Diario Literario

Diario literario 2024, enero (parte I): Wakefield, Kazantzakis en cine, Manfredo, Hugo Williams

Saint Gervais-les-Bains. Fotografía de Olivier Blitzblum | Flickr

06/01/2024

Milán, domingo 31 de diciembre de 2023

Wakefield 

Dios mediante, me encontrará el 2024 en un inesperado Milán, un destino que, hasta hace tres años y tres meses, no era obvio. La capital lombarda era, no obstante, una parada habitual en mis visitas a la familia. Algo así como tres meses al año aquí, y tres en el país natal. Pero el que sale de sus habitaciones, no tiene asegurado el regreso. Un día míster Wakefield salió de su casa en Londres y no volvió hasta muchos años después, veinte, un tiempo que pasó en otra residencia, justo enfrente a la dirección original. No recuerdo si el buen Wakefield tenía claro cuánto iba a permanecer en su nuevo domicilio. En mi caso, lo único que sé a ciencia cierta es que no sé cuándo será mi regreso. En tanto, asisto maravillado al crecimiento de Alessandro, mi nieto, quien, sin que me diera cuenta, tan veloz es el paso del tiempo, estudia ya bachillerato. Todo ocurrió mientras iba a la nevera a por una cerveza y él apenas estaba en kínder; cuando regresé, ya tenía puesto el uniforme de secundaria. Una experiencia que desconocía Wakefield. En esos años de larga ausencia, su mujer quedó allí sola, sin hijos, ni nieto, por supuesto.

Fotograma de «Lost Horizon» (1937)

Shangri-la

Lost Horizon es el nombre del film de Frank Capra con el que hizo popular el mito de Shangri-la, esa versión del paraíso terrestre incrustada en las alturas tibetanas. Después de ochenta y cinco años, la película conserva la tensión propia del gran narrador que fue Capra. Una de las cintas más costosas de su tiempo, tiene bien justificada la inversión. Las escenas en la nieve son de un épico dramatismo, una suerte de Mediterráneo helado por donde se desplaza ese Ulises moderno que es Robert Colman, el protagonista; quien, como el griego, encontró su inmortal Circe (todas las Circes son inmortales) y arriesgó su vida para regresar a su mullido lecho. Lost Horizon, estrenada en 1937, está hecha con la materia con la que se realizan los clásicos cinematográficos. Es una de mis dos últimas películas del 2023; la otra es La terrazza, la inolvidable producción de Ettore Scola.

Milán, lunes 1º de enero de 2024

Primer día del año asomado al panorama de los Alpes en la distancia. Nada más diferente del paisaje del país natal, con sus trópicos tristes, bochornosos y magníficos. La mejor parte de ellos, lo poco que queda, fue el objeto de una de las exposiciones más memorables que pude visitar en 2023. Me refiero a Amazonia, la épica muestra de Sebastián Salgado dedicada a cantar, como un Homero del lente fotográfico, los restos de las poblaciones amazónicas y su amenazado hábitat. Sobre las alturas alpinas las mejores descripciones son las de los pintores italianos del “divisionismo” de finales del XIX, incluyendo las del que me gustaría tener como antepasado, Matteo Olivero, piamontés, como todos los Oliveros.

Fotograma de «El que debe morir» (1957)

Saint Gervais-les-Bains, miércoles 3 de enero de 2024

Kazantzakis en cine

Me escribe Luis José García para recordarme que, además de la difundida Zorba el griego, otras dos magníficas cintas fueron realizadas sobre obras de Kazantzakis: El que debe morir (1957) y Cristo de nuevo crucificado (1988). La primera, dirigida por Jules Dassin, vinculado a Grecia por empatía y por su matrimonio con Melina Mercouri, protagonista de otras siete películas de Dassin, entre ellas la célebre y celebrada Nunca en domingo. El que debe morir fue rodada en Grecia y, de acuerdo a la narración de Kazantzakis, su acción se desarrolla durante los años de la detestada ocupación otomana. Estas son las primeras líneas de la novela de Kazantzakis en la versión de la editorial Acantilado:

El agá de Lokóvrisi, sentado en su balcón sobre la plaza del pueblo, está fumando su pipa y bebiendo rakí. Cae una llovizna plácida, delicada, y de sus espesos mostachos retorcidos, recién teñidos de negro, cuelgan varias gotas relucientes. Y el agá, acalorado por el rakí, las lame para refrescarse. A su derecha, de pie, está su criado, un fiero anatolio primitivo, bizco y feo, con su corneta. A su izquierda, un hermoso y rollizo mozalbete turco que, sentado con las piernas cruzadas sobre un cojín de terciopelo, le enciende la pipa de cuando en cuando y le llena constantemente la taza de rakí.

La película de Dassin comienza de otra manera. Fue filmada en blanco y negro, y es un canto a la rebelión de los pueblos en contra de las dictaduras. Mercouri, más solar que nunca, es el alma de la producción. Su congénita sensualidad contrasta con el desgarrado erotismo que se apoderó de Fedra, el personaje de Eurípides bellamente adaptado por Dassin, con Anthony Perkins haciendo de Ipólito. Por su parte, Cristo de nuevo crucificado fue dirigida por Martin Scorsese, con guión de Paul Schroder y un logrado William Defoe en el rol del Nazareno. La espléndida banda sonora es de Peter Gabriel, quien incorporó a la partitura ritmos tradicionales de Marruecos donde se filmó la película. Como había ocurrido con el libro, el film del norteamericano fue objeto de duras críticas por sectores conservadores de la iglesia católica. El Cristo de Kazantzakis es el más humano, se casa, tiene hijos, trabaja. Demasiado humano para las autoridades de la iglesia.

Lord Byron en vestimenta Albana. 1813. Thomas Phillips

Saint Gervais-les-Bains, jueves 4 de enero de 2024

De nuevo en estas montañas nevadas que, hacia el este, hacia los Dolomitas, protegieron a los italianos del avance de los ejércitos austro-húngaros durante la Primera Guerra Mundial. Es tal vez uno de los episodios menos conocidos de ese conflicto, a pesar de haber sido no menos terribles y decisivos que los del frente occidental. Con todo lo imponente que son los Alpes no fue defensa suficiente para impedir el paso de los elefantes de Aníbal, el cartaginés. Mucho más tarde, sin elefantes, pero siguiendo sus pasos, Napoleón llegaría a Italia después de una travesía memorable. Que le serviría de inspiración al venezolano Simón Bolívar para realizar una semejante hazaña en los escarpados Andes. Para el yo romántico, y estos héroes lo fueron hasta el exceso, la experiencia de la altura es imperativa. Byron lo cantó en Manfredo, el brillante poema narrativo que tanto impresionó a Goethe y al que Schumann y Tchaicovski pusieron música. Para llegar hasta zona de la Alta Saboya por una ruta menos afanosa que las de Aníbal o Napoleón, es menester cruzar el túnel del Mont Blanc, el imponente pico cuyo espíritu se le aparece al protagonista byroniano identificándose con aladas palabras:

 

El Monteblanco es el soberano de las alturas,
coronado desde siempre con una diadema
de nieve sobre su trono de piedra. Y revestido
con un manto de nubes. Los oscuros bosques
son su cinturón. En sus manos siempre
una avalancha, como un amenazante rayo,
esperando mis órdenes para lanzarlo
sobre el valle. Una masa fría se derrite
a diario, pero soy yo quien le dice
que acelere su marcha o que detenga
los témpanos. Yo soy el espíritu de estas
montañas y podría estremecerlas
hasta sus cavernosos cimientos.

 

Manfredo es una lograda combinación del Fausto de Marlowe y el Hamlet del Bardo, el héroe romántico en su versión byroniana:

 

Desde esta cima escarpada veo las orillas
del torrente, los pinos majestuosos que la lejanía
iguala a humildes arbustos. Y cuando
un movimiento apenas bastaría para hacer
pedazos mi cuerpo al caer sobre este lecho de rocas,
y para destinarlo a un eterno descanso,
¿porqué dudo? Siento el deseo de precipitarme
al pie de la montaña y no me atrevo a hacerlo,
veo el peligro y no pienso huir. El vértigo
se ha apoderado de mi vista, y sin embargo
se mantienen fijos y firmes. Un secreto poder
me paraliza y me condena a vivir a pesar mío,
si vivir es llevar un árido desierto en el corazón.

Saint Gervais-les-Bains, viernes 5 de enero de 2024. Vísperas de epifanía

Una hermosa nevada desde temprano. Todo parece indicar que mañana será un Día de Reyes blanco, como las noches de Dostoievsky. Más tarde, en medio de estos Alpes helados, que me parecen propicios para la ocasión, leeré a mi familia el bello poema de William Carlos Williams, “A Gift”, que traduje para uno de estos cuadernos. Estoy seguro que todos sentirán la sincera emoción del poeta cuando escribió sus versos. Lo más probable es que lo haya hecho en su nativo Rutherford, un insignificante pueblo de New Jersey el cual, visto desde la ventanilla del tren, no invita al viajero a detenerse. Williams, sin embargo, lo inmortalizó en su extenso epos Patterson, sobre el cual Hans Magnus Enzenberger llamó la atención en medio de la dictadura académica de T.S. Eliot, autor de otro memorable texto sobre la Epifanía, cuyas vísperas celebramos. En una oportunidad, escribí unas líneas sobre esta fiesta dedicadas a Alessandro, mi nieto.

Hugo Williams. Fotograma de Poets Inspired by Titian | The National Gallery

Hugo Williams

He seguido con especial atención la lírica del británico Hugo Williams por lo menos desde hace treina años, cuando era uno de los poetas jóvenes más interesantes de Inglaterra. Ahora no lo es menos, pero ya no tan joven y, desde hace mucho, afectado por una insuficiencia renal que lo obliga a someterse a interminables diálisis. Sobre su doloroso proceso ha escrito piezas admirables, algunas de las cuales incluidas en Off Lines, su más reciente colección. Este texto que he traducido como un insignificante homenaje, fue publicado originalmente en la venerable The London Magazine.

 

DEAR ARM

¿Cuántas veces, brazo querido,
te has arriesgado por mi causa?
¿Cuántas veces has encontrado
el camino de regreso en la oscuridad
o me has evitado una caída? Nunca
he tenido que pedírtelo dos veces.

Pobre brazo. En una ocasión te quebré
en otra sufriste quemaduras.
Más de una vez maldije tu debilidad
cuando hacía pulso o nadaba;
no obstante, me sentía orgulloso de tu bronceado
al subirme las mangas de la camisa en el colegio.

No eres tan apuesto ahora; pero
no cedes, uno de los más fieles
en mi banda de voluntarios,
mi noble heraldo en esta guerra
dentro de otra guerra,
el choque diario de objetivos.

Brazo querido, sostenme ahora
cuando te hago sufrir de nuevo.
Sé valiente, mientras el médico
me hace una “fístula de acceso”
que va a limpiarme la sangre.
Tal parece que, otra vez, vas a salvarme la vida.


ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR

Suscríbete al boletín

No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo