Diario Literario

Diario literario 2024, octubre (parte I): la cuarentena de Derek Mahon, Sándor Márai y la soledad culpable, un poema de Danez Smith

Milan en otoño. Fotografía de Guilhem Vellut | Flickr

05/10/2024

Milán, martes 1º de octubre de 2024 

Aunque era de esperar, no por eso es menos dramático. Octubre ha llegado y con él el anuncio de los pocos días que restan de un 2024 que, como todos los demás años, insiste pasar a una velocidad cruel. Aunque, como dice el poema, “sólo nosotros pasamos”.

 

El tiempo pasa
en este arroyo blanco
que cae de la montaña.
Y nosotros
nos quedamos,
en el puente
de tablas,
agarrados de la mano.
El tiempo,
en verdad,
no pasa,
sólo nosotros
pasamos.

 

En estos países del septentrión, sensación de pérdida es más aguda porque las jornadas, las pocas que nos quedan, llegan marcadas por la brevedad, por lo efímero. El Wintereise de Schubert en Radio Classique, a esta hora y gris y temprana, con su infinita nostalgia, llega hasta el alma.

Derek Mahon. Fotografía de Marina Masinova | Wikimedia

Milán, miércoles 2 de octubre de 2024 

Derek Mahon, con Seamus Heaney, es uno de los dos poetas irlandeses más representativos de la Irlanda de la post-guerra. Menos conocido, sin embargo, y menos traducido, Mahon es autor de un poema clásico que con solo ese ticket tiene garantizado el ingreso a la inmortalidad: “A Disused Shed in Co. Wexford”, puesto en todos los idiomas, incluso el español. Recuerdo a este gran poeta, digno integrante de la gloriosa tradición lírica irlandesa, a propósito de la lectura de algunas de sus últimas poesías, que fueran recogidas en el último de sus libros, Washing up. Nunca ha sido fácil traducir a Mahon, y lo intento aquí, como un homenaje que no justifica el intento

 

CUARENTENA

Huyendo de la peste en la ciudad,
el exquisito grupo del Decamerón pasaba
los días contando historias profanas y groseras,
pero nosotros no podemos divertirnos así
en esta cuarentena virtual contra
el peligroso virus. Y nos quedamos,
recluidos, escribiendo versos
y resignados a una infinita espera.

¿Cómo comenzó? ¿Alguna hostil bacteria
indignada por nuestras investigaciones genéticas?
¿Un fracasado experimento, alguna iniciativa
de un equipo especializado en bio-intervenciones?
La neumonía está con nosotros y hay que enfrentarla,
pero no podemos abandonar las esperanzas
pues, tal vez, sean el presagio de una nueva era,
opuesta a los conflictos y furias financieras.

Lo bueno es que la vaga amenaza
de la peste del turismo se detuvo,
y el lugar se adormece
de nuevo en su lluviosa niebla
con el comercio reducido y las circustancias,
e incluso, de vez en cuando, un poco de paz.
Del exterior, no obstante, malas noticias,
con tantos enfermos y magros entierros,

como en los tiempos pre-modernos de La peste.
Un mal enterrado que regresó de otro tiempo:
“Adormecida durante años entre la lencería y los muebles”,
manda a sus ratas a morir al aire libre.
¿Algún agente humano? ¿La naturaleza,
volviendo por la acción de los hombres?
Una ambulancia pasa a toda velocidad
quejándose, mientras un comprador
emerge en el extraño silencio.

Confinado en las habitaciones por la tos,
estornuda y en los espacios compartidos
se extiende el mal, regresamos
a Exodo y El séptimo sello,
a Nashe y el Libro Sexto de Lucrecio,
“Gérmenes malignos invaden la atmósfera
y nos contaminamos mientras respiramos”.
Un frío cortante sopla sobre las casas,
y un salado hedor nos llega desde la rugiente costa.

 

Como su contemporáneo Seamus Heaney, y como el maestro de ambos, Patrick Kavanagh, y como W. B. Yeats, el maestro de todos, Mahon posee la rara habilidad de hacer buena poesía con la historia, con lo que sucede alrededor de él, con lo que le sucede a los otros. Una experiencia no del todo frecuente en la poesía de su tiempo en Occidente, ensimismada y narcisista. Tal vez porque los poetas del surrealismo que tanta influencia tuvieron entre nosotros pocas veces lo hicieron. Y cuando lo hicieron no fueron especialmente afortunados. No conozco la causa de su muerte, pero Derek Mahon murió, a los setenta y ocho años, en 2020, “el año de la peste”. Aunque escrito años antes, “Todo va a estar bien”, se convirtió en una sensación en las llamadas redes sociales durante la pandemia en la voz del actor, también irlandés, Andrew Scott. Es perceptible, en su brevedad el tono bárdico frecuente entre los poetas de Irlanda en el siglo XX. Fue escrito en musicales pentámetros yámbicos que he traducido en prosaicos versos libres castellanos:

 

EVERYTHING IS GOING TO BE ALRIGHT

 

Cómo no podría alegrarme contemplando las nubes
que pasan por la ventana de la buhardilla
mientras la marea alta se refleja en el techo.
Habrá muertos, habrá muertos,
pero no hablemos de eso. Los poemas,
cuyo oculto origen es el corazón,
fluyen de la mano sin que lo hayamos pedido.
A pesar de todo, sale el sol y las lejanas
ciudades son atractivas y brillantes.
Estoy tendido en medio de una luz revoltosa,
contemplando la salida del sol y el vuelo de las nubes.
Todo va a estar bien

Milán, jueves 3 de octubre de 2024 

Sándor Márai

La primera novela de Sándor Márai, bi, el primer amor, es una premonición de lo que será una de las novelísticas más finas y fecundas de todo el siglo XX. El protagonista es un solitario (la soledad es una constante en Márai) profesor de latín del cual no conocemos el nombre, cerca de los sesenta, con una obsesiva rutina que no ha sido alterada a lo largo de décadas. Una solitaria y fracasada experiencia amorosa, casuales visitas a la misma casa de tolerancia, no fuma ni bebe, y su actividad social se limita al contacto con sus colegas en el liceo. Durante unas vacaciones en la montaña, un escenario que recuerda a Stefan Zweig, el protagonista es abordado otro por huésped, llamado Timár, que al principio le parece despreciable, para terminar siendo su amigo y protector. Las conversaciones entre ambos son puro Márai. Larguísimas intervenciones, en las cuales el interlocutor se arma con la misma paciencia del lector para escuchar intuiciones notables. Esta vez, el tema es la soledad, en la cual el profesor se creía especialista. No obstante, el compañero de hotel le revela que sólo hay dos tipos de soledad. La primera es una elección, la que se escoge como estilo de vida, la clásica torre de marfil, “En la base de la torre puede haber una salida secreta, subterránea a través de la cual el ocupante puede salir, si lo quiere, a escondidas en medio de la noche. Esta soledad no me interesa, es un ornamento para el que la escoge”. La otra soledad no se elige, se lleva, es la “soledad culpable”. “Todos se dan cuenta, las mujeres, los niños, los mesoneros, que se apartan espantados, como reconociendo a una persona peligrosa. Vive fuera de la tribu. ¿Porqué? Es como si tuviera una enfermedad contagiosa. Vive solo, sin pareja, sin hijos, sin amigos. Olvidado de Dios y de los hombres… Una soledad culpable en un sentido más bien abstracto… Una culpa pre-intencional. Se trata de esto: es necesario entender si depende de nosotros o si es independiente de nuestra voluntad. ¿Somos víctimas o culpables?”. Sin salir de su confusión, el profesor escucha cómo su interlocutor lo ha identificado como uno de estos culpables solitarios. Portador de una enfermedad con síntomas parecidos a los de cualquier enfermedad. El más conspicuo es vivir aislado. “Es culpable el que se mantenga alejado de los seres humanos”. Pero no se trata de nihilismo ni de pesimismo a lo Schopenhauer. Todavía quedan dos salidas, dos remedios: el amor y Dios. Durante las siguientes cincuenta páginas, el extraño interlocutor no dará señas de su existencia; no obstante, el profesor ya no será el mismo. A medida que se acerca la oscuridad de los días de invierno, le inquieta la posibilidad de ser una de las víctimas de la soledad culpable. No le ha interesado nunca el amor, y de Dios no está seguro. La novela está escrita en forma de diario. En la entrada correspondiente al 30 de octubre de un año impreciso, el protagonista, después de desechar la idea de comprarse un perro que le hiciera compañía, escribió:

Si fuera creyente, podría amar a Dios. Son muchos los que han conocido la fuerza del amor por causa de Dios y de haber vivido de acuerdo a sus mandamientos. Es lo que otorga  sentido a sus vidas. No estoy seguro de vivir según sus mandamientos. Me esfuerzo en vivir de acuerdo a mi conciencia… Trabajo, hago mi labor en el lugar en el cual el destino ha querido que me encontrara. No le deseo mal a nadie. Y, sin embargo, debo reconocer que no me siento cerca de Dios. Quien es religioso está embargado por este sentimiento. Yo no. Hoy he reflexionado sobre cuán miserable es el ser humano. Capaz de poner en el mismo plano a un perro y a Dios en su tentativa de encontrar a alguien a quien amar. Por lo que parece, Timár tenía razón. No se puede vivir sin amar.

Hasta aquí la primera parte de la novela. La segunda, la que estoy por leer, comienza cuando el buen, y ahora inquieto profesor, es tomado por la sensación de que “algo va a pasar”. La misma sensación que tuvo Casanova al llegar a Bolzano en la novela de Márai. O el juez, cuando al regresar a su casa en Pest durante la noche, se da cuenta de que la luz de su estudio estaba encendida. Tratándose del novelista húngaro, podemos estar seguros de que lo que intuye el protagonista, eso de que “algo va a pasar”, será lo mejor de esta inquietante novela.

Milán, viernes 4 de octubre de 2024 

Márai (2)

El tiempo, con su conocida deriva sadista, no se cansa de recordarnos la velocidad con la que pasa. Así, mi lectura de Volevo tacere (Lo que no quise decir, en castellano), las memorias póstumas de Márai, que daba por leídas no más de dos o tres años atrás, me doy cuenta ahora, al abrirlo, que lo leí en abril del 2018, hace seis años, cuando le dediqué un amplio comentario publicado en Prodavinci. Ahora, casi al azar, encuentro una página en la edición italiana que parece escrita por el obsesivamente metódico protagonista de la novela que estoy leyendo, Bèbi, el primer amor (1928), escrita veinte años antes. Dice el autor húngaro refiriéndose a su método de trabajo durante esa época:

Escribía pocas líneas, a mano, que después pasaba a máquina. Al transcribirlas mejoraba el texto. Este método de trabajo me permitía adelantar una página al día el libro o la obra teatral que estaba escribiendo. Treinta, treinta y cinco líneas seguidas, nunca he escrito más; a veces incluso dejaba la frase por la mitad, y al día siguiente la retomaba con el mismo aliento. Era el método de trabajo que mejor se adaptaba a mi sistema nervioso. Debo, además, decir que era muy constante: esa página de manuscrito la escribía siempre. Ni las fiestas, ni algunas copas de vino de más la noche anterior, ni otros inconvenientes, impedían que me sentara en mi escritorio hacia las once para escribir mi puñado de líneas. Aquella cuotidiana página manuscrita era lo único que otorgaba sentido a mi vida y a mi trabajo… El resultado de este método de trabajo obsesivo y coherente fueron los más treinta volúmenes de novelas y relatos que estaban en mi estudio el día que Hitler ingresó a Viena (1938).

Ogni pittore dipinge se stesso, y los novelistas siempre son sus mismos personajes.

Fotografía de slowkink4 | Wikimedia

Danez Smith

En la última edición del New York Times Books Review, una importante reseña del más reciente poemario de Danez Smith. Nacido en Mineapolis (edad imprecisa, c.30ae) Danez, afro-norteamericano, es uno de los poetas más difundidos de las comunidades queer, no binarias, de los Estados Unidos. Su Don’t Call Us Dead (2017) fue finalista del National Book Award. Bluff es su cuarta colección de poesías, escrita, por los fragmentos que he leído, con la misma dicción de sus libros anteriores. Desenfadada, oral, prosaica más que demótica, exhibicionista, romántica, crítica, ingeniosa y en ocasiones desgarrada. Ellos (no permite que le digan él) han sido reconocidos por prestigiosas instituciones y publicados por importantes editoriales. De un libro anterior es este texto, una buena muestra del estilo conversacional y contemporáneo de ellos:

 

VOY A REGRESAR A MINNESOTA, DONDE LA TRISTEZA TIENE SENTIDO

Ah, California, ¿no sabes acaso que el sol es solo un dios
si aprendes a morir de hambre por él? Estoy aburrido de tanto océano.
Me paré en la orilla, semi-vestido, rezando por la nieve.
Lo sé, soy raro, tanta luz me pone nervioso,
al menos en esta tierra donde los árboles siempre son verdes.
Sé que algo que no muere no puede ser bello.
¿Alguna vez has estado frente a un lago congelado, California?
El sol sobre ti, la nieve y el estancado mar – un campo de espejos,
queriendo también ser sol. Todo a tu alrededor
es hermoso y ligero, pero si te quedas más tiempo te matará
y eso es muy triste ¿sabes? Eres lo único caliente en millas,
y lo único que no puede brillar.


ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR

Suscríbete al boletín

No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo