Diario Literario
Diario literario 2024, junio (parte IV): mercaderes, Poulenc & Chausson, Baudelaire anti-moderno
Milán, sábado 22 de junio de 2024
Mercaderes
El Mercader de Venecia ha sido una de las tres obras de Shakespeare más populares en los últimos cien años. Una condición propiciada por la condición de su protagonista, un rico comerciante veneciano. La función del comerciante es la más conspicua. Vivimos en medio de un gran comercio que, en buena parte, condiciona nuestros días en esta tierra. Nada salvo el amor, y no siempre, escapa a la hegemonía de los comerciantes. Por esa razón fueron marginados cuando hicieron su aparición a finales de la Edad Media.
Durante el Renacimiento, ese subproducto de la revolución comercial fue revestido de la distinción que distingue al Antonio de Shakespeare. Un personaje admirable por su generosidad y la nobleza de sus sentimientos. De lo que no nos entera la obra es del origen de su fortuna, la cual, de acuerdo al joven Rousseau, no habría podido obtenerla sin acudir a prácticas reprobables. En uno de los cuentos más conocidos de su Decameron, “Landolfo Rufolo o l’alterna fortuna” (la cambiante suerte), que fue conocido por Shakespeare, el protagonista, Landolfo, es un rico comerciante quien, como Antonio, mantenía su enorme fortuna con el intercambio marítimo. A diferencia del veneciano, el pobre Landolfo, en efecto, pierde todo lo que tenía. Después de muchas aventuras, recuperará parte de lo perdido y volverá a su nativa Salerno a vivir una vida honorable sin querer saber más nunca nada del comercio. En tiempos de Boccaccio pocas cosas menos honorables que el oficio en el cual se distinguió El mercader de Venecia.
Milán, viernes 28 de junio de 2024
Poulenc & Chausson
Gracias a la generosidad de Nathalie Tollot-Beaut, cuya sensibilidad musical es la misma que le ha permitido producir algunos de los vinos más finos de Borgoña, la experiencia, hace un par de días, con dos piezas de música de cámara más bien infrecuentes en los programas de los conciertos, fue algo memorable. Se trata de la Sonata para Oboe y piano de Poulenc, y el Concierto para violín, piano y orquesta de cámara de Ernest Chausson. La primera es lo último que escribió Poulenc antes de su muerte en 1962. Es una partitura con un fino sentido lúdico, un diálogo inteligente y refinado entre una madera de una rara elocuencia, y el teclado que, más que acompañar, es la pareja en una danza que, en su segundo movimiento, recuerda lejanamente los días futuristas del compositor.
Esta herencia transgresora (participó en la actividades dadaístas con Tristan Tzara), se revela en la estructura de la pieza que comienza, no con un movimiento rápido (lo usual en la sonatas), sino con una “Elegía”, seguida de un animado Scherzo, para terminar en una lenta y premonitoria “Deploration”. Son doce minutos de gratificante música que reconfortan el alma atribulada por guerras y malos gobiernos.
La segunda pieza, el Concierto para violín, piano y cuarteto de cuerdas, como decía, no es una de las preferidas en los programas de música de cámara. Ya en su estructura es poco convencional. Los conciertos, desde Corelli, generalmente son para instrumentos solistas y un respaldo orquestal. Chausson, por su parte, no sólo sustituye la orquesta por un cuarteto sino que obliga a dos instrumentos de la arrogancia del piano y el violín, a compartir el protagonismo. El romanticismo post-chopiniano de Chausson se expresa a lo largo de la complicada instrumentalización, donde episodios de dulce placidez alternan con pasajes de una nocturna luminosidad, la misma que distingue vinos como el Corton-Bressandes producido por la amiga Nathalie Tollot-Beaut.
Milán, sábado 29 de junio de 2024
Baudelaire siempre
En la primera página del suplemento Les livres de la edición impresa de Le Monde, aparece una amplia reseña de la nueva edición de la Bibliothéque de la Pléiade de las obras completas de Baudelaire. Es una versión ampliada de la anterior, también en dos tomos, y de la primera, que es la que tengo en mi biblioteca, publicada en 1975 y coordinada por Claude Pichois, uno de los primeros y más queridos volúmenes de mi particular colección de la Pléiade, cuyos primeros tomos adquirí en la legendaria Librería La France, de la calle Acueducto de Sabana Grande, en Caracas.
A los ciento cincuenta y siete años de su muerte, la actualidad de Baudelaire es una de las pocas cosas seguras en la Francia actual. Y su libro Las flores del mal sigue siendo la Biblia de la poesía moderna. Todo lo que se ha escrito después en Occidente no escapa a su gravitación. El erotismo, la transgresión, la confesionalidad oculta o directa, el formalismo, las exigencias al inevitable cómplice que es el lector, el poeta en situación, el existencialismo, el amor torturado, el poeta maldito, el hero demens y mucho más, fue cantado por este vate privilegiado. Que los directores de la Pléiade, la más prestigiosa de las colecciones editoriales franceses entienden como un pasaporte a la inmortalidad. Condición de la que ha disfrutado el poeta por lo menos durante los últimos cien años.
Lo que me impresiona es cómo mi edición de Claude Pichois, como más de 700 páginas ha podido llevarse a un par de volúmenes con más de 3500 páginas en total. No dejó nada inédito de Baudelaire. Y su correspondencia ha sido reunida en dos tomos de otra colección de la misma editorial Gallimard. En una de esas volteretas dialécticas, tan brillantes como cuestionables, el cronista de Le Monde, siguiendo de cerca a los responsables de esta reciente edición de sus obras completas, encuentra la actualidad de Baudelaire precisamente en lo contrario que se había sostenido hasta ahora: Baudelaire, nos descubre el crítico no es moderno, es más “anti-moderno”: “Linterna del romanticismo, Baudelaire rechazó el utopismo propio de la revolución de 1848. Bajo la inspiración del monárquico Joseph de Maistre, como Poe uno de sus maestros, se rebela frente al avance de una democracia para ellos cada vez menos habitable”. Convertir al maestro de la poesía moderna en una prefiguración del pensamiento de Marine Le Pen, no deja de ser una insinuación inquietante. “Albatros” es uno de los poemas más difundidos de Las flores del mal:
Para divertirse, con frecuencia, los marineros
capturan albatros, enormes pájaros de los mares,
que siguen, como indolentes compañeros de viaje,
a los navíos, deslizándose sobre los amargos abismos.
Apenas puestos sobre la cubierta,
estos monarcas del azul, torpes y temerosos,
mueven lastimosamente sus grandes alas blancas
arrastrándolas, como remos, a cada costado.
Este alado viajero, ¡Cuan torpe y flojo parece!
¡No hace mucho tan bello, ahora ridículo y feo!
Uno tortura su pico con una pipa,
el otro imita, cojeando, el vuelo del pobre inválido!
El poeta no es distinto a este príncipe de las nubes,
que frecuenta la tempestad y se ríe del arquero.
Exiliado en el suelo, en medio de las burlas,
sus alas de gigantes no lo dejan caminar.
También escribió Baudelaire una serie de impecables textos en prosa a los que llamó Pequeños poemas en prosa, los mejores antecedentes del poema en prosa contemporáneo, entre los cuales los del venezolano José Antonio Ramos Sucre se cuentan entre los mejores escritos en el idioma. Esta es la traducción de uno los Pequeños poemas:
El deseo de pintar
Tal vez sea infeliz el hombre, pero feliz el artista que lo desgarra el deseo!
Me queman las ganas de pintar a una mujer que pocas veces he visto y de manera fugaz, como algo hermoso que el viajero debe dejar detrás en la noche. Hace tanto tiempo desde que desapareció. Es bella y más que bella, es sorprendente. Abunda en ella el negro y todo lo que inspira es nocturno y profundo. Sus ojos son cuevas en los que brilla vagamente el misterio, y su mirada ilumina como el rayo, una explosión en las tinieblas.
La podría comparar a un sol negro, si fuera concebible un astro negro derramando luz y felicidad. Pero es en la luna en la que uno piensa con su lamentable influencia; pero no la luna blanca de los romances, que recuerda a una novia frígida, sino la luna siniestra y embriagadora, suspendida en el fondo de una noche tormentosa y empujada por las nubes que pasan; no la luna tranquila y discreta que visita el sueño de los puros, sino la luna arrancada al cielo, vencida y rebelde, que las brujas de Tesalia obligan duramente a danzar sobre la hierba aterrorizada.
En su pequeña frente habitan la tenaz voluntad y el amor de la presa. Debajo este rostro inquietante, cuyas móviles narices aspiran lo desconocido e imposible, brilla, con una gracia inefable, la risa de una gran boca, roja, blanca, y deliciosa, que hace soñar en el milagro de una estupenda flor que brota en una tierra volcánica.
Hay mujeres que inspiran la tentación de vencerlas y dominarlas; pero esta mujer estimula el deseo de morir lentamente bajo su mirada.
Alejandro Oliveros
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