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Diario literario 2024, octubre (parte IV): la anorexia de Han Kang, poemas de otoño, Lubitsch y Shakespeare, Sigfried Sassoon
Han Kang. Fotografía de EFE | EPA | KOREA POOL
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Milán, lunes 21 de octubre de 2024
Uno de esos días paralíticos en los cuales no se puede hacer nada y uno duda de todo lo que ha hecho. Se atrasa el trabajo y uno de siente mal, y como se siente mal todo se posterga. En esta clara mañana del otoño milanés, ni siquiera sé qué es lo que no estoy haciendo y qué es lo que debería hacer. Tampoco estoy muy seguro de dónde debo estar. Aquí, seguramente por Constanza y Alessandro, pero mejor con ellos en otra parte por un tiempo, como la isla de Margarita o en una cabaña de madera en las montañas. Podría entenderse esto como síntoma de un estado depresivo, pero es que ni siquiera es eso, gracias a Dios.
La anorexia de Han Kang
La lectura de La vegetariana, de Han Kang me ha dejado desorientado. Que se trata de una novela interesante es seguro, que sea “grande” como las mejores novelas de Vargas Llosa, premio Nóbel también, o la más reciente de Tommy Orange, su contemporáneo, lo es menos. La escritora surcoreana se dedica obsesivamente a describir la obsesión de su personaje, que quería sería árbol y termina destruida por una devastadora psicosis. La historia se desarrolla en tres partes, de las cuales la primera es la más notable por su sostenida terribilità. La segunda es atractiva, casi banal y la tercera confusa. Nunca amable, ni tiene porqué serlo, el libro ha encontrado una audiencia insólita, estimulada sin duda por el trauma colectivo de la epidemia del coronavirus, afección que está lejos de haber sido superada por las grandes mayorías planetarias. A los pocos días de haber sido distinguida con el Nobel, las nuevas ventas de la novela habían alcanzado el millón de ejemplares. No puedo decir que otro de sus libros, Actos humanos, me haya entusiasmado más. Sólo pido de un libro que “pinte los pensamientos, descubra las imaginaciones, responde a las tácitas, aclare las dudas y resuelva los argumentos”.
Milán, martes 22 de octubre de 2024
Poesías de otoño (1)
Una mañana fría con su plúmbeo cielo sobre la cabeza. Los pocos pajaritos que nos visitaron días atrás se marcharon en busca de climas mejores. Que no debe fácil en estos tiempos de cambiamento global. La primera vez que visité con mi hermano los viñedos de Piemonte, apenas a dos horas de aquí, en noviembre de 1996, el paisaje era todo oscuro, después que las viñas se habían despojado de sus doradas hojas otoñales y se preparaban para hibernar durante largos meses. Las montañas se cubrían de pesada niebla y las noches eran las más negras y cristalinas del mundo. Lo único verde, cuando se podía distinguir, era el de los semáforos. No me molestan especialmente estos cielos, que no son distintos a los de la Ciudad Luz. Los prefiero en todo caso a las humillantes canículas estivales. Es una cuestión de paciencia. Cuando los cielos se despejan y el viento arrastra toda la humedad, los cielos de otoño, como los de la distante Caracas a finales de cada año o los de Nueva York, pueden ser los más altos y radiantes. No es de balde que el otoño, en los países que lo tienen, sea la estación más propicia para la poesía. No contamos con otoño en Venezuela y mal podríamos ostentar una lírica dedicada a este asunto. Los poetas británicos, por su parte, al menos desde Shakespeare, han hecho del otoño un asunto reiterado. Shakespeare le dedicó su juvenil Soneto LXXIII, y John Keats una oda clásica. Auden le escribió un poema y Donald Hall su inspirado “Pateando las hojas”, que traduje hace muchos años y publiqué después en Prodacvinci. Esta es mi frustrante versión del bello Soneto LXXIII:
Puedes sentir en mí esa estación del año,
cuando las amarillentas hojas, unas pocas o ninguna,
cuelgan sobre estas ramas que se sacuden contra
los fríos y arruinados coros, donde dulces pájaros cantaron.
En mí puedes ver el crepúsculo de ese día,
mientras el sol desaparece hacia el poniente,
mientras poco a poco la noche se lo lleva,
una segunda muerte que lo abarca todo.
Puedes contemplar en mí el resplandor de ese fuego
que yace en las cenizas de la juventud,
como el lecho de muerte donde un día ha de yacer,
consumido por lo mismo que una vez lo nutrió.
Es lo que ves, y refuerza con intensidad
el amor que en breve tiempo tendrás que dejar.
De acuerdo con William Epson, y no es buena idea estar en desacuerdo con el profesor Epson, los “fríos y arruinados coros” de la cuarta línea, son los de una iglesia destruida durante las guerras de religión del siglo XVII. El resto es un romántico élego a la juventud perdida y al efímero amor.
Muchos poetas franceses deben haber cantado el otoño, en especial los del siglo de oro de Du Bellay y Ronsard. Ahora sólo recuerdo el de Apollinaire, incluido en su influyente y musical Alcoholes, de 1913. Esta es mi precaria traducción:
OTOÑO ENFERMO
Ah, otoño, querido y enfermizo,
morirás cuando el huracán
sople sobre los rosales
y la nieve cubra los jardines.
Pobre otoño,
mueres en medio de la blancura
y la riqueza de la nieve y los maduros frutos.
En lo más alto del cielo flotan los halcones
sobre las diminutas y simples ninfas de ojos verdes
que nunca han amado.
En las lejanas orillas
graznan los cuervos.
Cómo me gustan, ah otoño, tus rumores
y las frutas cayendo sin que nadie las recoja,
y el viento y los bosques derramando
sus lágrimas una a una.
Las hojas que pisamos.
Un tren que rueda.
La vida pasa.
Ernst Lubitsch y Shakespeare
Shakespeare es una invención del romanticismo y el romanticismo es un invento alemán. Todo comenzó en las últimas décadas del siglo XVIII, cuando los hermanos Schlegel, verdaderos “pararrayos celestes”, como decía Darío de los poetas, reconocieron que el dramaturgo inglés, a pesar de su supina ignorancia de las convenciones del teatro clásico que habían regulado la producción teatral de los últimos cien años, era el más grande poeta trágico desde los griegos. Hasta ese momento, la opinión que se tenía había sido sintetizada por Voltaire, Shakespeare era un gran poeta pero un pésimo dramaturgo. Entre otras cosas por su falta de decoro, el exceso de sangre en el escenario y, lo peor, su irrespeto de la ley de las Tres Unidades de procedencia aristotélicas. Una observación irrefutable. Por lo menos hasta la aparición del genio crítico de los “hermanos alemanes”, quienes ingeniaron una cuarta unidad que venía a compensar las deficiencias del ignaro “dulce cisne de Avon”. Se trata de la brillante y oscura “Unity of Feeling”, del alemán Einfühling, y que traduzco, no sin arbitrariedad, como “unidad empática”, que le daba coherencia a las generalmente atropelladas obras del Bardo. Y es cierto, aunque no sea obvio. Lo que sentimos por Hamlet, por ejemplo, apenas aparece en escena, esa empatía por su infortunio, por su adolescente manera de enfrentarlo, por su fragilidad, la llevamos hasta el final y estamos dispuestos a perdonarlo, incluso después de su reprobable comportamiento como un “serial killer” a lo largo de cinco actos, que incluyó la eliminación de su prometida, la de su futuro suegro, la de dos de sus mejores amigos, la de su cuñado y la de su tío. Con los Schlegel, el resto de los europeos se vio en la necesidad de aceptar a Shakespeare y enmendar a Voltaire: Shakespeare no es sólo era un gran poeta, sino un gran dramaturgo, el mejor. Las intuiciones de los Schlegel serían desarrolladas por la crítica a lo largo de doscientos años que se mostró, y se muestra, incapaz de presentar una alternativa coherente. Haría falta un nuevo Samuel Johnson que viniera a enmendar a los “hermanos alemanes”. El culto a Shakespeare en Alemania sólo es parecido al que se le rinde a los griegos. Y tienen razón, Shakespeare es un gran poeta alemán que escribe en inglés. Incluso artistas en apariencia tan distantes del autor de Macbeth, como Ernst Lubitsch, han estado condicionados por esa dramaturgia. Escribo estas apresuradas y tempranas (6.20am) líneas después de ver la última de las películas escogidas por el Cine-Club Ambrosiano para su homenaje a Ernst Lubitsch. Me refiero To Be or Not to Be, en la cual no sólo el título es un homenaje Shakespeare. La filiación del director de Ninotschka con el Bardo no es nueva. En su filmografía se cuenta una ignorada adaptación de Romeo y Julieta de 1919, y el tono de sus comedias es más el de las “Spring comedies” ( que el de las afiladas sátiras de Moliere. To be or no to be, es, desde el título, un homenaje al dramaturgo británico. Su lectura de Hamlet es inquietante en su comicidad. ¿Acaso Ofelia era menos virtuosa de lo pensado y mientras el pobre príncipe se debatía amargamente entre ser y no ser, ella aprovechaba para entrevistarse con otros pretendientes? Como El gran dictador, la producción de Lubitsch (aparte de dirigir sus películas las producía) es una “comedia política”, donde Hitler es visto como lo que era, un hombre cruelmente absurdo, cuya principal afición era “tragarse” los países vecinos sin detenerse ante la cantidad de personas muertas en el intento. Se pueden contar por decenas los gags memorables, algunos de los cuales utilizados por cineastas más recientes. Si no es porque sabemos que se trata de una comedia, el dramatismo de la historia nos haría pensar en un final trágico, el cual cuando estuvo a punto de producirse, fue superado por un episodio de humorismo brillante. Lubitsch se apoyó esta vez (con Premminger, Hitchcock y Fritz Lang fue uno de los grandes directores de actrices de todos los tiempos) en la irresistible Carole Lombard, plástica, seductora, deliciosa y convincente. Y en su pareja, un irreprochable Jack Benny. La escenografía es de Julia Heron, más conocida por su Oscar por Espartaco, realizada bajo la dirección, veinte años después, de Stanley Kubrick. Detrás de la cámara, el genio de Rudolph Maté (La pasión de Juana de Arco, con Dreyer, y La dama de Shanghai, aunque no acreditado, con Orson Welles). Con esta cinta de 1942, Lubitsch nos recuerda que Shakespeare sigue, siendo, en este indeciso siglo XXI nuestro contemporáneo.
Milán, miércoles 23 de octubre de 2024
Poesías de otoño (2)
Imagino que los poetas alemanes, protagonistas de la mejor tradición lírica occidental después de los británicos, habrán dedicado una variedad de poemas a la estación de las hojas caídas. Por ahora, sólo recuerdo el enigmático poema de Rilke, “Día de otoño”, recogido en su Libro de las imágenes, de 1912, cada vez más cerca de la gran poesía de Nuevos poemas. El original está escrito en tres estrofas irregulares con versos rimados y una musicalidad todavía parnasiana. He intentado una traducción del original alemán en versos libres después de leer la bella versión al inglés del poeta Robert Bly.
DIA DE OTOÑO
Ya es hora, mi Dios. El verano fue espléndido,
pero ahora cubre con tus sombras los relojes de sol
y deja que el viento viaje sobre los campos.
Haz que las últimas frutas maduren,
concédeles algunos días más de meridiano sol
para que maduren y pueda el azúcar
producir robustos vinos.
El que ahora no tiene casa, nunca la tendrá,
quien ahora vive solo, siempre lo será,
leyendo con tímida luz y escribiendo largas cartas,
y andará por los pasillos, de aquí y para allá,
mientras las hojas, en su danza, sigan cayendo.
En este poema, marcadamente autobiográfico, Rilke termina siendo profeta de sus propias dolencias y carencias. Le tocó vivir en oscuras pensiones parisinas o en los castillos de sus protectores , pero no tenía vivienda propia cuando escribió el poema, y nunca la tuvo. Y, después de un breve y gélido matrimonio con Clara Westhof, la soledad fue su sola compañía hasta su muerte en 1925. Mientras, en France Musique, y esto le hubiese encantado a Rilke, la impresionante transcripción para piano que realizó Liszt del segundo movimiento de la Séptima Sinfonía de Beethoven, más invernal, sin embargo, que otoñal. Otra partitura que hubiese conmovido al poeta, es la que ahora escucho de un nocturno de Chopin interpretado por el propio Rachmaninoff. Esto, y el amor de los míos, justifica holgadamente este lluvioso y distante miércoles milanés.
Milán, jueves 24 de agosto de 2024
Siegfried Sassoon (1)
Robert Vifian, con su insaciable sed de buenos vinos y buenos libros, me sorprende con su lectura de Memoir of a Fox-Hunting Man, la novela autobiográfica del olvidado poeta británico Siegfried Sassoon, condecorado oficial del ejército inglés durante la Primera Guerra Mundial. En realidad es la primera de una trilogía que sigue la vida del autor de manera apenas ficcional. Un enfrentamiento que contó, entre sus millones de participantes, a algunos de los mejores escritores y artistas de su tiempo. En Inglaterra, con Sassoon, otros poetas como T. E. Hulme, Wilfred Owen y Robert Graves. De Graves es Adios a todo eso, un tenso recuento de sus experiencias en las trincheras. De todos ellos me ocupé durante mis clases en la universidad. Por desgracia, con la excepción de Hulme, no les di tanta importancia como la que le presté a contemporáneos como Pound y Eliot. Memoir of a Fox Hunting Man, es un interesante libro que describe las experiencias de protagonista durante su vida en la campiña inglesa y después durante los primeros tiempos como oficial del ejército británico durante la Primera Guerra. A diferencia de su amigo Graves, Sassoon, es claramente antibelicista en tiempos de exacerbado patriotismo, una actitud que le valdrá una temporada en un hospital psiquiátrico. La prosa de Sassoon, sin el brillo de la de Virginia Woolf o el ingenio de la de Isherwood, es de una sostenida claridad, un atributo que ha hecho de los ingleses los mejores prosistas europeos por lo menos desde el siglo XVII. La claridad de la prosa de Jorge Luis Borges sólo la explica su reiterada frecuentación de autores como Addison y Chesterton.
Milán, viernes 25 de agosto de 2024
Sassoon (2)
Como un tardío reconocimiento a Sassoon, al cual no le concedí la atención que merecía durante mis clases en la universidad, he intentado traducir un par de sus poemas, así como su valiente denuncia de los desastres de la guerra en una época de desbordado patriotismo en Inglaterra. El problema con Sassoon es que se mantuvo ajeno, lo cual implicaba una crítica, a la aventura de la modernidad, que iba a cambiar para siempre la manera escribir poesía en lengua inglesa. Prefirió mantenerse en una tradición cuyas muestras de agotamiento eran insoslayables. Se acogió a una sintaxis convencional, cuando sus contemporáneos, no sin riesgos trataban de imponer una escritura que asumiera la tarea de cantar una nueva realidad. Ahora, cien años después, en un momento en que el formalismo de la modernidad ya no es el criterio dominante, la lírica de Sassoon parece más digerible que cuando Eliot publicó su Tierra baldía, y Ezra Pound su Mauberley y otras observaciones. La carta de 1917 al comando del ejército británico, por el contrario, es de una actualidad conmovedora. No deben ser pocos los oficiales activos en las acciones en el Medio Oriente que piensen lo mismo. O deberían.
SOÑADORES
Los soldados ciudadanos son de la gris tierra de la muerte,
sin ninguna ganancia del tiempo de mañana.
Firmes en la gran hora del destino,
cada uno con sus problemas, celos y pesares;
los soldados juran ir al combate; deben vencer
a costo de sus vidas el flameante clima.
Los soldados son unos soñadores; cuando comienzan
las armas piensan en sus hogares, camas limpias y esposas.
Los veo en sus agujeros cavados en la tierra, llenos de ratas,
y en las trincheras maltrechas, azotadas por la lluvia,
soñando con bates y pelotas, engañados
con las esperanzas de regresar
a las fiestas y cines y zapatos
y volver en el tren a sus sitios de trabajo.
ELLOS
El obispo nos dijo: “Cuando los muchachos regresen
ya no serán los mismos porque han peleado
por una causa justa. Encabezaron el último ataque
contra el Anti-Cristo; con la sangre de sus camaradas
adquirieron nuevos derechos para mantener una raza honorable.
desafiaron a la muerte y la enfrentaron cara a cara”.
“No somos los mismos”, los muchachos respondieron.
George perdió sus dos piernas y Bill quedó ciego,
al pobre Jim una bala le atravesó los pulmones y murió,
y a Bert le dio sífilis. No va a encontrar a ninguno
de los que sirvieron que no haya cambiado.
Y el obispo dijo: “Los caminos del Señor son extraños”.
La carta de Sassoon al Estado Mayor:
Lt. Siegfried Sassoon.
3er Batt: Royal Welsh Fusiliers.
Julio de 1917.
Estoy haciendo esta declaración como un acto de desafío deliberado a la autoridad militar porque creo que la guerra está siendo prolongada deliberadamente por aquellos que tienen el poder de terminarla. Soy un soldado, convencido de que estoy actuando en nombre de los soldados. Creí en la guerra en la que entré como una guerra de defensa y liberación que ahora se ha convertido en una guerra de agresión y conquista. Pienso que los propósitos para los que mis compañeros soldados y yo entramos en esta guerra deberían haberse dicho tan claramente que hubiera hecho imposible cambiarlos, y que si esto se hubiera hecho, los objetos que nos motivaron ahora podrían alcanzarse en la mesa de negociación.
He visto y soportado los sufrimientos de las tropas y ya no puedo ser parte de los que prolongan estos sufrimientos fines que parecen malvados e injustos. No estoy protestando contra la conducta de la guerra, sino contra los errores políticos y la falta de sinceridad con los que se sacrifica a los combatientes.
En nombre de los que están sufriendo ahora, levanto esta protesta contra el engaño que se está practicando contra ellos; también creo que puede ayudar a destruir la complacencial con la que la mayoría de los que están en casa consideran la continuación de las agonías que no comparten y que no tienen suficiente imaginación para darse cuenta del horror.
Alejandro Oliveros
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