Diario literario

Diario literario 2024, marzo (parte III): primavera, “Il terzo uomo”, Darwisch: el último poeta troyano

23/03/2024

Milán, sábado 16 de marzo de 2024

Primavera y San Patricio

Primera jornada, espléndida, de la primavera 2024, adelantándose por un día a las festividades de San Patricio, que comienzan mañana; y que serán recordadas en Torino con el Primer Festival Imaginario de Poesía Irlandesa, organizado por el vate y profesor Carlos Castro, maestría en King’s College (Dublín) y autor de la única lírica irlandesa escrita por un no-irlandés. Este sábado ha sido una prefiguración con su sol amarillo van Gogh y cezannianos azules en el alto cielo. Hasta ahora sólo había dos ciudades serias para celebrar el día de Patricio, Dublín y Nueva York, a las que se suma Torino. Milán, por su parte, sigue fiel a su santo patrón, San Ambroggio, un santo demasiado serio como para invitarlo a bajar unas pintas de Guinness. No sabe, con todo lo sabio que es, de lo que se pierde. De esta manera termina el invierno, y veo, con terror, cómo los calores del verano están cada vez más cerca.

El tercer hombre

Después de haber visto varias veces la película de Carol Reed (una de mis diez), nunca sentí la necesidad de leer el libro de Grahan Greene que dio origen al legendario film, a pesar de ser su más devoto admirador. No obstante, como se sabe, los libros disponen de uno y no lo contrario. Y la novela de Greene no es una excepción. Y así, tan callando, me ha impuesto su lectura de manera inesperada y, se diría, retorcida. En efecto, en el cajón de libros usados de mi sede de la Biblioteca de Milán, se destacaba la portada: Il terzo uomo, que es como se llama la versión al italiano publicada por la editorial Salerio de Sicilia. Consciente de que es un crimen de lesa literatura no disfrutar de la envidiable prosa de Greene en su idioma original, no dude en agarrar el volumen y traérmelo a casa. No sin emoción, comencé a leer las primeras páginas con la vista nublada por la profusión de imágenes, por lo menos diez minutos de fotogramas, que me llegaban a la mente: Viena en ruinas (en la novela se dice que fue tal la destrucción que no quedó nada en pie que superara la altura de un adulto), Welles a punto de ser puesto al descubierto por un gatico maullando y la sonrisa enigmática del protagonista; Cotten y Welles improvisando en una cabina de la gran rueda del Prater; Cotten en el jeep de Trevor Howard, mientras los legendarios verdes ojos de Alida Valli pasan frente a ellos, desbordando desprecio por el amigo traidor; Cotten persiguiendo a Welles en las cloacas de Viena; Howard y Cotten en el hospital lleno niños muriéndose por la adulterada penicilina distribuida por Welles, y la hipnótica cítara con una de las melodías más efectivas escritas para el cine. Desde el comienzo de la lectura, como bien puede y suele suceder, se presentan las inevitables divergencias entre el original y la versión fílmica. El Rollo Martins de papel es distinto al Rollo Martins de celuloide, y no quiero pensar en las que pueden ser las diferencias entre el Harry Lime (Welles) de Greene y el de Reed. Ya no estoy tan seguro de continuar leyendo el texto de Greene. Al mismo tiempo, me digo que sería una lástima no hacerlo porque, como la de Joseph Roth, la prosa de Greene es pródiga en imágenes poéticas intransferibles a otro medio, como la que ingenia para describir el cementerio central de Viena, “Una fila infinita de piedras tumbales esperando por inquilinos, y de coronas de flores esperando las lágrimas de los parientes”.

Milán, lunes 18 de marzo de 2024

Pelicano culpable

Después de la espléndida jornada de ayer, hoy un día frío y húmedo. Tal inestabilidad emocional es uno de los signos de la primavera. La estación adolescente del calendario. Atribuyo al tiempo, a falta de mejores causas, mi indolencia de hoy. No tengo nada que decir y ni siquiera mi vieja pluma Waterman quiere ser escribiendo. Lo hago ahora con una Delta (2008) siempre confiables. Cuando no escribo poesía, que es casi siempre, me siento como el albatros de Baudelaire, caminado torpemente por la cubierta de un imaginario bajel. Pero, cuando ni siquiera escribo una línea en mi cuaderno, la sensación es la de un pelícano agobiado por la culpa.

Pasiones

Ayer fue el quinto y último domingo de la Cuaresma 2024. El próximo será Domingo de Ramos y luego Semana Santa. Después de pasar el día leyendo cartas de Flaubert a Louise Collet, aprovecho el lento atardecer para escuchar la Pasión según San Mateo. Y recuerdo la primera Pasión de Mateo que tuve en mi condición de recién casado. Era la Semana Santa de 1973 y Eileen, de regreso de compras, me trajo la grabación Angel de la legendaria versión de Otto Klemperer, que fue la que escuché durante muchos años, por lo menos hasta 1978 cuando, en Nueva York, y gracias al melómano poeta panameño (tío del músico, también del istmo, Rubén Blades) descubrí la de Karl Richter, de 1971 para Archiv, que es la que escucho desde entonces. En realidad, todos los años vuelvo a la de Klemperer aunque sea en forma fragmentaria. No es fácil explicarse tanta estremecida belleza como la de esta partitura. Tanto pathos sin caer en muestras de babosa emoción. Como en las crucifixiones de Grünenwald, otro alemán, da la impresión de que Bach estuvo allí, en Jerusalén, en aquel inolvidado viernes. Es la única manera que me explico la milagrosa partitura.

Mirlo macho. Fotografía de Luiz Lapa | Flickr

Milán, miércoles 20 de marzo de 2024

Pajaritos de Milán

Después de varias semanas de ensayo, los pajaritos de mi zona están listos para el gran concierto de primavera que será mañana. Todo comenzó un poco antes de mi cumpleaños, cuando, a las 3.25 am, fui despertado (mi ventana da a la calle) por el canto de un mirlo que no era ninguno de los del año pasado en mi vieja dirección a un par de cuadras de aquí. Algo nunca escuchado, ni aquí ni en el trópico (lo más cercano sería un Pico e’plata). Se trataba de un mirlo con una capacidad pulmonar como la de Giuseppe de Stefano en sus momentos de gloria al lado de Callas, y un timbre tan exquisito como el de Jessi Bjoerling haciendo Bohème en el Met con Birgitt Nilsson. En lo alto del pino blanco del edificio de enfrente, ensayaba diversos trozos de melodías convencionales, de esas que todos los mirlos se saben de memoria. Nada alrededor de esta alada dríada de los árboles, ni siquiera el ruiseñor de Keats, podría cantar así. Todos los demás pajaritos lo conocían y, sin embargo, estaban tan conmovidos como yo. Media hora más tarde se retiró a sus aposentos y dejó al resto de la compañía con sus ensayos. A las 6.40, ya montado el café en mi napolitana, me asomo al pequeño balcón y el mirlo excepcional, aquella criatura que había llegado de la pajarera del cielo, con su traje de impecable negro y su piquito anaranjado, estaba allí, en la reja, erguido como un Brancusi. Cuando me sintió, volteó la cabecita, me miró a los ojos y se fue volando. Entendí su presencia como una epifanía. Un gesto de bienvenida a esta nueva dirección milanesa, a donde he venido a parar con mis blancos huesos sabe Dios por cuánto tiempo. En Dusseldorf, me cuentan, también los pajaritos, en alemán, han comenzado a cantar con no menor entusiasmo.

Mahmud Darwish. Fotografía de Amer Shomali

Milán, jueves 21 de marzo de 2024. Equinoccio de primavera

Primavera en Milán

El esperado Concierto de Primavera de los pajaritos de Milán comenzó a la hora indicada: 3.35am. Además del programa convencional, rico en cantos primaverales de amor y sexo, en celebraciones de una primavera adelantada y de un rico período de lluvia, destacaron las dos o tres intervenciones de mi amigo el mirlo del balcón. No quiso dejar dudas de que era una voz excepcional. Y me hizo recordar otra madrugada, pero en Nueva York durante el invierno de 1980, cuando me despertó la voz de Pavarotti en la radio WNCN, cantando “Una furtiva lagrima”, con estremecida belleza. Hoy, la claridad de la noche en plena madrugada, la luna en creciente, el telón de fondo, que es el cosmos, despejado por las recientes lluvias, y una temperatura controlada y grata (10º C), fueron el escenario perfecto para otro de esos momentos que hacen de la existencia la mejor de las vidas posibles.

Darwish el último poeta troyano

Mahmud Darwish (1941-2008), es uno de los grandes poetas en lengua árabe del pasado siglo. Vencedor del Premio Lanna, vivió la diáspora con cruel intensidad. Llevó sus blancos huesos a Jordania, El Cairo Beirut, París hasta Houston, donde su corazón herido dejó de funcionar a los sesenta y seis años. Escribió suficiente, y con la misma intensidad, prosa y poesía. Se sintió, y lo fue, como el único poeta troyano del cual se conoce algo, a diferencia de sus colegas de la ciudad arrasada por los invasores aqueos. Su Troya es Palestina, sometida a todo tipo de ultrajes, despojos y crímenes en los últimos setenta y cinco años, como recordó el Secretario General de Naciones Unidas en octubre del 2023. De 2004 es el premonitorio poema de Darwisch donde canta el horror de las primeras acciones de un genocidio anunciado. Antes, escribió el fragmento en prosa que reproducimos en este primer día de primavera, fecha ritual para la resurrección:

CUATRO DIRECCIONES

UN METRO CUADRADO DE CÁRCEL

 

Esta es la puerta, y detrás el paraíso del corazón. Nuestras cosas, todo lo que nos pertenece se esfuma. La puerta es la puerta, puerta de la metáfora, puerta del cuento, puerta que purifica septiembre, puerta que lleva al campo a la génesis del trigo. La puerta no tiene puerta, pero yo puedo acceder a mi salida, enamorado de lo que veo y no veo. ¿Tanta gracia y belleza en la tierra y la puerta no tiene puerta? Mi celda no ilumina más que mi interior. Que la paz sea conmigo, y paz al muro de la voz. Para alabar mi libertad he compuesto diez poemas, aquí y allá. Amo las migajas de cielo que se filtran por el tragaluz de la cárcel, un metro de luz donde nadan los caballos y las pequeñas cosas de mi madre, el aroma del café en su ropa cuando abre la puerta del día a sus gallinas. Amo la naturaleza entre otoño e invierno, amo a los hijos de mi carcelero. He compuesto veinte canciones satíricas del lugar donde no hay espacio para nosotros. Mi libertad: ser lo contrario de lo que quieren que sea. Mi libertad: ampliar mi celda, continuar la canción de la puerta. Puerta es la puerta. La puerta no tiene puerta, pero me permite recorrerme por dentro.

Entre 1961 y 1979 Darwisch fue hecho preso en reiteradas ocasiones por las fuerzas de ocupación. En la cárcel escribió estos hermosos fragmentos, una joya de la literatura carcelaria de los últimos cien años. Fueron recogidos en 1986 en el poemario Es una canción, de 1986. Este es un poema en verso de Darwisch a propósito de otra matanza en la Franja de Gaza.

HOMENAJE A LAS VICTIMAS DE GAZA

CADAVERES ANONIMOS

Cadáveres anónimos.
Ningún olvido los reúne,
ningún recuerdo los separa.
Olvidados en la hierba invernal
sobre la vía pública
entre dos largos relatos de coraje
y sufrimiento.
Yo soy la víctima. No, yo soy
la única víctima. No respondieron:
“Una víctima mata a otra,
y en esta historia hay un asesino
y una víctima”. Eran niños.
Recogían la nieve de los cipreses de Cristo
y jugaban con los ángeles porque tenían
la misma edad. Huían de la escuela
para escapar de las matemáticas
y de la antigua poesía heroica. En las alcabalas
jugaban con los soldados
al inocente juego de la muerte.
No les decían: dejen los fusiles
y abran las vías para que la mariposa
encuentre a su madre cerca de la mañana,
para que con la mariposa volemos
fuera de los sueños, porque los sueños
son estrechos para nuestras puertas.
Eran niños. Jugaban a inventar
un cuento para la rosa roja.
Bajo la nieve, detrás de dos largos relatos
de coraje y sufrimiento.
Después escapaban con los ángeles pequeños
Hacia un límpido cielo. 

(de No pidas perdón (1986). Traducciones del árabe de María Luisa Prieto)

Fotografía de Fred Clarke | Sunset Valley Orchids

Milán, viernes 22 de marzo de 2024

Orquídea escarlata

En mi adolescencia tuve un amigo, apenas un par de años mayor que yo, quien, mientras todos jugábamos tenis o basquetbol, él cultivaba orquídeas. Algo familiar porque su hermano era un malhadado poeta, un verdadero poéte maudit en aquella Valencia provinciana de cien mil habitantes. Visitando a mi amigo, escuché por primera vez la palabra “catleya”, una de las variedades más conspicuas de esta exótica flor. Las hay de muchos colores, como se sabe. Lo que no sabía yo es que existiese una catleya escarlata, roja, como la sangre de un astado herido en la arena. Una imagen que le agradezco a una amiga de Caracas, cuya colección de orquídeas es admirable. Tanta voluptuosidad me hace pensar en las creaciones del mismo color del gran Valentino, de inquietante sensualidad. Un milagro de la primavera para mí desconocido. Gracias por el recuerdo de la lejana patria mía.

Chevengur

Primeras páginas de una lectura postergada y que habré de postergar todavía por un tiempo. Se trata de Chevengur, la gran novela de Andrei Platonov que tengo a mi disposición, en la cuidada versión italiana de Einaudi, gracias a los servicios de mi biblioteca comunal. Los editores italianos, de todos los europeos, son los que han estado más atentos a la literatura que se escribía en la URSS y ahora en Rusia. Gracias a Feltrinelli, Occidente conoció al Doctor Zhivago en la celebrada versión de Ettore Lo Gatto, envidiable conocedor de esta literatura. Chevengur (edición castellana en Cátedra) sólo fue publicada treinta y siete años después de la muerte de Platonov, en 1951. Incluso en los tiempos de distensión de Kruschev, la narración de Platonov, que, por lo que leído no transgrede la delgada línea roja del realismo oficial, era demasiado realista, se parecía demasiado al modelo, como dijo el papa Bonifacio VIII a Velázquez cuando le mostró su retrato. Todo lo que cuenta Platonov es verdad, pero demasiada verdad. La gran novela comienza con la descripción de los campesinos rusos durante la crisis de los cultivos. A los estragos de la Primera Guerra, se sumaron los igualmente desastrosos efectos de una poco comentada Guerra Civil, que tuvo como uno de los campos de sangrientas batallas los campos fértiles de Ucrania. El fracaso sin remedio de cosechas sucesivas, produjo la más terrible hambruna conocida hasta entonces en Europa. Miles de aldeas abandonadas y millones de muertos. Las descripciones de Platonov son insoportables. Como cuando describe el trabajo de aquellas brujas que intoxicaban, a pedido de los padres desesperados, a los recién nacidos para que murieran antes de que el hambre acabara con ellos. Una muestra de piedad remunerada con cualquier cosa, un trapo viejo, un cacharro de cocina, un par de medias. La alienada Unión Soviética siempre se avergonzó de su pasado, cuando ha debido avergonzarse de su presente y remediarlo. La descripción de parte de esa historia es convertida por Platonov en una de las más impresionantes novelas de la historia de la literatura rusa. Por lo menos hasta dónde conozco, que, por desgracia, es más bien poco.

Hermann Hesse en Montagnola. Fotografo desconocido

Hesse por Specchio

Fui, como toda mi generación, gran lector de Herman Hesse. Con “gran”, quiero decir que habíamos leído, Damian, El lobo estepario y Juego de abalorios. Par aquel entonces de mis dieciocho ignaros años, pensaba que cada quien se ocupaba de los suyo. Así, Arthur Miller era dramaturgo y escribía teatro; Hemingway era novelista y escribía novelas y cuentos; Ramos sucre era poeta y escribía poemas. Esta extraviada convicción explicaría mi sorpresa cuando, un buen día, me enteré de que Hesse, además de novelas, escribía poesía. Y no sólo, sino que era uno de los poetas de lengua alemana más distinguidos de su tiempo. Algo que confirma, como si fuera necesario, el regalo de Eileen ayer, Día Mundial (creo) de la Poesía. Se trata de 52 poemas, de Herman Hesse, puestos en italiano por diversos traductores, entre ellos, primus inter pares, Mario Specchio, mi amado amigo muerto en mala y temprana hora. A Mario le debemos algunas de las mejores de Rilke al italiano, además de una ejemplar bio-bibliografía de Paul Celan. De una de sus traducciones al italiano he realizado esta versión a nuestro idioma.

LAMENTO

Nos fue concedido existir. Somos
apenas un río; nos adherimos a todas las formas:
de día y de noche vamos más allá de la cueva
y la catedral, el deseo de ser nos embarga.

Sin cesar ocupamos forma tras forma,
ninguna se convierte en patria, alegría o pena;
siempre en camino, huéspedes siempre,
no hay campo ni arado para crecer el pan.

Y no sabemos por quién se preocupa Dios,
juega con nosotros, la arcilla en la mano,
muda y sumisa, no llora ni ríe,
mil veces amasada, nunca es llevada al horno.

¡Si pudiésemos, por una vez sola, ser de piedra y durar!
Esta es nuestra eterna nostalgia.
pero un estremecimiento todavía nos congela
y no conoce la paz nuestra existencia.


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