Diario Literario

Diario literario 2024, noviembre (parte IV): tres sirenas del cine, la sirena de W.B. Yeats, la ultima orden de Sternberg, James Baldwin

30/11/2024

Josef von Sternberg

Milán, sábado 23 de noviembre de 2024

Von Sternberg

Luego del éxito del homenaje a Ernst Lubitsch, el Cine-Club Ambrosiano, entre sus actividades para otoño-invierno 2024, ha programado un nuevo ciclo, esta vez dedicado a Josef von Sternberg, contemporáneo de Ernst Lubitsch. Sternberg parece limitado en la historia del cine a dos únicas realizaciones, nada deleznables en todo caso: haber descubierto a Marlene Dietrich y ser el autor de El ángel azul, con la gran actriz. No obstante, von Sternberg, nacido en Viena en 1894, es el autor de una serie de películas durante el tramonto del cine mudo, como Los muelles de Nueva York y La última orden (The Last Command). A diferencia de otros realizadores, como Chaplin y Hitchcock, quienes recibieron con desconfianza la novedad del cine sonoro, von Sternberg se adaptó con brillo a la nueva tecnología y El ángel azul, precisamente, fue la primera película sonora realizada en Europa después del experimento con Thunderball. Amante de la música, como buen vienés, celebró la llegada del cine “hablado” con un agudo comentario: “Estaba cansado de depender de los organistas y pianistas de las salas de cine”. De su etapa “muda”, son las dos primeras cintas programadas por el Cine-Club Ambrosiano: Los muelles de Nueva York y La última orden, ambas de 1928. La tercera no podía ser otra que El ángel azul (1930).

Fotograma de «Los muelles de Nueva York» (1928)

Son numerosas las películas dedicadas mito de las sirenas. Ahora recuerdo tres de las más memorables. La más reciente es Ondina (2020), la versión del mito de Christian Petzold, basada en una historia de Ingeborg Bachmann, con la formidable Paula Beers y el no menos convincente Franz Rogowski como protagonistas. El héroe del realizador alemán es un buzo profesional que el azar pone en contacto con la misteriosa Undine. Después de una apasionada aventura, la verá desaparecer en las mismas aguas que la acercaron a su destino, y de las que en una oportunidad lo salvara de la muerte. Los encuentros que refiero con las peligrosas criaturas del mito, en su origen aladas y luego incorporadas al inseguro mundo acuático, son siempre casuales. Que no así en el caso de Ulises, quien había sido preparado por Circe para el encuentro. En la segunda de las tres versiones que recuerdo, la de Jean Vigo en L’Atalante (1934), uno de los films más inspirados de la historia del arte de la pantalla, el héroe consigue su sirena en la superficie, donde también la perderá más adelante. Hasta recuperarla en el lugar donde la ha debido buscar en primer lugar, en este caso en el fondo de las aguas del Sena. Las tomas subacuáticas de Vigo no son fáciles olvidar. Mientras, esperando en su camarote por el regreso del capitán, se encuentra el Néstor odiseico encarnado por Michel Simon, viejo lobo de mar, quien guarda entre sus pocas pertenecías una postal de algún paisaje venezolano. Sin Vigo, la película de Petzold era improbable. Anterior a ambas, y sin tomas subacuáticas, es la formidable, como preterida, Los muelles de Nueva York (1928). Consecuente con el fundamento del mito, el héroe de von Sternberg encuentra su sirena en medio de las oleaginosas aguas del puerto de la ciudad norteamericana, a las cuales se ha arrojado la joven Mae para dar cumplimiento a la leyenda. Su intento de suicidio no es más que una invitación, un llamado al héroe para que cumpla su tarea, la “tarea del héroe”, como le decía Joseph Campbell. En efecto, este colega de Michel Simon, carbonero en mil travesías durante los últimos años de la navegación a vapor, nunca ha llegado tarde al llamado de la aventura, como los personajes de Conrad. Sin los consejos de una maga como Circe, que le recomendara cera para sus oídos, y apenas con un camarada que le advirtiera sobre los riesgos del eterno femenino, el personaje de von Sternberg ya sólo puede escuchar el llamado de eros, no menos arriesgado que el más peligroso de los viajes. Al final, puede más el canto de la sirena, y el viejo lobo permanece en tierra para acabar en una prisión con una vaga promesa de su sirena neoyorkina “I will wait for you”, como le dijo Catherine Deneuve a su prometido antes de que se marchara a la guerra. Como dije antes, fue una de las últimas producciones mudas del gran director vienés. Y, al terminar la proyección, me encontré, como Chaplin y Hitchcock preguntándome si era necesaria la innovación del sonido. “Hablamos de cine mudo”, dice un verso perdido de Sánchez Peláez.

La sirena de Yeats

Conversando con Carlos Castro, el único poeta irlandés bilingüe nacido en Venezuela, me recuerda otra sirena, ya no del cine, sino de la poesía. Se trata de una imagen fugaz que aparece en un breve, musical, y, cien por ciento, irlandés, poema de W.B. Yeats:

 

A DRUNK MANS PRAISE OF SOBRIETY

Come swish around, my pretty punk,
And keep dancing still
Thay I may stay a sober man
Although I drink my fill.

Sobriety is a jewel
That I much adore;
And therefore keep me dancing
Though drunkards lie and snore.

O mind your feet,  mind your feet,
Keep dancing like a wave,
And under every dancer
A dead man in his grave.

No ups and downs, my pretty,
a mermaid, not a punk;
A drunkard is a dead man,
And all dead men are drunk.

El poema es intraducible (no todos los poemas lo son, creo). La encantadora musicalidad del original no tiene equivalente en ningún idioma conocido. El esquema de Yeats se adapta al asunto del poema, y está escrito para ser cantado en algún pub por algún cliente de voz aguardentosa. El texto apesta a Guinness derramada sobre el aserrín del piso de madera. La ambigüedad sexual, la picardía y el humor se reiteran en los dieciséis cortos versos (trímetros yámbicos). La sirena de Yeats es una Pavlova que debe bailar al son del piano destartalado de la taberna. El cuento que se canta, una invocación más bien, gira alrededor de la palabra punk, desde su origen asociada a turbias conductas sexuales. El Oxford English Dictionnary registra su primer uso en el siglo XVII (Shakespeare no la conoció, pero le hubiese encantado) para referirse a un muchacho al servicio (sexual) de un hombre mayor. A finales del siglo XX, punk denominaba la rebeldía radical de algunos jóvenes, pero despojado de las alusiones del original. En el poema de Yeats, escrito al final de su vida, en 1938, cuando era ya un respetable Senador de la joven República, el término es invocado por el protagonista en los versos primero y antepenúltimo para aludir a alguna joven en el bar. Comienza pidiéndole que siga bailando para que pueda mantenerse sobrio. Al final declara su preferencia por una limpia sirena que improvise una pequeña danza de acuerdo al humor negro de las últimas líneas. La traducción que he intentado no pretende justificarse por sus aspiraciones didácticas.

 

ELOGIO DE UN BORRACHO A LA SOBRIEDAD

Ven, enjuaga tu boca, belleza,
y sigue bailando
para que pueda permanecer sobrio
mientras vacío mi copa.

La sobriedad es un tesoro
que adoro, sigamos
bailando, no importa que duerman
y ronquen los borrachos.

Guarda el paso, guarda el paso,
como una ola sigue bailando,
hay un muerto  de cada bailarín
en su tumba  debajo.

Ni abajo ni arriba, belleza,
mejor una sirena,
un muerto es cada borracho,
y están borrachos todos los muertos

La tragedia de Gatsby (1)

La novela de Scott Fitzgerald es una moderna tragedia amorosa. La historia de un joven campesino, héroe de guerra, pero sin un centavo. Una condición siempre urgente, pero más grave aún en una sociedad que había suplantado el viejo Dios de los cristianos por una deidad, en apariencia más efectiva, más efectiva que era el dinero. Y, aunque parezca una contradicción en términos, también los dioses tienen sus limitaciones. Y esta fue la amartía del héroe de Scott Fitzgerald. No entender que el dinero lo podía todo, aunque no todo. Todo, menos garantizar la reciprocidad de la persona amada. El gran Gatsby fue publicada en 1925, en medio de la quimera del oro estimulada por una Wall Street amoral y descontrolada. La especulación alcanzó proporciones absurdas, que incluían la venta a precios indetenibles de pantanos pobladas por feroces cocodrilos no hollados desde la creación. Y que hacían posible que, a la vuelta de pocos años, y sin ningún esfuerzo, el joven Gatsby se convirtiera en millonario. Su rival por el amor de la “mobile”, Daisy, le reclamará en una pelea el origen oscuro de su riqueza producto del contrabando de aguardiente. Si hubiese sido un cínico, Gatsby le hubiese respondido con la misma agudeza del mafioso Joe Colombo: “Mi fortuna tiene los mismos orígenes que la de Joseph Kennedy”.

José Cura y Sylvie Valayre en «Aida»

 

Milán, domingo 24 de noviembre de 2024

Aida en Verona

En esta fría (2º C.) mañana RAI 5-TV está transmitiendo la legendaria mise-en-scène de Aida en el imponente espacio de la Arena de Verona, tal vez el más impresionante de todos los escenarios de la ópera moderna y que parece hecho a la medida para las ambiciones épicas de la historia de Verdi. Se trata de la versión del gran Pier Luigi Pizzi de 1999. La célebre “Aida azul”, por el predominio del “azul Klein” de la escenografía, cuyo minimalismo evita la fría abstracción y le otorga una nada obvia contemporaneidad a este espectáculo lírico estrenado hace casi ciento cincuenta años. Una ópera que ha sido duramente castigada por los paquidérmicos montajes hollywoodenses que, en sus adaptaciones más hollywoodenses, incluían la presencia misma de mudos elefantes en el escenario. Por el contrario, en la mejor tradición de la ligereza de Giò Ponti, todo en este magnífico despliegue del genio teatral de Pizzi huye del pesado imaginario de pirámides y templos. El vestuario no es de otra manera, e incluso, la figura de la soprano Sylvie Valayre y la bendita versatilidad de su voz nos acercan a una Aida sexy sin dejar de ser grave y desgarrada. Lo más lejos de las robustas solistas que, durante un siglo, marcaron nuestra imagen de la princesa prisionera del faraón. Su “O patria mia” que, siempre, desde mi infancia, sentí teatral o artificial, con Valayre la escucho hoy como metáfora lejana de mi propio destino. La dirección inobjetable de Mario Daniel Oren, con el apoyo de otros solistas como José Cura, Larissa Diadkova y Leo Nucci, se mantuvo al mismo nivel que los demás participantes de este trabajo de Pezzi. Por desgracia, no me conté entre los privilegiados que estuvieron en Verona para esta Aida, pero sí puedo considerarme afortunado por haber asistido, dos años antes, a la misma imponente Arena, para disfrutar el memorable montaje del Macbeth “rojo”, que fue el color, el más indicado, que escogió el maestro Pier Luigi Pezzi para su versión de la ópera del mismo Verdi.

Fotograma de «La última orden» (1927)

Von Sternberg (2)

El germano Emil Jannings fue uno de los más grandes actores de su tiempo. Más que todo conocido por su profesor Unrat, al lado de Dietrich, en El ángel azul, debería serlo por insuperada actuación en otra cinta de Josef von Sternberg, La última orden (1927), que le valió el primer premio Oscar a un actor. Como Los muelles de Nueva York, fue realizada durante el ocaso del cine mudo y narra una historia fascinante, basada en fascinantes hechos reales. El primo del zar Nicolás II, y comandante en jefe de las tropas rusas durante la primera guerra mundial, se enamora de una joven camarada que había estado involucrado en un atentado contra su vida. Lo que sigue es la seducción de la bella camarada por el interesante aristócrata. Estamos en 1917, Rusia lleva todas las de perder el conflicto, mientras los bolcheviques se preparan para tomar el poder. El tren donde viaja el alto mando cae en manos de los revolucionarios, y el general es hecho prisionero con la aprobación entusiasta de la joven. La historia comienza, no obstante, en Hollywood, diez años después, donde el alto oficial, arruinado, busca trabajo como extra. Von Sternberg, como John Ford o Ernst Lubitsch, poseía el genio para narrar grandes historias con imágenes. Al final, cuando está por terminar la cinta, nos damos cuenta de que se trata de una película muda, una de las últimas realizadas en Estados Unidos antes de la introducción del cine sonoro. La última orden es un clásico del período clásico del séptimo arte.

James Baldwin. Fotografía de R. L. Oliver | Los Angeles Times | UCLA

Barcelona, martes 26 de noviembre de 2024

Baldwin

En un libro clásico, y uno de los más lúcidos estudios sobre el racismo en los Estados Unidos, el estupendo novelista James Baldwin (1924-1987) habla de su regreso al país natal después de una prolongada estadía en Francia y otros países de Europa: “Dejé Norteamérica porque desconfiaba de mi capacidad de sobrevivir el furor del problema racial.” Con toda la actualidad de las experiencias de Baldwin en un clima planetario de mal disimulado racismo, me ha interesado una página suya en la que encuentro reflejada mi situación existencial en este momento:

Todo cambio real significa el derrumbamiento del mundo que hemos conocido siempre, la pérdida de todo lo que nos daba una identidad, el fin de la seguridad. Y en tal momento, incapaces de ver (y no atrevernos a imaginar) lo que el futuro traerá consigo, nos agarramos. a lo que sabíamos o creíamos saber, a lo que poseíamos o soñábamos que poseíamos. Sin embargo, hasta que un hombre es capaz de abandonar, sin resentimiento y sin compasión de sí mismo, un sueño largamente acariciado o un privilegio largamente gozado, hasta entonces no queda libre, no se ha libertado a sí mismo, para llegar a más altos sueño y mayores privilegios. Todos los hombres han pasado por esto, cada cual a su nivel, a lo largo de toda la vida. Es uno de los hechos irreductibles de la vida.

Baldwin vivió seis años en el exilio, de modo que conoce de desarraigos y sueños rotos. No obstante, nada se oponía a volver a los Estados Unidos. Y volvió. Superó sus miedos y decidió enfrentar su destino de escritor negro en un país blanco. No fue fácil, pero era su propia manera de ser libre. La libertad no es más que una aspiración, la aspiración ser libre, a sabiendas de que nunca lo seremos del todo. Lo que se persigue en los regímenes totalitarios es ahogar esa aspiración. De allí la amarga convicción de qué podemos, no sin diarios esfuerzos, permanecer en esos países, resignados a vivir en una libertad espuria donde está prohibido aspirar a ser libres. Suficiente para que muchos se decidan a enfrentar el espinoso camino del exilio, y alimentarse allí con un pan que siempre será amargo, como reconoció Dante, el más grande de los exiliados desde los tiempos de Roma. Baldwin escribe en un contexto que no es el mío. Dejaba atrás una Europa que lo había tratado como otro escritor expatriado con su mochila cargada de sueños sin obvias desconfianzas por su raza o color. Ahora, dejaba atrás el sueño de ser un gran escritor como los europeos a cambio de la posibilidad de “llegar a más altos sueños” y convertirse en un gran autor norteamericano en Norteamérica. En mi caso, me siento a punto (un punto bien avanzado) de renunciar a todo lo que sabía, o creía saber y a todo lo que poseía o creía que poseía, el derrumbamiento del que habla Baldwin, la pérdida del reino que estuvo para mí, como reconoció en su tiempo nuestro padre Rubén Darío. Baldwin, por su parte, volverá al exilio en los últimos años de su mida para morir en la grata Saint-Paul-de-Vence, en la Provenza francesa.

José María Gironella

Barcelona, miércoles 27 de noviembre de 2024

Racine en Gerona

De paso hacia Figueres, el tren se detiene en Girona (Gerona), que conozco solo por ser la ciudad escogida por un olvidado José María Gironella para desarrollar su dilatada trilogía sobre la España re, en, y post-guerra civil: Los cipreses creen en Dios, Un millón de muertos y Ha estallado la paz. Leí no sin fascinación, los dos primeros volúmenes en mis años de bachillerato para ver cómo la fama del autor sería rápidamente sofocada por el terrible acenso de los novelistas latinoamericanos. No obstante, en mis conversaciones con otro escritor catalán, Juan Goytisolo quien participaba como jurado en un importante premio literario organizado en Venezuela, me comentaba, casi en secreto ante mi pregunta sobre la novela de Gironella, que, a pesar de todo (es decir, que no era izquierdista) la novela era muy buena. Yo no he vuelto a saber de la abultada trilogía novelesca, pero pienso en ella y tengo como una frustración, más leve que grave, nunca haber visitado la ciudad más allá de los andenes de su gris estación de tren.

Y no me perdono no haber conocido hasta hoy el montaje de Berenice, en la versión de Romeo Castelucci con Isabelle Hupert como protagonista. De Racine-Castelucci-Hupert no es fácil esperar sino un montaje memorable.

Barcelona, viernes 29 de noviembre de 2024

Me despido de Barcelona con mis sedientos pulmones ahítos del aire de un espectacular mediterráneo, en una mañana deliciosa, con su cielo bendito y luz marinera. Y el corazón lleno de la amistad y el amor de familiares amigos. A los cuales la gente de Kalathos reunió ayer bajo un mismo techo en la ocasión de presentar mi libro en una interesante librería local (“Literal Ments”, Carrer Provença 146). No creo andar descaminado si escribo que ha sido una de las más gratas experiencias literarias de mi vida. La publicación de Al filo de la página, es resultado de uno de esos contados milagros literarios en los cuales todo sale bien, lo cual no puede ser de otra manera cuando una empresa está marcada por la generosidad y el afecto. Lo quiero entender como una muestra de reciprocidad por una Barcelona que ha sido siempre una de mis ciudades españolas más queridas.


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