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Diario literario 2024, diciembre (parte IV): Stabat Mater, originalidad de Shakespeare, venganza y vengadores, el arbolito de Eliot
Invierno en Milán. Footografía de Luca Traversa | Flickr
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Milán, sábado 21 de diciembre de 2024
Solsticio de invierno
Hoy es el día más corto del año, con la esperanza que desde mañana las jornadas detengan su carrera hacia la noche. El Sol Invicto demora hoy su salida hasta las 8am y desaparece a las 4.42, cuando cae una prematura noche. Apenas ocho horas de luz y casi dieciséis en la sombra.
Música para un solsticio
Gracias a mi querido Robert Vifian, quien la tiene entre sus cantantes preferidas, comienzo el día escuchando la voz privilegiada de Aida Garifullina. Primero en “O mio bambino caro” y luego con difícil “Casta Diva”. Es la única versión de esta aria de Norma, digna de ser escuchada después de la de Callas en 1958 en París. Hace en estos días treinta y ocho años del entierro de mi padre en el viejo Cementerio Municipal de Valencia, Venezuela. Para la ocasión, mientras la negra tierra recibía sus blancos huesos, hice escuchar, a la sombra de espesos caobos, el aria de Bellini, una de sus preferidas. Con la Callas, claro. A la bella Garifullina, invitada permanente de la Opera de Viena, no he tenido la suerte de encontrarla durante las veces que he asistido a esa casa de ópera. Hay tiempo.
Milán, domingo 22 de diciembre de 2024
Cuarto de Adviento
Una mañana especialmente gris y fría esta del cuarto domingo de Adviento. Aunque no tan frías como las noches de Milán, la temperatura en Belén, locus original de la leyenda cristiana, durante la noche puede bajar hasta los 6 C. Pero no podía ser de otra manera. El nacimiento de Jesús tenía que ser lo más cerca posible del solsticio, en el momento justo en que las sombras comienzan a retroceder y la luz diurna avanza hacia las glorias de la primavera.
Isabel y Maria
Uno de los episodios más conmovedores de la leyenda cristiana es la que narra Marco en su evangelio, y que se comenta este domingo en la liturgia cristiana. Después de la asombrosa aparición del arcángel san Gabriel (todas las pariciones de arcángeles son extraordinarias), María realiza una visita a Isabel, a su prima ya entrada en años. Lleva seis meses de preñez, pero sólo cuando escucha la voz de la joven pariente de dieciséis años siente que su hijo, el que va a ser Juan Bautista, se mueve en su vientre. Es cuando Isabel pronuncia sus conocidas palabras, “Dios te salve María”. Son muchos los pintores que han ilustrado el encuentro. Sólo dos son memorables. Una es la tabla de Pontormo, “La visitación”, la imponente pintura conservada en una catedral de Prato. La otra, es el conmovedor video de Bill Viola, “The Greeting” (El encuentro), presentado por primera vez en la Bienal de Venecia en 1995. Aun sin conocer episodio que narra en evangelista, la grabación, que no sobrepasa unos cuantos minutos, es una de las imágenes más estremecidas que conozco entre estas dos mujeres que se guardan un gran afecto. Pontormo sitúa la ocasión al aire libre, en una calle cualquiera, y lo mismo hace Viola. Cuyo encuentro con Pontormo es bien documentado; una epifanía extraordinaria, como todas las reservadas a los grandes ingenios. Esto es lo que escribió el artista:
La “Visitación” de Pontormo es la primera obra de los viejos maestros que me ha inspirado… Había entrado en la iglesia de Santa Felicità, apenas después de Ponte Vecchio a ver la “Deposición”. Quedé impresionado por los colores. Al salir me pregunté, inceramente, que había podido fumar el pintor para pintar aquel, aquellos azules increíbles. Parecía que lo había hecho bajo los efectos del LSD. Pero la “Visitación” no la había visto… Mi primer encuentro con ese cuadro se produjo años después… Estaba en una librería en California buscando un libro, no recuerdo cuál. Cuando estaba saliendo vi con el rabo del ojo un volumen apoyado en una mesa. Un libro nuevo sobre Pontormo. En la carátula había una reproducción de la “Visitación”, me impresionaron los colores. De ese cuadro no sabía nada. Lo compré y me lo llevé a casa. Pero pasaron meses antes de que los volviera a tener en mis manos. Finalmente, abro el volumen, lo leo y quedo fascinado con las ideas y los colores de aquel pintor. (El color Viola del manierismo)
No obstante, la experiencia personal con la extraordinaria pintura habría de producirse casi veinte años después, durante la restauración de la tabla que sería expuesta en el florentino Palazzo Strozzi en una muestra dedicada a Pontormo y Rosso. En el libro de visitantes Viola consignó su agradecimiento al gran maestro manierista:
Para el maestro Pontormo
Gracias por su inspiración y su espíritu.
Estaré para siempre agradecido por todo lo que me ha dado.
Usted es un gran maestro.
Me gustaría enseñarle con la Imagen en Movimiento.
Espero encontrármelo en el cielo, en la sección de los Artistas.
Con gratitud y respeto.
Bill Viola
Estaba la madre allí (Stabat Mater)
Deben ser muchos los compositores que dedicaron parte de sus desvelos a ponerle música al poema del influyente Jacopo di Todi (s.XIII-XIV) donde habla de la Virgen ante el cuerpo crucificado del hijo. Todi fue uno de los grandes poetas italianos que precedieron a Dante. El texto de su lamento, en latín, conoció una magnífica versión castellana durante el barroco siglo XVI. Su autor es el inefable Lope de Vega:
1.
La Madre piadosa.
parada junto a la cruz,
y lloraba mientras el
Hijo pendía. Cuya alma,
triste y llorosa,
traspasada y dolorosa,
fiero cuchillo tenía.
2.
¡Oh, cuán triste y cuán aflicta
se vio la Madre bendita
de tantos tormentos llena!
Cuando triste contemplaba
y dolorosa miraba
del Hijo amado la pena.
3.
Y ¿cuál hombre no llorara,
si a la Madre contemplara
de Cristo, en tanto dolor?
Y ¿quién no entristeciera,
Madre piadosa, si os viera
sujeta a tanto rigor?…
Recuerdo la imagen de la Virgen María, treinta y tres años después del encuentro con su prima Isabel, al escuchar, después el Stabat Mater del maestro Luigi Boccherini (al menos un par de veces figura en los cuadros de Goya), de cuya inmortalidad nadie puede dudar después de escuchar su Stabat Mater, tal vez menos solemne que el de Pergolsi, pero no menos hermoso. Es una gélida mañana del cuarto y último domingo de Adviento y lo escucho en la versión del cuarteto Amati con la voz impresionante de Daniela Longhi. Lo compuso el maestro de Luchese en 1781 durante su larga estadía al servicio del infante Luis de Borbón, tan disoluto como culto, que tenía, además de Bocherini, otros ingenios, como Paret y Goya a su servicio. Bajo el ala protectora de Luis, en su palacio de Chinchón escribió parte de su copiosa obra (por lo menos cien cuartetos de cuerda!). Casi toda música de cámara, que fue admirada y defendida por Haydn y Pleyel. El siglo XX lo encontró superficial y lo limitó a una condición de “segundo violín”. Quiero creer que hemos aprendido a reconocer su grandeza de la cual, nos privó la sectaria y no pocas veces sorda sensibilidad moderna. Después de los oficios en el Oratorio de Santa Rita, invitados por Alessandro y Constanza, almuerzo pre-navideño en la casa animado por un Montée de Tonnerre Louis Michel 2015.
Milán, lunes 23 de diciembre de 2024
Originalidad de Shakespeare
Una supuesta falta de originalidad fue la crítica que no pocos lectores distraídos del XX encontraron en Shakespeare. Ignoraban que toda originalidad es espuria, y que también Racine, el más alto poeta de la lengua francesa, tomó sus asuntos de escritores previos, como Eurípides. Y olvidaban que el segundo vate de la tradición occidental escribió su Eneida imitando a Homero. Ser original fue una de las falacias del siglo XX, que el XXI se ha encargado de desmontar. En Julio César, este criterio encontraba su mejor expresión. Hay muy poco en esa tragedia que no provenga de otros autores, algunos anónimos de obras extraviadas, otros tan difundidos como el Plutarco de Vidas paralelas. Es improbable que, sin las biografías dedicadas a Julio César, Marco Antonio y Cicerón, Shakespeare hubiese escrito el Julio César en su forma actual. Sin embargo, no ha sido simple la tarea de precisar todas las fuentes a las que acudió para escribir su drama. No dejó apuntes Shakespeare, ni notas marginales. Ni los que participaron en el montaje dejaron algún indicio. Como sabemos, ni siquiera se preocupó en ver el texto publicado, que no es menos que una de las diez o quince obras de teatro más conocidas a nivel planetario. Que fue un lector hidrópico, se siente en sus alusiones a recónditos detalles de la marinería o la astronomía, cartas de navegación. La arquitectura de castillos, como el de Elsinore en una improbable Dinamarca. El canto de los pájaros, los nombres de las hierbas, la climatología de Verona o el urbanismo de Venecia. El arte de la magia y la brujería, las andanzas de la armada musulmana en el Mediterráneo occidental, algunos episodios no obvios de la historia imaginaria de Roma, la disposición del campamento griego que asediaba a Troya; la vida y la muerte en la corte de los egipciacos Tolomeos, el imaginario de la mentalidad primitiva durante la noche del solsticio de verano; los fundamentos de la ética de Epicureo. Y, por supuesto, la historia de Inglaterra y Escocia desde sus míticos orígenes. Es la marca del autodidácta, la de leer todo lo que caiga en sus manos, desde ejemplares de periódicos desaparecidos, pasando por el texto de la excomunión de Spinoza , los tres tomos usados de la Anatomía de Testue, la tabla de logaritmos, los diarios apócrifos del capitán Morgan, el horario de los trenes de la Malasia; las cartas inéditas de Santos Luzardo a Rómulo Gallegos, las de amor de la esposa del mariscal Sucre, los ocho tomos de la correspondencia de Voltaire, la falsa Autobiografía de un gaucho, con prólogo de Borges y todo lo demás. También saber escuchar es una fuente importante de la educación autónoma. Una formación así puede ser apasionante, pero no deja de tener sus riesgos. En el mismo Julio César, Shakespeare hace que se oigan las campanas de un reloj, algo improbable en tiempos romanos. Un anacronismo tan grueso como colocar a Bohemia a orillas del mar. Por lo pronto, sabemos que la fuente más importante para su tragedia fueron las Vidas de Plutarco, aunque no la única. En su admirable estudio en ocho generosos tomos, el profesor Geoffrey Bulloghs enumera otras fuentes posibles: el primer libro de los Anales de Tácito; la Guerras Civiles, de Apiano de Alejandría; El Gobernador, de Thomas Elyot; el mencionado Espejo para Magistrados o el mediocre Il Cesare, del olvidado, no sin razón, Orlando Pesceti. Siempre será una experiencia leer la tragedia de Shakespeare teniendo al lado el texto de Plutarco. Al fin y al cabo, el poeta británico sólo se sirve de las últimas diez páginas de la biografía de Julio César.
Venganza y vengadores
Nadie nacido de mujer está eximido de la pulsión vengadora. No obstante, como con todo lo humano, los tipos del Vengador pueden ser los más variados. Atreo y Tiestes son los modelos del implacable ajustador de cuentas. Orestes es un vengador alienado; no está seguro de las bondades de la venganza contra Clitemnestra, es el típico vengador alienado que realiza la acción siguiendo la voluntad de otros. Su madre, en cambio, tenía razones sombradas para cometer el acto absoluto del resentimiento. Agamenón la había abandonado para dirigir una guerra injustificable y, de paso, le arrebató la vida a la hija más querida. No contento con esta torpeza, despeja las dudas de la hija de Leda, si es que las tuvo, regresando a su casa, diez años después, con una hermosa y noble esclava mucho más joven. Para los griegos la consideración de la nefanda acción era diferente. La venganza no era un problema, era una solución, como escribió hace años la profesora Pepin Burnett. Para Hamlet, por el contrario, se trataba del problema de su vida. Y no lo pudo resolver. Se trata del caso más trágico del “vengador manqué” (frustrado): frustrado e incapaz de asumir la tarea, provocando la muerte de otros en su frustración (Polonio, Ofelia, Rosenkratz y Guidestern, hasta de la reina Getrudis, su madre, y la suya propia). Mucha sangre derramada, que ha debido limitarse a la de una sola persona, Claudio, su tío, asesino de su padre, el viejo Hamlet. Otros vengadores ilustres han tenido la posibilidad, y no es el único caso conocido, de asumir la venganza post-morten. Es el caso de Julio César, de acuerdo con Plutarco:
El poderoso espíritu que le había asistido en vida, también después de muerto lo acompañó como vengador del asesinato, rastreando y persiguiendo por tierra y por mar a los asesinos hasta que no quedo ni uno solo y se hubo vengado de cuantos hubieran tenido cualquier relación con el crimen, ya fuese por haber participado en su comisión, ya por haber tenido la intención de hacerlo. En el orden humano, lo más asombroso fue lo de Casio: vencido en Filipos, se dio muerte con la misma daga que había utilizado contra César.
No obstante, no todos los vengadores cuentan con esos recursos y prefieren realizar su “vindicta” antes de morir. Asumir la venganza como una forma de vida fue lo que prefirió en protagonista de la novela ¿Adónde vas manzanita?” Sólo para llevarse la sorpresa de que, después de varias décadas de persecución, fue incapaz de ejecutar su venganza. A nivel colectivo, la venganza es una de las formas que asume el mal, no necesariamente banal. Fue lo que hicieron los nazis con el barrio judío Varsovia, e Israel con Palestina.
Milán, martes 24 de diciembre de 2024
Todavía a oscuras en esta mañana de invierno, con la luna, como una barroca perla mágica en el firmamento milanés, tan distinto al cielo natal, menos gélido y más cercano. Cuarta Navidad consecutiva en esta condición de destierro, no el más dramático, sin embargo. Casi toda mi familia había optado por este camino desde antes del inicio de la tragedia nacional. El primero, sin imaginar que no sería el último, fue mi hermano Daniel, hace más de cuarenta años. Los últimos, Eileen y yo. Nada en el exilio es seguro. En el mío, no es seguro cuando regrese al país natal. Lo que sí es cierto es que cuando lo haga será por poco tiempo. La situación ha cambiado. Mis visitas no seguirán siendo a Milán sino a la Venezuela original. Como hacía cuando viví allá, y como hago desde hace mucho, no importa dónde me encuentre en un día como este, es invariable la tradición de comenzar la jornada con el Oratorio de Navidad en la versión de Harnoncourt. No he encontrado a lo largo de los años, ninguna poesía más digna de atención que la del protestante poeta anglo-norteamericano. T.S. Eliot dedicada, a estos días. En mi caos, no encuentro la traducción que realicé hace algún tiempo del poema. Esta es una nueva, no menos imperdonable que aquella:
EL CULTIVO DEL ARBOL DE NAVIDAD
Existen diversas actitudes frente a la Navidad,
algunas de las cuales podemos ignorar:
la social, la torpe, la demasiado comercial,
la ruidosa (los bares están abiertos hasta medianoche)
y la infantil, que no es la del niño para quien
cada vela es una estrella, y el ángel dorado
extendiendo sus velas en lo alto del arbolito
no es decoración, sino un ángel verdadero.
El niño se asombra frente al arbolito.
Dejémoslo que siga en ese estado de asombro
durante la Fiesta como un evento no entendido
como pretexto, de modo que el rapto iluminado,
la maravilla del primer árbol que recuerda,
la sorpresa y el placer por las nuevas pertenencias
(cada una con su olor excitante y particular),
las perspectivas del pavo o el ganso
y la conocida impresión por su aspecto
para que la reverencia y la alegría
no se olviden en experiencias sucesivas,
en el aburrido hábito, la fatiga, el tedio,
la conciencia de la muerte y del fracaso
o en la piedad del converso,
que puede estar machada de vanidad,
ingrata con Dios e irrespetuosa con los niños
(y aquí recuerdo con gratitud a Santa Lucía,
su canción, y su corona de fuego):
de manera que antes el fin, la octoésima Navidad
(con ochenta quiero decir lo que es lo último),
los acumulados recuerdos, las emociones anuales
pueden concentrarse en una gran dicha,
que será también un gran miedo, como cuando
el miedo se apoderó de cada alma:
porque el comienzo nos recordará el final,
y la primera recordará la segunda llegada.
El poema pertenece a la etapa tardía de la producción eliotiana, en la cual la mermada inspiración se apoya en la reflexión filosófica, un modo que encontrará su mejor expresión en los espléndidos e irregulares Cuatro Cuartetos, que convencerían a la Academia Sueca de los méritos del gran vate anglo-norteamericano para acceder a la alta distinción.
Alejandro Oliveros
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