Diario Literario

Diario literario 2024, julio (parte IV): Back to Milan, el exilio sin fin de Michael Hamburger, Gadamer & Croce

27/07/2024

Michael Hamburger. Fotografía de Institute of Languages, Cultures and Societies | School of Advanced Study University of London

Milán, lunes 22 de julio de 2024

El calor en la ciudad, como era de esperar, es difícilmente tolerable. Para nosotros, criaturas del trópico, la situación es la más ingrata. Incluso en Valencia, mi ciudad natal, el tiempo mejoraba al atardecer, a medida que se aproximaba el crepúsculo y una brisa refrescante llegaba del Caribe mar. Un alivio ya sentido por Agustín Codazzi. En estas latitudes, es algo lejos de producirse. Las tardes se prolongan hasta entrada la noche sin ninguna concesión a temperaturas más gratas que las del día. Otra diferencia con mi país natal es que durante mucho tiempo la electricidad era casi regalada y uno podía hacer uso de los climatizadores durante la mayor parte del día. Algo impensable en el continente europeo. Comienzo a trabajar muy temprano para ser menos castigado y aprovechar el relativo frescor de las mañanas. Siempre me ha extrañado que los italianos llamen “la bella stagione” a estos meses humillantes.

El exilio sin fin de Michael Hamburger (1)

Mi buen amigo Robert Vifian, buen lector de poesía y acaso él mismo poeta en su juventud vietnamita, me recomienda el film que Tacita Dean le dedicó a Michael Hamburger. La Dean es una de las artistas más excitantes del arte británico contemporáneo. Michael Hamburger es el responsable de una obra importante, que incluye no sólo las mejores traducciones que se hayan hecho al inglés de poetas como Hölderlin, Celan, Sebald o Brecht, y novelistas como Günter Grass, sino también por haber publicado The Truth of Poetry, una estupenda visión de conjunto de la lírica moderna desde Baudelaire. Además, es autor de una notable labor poética que, víctima de la especularidad literaria, ha sido más reconocida en traducciones hechas al alemán, su parlar materno, que en inglés, su lengua adoptiva, y en el cual ha escrito toda su obra. Comencé a leerlo hace más de cincuenta años, cuando ambos éramos jóvenes. Escribo estos comentarios animado por la recomendación de Robert, y por el deseo de rendirle un pequeño homenaje Hamburger con motivo de cumplirse cien años de su nacimiento. Su existencia fue la del exiliado eterno. Nació en Berlín, de padres judíos intelectuales y científicos, que abandonaron Alemania tempranamente, apenas Hitler, en 1933, se consolidó en el poder, para radicarse en Inglaterra. El resto de su existencia lo pasó en su nuevo país, sin que se contemplara la posibilidad del regreso definitivo al país natal. Lo contrario, fue llamado a incorporarse al ejercito inglés y, como traductor, fue destacado al frente en Italia y Austria durante tres años. Tuvo la oportunidad de volver a Berlín catorce años después de haberlo dejado, un “homecoming”, tan dramático como el que suele ocurrir a los que regresan al país natal después de largos años de ausencia. Como bien puede y suele suceder, Hamburger ya no se encontró a sí mismo en las ruinas de la capital del Reich. Su segundo y definitivo exilio comenzaría a su regreso a Inglaterra donde se convertiría en el único “poeta alemán” con ciudadanía británica. A su regreso de la guerra, terminó sus estudios en Oxford y comenzó su larga carrera como docente en destacadas universidades inglesas. Como la mayoría, lo conocí como traductor de poesía alemana al inglés para la bella colección “Modern European Poets” de Penguin Books. Poco después, me encontré con sus poemas, que publicaba con regularidad en la legendaria revista Agenda, editada en Londres por William Cookson, discípulo predilecto de Ezra Pound. Sólo años más tarde leería con sostenida admiración su The Truth of Poetry. A pesar de la confesada devoción de Hamburger por T.S. Eliot, encontraba poco elotiana su lírica, que tampoco se parecía a la de sus contemporáneos y amigos como Dylan Thomas y Philip Larkin. De alguna manera, llegué a sentirla más cerca de la producción de vates alemanes como Günther Eich. Esta es mi traducción de uno de los poemas más conocidos de Hambuger. El asunto, la caída de Icaro, ya había sido tratado por W.H. Auden. La diferencia es que el de Auden es un poema “inglés”, mientras que el de Hamburger, aunque escrito en inglés, es un poema “alemán”:

 

ICARO

 

El labrador ara su tierra, el pescador sueña con sus peces;
en lo más alto, el marinero, en su mundo de cuerdas,
y enredados pensamientos febriles,
los recuerdos de jóvenes abandonadas, las esperanzas
de nuevas reuniones y nuevos hallazgos;
los rones ya consumidos, los rones prometidos y los presentidos;
las ovejas cruzan el campo, levantan la cabeza y miran
un vergonzoso presente: lo esencial,
la ilimitada humedad de las cosas,
verdes, amarillas, marrones, es lo que observan.
El pastor escucha el aleteo –tal vez
el de un águila-, y observa boquiabierto.

Demasiado tarde. Lo peor ya sucedió. Indiferente
para el hombre, el ángel, Ícaro, eterno fracasado,
cayó con las alas derretidas, cuando, cerca del sol,
despreció las órdenes del planeta que, al final,
prevaleció, y burlándose, desaparece para alzarse de nuevo.
Pero su frustrado propósito lo arrastró
hacia abajo, demasiado lejos de sus medio hermanos
en la orilla, algo inconcebible, y se dejó ahogar.

Sebald. Fotografía de Editorial Anagrama

Milán, martes 23 de julio de 2024 

Michael Hamburger (2). W.G. Sebald

Cuando, en 2000, reseñé The Rings of Saturn, de W.G. Sebald para el suplemento literario Verbigracia, de Caracas, destacaba las páginas que el autor había dedicado al poeta Michael Hamburger. Se trataba del encuentro de dos exiliados “aus Deutschland”. Hamburger no se fue de su país, sino que se cambió de país para siempre. Moriría en Inglaterra en 2007, después de residir en la isla durante setenta y cuatro años. El destino de Sebald sin saberlo, sería el más simétrico. Había llegado a Inglaterra a realizar estudios de postgrado en la Universidad de Manchester y trabajaría como profesor en la Universidad de East Anglia, no lejos de la residencia de Hamburger. En 2001 encontraría la muerte en un nefasto accidente de tránsito. El libro de Sebald, Los anillos de Saturno, como no es difícil de intuir, se ocupa de situaciones y personajes marcados por la melancolía. Exiliados casi siempre y varias veces de origen judío, como Hamburger. Sebald escribió la crónica, tan intensa como devastadora, de una visita al poeta en su casa Sufolk, en este de Inglaterra (más cerca de Alemania) donde vivió con su esposa, la poeta Anne Barestreet, los últimos veinte años de su vida, atendiendo su jardín y su huerto. dedicado al cultivo de raras especie de manzanas. Una de las circunstancias que más impresionó a Sebald, y que más nos conmueve, es la narración que hace Hamburger de su visita al Berlín natal, después de veintitrés años:

Cuando hoy vuelvo la vista a Berlín no veo más que un fondo azul y negro y sobre él una mancha gris, un dibujo en el pizarrón, cifras y letras confusas, una B, una zeta, una doble ve en forma de pájaro, todo embadurnado y borrado con el trapo de la pizarra. Es posible que este punto ciego también sea una imagen persistente del paisaje en ruinas por el que anduve en 1947, cuando regresé por primera vez a mi ciudad natal para buscar las huellas del tiempo que había perdido. Durante un par de días erré en un estado de sonambulismo por las interminables calles principales de Charlottenburg, pasando frente a fachadas que sin otro apoyo se mantenían en pie, cortafuegos y campos de escombros, hasta que, sin darme cuenta, una tarde me volví a encontrar delante de aquella casa en la Litzenburgstrasse, que se había librado de la destrucción, algo que para mí era absurdo-, donde habíamos tenido nuestro apartamento. Aún siento el sudor frío que me corrió por la frente al pisar el descansillo, y recuerdo que el pasamanos de hierro forjado de las escaleras, las guirnaldas de escayola en las paredes, el lugar el lugar en el que siempre había estado el cochecito de bebé y los nombres, los mismos, en su mayoría de los habitantes de aquella casa en los buzones de hojalata, que me parecieron elementos de un jeroglífico que sólo debo resolver para hacer que nunca hubieran ocurrido los hechos inauditos que habían tenido lugar desde nuestra emigración… Abandoné el edificio con una sensación de malestar en la boca del estómago, y sin rumbo y sin poder concebir el pensamiento más simple, continué caminando en línea recta hasta dejar atrás el Westkreuz o la Hellesche Tor o el Tiergarten, ya no lo sé…

Atrás dejaba el Hamburger para siempre su ciudad natal. Nunca tuvo otra ciudad. Lo más cerca fue un pueblito en East Anglia en cuyas afueras se dedicó, durante los últimos veinte de años de su existencia, al cultivo de manzanas raras, y al de los aún raros recuerdos de su geografía perdida.

Milán, miércoles 24 de julio de 2024

Gadamer & Croce

Contaba Hans-Georg Gadamer, el más formidable pensador alemán después de Heidegger y antes de Habermas que en un momento de su vida se sintió fascinado por Nápoles y que la visitaba reiteradamente. Aprovechó para releer a Benedetto Croce en el que había sido el centro de sus actividades hasta su muerte en 1951. Como se sabe, los barberos de Nápoles, que no los de Sevilla, son una verdadera institución cultural. Gadamer lo sabía y durante una visita a una vieja barbería, le comentó al propietario cuál era el propósito de su permanencia en la ciudad. El buen barbero le respondió que Croce había sido su cliente durante mucho tiempo. “Il professore Croce trabajaba en ese momento en la búsqueda de las fuentes utilizadas por Vico para sus comentarios sobre la cultura etrusca. Una investigación molto difficile, porque, como usted sabe, porque se ve que usted también es profesor, los etruscos, a pesar de su gran cultura no dejaron nada escrito. No creo que il professore haya logrado nada. En esos días andaba muy ocupado con la política”. Concluye Gadamer: “Sólo en Nápoles un barbero es capaz de hablar durante horas de Giambatista Vico y Benedetto Croce”. Recuerdo la bella anécdota porque mi barbero en Nápoles, no sé si había leído a Vico y Croce, pero tenía entre sus libros preferidos la novela Cumboto de Díaz Sánchez, que había conocido en una traducción al italiano reseñada por el Premio Nobel Eugenio Montale en el Il corriere della sera. Todas estas memorias porque ha llegado a mis manos un hermoso volumen de más de ochocientos páginas con una selección de los estudios literarios de Benedetto Croce. Hasta ahora sólo he leído dos breves ensayos. Uno sobre Arcadia, y el otro, insoslayable, para todos los interesados en el asunto, sobre Dido y Eneas, los protagonistas del Libro IV de la Eneida. Croce, con sobradas razones, es duro con el héroe troyano, quien abandonó a la reina africana con el pretexto de que tenía que ir a fundar Roma: “Eneas fue un hombre que estuvo por debajo del amor”, a dream too much for him to hold.

Paisaje con la caída de Ícaro. 1558 Pieter Bruegel

Milán, jueves 25 de julio de 2024 

El Ícaro de Brueghel por Auden & Williams

W.H. Auden

Auden escribió su poema en 1938 (el de Hamburger es de treinta años después) durante una larga residencia en la ciudad de Bruselas, cuyo museo guarda la pintura de Brueghel. Años de militancia en las izquierdas, sin el compromiso partidista de contemporáneos como Orwell o Spender. Su generación fue atrapada en medio de la proliferación de totalitarismos en todas las variantes posibles, rusa, italiana, alemana y, todo parecía indicar, que también española. Fue también el año del ominoso Pacto de Munich, con el cual las democracias occidentales manifestaban públicamente su indiferencia ante el destino de Checoeslovaquia. La patria de Kafka y Smetana se hundía en el mar negro de la ocupación nazi, mientras las ovejas del rebaño miraban a otra parte, el labrador se ocupaba de su arado y los marinos apareaban sus cuerdas para una larga navegación. Auden compuso una ajustada alegoría de lo que ocurría alrededor con su écfrasis de la pintura de Brueghel. El tiempo del maestro holandés de finales del siglo XVI era no menos lamentable que el de Auden. A las guerras religiosas estimuladas por las denuncias de Lutero, cruentas e insensatas, se sumaba la de la independencia de Holanda de la dominación española. El hombre de Brueghel no era menos indiferente que el de Auden. La iconografía de Brueghel no inspira confianza en la condición humana. Es una criatura viciosa, holgazana, egoísta y material. El consuelo divino, que todavía era una posibilidad para los hombres y pintores del Renacimiento tardío en Italia, no existía para Brueghel. Su Icaro es víctima de dos indiferencias, la de un Dios devaluado y la del solipsista género humano. El texto de Auden es un poema “plural”. Se refiere no sólo la caída del hijo de Dédalo, sino a otras dos pinturas colgadas en la misma sala del Musée des Beaux-Arts. Seguramente una Adoración de los Magos (“los ancianos esperan con reverencia”), la Matanza de los inocentes (Niños patinando en el lago”). en la primera parte de su poema Auden hace referencia a esas pinturas de la impresionante colección de Musée des Beaux-Arts de Bruselas.

 

MUSÉE DES BEAUX-ARTS

Sobre el sufrimiento nunca no se equivocaron los Antiguos Maestros;
qué bien entendieron su posición en la existencia. Así sucedió
mientras alguien estaba comiendo o abría una ventana
o simplemente caminaba fastidiado.

mo, cuando los ancianos esperaban con apasionada reverencia
el milagroso nacimiento, había niños que hubieran querido que eso no ocurriera, 
patinando en un estanque al borde del bosque.
Nunca olvidaron
que incluso el terrible martirio debía seguir su curso,
de alguna manera en un sórdido rincón,
donde los perros siguen con su vida de perros
y el caballo del torturador rasca su inocente grupa contra un árbol.

En el “Icaro” de Brueghel, por ejemplo, cómo todo se distancia
tranquilamente del desastre. El labrador tiene que haber escuchado
el chapoteo, el grito abandonado; pero para él eso no era un fracaso importante.
El sol brilló, como tenía que hacerlo, sobre las blancas piernas
mientras desaparecían en las verdes aguas.
Y el costoso y elegante navío, que debe haber visto algo asombroso,
un muchacho cayendo del cielo,
tenía que llegar a su destino y zarpó tranquilamente.

 

WILLIAM CARLOS WILLIAMS

PAISAJE CON LA CAÍDA DE ICARO

De acuerdo con Brueghel
era primavera
cuando cayó Ícaro

un granjero araba
su campo
todo el espectáculo

del año estaba
despierto hormigueando
cerca

de la playa
interesado
en sí mismo

sudando bajo el sol
que derretía
las alas de cera

insignificante
frente a la costa
hubo

un chapoteo
que nadie percibió
era Icaro que se ahogaba

 

El poema de Williams, escrito más de veinte años después del de Auden, es un ejercicio retórico de minimalismo. Cincuenta y cuatro palabras, la mayoría monosilábicas, dispuestas en siete mini-estrofas. Un par de adjetivos para una narrativa cuyo tema es el mismo de Hamburger y Auden. Nada de comentarios, sólo el hueso de la situación y la crítica contundente de la condición humana. Su avaricia, su indiferencia. Una desolación espiritual que prefigura la gran crisis de la sensibilidad norteamericana, y occidental, de los años sesenta. Nadie percibió que el que se ahogaba no era Ícaro, sino el humanismo de la tradición norteamericana, tal como la había asumido sus mejores pensadores y poetas, desde Emerson hasta Robert Lowell.

Milán, viernes 26 de julio de 2024 

Una vez más Venezuela se juega su futuro en una confrontación desigual. Un poder corrupto, mediocre e ilegítimo, que cuenta con el comprado apoyo de los menos; y una mayoría que no ha dejado de luchar por el cambio a pesar de las groseras medidas represivas. No será la primera vez que sea vencedora en un proceso electoral: pero, sí la primera vez, en una elección presidencial, que la fuerza del voto no podrá ser revertido. La página más negra de la historia de Venezuela, no precisamente ayuna de episodios oscuros, va a ser, por fin, superada.


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