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Diario literario 2024, septiembre (parte III): Ugo Tognazzi es Luciano Bianciardi, los diamantes de Wajda, Patrizia Cavalli
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Milán, viernes 13 de septiembre de 2024
Bianciardi por Tognazzi
La vida agria, de Luciano Bianciardi, es la tercera de una trilogía novelesca que fue precedida por El trabajo cultural (1957), La integración (1960). No obstante, La vida agria (1962) tuvo más éxito que las otras dos y fue inmortalizada por Ugo Tognazzi en la afortunada versión cinematográfica de Carlo Lizzani. Bianciardi, por anarquista, brillante, irregular, bebedor, callejero e independiente, estuvo acompañado por la polémica sin tregua. En aquellos años de una nouveau roman, empeñada en decir sin contar nada; Banciardi, como los grandes norteamericanos que admiraba, tenía mucho que contar y lo contaba. Como es natural, fue celebrado durante los revoltosos años sesenta y convertido en pequeño ídolo de los jóvenes contestatarios. Fue uno de los jóvenes fundadores de la editorial Feltrinelli, para la cual tradujo a Henry Miller (Trópico de cáncer y Trópico de Capricornio), Faulkner y Steinbeck, antes de ser despedido por “autónomo” e incumplido. Sus años en la editorial es la materia de La integración. No sería la única vez, sin embargo, que corriera con esa suerte. Su vida irregular, en medio de una Milán que disputaba a Nueva York el centro de la vanguardia, ha sido el sujeto varias biografías. Esta vida que comenzó en la lejana y maremana Grosseto, donde trabajó como promotor cultural de una mina moribunda, así como su traslado a la capital lombarda es el tema reiterado de su trilogía narrativa. La vida agria, como decía, es la más difundida. La novela comienza en una explotación minera (cerca de Grosseto en la novela y Emilia-Romagna en la película) donde el protagonista, Luciano Bianchi, era encargado de la biblioteca de los obreros y, el mismo día en que fuera despedido por anarquista, un accidente en la mina, ocasionado por la falta de mantenimiento, cobró la existencia de cuarenta y tres mineros. En la versión fílmica de La vida agria (1964), un conmovido Luciano (el mismo Bianciardi y Tognazzi , en el papel protagónico), jura vengarse de sus compañeros de trabajo. Para lo cual se muda a Milán, a inmolarse en la heroica empresa de volar en pedazos el enorme rascacielos sede de la empresa dueña de la mina. Su anarquismo radical será domesticado por Ana (la estupenda Giovanna Ralli de El general della Rovere y Nos habíamos amado tanto), la camarada que lo lleva a las reuniones de partido, y termina siendo su amante. Son los años del sorpasso, el mentido milagro económico italiano de los años sesenta que legitimó la abismal diferencia de desarrollo económico entre el norte industrializado y el sur rural, democristiano y mafioso, furgón de cola del plateado tren de desarrollismo septentrional. El protagonista, un Tognazzi de admirada plasticidad que, con el mismo genio, es cómico y dramático, prefiere para sí menos desgracias que la de los mineros, y terminará seducido por la vida muelle del pequeño burgués en ascenso que terminará su gesta de intelectualidad de izquierda, al servicio del propietario de la mina, quien lo convierte en su protegido. La planificada voladura del edificio sede quedará convertida en un amplio despliegue de fuegos artificiales en la inmaculada superficie acristalada del edificio Pirelli, de Giò Ponti. Este es el final que escogió Lizzani (uno de los autores del guión, quien los había escrito también para De Santis, Rossellini y Lattuada) para su película que difiere de la conclusión menos espectacular de la novela. El resultado es una estupenda muestra de commedia all’italiana, apoyada en la magnífica fotografía en blanco y negro de Enrico Menczer y la actuación de la pareja Tognazzi-Ralli.
Milán, sábado 14 de septiembre de 2024
Los diamantes de Wajda
Una de las últimas programaciones del Festival Internacional de Teatro de Caracas incluía una versión escénica de Crimen y castigo en el montaje Andrej Wajda. Al día siguiente, en el pasillo de la Escuela de Letras, María Fernanda Palacios, refiriéndose al estupendo montaje, me dijo en tono oracular, “Todo el cine de Wajda es así”. Ayer, después de una proyección de Diamantes y cenizas, el chef d’oeuvre del
maestro polaco, entiendo que es lo que me quiso decir la querida colega. En la película, como en el montaje de Dostoievsky, y a pesar de sus escabrosos asuntos, privan las concepciones clásicas del teatro aristotélico. Su Crimen y castigo le pone un poco de orden a los excesos del novelista ruso. Y es lo mismo que hace con su film, cuya historia difícilmente puede ser más agitada. Un grupete de partisanos constituido por exsoldados polacos que habían combatido a los alemanes, ahora convertido en la vanguardia de la resistencia contra la ocupación soviética. Después de un fallido atentado, en el cual resultaron muertos un par de inocentes, las órdenes de los jefes de la resistencia no han cambiado: es necesario acabar con la vida del compatriota, instrumento de las fuerzas de ocupación. Al final, la orden tendrá que ser ejecutada por uno de los responsables del fallido atentado, quien no es otro que el genial Zbignew Cybulski una suerte de James Dean polaco, y uno de los más inquietantes héroes trágicos del cine de su tiempo. El héroe trágico, en palabras de Hegel, es aquel hombre o mujer para los cuales otro destino es impensable. Paul pensó en evadir la empresa, pero su jefe le recordó las graves consecuencias. Lleva a cabo la acción para escapar a esta amenaza de sus compañeros, pero la muerte lo sigue y lo alcanza en una ocasión fortuita, cuando escapaba sin que nadie lo persiguiera. Volviendo a María Fernanda Palacios, Wajda no se aleja, aunque no se sienta, y ese es si genio, de las exigencias aristotélicas y neo-aristotélicas de las tres unidades: una sola acción, que se desarrolla en un mismo lugar, durante un tiempo que no debe exceder las veinticuatro horas. Es lo más admirable en la extraordinaria cinta, su unidad, que hace improbable cualquier distracción por parte del espectador. En el teatro, como en el cine, Wajda es un buen discípulo del estagirita, como llaman en los crucigramas al gran Aristóteles.
Milán, martes 17 de septiembre de 2024
Patrizia Cavalli (1)
La poesía de Patrizia Cavalli (1947-2020) la encontré por azar en una librería de via Venetto. Eso fue hacia finales del 2000. Compré el libro, Sempre aperto teatro, y traduje unos textos que publiqué, con un comentario, en Verbigracia, un suplemento literario de Caracas dirigido, con sostenido acierto, por Patricia Guzmán y Mireya Damas. No me volví a ocupar de la poeta italiana hasta 2022, cuando me entré de su inoportuna muerte. Y hace un par de semanas, también por azar, me encontraría con una selección de sus textos, preparada por Maurizio Cucchi, en un puesto gratis de libros usados. Durante días he tenido a mi lado el volumen, esperando tiempos mejores para traducir algunos poemas. Ahora, me sorprende una grande, y estupenda, foto suya en Robinson, la página de libros de La Repubblica, que ilustra un trabajo del mismo Maurizio Cucchi. Se trata de una reseña de Il mio felice niente 1974-2020 (Einaudi 2024), una selección de toda su poesía cuidada por Emanuele Dattilo. En castellano, la siempre alerta a la mejor poesía planetaria, editorial Pre-textos publicó en 2021, Mis poemas no cambiarán en el mundo 1974-2013, una amplia selección, traducida por Fabio Morábito.
Milán, miércoles 18 de septiembre de 2024
Una mañana no especialmente ingrata de clínica y exámenes y agujas y TAC. Lo que la hizo no especialmente ingrata fue la compañía (fotografía y poemas) de la selección de textos que Maurizio Cucchi hizo de Patrizia Cavalli, la cual oportunamente cargaba conmigo. Ahora, de regreso, algunos compases de la partitura más estremecedora que se haya escrito. Debe ser el último de los movimientos del Op. 132, de Beethoven, en una interpretación que recuerda la del cuarteto Alban Berg, pero también la del viejo Hungarian Quartet. Después de mi experiencia, nada ingrata, repito, de ayer, es la música ideal. Se dice que este cuarteto es uno de los más autobiográficos de Beethoven, y que refiere la grave enfermedad que padeció durante esos años y, en este movimiento en particular, habla o canta su recuperación. No es mi caso por fortuna, pero un canto como ese de júbilo profundo y agradecimiento, siempre es necesario.
Patrizia Cavalli (2)
AHORA QUE EL TIEMPO PARECE QUE FUERA MIO
Ahora que el tiempo parece que fuera mío
y nadie me busca
ni me llama para almorzar o cenar,
que puedo quedarme a mirar
cómo se desliza y desvanece una nube
o cómo un gato camina por el techo
con el inmenso lujo de su exploración, ahora
que todos los días me aguarda
la ilimitada extensión de una noche
sin reclamos y sin tener que desvestirme
a prisa para descansar dentro
de la cegadora dulzura de un cuerpo que me espera,
ahora que la mañana ya no tiene comienzo
y en silencio me deja con mis proyectos
y todas las modulaciones de la voz, ahora
de improviso añoro la prisión.
Milán, jueves 19 de septiembre de 2024
Adami
Anoche en un frío atardecer, más invernal que de otoño, quedé impresionado por una entrevista al maestro Valerio Adami, bien conocido en Venezuela por su influencia y algunas telas en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas. Con Fontana, Clemente o Merz, Adami ha sido uno de los pintores italianos más cosmopolitas. Sabía que era amigo de Octavio Paz (de hecho lo conocí por la revista Plural, dirigida por el poeta mexicano) y Carlos Fuentes. Pero ignoraba que había conocido a Kokoschka quien le invitó a trabajar en su taller, un generoso ofrecimiento que el joven Adami de dieciocho años se vió en la necesidad de declinar. Tampoco estaba enterado de que había sido amigo de Ezra Pound, con quien compartió largas y mudas por las nieblas de Venecia. También frecuentó al influyente poeta y crítico Jacqus Dupin a Jacques Derrida, quien terminó siendo un amigo cercano. Como Clemente, frecuentó la India sin dejarse seducir como su colega. Pocos artistas de su tiempo han rendido tanto culto a la inteligencia. Con motivo de sus noventas años, el Palazzo Reale milanés ha organizado una extendida retrospectiva que me propongo visitar en un par de días.
Cavalli (3)
Hace más de veinte años cuando leí por primera vez a Patrizia Cavalli, me impresionó lo que llamaré su
“neo-objetivismo”, pensando en el viejo movimiento objetivista norteamericano, especialmente en Georges Oppen. Su manera de registra lo cotidiano de la manera menos subjetiva con una dicción precisa y fina, de relojería casi. Sin las oscuridades de la lírica de la modernidad y alejada de cualquier realismo o neo-realismo. Como en este caso:
Es encantador detenerse
a observar en la soberana
quietud la belleza de una pared
donde el hilo de luz y la lámpara
existen desde siempre
para garantizar su permanencia.
Nada más y nada menos. Ningún poema es ingenuo y, en sus versos precisos, intuimos que en el de Cavalli hay algo más que pared, lámpara y luz. Como hay mucho más que una carretilla mojada por la lluvia y unas gallinas blancas en el poema de William Carlos Williams. En una época propicia a los feminismos de toda suerte, la Cavalli expresa el suyo con clase y elegancia, aun en los momentos del dolor y la soledad. Cuando abrí su libro en aquella librería romana, me ocurrió lo que ya me había pasado la primera vez que leí unos versos del también italiano Mario Specchio. Me dije, este poeta es de los míos. La transparencia de Cavalli, su apertura sin apriorismos a la comunicación con el otro, su inteligencia y su rechazo al exhibicionismo y otras expresiones de mal gusto. Todo esto se me ofreció esa tarde en via Venetto, cuando, buscando una copa de Frascatti, me encontré con las poesías melancólicas contenidas en la bella edición Einaudi de Sempre aperto teatro. Casi veinticinco años después, leyendo la antología de Maurizio Cucchi, que incluye textos de todos los libros, me dejo impresionar por el carácter baudelariano de esta poesía. Como se sabe, es muy difícil precisar la fecha en la cual Baudelaire escribió sus flores del mal. Parecen escritas todas en un solo día, tal es la unidad estilística y temática del conjunto. La musicalidad, el lenguaje, el propósito, las imágenes, inesperadas e inimaginadas, el pesimismo, la inconformidad, son los mismo a lo largo del volumen. No quiero decir que esto sea un atributo de toda gran poesía. La de Machado no es así y, sin embargo, es la más expresión lírica del siglo XX en castellano. Sólo quiero consignar en este cuaderno la voluntad de unidad que encuentro en Cavalli. Eso y la rara habilidad que siento en Cavalli para hacer metafísica con las experiencias más cotidianas, como subir una escalera o un gato caminando sobre techo.
El que sigue es mi traducción de un poema de su primer libro:
Alguien me dijo
que mis poemas
no cambiarán el mundo.
Le respondo que es cierto
mis poemas
no cambiarán el mundo.
Ahora mi versión de uno de los últimos textos que publicó:
Tal vez antes de morir
llegue a entender
mi condición incierta y oscura.
Quizá para no morir
siga sin entender,
segura en mi clara confusión.
Cavalli es mi estricta contemporánea, ella es de 1947 y yo de 1948. Ella nació en Todi y se fue a vivir a Roma, yo nací en Nirgua y mi familia me llevó a vivir a Valencia. Publicamos ambos nuestros primeros libros en 1974. Nacimos para presenciar el crepúsculo de las poéticas de la modernidad y observamos, confundidos, la aurora de una nueva. Ni la primera estaba completamente muerta, ni de la segunda estábamos seguros de lo que se trataba. Algún rasgo común encuentro en nuestros trabajos. Ambos nos fijamos más en la dicción, siguiendo a Pound, que a cualquier tipo de asociaciones libres o iconofilia mal digerida, siguiendo a Bretón. Ella permaneció fiel a un mismo estilo, mientras que yo decliné por una poética no darwiniana y tránsfuga, de Machado a Pound, a Lowell, a los clásicos para regresar a Machado, siguiendo un ritmo dictado por la experiencia y la situación.
Otros poemas de Cavalli traducidos de la Antología de Maurizio Cucchi. Este fue publicado originalmente en Datura (2013):
Yo, que subía tan bien las escaleras,
¿tengo que morir?
Lo hacía tan bien en cada escalón
que incluso el más pequeño respiro
era soberano
y nada se perdía, el dedo medio
y el meñique vibraban en su intimidad.
¿Porqué tiene que ser en milímetros
que se sienta la inmortal disposición de la regla?
Nunca he podido parecer más perfecta,
llave en mano
con el verde cordón del borrador
que lo sostiene mientras se balancea. ¡Pero ahora
qué diablos quiere de mí este dolor
casi en el centro del pecho! ¿Qué hago, muero?
¿O me quedo y me lamento?
De Siempre abierto teatro (1999), el libro que me introdujo a la que es, con Mario Specchio, la poeta italiana más interesante de su tiempo, es el poema que he traducido:
Miraré cómo cambia la campiña
la miraré bondadosa y distante
no tiene que decirme nada
ni tengo yo nada que decirle cuando tranquila
se detiene en septiembre, cansada tal vez,
dócilmente exagerada, demasiado rendida,
bella y amable, toda incluida en sí misma.
Pero de repente la campiña era chata
y casual, casi turbia
la luz y un rumor despiadado
de estación fracturada: la incertidumbre en el aire,
algo torcido
como un sueño que se interrumpe
que se descubre descompuesto.
Milán, viernes 20 de septiembre de 2024
Cavalli (4)
Ya no tengo más notas sobre Patrizia Cavalli en mi cuaderno. Agrego que ha habido algo de cura del alma en esta semana al lado de una poeta que admiré hace veinticinco años y sigo admirando. Me anima recordar que somos de la misma generación. Arrivederci Patrizia.
Alejandro Oliveros
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