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Diario literario 2024, mayo (parte IV): Antonia Pozzi, Ocean, mercader bufo, Ana Blandiana

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25/05/2024

Antonia Pozzi

Milán, domingo 19 de mayo de 2024. Pentecostés

Pentecostés

Por unos minutos, en la hermosa y neo-barroca iglesia de S. Francisco de Paula, durante los servicios de Pentecostés. En su sermón, el párroco recordó una pascaliana observación de la estupenda novelista italiana Elsa Morante durante una entrevista. Dice la Morante: “Pienso que los seres humanos han perdido el Espíritu Santo”. Y el entrevistador le comenta: “Quizá se extinguió o está escondido”. A lo que ella responde: “El hecho de que tú y yo estemos hablando de eso, nos debería hacer esperar que esté escondido”. El comentario de don Angelo, el sacerdote: “De pronto se me ocurre una pregunta: ¿No será su naturaleza, la naturaleza del Espíritu Santo, la de estar escondido? ¿Acaso no seremos nosotros los que hemos perdido la capacidad de ver lo escondido, con todo lo que tiene de precioso?” Para concluir su intervención, don Angelo leyó un poema de la italiana Antonia Pozzi (1912-1938), un hermoso texto que merece una traducción más digna que esta que he realizado para este diario literario:

Dios, te das cuenta
de que ya no tengo voz
para entonar
tu canto secreto.
Dios, como puedes ver
ya no tengo ojos
para tu cielo, para
tus nubes consoladoras.

Dios, por todo el llanto derramado
devuélveme una gota tuya
para que reviva.

Porque tú sabes, Dios mío,
que en un tiempo lejano
albergaba un lago en mi corazón,
un gran lago,
tu propio espejo
pero toda el agua se consumió,
oh Señor,
ahora dentro del corazón
tengo una caverna ciega
y vacía.

Dios, por todo el llanto derramado,
devuélveme una gota tuya
para que reviva.

La iglesia de San Francisco de Paula nunca ha estado ajena a la música y la poesía. En su nave en forma de contrabajo, se realizó, en 1901, el funeral de Giuseppe Verdi. Por su parte, la Pozzi, tempranamente, a sus veintiséis años, acabaría con su vida. Pentecostés ha sido el asunto de algunas muestras de estupenda poesía. Carlos Castro, desde Torino, me recuerda las líneas de T.S. Eliot en Little Gidding, uno de sus Cuatro Cuartetos. Este es un intento de traducción de dos de sus estrofas al castellano:

En su descenso la paloma rompe el aire
con llamas de incandescente terror.
Las lenguas de fuego recuerdan
que es la única salida para el error y el pecado.
La única esperanza para la desesperación
reside en la escogencia entre una y otra hoguera
para redimirse del fuego por el fuego.

¿A quién entonces se le ocurrió el tormento? Al amor.
Amor es el nombre desconocido. El nombre
detrás de las manos que tejieron
la insufrible camisa de fuego,
que ningún poder mortal puede eliminar.
Apenas vivimos, apenas suspiramos
consumidos por el fuego o el fuego.

Bronce ibérico de la colección de Pablo Picasso

Giacometti ibérico

En una nueva visita a la excitante muestra Picasso: Metamorfosis de la figura, donde se recuerda la fidelidad del maestro español a las expresiones del arte arcaico y “primitivo”, se me presenta con todos los atributos de una revelación, el origen de una de las expresiones más desconcertantes y permanentes del arte contemporáneo. Me refiero a la desproporcionada verticalidad de la escultura de Giacometti, a su falta de proporción, a su irrespeto por el canon de Policleto o la tradición inaugurada por Donatello y Jacoppo della Quercia. Propiedad del mismo Picasso, una serie de figuritas ibéricas en bronce, donde la verticalidad adopta caracteres fantásticos, no menos fantástico que el de las esculturas de Giacometti. Pareciera como si el español le hubiese dicho al joven escultor suizo, “Encárgate tú de encontrar una manera de representar el cuerpo de manera no fotográfica. Yo me encargo del rostro”. Sin el modelo ibérico y otras formas de arte primitivo no hubiese sido posible para ninguno de los dos.

Fotografía de Slowking4 | Wikimedia

Milán, lunes 20 de mayo de 2024

Ocean

No es la primera vez que escribo sobre el poeta USA-vietnamita Ocean Vuong (1988) en estos cuadernos. En esta oportunidad ,lo hago a propósito de uno de sus poemas que me enviara mi estudiante de la Escuela de Letras y ahora psiquiatra, terapeuta y mi consejero espiritual, Javier Guevara. No es un texto con la escritura realista que hizo conocer a Vuong. “Teología” es un texto difícil, alegórico y a ratos oracular. Es de lo último que ha publicado en poesía. Apareció en la edición de The Newyorker del 13 de mayo de este año. Entre otros elementos que superan el realismo acostumbrado, el no menos extraño es que la protagonista es una ardilla, que ha perdido su preciosa cola y que, desde lo alto, de un árbol observa lo que parece ser un hombre cavando su tumba. Como todos los de Vuong, es un texto escrito en verso libre, y su musicalidad se aleja de las amplias sonoridades de poema como Glück o la más tensa de Strand. Algo de surrealismo siento en “Theology”, que me hace pensar en el gran poeta surrealista argentino y estupenda persona, Francisco Madariaga. Lo que sigue es un primer intento de traducción, que confío mejorar y consignar en estos diarios en un futuro no lejano. Desde ya me excuso con Vuong y con Javier.

TEOLOGÍA

¿Recuerdas cuando traté de ser buena?
Eran tiempos difíciles.
Tantas cosas ardían sin explicación.
Lamento haber sido tan joven.
No fue culpa mía.
Pero es que esto es muy pesado.
¿Cómo se puede sostener sin que se derrita?
Creía que la gravedad era una ley que podía ser ignorada.
En verdad es como un lenguaje. Una vez
que entras ya no puedes salir. Como un tonto
me subía a la ventana
sólo para contemplar las estrellas.
Estaba muy oscuro y los grillos cantaban
como gente conocida diciendo cosas que no entendía.
Creo haber tenido hermanos.
Creo que una vez lo escuché llorando y luego riendo
hasta que la risa sólo estaba en mi cabeza.
Así es aquí: poroso.
Un día mientras atravesaba un arroyo, me encontré
con un muchacho, los labios rojos como un rasguño en la rodilla.
Jadeaba cuando nos vimos. Después levantó su rifle.
Así fue cómo entendí que yo era una ardilla,
y así perdí mi cola, lo único que me destacaba.
No sé cuál es mi nombre, pero puedo sentirlo.

Un latido en la sangre.
Anoche escuché una voz y trepé hasta la rama
más alta, tan alta que olvidé las reglas,
fue como si me desollaran.
Debajo de mí había un rectángulo donde el hombre
había cavado toda la noche.
Lo observé largo tiempo. Su cuerpo era un signo
de interrogación que se desmoronaba.
Cuando la luz se hizo rosácea se detuvo. Otros
hombres lo rodearon vestidos de negro.
Sabía que me habían puesto allí por alguna razón,
pero siempre echo a todos de menos.
El hombre puso una caja en el hueco,
como empujando una moneda en una máquina gigante.
Debe ser lo que pagan por estar aquí.

Il mercante di Venezia. Fotografía de Teatro Manzoni

Milán, miércoles 21 de mayo de 2024 

El mercader bufo

El siglo XX fue un siglo trágico. Todo lo que tocaba lo convertía en tragedia, hasta la comedia. Eso fue lo que ocurrió con El mercader de Venecia, de Shakespeare. Originalmente pensada como una obra bufa, escrita y montada para hacer reír al público isabelino, El mercader poco a poco fue revestida con una seriedad que terminaría convirtiéndola en lo contrario. Para justificar la extraña metamorfosis, la crítica especializada ingenió un nuevo subgénero que bautizó como “dark comedies”, una suerte de contradicción en términos. Si es “oscura”, la pieza no puede ser cómica. El Mercader no es la única de estas piezas. Incluso en una comedia no oscura, sino “brillante” (otro término académico para designar el otro sector de la comediografía shakesperiana), como As You Like It, el personaje Jacques, cuya seriedad fue pensada para provocar risa, terminó convertido en un pre-Hamlet, con todos los atributos de un héroe de Faulkner o Malraux o Camus, coqueteando con las tentaciones de la llamada “nada”. La reciente versión de El mercader de Venecia de Paolo Valerio para el Teatro Manzoni de Milán, es un brillante cuestionamiento de esta deformación. Valerio sabe de comedias “oscuras”, después de haber montado, en 2018, Medida por medida. Y de Shakespeare, tanto como para haber sido el responsable de Soñando con Shakespeare, el espectáculo que se organizó como homenaje al Bardo en los 450 años de su nacimiento. La actitud crítica del director es consecuente con su formación en el Piccolo Teatro. Confieso que en algún ensayo sobre el tema y durante mis clases sobre El mercader en la universidad, y fuera de ella, me sumé a la opinión de los críticos del siglo XX sobre de la supuesta esencia trágica de la obra. Lo cual debería explicar mi desconcierto apenas al inicio del montaje del Manzoni. ¿Qué hacían aquellos “bufos” brincando de un lado a otro mientas hablaban con un atribulado Antonio? Estaba acostumbrado (mal acostumbrado) a imaginar dos elegantes aristócratas venecianos tratando de reanimar al alicaído amigo. A los pocos minutos, como una epifanía, se me reveló el verdadero carácter de la obra. Se trata de una pieza cómica, que Shakespeare ingenió para el público londinense. Una comedia, una obra divertida, un espectáculo que hiciera reír a los asistentes. Incluso Shylock era, o es, un personaje cómico, no trágico. El antisemitismo isabelino entendía las burlas de Shakespeare y se reía de ellas. Y así lo ha entendido Paolo Valerio. Y esta es la mejor manera de respetar las intenciones del autor. Fiel a su formación piccolo-brechtiana, Valerio dividió la escena en dos planos. En el inferior, los mismos actores masculinos, menos Shylock, por supuesto, disfrutan la actuación de las dos chicas, Porcia y Nerisa, en el plano superior. El montaje, como los del teatro El Globo, de Londres, es más espectáculo que mera puesta en escena como lo entendieron en Caracas, en los años pre-bolivarianos, los responsables del Teatro Nacional cuando montaban algo de Shakespeare. La aspiración a un teatro total, con una divertida, sin perder elegancia, coreografía; grata música; acrobacias, poesía e impecable actuación, apoyada en la presencia del maestro Franco Banciaroli. Su Shylock está despojado del patetismo del de Pacino, por ejemplo. No se trata de un Edipo agobiado por la culpa. El judío de Franco Banciaroli no tiene nada de héroe. Es un prestamista, un ser humano como los demás (él mismo lo advierte), animado por un odio no racial, sino vulgarmente económico. La magnanimidad de Antonio, el mercader de Venecia, al prestar sin intereses, hizo perder a Shylock enormes sumas de dinero. Su obligada conversión al cristianismo es secundaria ante lo que efectivamente cuenta, que es la sostenida disminución de los ingresos. Razón por la cual está de más, forzar una última aparición de Shylock en la cual cae muerto después de consumir una hostia. No murieron los cientos de miles de judíos obligados a convertirse en España durante siglos. La fe resiste a cualquier conversión. La ruina económica no. El brillante montaje de Valerio, que es el de la tradición del Piccolo Teatro, puede que sea menos “físico” que el londinense de El Globo, pero es más intelectual, si eso quiere decir algo.

Svetlana Cârstean. Fotografía de Rafał Komorowski | Wikimedia

Milán, jueves 23 de mayo de 2024 

Poemas de Svetlana Cârstean

Daniel Labarca , mi profesor del séptimo arte (“Daniel Labarca es cine”, decía Rodolfo Izaguirre), me salva el día con el envío de este texto de la rumana Svetlana Cârstean (1969), tal vez la más conocida de los poetas rumanas de su generación. Pertenecen al libro Soy otra (2021), fueron traducidos al castellano por Corina Oproae y publicados en la revista de poesía digital Zenda:

no estoy preparada para separarme de nadie
tengo una noción inflexible sobre la cercanía
mi cuerpo se inclina en la dirección de donde llegas

******

a quién temerías más
al que con exactitud sabe a quién matar
al que elige al azar
o al que mata a cualquiera
que se ponga delante de su objetivo

me pregunto si se puede entender un país mirando
a través
de una ventana
si se puede conocer a una familia amando sólo a uno
de sus hijos.

*****

en este país
somos muy prácticos
me dijiste
la primera noche
junto a la piscina
donde nadie nadaba
somos muy prácticos aquí
dejamos que muera
lo que no produce nada.

El poema que sigue lo he traducido de la versión al inglés de Claudia Serea, publicado en la página digital Poemhunter.com:

Soy una mujer
durante mucho tiempo mi cuerpo
ha estado flotando sobre una extensión de agua
tan blanca como la luz de la luna
indecente y silenciosa.
Soy una madre cruel
que abraza a su hijo
hasta sofocarlo
para unirse con él
como lo fueron una vez,
cuando las grandes barrigas eran
frescas habitaciones para descansar
donde los gratos espacios en la calle
los cuartos de vacaciones infinitas
sin dolor ni lágrimas eran el lugar
donde ya nadie era separado de nadie.
Soy una mujer, a menudo fea.
Ayer mi cuerpo era un barquito de papel
que alegremente coloqué en esta superficie de agua
esperando que me llevara lejos.
Hoy soy una ballena asesina,
a menudo hermosa,
esperando al pescador.

The booker prize

He comenzado a leer Heimsuchung (De paso), de Jenny Erpenbeck en la cuidada versión italiana de Ana Vigliani, Di passaggio. Herpenbeck es la ganadora de una de los premios literarios más prestigiosos de Europa, el International Booker, destinado a reconocer la que considera la mejor novela del año traducida al inglés desde cualquiera lengua. Entre las finalistas, en esta oportunidad, se contaba una brasileña y una argentina (la mayoría de las finalistas era de mujeres), pero al final la seleccionada fue Kairos el último de los libros de la Erpenbeck. Una particularidad, como todo lo inglés, bueno y malo, en este caso bueno, y se trata de que el traductor de la obra obtiene un reconocimiento a la par del autor. El poeta Michael Hofmann, quien la tradujo a inglés, recibirá la mitad de las 50000 libras esterlinas del Booker. Por lo que llevó leído de su novela, la Herpenbeck bien se merece el reconocimiento. Estoy seguro que no menos lo son los otros finalistas.

Ana Blandiana, Fotografía de Rafał Komorowski | Wikimedia

Milán, viernes 24 de mayo de 2024 

Ana Blandiana

Esta ha sido una inesperada “Semana de la Poesía” en mi diario literario, que comenzó, el domingo de Pentecostés, con la lectura de un estremecido poema de Antonia Pozzi por parte de don Angelo, párroco de la milanesa iglesia de San Francisco de Paula. Continuó con el recuerdo de Carlos Castro, desde Torino, de unos versos de T.S. Eliot, donde el viejo maestro adviertía sobre el significado profundo de Pentecostés: o fuego o fuego. Luego, fue Javier Guevara, en Valencia-España, con la “Teología” de Ocean Vuong. El jueves, en la otra Valencia, la de Venezuela, Daniel Labarca encontró unos textos, y me los envió, de la poeta rumana Svetlana Cârstean. Hasta el día de hoy, cuando mis amigos de Luis Santángel 10, me hicieron llegar unos poemas de la también rumana Anna Blandiana, a propósito de ser reconocida con el Premio Príncipe de Asturias. Y, aunque no incluí nada suyo, anoté en el cuaderno el nombre del destacado poeta anglo-germano Michael Hoffman, cuyos poemas he traducido y tal vez publicado. Lo que sigue son dos poesías de la Blandiana, recogidos en los volúmenes El sol más allá y el Reflujo de los sentidos (2016), y Octubre, noviembre, diciembre 1972 (2017), dos de las tres colecciones publicadas por Pre-textos, la primera casa editorial que publicó a Ana Blandiana en lengua castellana. Las versiones son de Viorra Potea y Natalia Carbajosa.

 

UN CABALLO JOVEN

Nunca he podido entender en qué
mundo vivo.
Cabalgaba sobre un caballo tan joven y feliz
como to
Y al galope sentí cómo su corazón batía
Contra mis piernas
Y el mío, latiendo incansable en el galope,
Todo lo atravesaba, sin que yo advirtiera
Que mi montura descansaba
Sobre el esqueleto de un caballo
Haciéndose pedazos en segundos
Mientras yo sequía cabalgando;
sobre un joven caballo de aire
En un siglo que no era el mío.

(De El sol más allá y El reflujo de los sentidos. Pre-textos 2016)

¿Recuerdas la playa
Revestida de cristales amargos
Sobre los que
No podíamos caminar descalzos?
¿El modo en que
Mirabas el mar
Y decías que escuchabas?
¿Recuerdas
Las gaviotas histéricasGirando en el tañido
De campanas de invisibles iglesias
Y los peces como tantos patrones,
El modo en que
Corriendo, te alejabas
Hacia el mar
Y me gritabas que te hacía falta
Distancia
Para contemplarme?
La nieve
Se apagaba
Enredada entre las aves
En el mar,
Con una desesperanza casi alegre
Yo miraba
Tus huellas en el mar
Y el mar se cerraba como un párpado
Sobre el ojo, dentro del cual yo esperaba.

¿Recuerdas la playa?

(De Octubre, noviembre, diciembre, diciembre 1972. Pre-textos 2017)

Jorge Guillen

La semana, la cuarta del mayo de 2024 se fue, con la prisa furiosa y suicida del río Caroní hacia las turbias aguas del Orinoco, que lo llevaran a la mar que es el morir. No tengo ríos en Milán, ni mares de espumosa sintaxis. Entre las alturas de los Alpes y la planicie infinita del Po, digo, con Jorge Guillén, con qué complacencia consiento en mi vivir.


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