Diario Literario

Diario literario 2024, febrero (parte IV): “La torre”, Hermann Broch, el padre de Hisham Matar, Linda Hogan

02/03/2024

Hugo von Hofmannsthal

Milán, domingo 25 de febrero de 2024

La torre (4)

Vuelvo a La torre de Hofmannsthal convencido de que leerla una sola vez es como no leerla. Al lado de sus supuestas implicaciones psicoanalíticas, sentimos el pesado contexto histórico, la mitología del emperador y sus reinos, el desmembramiento que sería el gran signo del siglo XX, la confusión general producto de una guerra mundial, las alusiones alegóricas a la vida propia, la particular ideología del autor y la reiteración del desenlace trágico en la mayoría de las empresas humanas. La versión italiana de la editorial Adelphi, que dirigiera hasta su muerte Roberto Calasso, incluye un largo y complicado estudio (él escribe así) de Massimo Cacciari y la primera versión, de 1925, de las Actos IV y V, radicalmente distintos a la versión publicada. Von Hofmannsthal le dedicó por lo menos veinte años a la redacción de su drama. Una tragedia basada en La vida es sueño. Recuerdo aquella frase de Reyes según la cual el problema de no publicar es que pasamos la vida corrigiendo. Ese fue el caso del autor austríaco. Cuando la comenzó, hacia 1904, el imperio austro-húngaro gozaba de buena salud. La Europa colonialista mostraba una economía próspera construida sobre hombros esclavos y la explotación infantil, entre otras perlas. Ser súbdito de Francisco José era un privilegio, como lo reconoció, con y sin sarcasmo, Joseph Roth. Y, aún con toda su fina ironía, Robert Musil. Viena era la nueva París. La Opera de Viena era la más influyente con los reiterados triunfos de la mejor combinación de la historia del género desde Lorenzo Da Ponte y Mozart, con Hofmannsthal de libretista, y Richard Strauss de compositor. Como toda alegoría, y La torre es una de las más brillantes alegorías de su tiempo, el significado último es impreciso. Las alegorías son como la anguila de san Jerónimo, que mientras más la apretamos más rápido se nos escapan de las manos. Tal vez lo único claro sea la angustia de von Hofmannsthal ante el peligro de la pérdida del “sentido de la vida” ante la eventual desaparición del principio de orden que, a nivel simbólico representaba el imperio. El último acto de la edición definitiva de La torre es una expresión desoladora del fracaso de sentido de la vida. La centralidad espiritual del imperio gravitaba sobre toda Europa. Claudio Magris es uno de los mejores cronistas de esta crisis: “En el imperio de los Habsburgo se dio, antes y después de su final, la situación más típica de esta crisis que afectaba toda la civilización occidental, era el lugar donde la crisis surgía con especial intensidad… Ahora bien, cuando el imperio se disgrega y su unidad paterna se disuelve, desaparece asimismo la unidad protectora que procedía de aquella y el individuo se siente extraviado, demasiado débil e inseguro para soportar el caos de la vida” . (Prólogo a Una carta, de H. Von Hofmannsthal. Pre-textos). Como sonámbulo había vivido Segismundo, protagonista de La torre. Durante los pocos días que duró su liberación pudo, sin embargo reconocer que, “Ahora no corro el peligro de que las ilusiones se revelen como ilusiones”. Una revelación que estuvo lejos de ser generalmente sentida. No en el caso de Joseph Roth quien hizo todo lo posible, hasta su whisky final en el “Narbone”, para que sus ilusiones no dejaran de ser ilusiones.

Hermann Broch

Hermann broch y la anti-modernidad de Hofmannsthal

Al rechazar, como Goethe, todo lo que es caótico, Hofmannsthal, sin polémicas –como era su estilo-, liquidó la literatura moderna con el silencio, en la cual sentía la falta del espíritu goetheano, el principio del orden. Y de esta manera tomó su decisión.

Hermann Broch, autor de novelas emblemáticas de la narrativa moderna (Los sonámbulos, La muerte de Virgilio) dedicó un conjunto de importantes ensayos recogidos en su El mundo de Hofmannsthal. Pero siempre, en todo lo que escribe, hasta en su poesía, priva el Broch pensador, el filósofo. Es el modo que priva en sus colecciones de ensayos como los recogidos en Poesía e investigación, donde incluye unos de sus estudios sobre Hofmannsthal. El silencio del poeta de La mujer sin sombra, fue condenada por los ideólogos de la modernidad literaria, T.S. Eliot, por ejemplo. No obstante, a cien años de haber terminado La torre, su posición es cada más objeto de atención. ¿Y si, en verdad, un poco de orden goetheano es lo que le hizo falta a la modernidad? ¿Es todavía lícito tener como uno de los grandes libros del siglo XX el joyceano Finnegan’s Wake, cuya grandeza fue reconocida por unanimidad, a pesar de que, unánimemente, nadie lo entendía, y, además, no importaba? La saludable falta de modernidad de von Hofmannsthal no le impidió ser uno de los más agudos analistas de la deshumanización en una época tan temprana como la primera década del novecientos. Algo que advirtió como pocos Hermann Broch: “…el horror por la inminente deshumanización, el horror por el inminente silencio de la humanidad, el horror por los sufrimientos que ya se anunciaban por todas partes, esta compasión anticipada era inherente a Hofmannsthal y lo hacía más poético que Joyce, que poco sabía de compasión”.

Milán, lunes 26 de febrero de 2024

Los poetas de von Hofmannsthal

En su edición de Para un dios no nacido, una antología de poemas de von Hofmannsthal editada por Pre-textos y que debe ser la mejor en castellano, la traductora Fruela Fernández incluye como epígrafe estas líneas oraculares del gran vate austríaco:

Me parece en ocasiones como si el ojo del tiempo –una mirada severa, inquisitiva, difícilmente soportable- reposara sobre la existencia de muchos poetas igual que sobre una visión extraña e inquietante. Y como si los poetas sintieran esa mirada sobre sí, y sintieran su pluralidad, su comunidad y el encadenamiento de sus destinos, todo cuanto en su actitud hay de incomprensible y, a la vez, su oscura necesidad. No hay fórmulas para esta tarea, pero se encuentra bajo la ley de necesidad, y es como si todos ellos trabajaran en la construcción de una pirámide, en la enorme y angustiosa morada de un rey muerto o un dios no nacido.

 

DE FLOTA EL TIEMPO

HOMENAJE A HOFMANNSTHAL

Siento el ojo del tiempo
sobre mi cabeza,
una ola de estrellas
que nadie sabe
cuando empieza.
Cada segundo de mi vida
ha sido una estrella,
llena de luz en la mañana
y opaca
la noche entera.
Pero el ojo del tiempo
lo siento antes
de que amanezca,
esa mirada severa
sobre todo
lo que he escrito,
y que he debido dejar
bajo la nieve ligera.
El ojo del tiempo,
desde su pirámide,
como si no se sintiera,
mira hacia lo abierto,
mientras siento
más cerca
la voz de la tierra.

(AO)

Milán, martes 27 de febrero de 2024 

El palacio de las moscas

El título de este libro de Walter Kappacher hace alusión a un rincón en un hotel de verano en Austria donde, en un momento del verano, se reunían cientos de estos molestos insectos. Pero es lo único ingrato en el relato. Se trata de una crónica ficcional de diez días de las vacaciones veraniegas de Hugo von Hofmannsthal. Estamos en agosto de 1924, en un balneario de las montañas de Salzburgo frecuentado por el poeta desde su adolescencia. Esta vez ha venido sin compañía para adelantar sus proyectos literarios, La torre, entre otros. No quiere ser reconocido para evitar distracciones, pero no puede evitar el encuentro con el doctor Krakauer, el joven médico que lo atendió cuando se desmayó en una caminata. Hofmannsthal siempre ha sido uno de los escritores más reconocidos de Europa, aunque no siempre por los representantes de la vanguardia. Su fama internacional comenzó en 1913, con el gran triunfo de La mujer sin sombra, la ópera de Richard Strauss, de cuyo estupendo libreto fue el autor. Como destaca Hermannn Broch, y es lo que lo distancia de la megalomanía modernista, Hofmannsthal está más preocupado por el futuro de la humanidad que por su propio destino. No ha podido superar la devastación espiritual producida por la Primera Guerra, ni ha encontrado alternativa a su condición de fiel súbdito del imperio desaparecido. La descripciones de Kappacher son más realistas que la propia vida del escritor austríaco. Para siempre, esos díez días de su vida, serán los que se cuentan en el libro. Con el decoro que lo hizo célebre, Hofmannsthal es presentado como un hombre verdaderamente digno de admiración, una condición rara entre los escritores y artistas del siglo pasado. Generoso, entregado a su trabajo de escritor, al cual dedica todo su tiempo. Escribe en su habitación, en una sala del hotel, en los bancos del parque, en los cafés. Consciente de su genio como un don al cual se dedica con humildad. Queda uno, después de la lectura del exquisito relato, lleno de admiración menos por el genial poeta, que por su humanidad, su bondad y concepción de la literatura como instrumento de redención, no sólo para sí mismo sino para todos nosotros, sus afortunados lectores. Contemporáneo y amigo de Rilke, escogió otro proyecto literario. Rilke se encantaría de cantar, con sus ojos que veían lo abierto, la orfandad el hombre de su siglo, un tiempo que se dedicó a matar al padre en todas sus formas, olvidando que ya era huérfano de madre. Cuando se dio cuenta de su absoluta orfandad, el hombre se convirtió en rebelde tratando de dar, en la oscuridad, con su muerte propia. Hofmannsthal prefirió el cultivo del orden cuando intuyó que el caos era lo que esperaba al siglo que recién comenzaba. Nunca se arrepintió de su decisión. Alguien tenía que mantener el sentido del orden en un mundo en el cual la ruptura entre el mundo y la palabra ya parecía inevitable. Con esta prudente distancia, le fue posible cantar y contar la orfandad que era el signo de esos tiempos de indigencia. El siglo XX mató a su padre en todas sus expresiones y fue entonces cuando se dio cuenta, tarde helas, que su madre (¿la iglesia?) era muerta desde antes. En La torre, Segismundo procura la muerte de Basilio. Al no ver a su madre por ninguna parte, se entrega a la muerte en un mal disimulado suicidio. En mi juventud, mis héroes fueron Pound y Rilke, los más grandes bardos de las ruinas de su tiempo. Siguen siéndolo, solo que ahora Hofmannsthal se ha integrado al grupo, no como el poeta que canta lo que se pierde, sino que canta lo poco que no hemos perdido.

Hisham Matar. Fotografía de Politics and Prose Bookstore

Milán, miércoles 28 de febrero de 2024

El padre de Hisham Matar

“La mayoría de los hombres pasa la vida tratando de comprender a su padre”, le dice un personaje al protagonista de Anatomía de una desaparición (2011), la primera novela del libio Hisham Matar, autor asimismo de, El regreso (Pulitzer 2017). Matar es uno de los mejores autores de la “literatura del padre” de los años recientes. Anatomía de una desaparición es una ficción autobiográfica donde se narran los efectos devastadores de la ausencia del padre. El del protagonista (como el del autor), fue raptado de manera misteriosa (en el caso del padre del autor, el secuestro fue ordenado por Muamar Gadafi). En ambos casos, la desaparición fue definitiva. Nuri es el hijo en busca del padre desde los catorce años. Su relación con el padre no es la que acostumbramos en Occidente. No es precisamente Segismundo. No creo que en las tradiciones árabes el instinto parricida sea tan determinante como en las sociedades mediterráneas y judeo-cristianas. No lo puedo decir. Pero la manera cómo Nuri se refiere al padre desaparecido (la misma de Hisham en su estupendo y lírico El regreso) no es precisamente la del Edipo nuestro, obligado a matar al padre para ser fiel a su destino. Los padres nunca son como uno los creyó. Con esta convicción se libera de sus fantasmas el protagonista de Anatomía de una desaparición.

Linda Hogan. Fotografía de Uyvsdi | Wikimedia

Linda Hogan

Durante el seminario sobre “Petro-cultura y la novela del petróleo en Venezuela”, Carlos Castro, mi exalumno en la Escuela de Letras y gran amigo, envió un “chat” que no salió al aire y no pudo ser comentado. Ante la pregunta sobre recientes novelas del petróleo, Carlos recordaba, Mean Spirit, la novela de Linda Hogan.  Mean Spirit (finalista al Pulitzer), la devastadora crónica del asesinato de cientos de indios Asage, en Oklahoma, para despojarlos a sus derechos por la explotación petrolera. A este genocidio, uno más en la historia “blanca” de los Estados Unidos, Martin Scorcese  dedicó su última película a partir del ensayo del periodista David Grann.

Milán, jueves, 29 de febrero de 2024

Sieteseis 

Mañana llego a setenta y seis, alejado de la tierra de mis padres, quién sabe si para siempre, en una Milán impensada como destino. A cambio, la vida me ha privilegiado con la compañía de mi familia más próxima, una mujer, una hija, un nieto y un gato (Matisse). El arte de perder no es difícil de manejar, dice la poeta norteamericana. He perdido miles de libros, cientos de grabaciones y una bonita colección de obras de arte. Un pequeño apartamento en la playa y uno igualmente pequeño en Caracas. Quedan también los amigos. Ya no quedan tantos como para darme el lujo de perderlos. No es que hayan muerto, es que las amistades son de dos tipos: las que duran y las que no duran (Albert Camus a Francis Ponge). Al final, mis dioses, inmerecidamente generosos, me concedieron lo que les pedí hace cincuenta años, “Sólo pido para mi vejez que no me abandone ni el amor ni el canto”.

Linda Hogan

No he podido conseguir, Mean Spirit, la novela de Linda Hogan. A cambio, y en homenaje a su formidable personalidad, he traducido este chamánico texto que aparece en las primeras páginas de ese libro:

LOS OJOS DE LOS ANIMALES

Al mirar el ojo del elefante estoy viendo
los ojos de la gran tortuga de tierra
con sus cien años de existencia,
puedo ver la arena
y el agua salada en esos ojos,
las mandíbulas, las aletas,
la trompa y el cuerpo dirigiéndose hacia el agua
en un mundo cambiante donde nada es familiar.
Y al ver los ojos del joven gorila montañés,
con el verde bambú en sus negras manos y perfecta
uñas perfectas, sus ojos me miran
con espontánea y vital gentileza,
incapaz de decir quítenme la piel;
como la tortuga tampoco diría quítenme
esta enorme concha, o el elefante sus colmillos
o pezuñas. Más bien diría, soy simpático
y amable, soy como ustedes.
Veo los ojos rojos de la rana trepando
con sus amarillentas patas, llamando la lluvia.
Querida vida, vamos a hablar, tú y yo,
del gran orangután envuelto en su brillante piel,
joyas de ámbar, ojos dorados, brazos de cobre,
atareados, abiertos para alcanzar y sostener la planta
esmeralda y la brillante luz de la mañana.
Un tallador de diamantes no haría nada tan hermoso,
tan necesario, tan necesitado,
tan deseado y deseable como este rubí de un niño.
Así, querida vida, protege este mundo.
Vida, mira los ojos de la ballena. El hombre no tiene
palabras para expresar esa grandeza. Y están los ojos del lobo;
un dios fue bautizado con ese nombre, y cuando los ves
te das cuenta de que lo único que quieren es vivir
para sobrevivir, para cuidar a los jóvenes,
como hacemos nosotros, seguros de que dios
no es quién o qué o nada sino todo esto. La vida,
incluso el círculo del helecho, se despliega
y los ojos del universo te observan con un conocimiento
preciso de lo que eres, y dice, humanos, hombre, mujer, niño,
mundo y ustedes mismos: tienen que aprender a amar.

Milán, viernes 1º de marzo de 2024

Op.132 allegro appassionato

Para mi cumpleaños, en este momento, el Allegro appassionato, del Op.132 de Beethoven, mi pieza preferida de toda la música que se ha escrito y está por escribir, con el Cuarteto La Salle. Una agrupación que nos visitó en la Valencia de Venezuela hacia 1966, hace casi sesenta años. Más tarde la reencontraría en Nueva York en un recital en YMCA 92th con un programa de música contemporánea. Duarnte esos años dorados en la ciudad norteamericana, fue al Julliard al que le escuché una ajustada versión del Op. 132 en su tour de forcé de la integral de los cuartetos del maestro alemán. Lo vuelvo a escuchar hoy, día de mi cumpleaños, en esta Milán que nunca estuvo en mi proyecto existencial para una estadía prolongada y mucho menos definitiva, si ese fuera el caso. El Allegro appassionato me pareció tan estremecedor como la primera vez que lo escuché. No tiene nada de raro, Beethoven lo escribió cuando  se recuperaba de una atroz enfermedad. Es una música de resurrección y renovación, como debe serlo este día temprano de la Pascua.


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