienen el color y la altura del cielo, que comienza ser más alto y azul, mientras la luz comienza a ser levemente menos agresiva y más transparente. De noche, la luna es la legendaria luna de octubre, más brillante que la noche de estrellas, acompañada por las estrellas de la Osa y la soledad de Orión. Es el otoño en mi trópico.
Alejandro Oliveros
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