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Diario literario 2024, junio (parte I): Reynaldo Hahn, la Alemania de Jenny Erpenbeck, Ezra Pound italiano, Dido abbandonata
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Milán, martes 4 de junio de 2024
Reynaldo Hanh
Reynaldo Hahn, como Picasso, nació en 1874, y se celebra la fecha con una serie de homenajes en su Francia adoptiva. Había nacido en Caracas de madre católica y padre judío, quienes decidieron dejar el infinito desorden nativo para irse a vivir a París. Algo de irónico hay en esta circunstancia porque el presidente era Anonio Guzmán Blanco, cuya francofilia es bien conocida y ese año, justamente había hecho promulgar una nueva Constitución con aspiraciones republicanas. Por otra parte, la llegada de la familia Hanh a la capital francesa tres años después, coincidió con los preparativos para la Gran Exposición Universal de 1878. El resto es la historia de una brillante carrera, que convirtió a Hahn en uno de los grandes músicos de su tiempo, que era el de Satie, Offenbach, Massenet, Ravel, Poulenc, Debussy. Su lista de colegas, de amigos, conocidos y amantes, es un ¿quién es quién? de la cultura francesa de su tiempo. Fue amigo de Mallarmé, y amante de Proust, quien le dedicó cantidad páginas de sus libros y muchos de sus raros dibujos. Fue influyente crítico musical de Le Figaro de 1934 a 1945. No todo fue vino y rosas, porque también protagonizó días oscuros, doblemente sombríos en su condición de judío. Sobrevivió refugiándose en el sur de Francia. A su regreso a París, después de la liberación, le tocaría ser director de la Opera de París. Se le conoce, y se le conoce a medias, por sus composiciones para la escena y su cancionero con letras de los mejores poetas de su país. Una de sus canciones más conmovidas la escucho en este momento en el homenaje que France Musique le rinde por los 150 años de su nacimiento.” L’enamourée”, se llama y la letra es de Théodore de Banville. Pero no menos hermosa es su música de cámara, entre otras piezas, su honda Sonata para violín piano, donde supera la opinión que lo reduce a buen músico de obras ligeras para la escena, que también lo fue por lo demás.
Milán, miércoles 5 de junio de 2024
Orfandad y Macbeth
Ya instalado el verano en la capital lombarda. Me preparo, como un beduino, para la travesía de tres meses por este clima humillante. No encuentro consuelo como no sea pensar que en otras ciudades es peor. Y que la humedad no es tan agobiante tampoco. Estamos a una prudente distancia de cualquier fuente de agua, salada o dulce. Aparte de que mi destartalada psique no soporta la compañía de la enceguecedora claridad que se extiende hasta las 9pm. Por lo demás, han sido días tomados por la entrega de mi más reciente colección de poesía a la editorial, así como por la preparación de un seminario sobre Macbeth. Lo primero es lo más devastador. Cada vez que dejo un libro siento un incómodo, y triste, estado de orfandad. Quedarme huérfano de un libro, que no de los padres, en el caso de que aún los tuviera. Me quedo como una botella vacía, porque en otra botella, lanzada al mar, va el manuscrito con los versos. El alma se inquieta por unos instantes al no encontrar su reflejo en el espejo, que es la escritura de los textos de los cuales fue protagonista. Con el tiempo, se va adaptando y busca otros reflejos en lo que imagino o sueño. Sabe que no puede contar con otra cosa, porque el misterio de la creación poética, como pensaba Jung, es uno de los pocos misterios que nos quedan.
A propósito del seminario sobre Macbeth, he revisado algunas grabaciones de la ópera de Verdi sobre el drama shakesperiano, durante mucho tiempo considerada menor, y ahora favorita de las más respetadas sopranos y casas de ópera. Mi única experiencia en directo con la obra fue la más espectacular. En efecto, tuve la suerte de presenciar el montaje presentado en la Arena de Verona en 1997. Difícilmente mejor escenario. Las ruinas del gran teatro parecían una metáfora de la ruina en que se había convertido Escocia durante los años de mal gobierno del usurpador. El rojo, brillante, como la sangre fresca de los hijos de Macduff, y antes las de Duncan y Banquo, se apoderó de la enorme escena, y la más oscura de las noches acompañaba los ominosos toquidos a la puerta del castillo de Macbeth. Entre las grabaciones más recientes que he podido ver, la más impresionante, incluso más que la de Anna Netrebko en el MET, es la de Paoleta Marrocu en el Opernhaus de Zurich. Si bien su voz no tiene la opulenta transparencia de la bendita voz de Netrebko, su timbre está más cerca de la exigencias de Verdi en la famosa carta a su empresario, donde insistía en una cantante cuyo tono fuera sombrío, como el alma de la señora Macbeth. A estas exigencias, la Morrocu suma su enorme talento actoral. Su encarnación del formidable personaje me hace recordar la de Judi Dench para la Royal Shakespeare Company. A pesar de las innovaciones, la mejor versión, por desgracia sin las imágenes, es la legendaria de Claudio Abbado para la Scala de Milán, en 1975, con el protagonismo de Piero Capucilli, la formidable Shirley Verret, Nicolas Ghiaurov y Placido Domingo.
Milán, jueves 6 de junio de 2024
La casa de Jenny Erpenbeck
La novela que hace días terminé de leer de Jenny Erpenbeck (Heimsuchung en alemán, The Visitation, en inglés; Una casa en Brandenburgo, en castellano; Di passaggio, en italiano, que fue la que leí), es la historia de una casa y sus alrededores (el lago, el bosque) a lo largo de un siglo. El hilo conductor es el jardinero, que nadie sabe de dónde salió y, un siglo después, cuando la propiedad sea vendida, desaparecerá sin que nadie sepa a dónde fue a parar. La propiedad se remonta tiempos pre-industriales, el dominio de la mentalidad primitiva y lo mágico, hasta los más grises de la Reunificación. No he dado con el original alemán y no sé cómo será su prosa en el original, pero en italiano es sedosa, como los mejores vinos, demorada (“la prisa es la pasión de los necios”, decía Gracián), elegante y detallada. Cada página bien escrita, trabajada sin que se le note el esfuerzo. Un trabajo de años, por lo menos cinco, para llegar a no más de doscientas páginas. Cada fragmento leído es una invitación a su relectura; independientemente de lo que diga que, siempre es relevante por lo demás. La topografía es no menos esencial que los personajes, el lago, el bosque, el cielo de una Alemania que, durante una buena parte de la narración, perteneció a la República Democrática Alemana, la menos democrática de las repúblicas en la historia de las repúblicas en tiempos modernos. En su moderada extensión, la Erpenbeck escribe una saga que revela la vida en una Alemania casi desconocida, escondida detrás de un muro ridículo, espeso y absurdo. Una Alemania en la cual no todo era naufragio, como la prensa manipulada (casi toda en todas partes) quiso hacernos creer. En Bárbara, el estupendo director alemán Christian Petzold cuestiona esta prematura fake news. Ante la posibilidad de marcharse al “otro lado”, la protagonista, una médico que ha sido confinada a la provincia por sus críticas al gobierno, decide quedarse en su país. Porque eso era Alemania Oriental, un país, cuyo futuro como país, era tan obvio como el de Holanda o Francia. Christa Wolf, criada en esa Alemania comunista, y una de las más lúcidas escritoras de su tiempos, confiaba en la posibilidad de un socialismo humanista después de la noche de los tiempos de Brezhnev-Ulbricht. Erpenbeck tenía veintidós años cuando la crisis del muro. Después de veinte años de la Reunificación, confesó que era una lástima que no hubiese otra alternativa a la de la Alemania Federal. En su estupenda novela, Heimsuchung, si leemos bien, podemos dar con las fuentes de afirmación.
Milán, viernes 7 de junio de 2024
Ezra Pound italiano
Para el vate norteamericano Ezra Pound (1883-1963) la escogencia de Italia como su segunda, para él la primera, era la más lógica. Su opus magnum, Los Cantos, son su Divina comedia de la historia de los Estados Unidos. Ni siquiera del Inferno estuvo eximido y habría de conocerlo en una jaula en un campo de concentración en Pisa con una brutal luz gratis durante 24 horas, día y noche. Sus simpatías por Mussolini, y su antisemitismo, provocaron las respuestas ojo por ojo de la prensa de su país que, no sin histérico fanatismo, pedía para el poeta la pena máxima. Privó la sensatez, y sus amigos y discípulos (Eliot, Frost, Hemingway, Yeats et al), consiguieron su mudanza del infierno al purgatorio del manicomio de St. Elzabeth, cerca de Washington donde sería recluido durante quince años. Después sería la tierra prometida: Italia, donde su padre Homer Pound lo había precedido, escogiendo para sus blancos huesos un pedazo de tierra en Rapallo. Los de su hijo Ezra reposan en una isla de Venecia, con Diaghilev como vecino. Durante sus últimos diez años, residenciado definitivamente en la península, escribió una serie de fragmentos en italiano, uno de los cuales me he atrevido a traducir (scusami Ezra)
¿Porqué, si antaño el deseo no era
menor, siento más las antiguas voces
y más a menudo?
el proceso
con la estación se mueve mejor
como la luz, que es veloz y sin prisa,
cada cosa tiene su propia velocidad: sin prisa
aprende la lección que observa en la naturaleza
del proceso
cuando la vuelta haya sido completada, a la estación
regresa, ahora, no ahora, no estancada, no es fija: se mueve
de acuerdo a su naturaleza, cada alma feliz puede volver
pensaba en Metastasio; y casi lo vi, ninguna confusión
así la armonía distingue, y cada nota
se divide de la nota, eterna
nada cambia:
nada se pierde, ni ser altera su duración
nada se estanca, porque en vida es movimiento
eterno ens la causa del movimiento
causa y eje que no vacila
fuera del ente que no nunca vacila
nada cada velocidad y nota de armonía
porque la puerta está a todos abierta
aunque pocos escogen entrar
que pierde paciencia, el bien que pierde,
con la luz del intelecto
interprete, no de teclas
pero desde hace tiempo errado
Dido abbandonata
A mediados de esta mañana, y seguramente estimulada por la alusión a Metastasio en la traducción de Pound, la memoria me ha regalado una reunión de 1979 en mi apartamento en la calle cincuenta y siete de Nueva York. A mediados de septiembre, recibí la visita de varios miembros de la delegación colombiana a la Asamblea General de Naciones Unidas, entre ellos el gran amigo y protector de mi casa y mi familia, Alvaro Bonilla Aragón, de enciclopédica cultura. En algún momento, alguien comenzó a hablar de Virgilio (en esa época sólo los colombianos hablaban de Virgilio, el resto no pasaba de Homero) mientras que otro, vaso de vino en mano, recitaba el comienzo de Eneida, Arma virumque cano… Con igenuidad provinciana, asomé que lo que más me gustaba del poema era el Cuarto Libro, a lo que, el querido Alvaro añadió, “Pero, vea, es que el Cuarto Libro es el más grande poema de amor que se haya escrito, al menos en Occidente”; una opinión que gozó del respaldo unánime por parte del grupo. Con el tiempo, me daría cuenta de que el único que no estaba enterado de la convicción de mi amigo era yo. El asunto del Cuarto Libro ha sido objeto de versiones y revisiones por parte de músicos y poetas. La más popular de todas las musicalizaciones es la de Purcell, por supuesto, y su aria para la muerte de Dido es la más estremecedora que conozco. Shakespeare menciona a Dido varias veces, y su maestro, Christopher Marlowe, le dedicó una estupenda tragedia. Desde entonces, no me he alejado del Libro Cuarto ni un solo día. Este fanatismo, lo expresé cantidad de veces en mis clases en la Escuela de Letras de la UCV. Juan Pablo Gómez, fue uno de esos estudiantes y, años después, porque el tiempo es redondo y gusta de dar vueltas, Juan Pablo, recién ingresado en la plata profesoral, habría de retomar a la enamorada Dido y la haría tema de uno de sus cursos, en el cual tuve el privilegio de participar. Todo tiene que ver con todo, solía decir un fino escritor peruano, y nada más cierto. Aunque en sus iluminadas líneas, Pound no menciona a Virgilio ni a Dido, sí menciona a Piero Metastasio, autor del extraordinario libreto, convertido en preciosa ópera por el talentoso cuan olvidado Domenico Natale Sarro, con cuya Didone Abbandonata me regocijo en esta exiliada mañana de la primavera de 2024.
Alejandro Oliveros
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