Diario Literario
Diario literario 2024, diciembre (parte II): san Ambroggio, la forza della vendetta, Magris y Zweig, Baj en Palazzo Reale
Milán, sábado 7 de diciembre de 2024
San Ambroggio
En este grisáceo día de otoño, con temperaturas de invierno de alrededor de cero grados, se conmemora el día del patrono de la ciudad, el luminoso san Ambroggio quien, entre otras prendas, ostenta la de haber bautizado al maniqueo San Agustín, gloria de la iglesia y de las letras como fundador de la moderna literatura confesional (fue el modelo de Rousseau). La sabiduría de maestro y discípulo los hizo compartir con otros dos santos, Jerónimo y Gregorio I, el selecto cuarteto de Doctores de la Iglesia, llamado también Padres de la Iglesia Occidental. Juntos, y rodeados de libros, aparecen en la espléndida pintura de Pier Francesco Sacchi en el Louvre. El cuarteto se mantuvo inalterable hasta el siglo XVI, cuando la lista se relajó en sus exigencias y hoy son casi cuarenta los santos distinguidos con el título. De los nuevos, el único con credenciales indiscutidas es el Aquino. A Ambroggio le debe la iglesia occidental haber obstaculizado el sostenido avance del arrianismo a lo largo del imperio, empresa que adelantó junto a Sátiro, su hermano, también, santo y cuyos restos se conservan en la iglesia de san Sátiro, via Torino, Milano; diseñada por el gran Bramante, arquitecto oficial de la corte Sforza antes de ser llamado a Roma por Julio II della Rovere para que se encargara de la “opera” de la catedral de San Pedro. (Me alegra y me conmueve saber que sigo fiel a mi sensibilidad juvenil, cuando derramaba un par de lágrimas cada vez que escuchaba la Fantasía para piano en Do mayor, de Schumann interpretada por Wilhelm Kempf. En este momento, cuando la escucho en una versión desconocida, no me he sentido diferente a nivel emocional, y recuerdo la línea de un personaje de Huxley, refiriéndose a otra pieza, “Cómo algo puede ser tan bello? No sé si Ambroggio, pero estoy seguro de que a Agustín le habría pasado lo mismo.) Dos grandes patronos velan por la salud espiritual de esta ciudad, san Ambroggio y san Carlos Borromeo, una tan distinguido como el otro.
Milán, domingo 8 de diciembre de 2024
Coincide este segundo Domingo de Adviento con el día de la Inmaculada Concepción de la cual no se habla en los Evangelios y tampoco san Agustín la menciona. Se trata de una ocurrencia tardía, el del dogma de la Inmaculada Concepción.
La fuerza de la venganza
El día de san Ambroggio es el escogido para inaugurar la temporada de ópera en Teatro alla scala (“La noche más importante en el mundo de la ópera”, Plácido Domingo). Este año, con La forza del destino, no precisamente la más representada de la producción de Verdi. La última vez en Milán fue en 1999. Esta vez, entre los protagonistas, una formidable e intacta Anna Netrebko y un esforzado Ludovic Tézier como Don Carlo di Vargas, el vengador errante. La historia fue tomada por el consecuente Francesco Maria Piave (La traviata) de la obra de teatro del duque de Rivas, lectura obligatoria de mi bachillerato con los hermanos de La Salle. La música, desde la obsesiva obertura, tan obsesiva como el proyecto de Don Carlo se ajusta de modo impecable a la convulsionada psique de los protagonistas. Y no puede ser de otra manera, porque se trata de la versión verdiana de las “Revenge tragedies”, que consiguieron su máxima expresión en el teatro isabelino y en algunas piezas de la dramaturgia del Siglo de Oro (A secreto agravio, secreta venganza, por ejemplo). La venganza está en el origen de la literatura occidental. Aquiles se retira del campo de batalla en venganza por la ofensa a su condición de héroe por parte de Agamenón (no sospechaba el rey de Argos que moriría víctima a su vez de la implacable venganza de Clitemnestra, su esposa). Pero no será la única actitud vengadora del gran Palas Aquileo. Todavía le quedaría la inimaginada e inimaginable venganza contra Héctor por haber dado muerte al amado Patroclo. La venganza de Aquiles es indigna de su condición heroica. Pero el vengador generalmente es indigno de la humana condición. Los estudiosos de la literatura y el comportamiento no han dejado de escribir de manera reiterada sobre el fascinante asunto. Uno de los últimos ha sido el psiquiatra y analista venezolano Freddy Javier Guevara, quien incluye un estudio sobre el asunto en su Espejos. Ensayos para la reflexión sobre la psique (Kalathos. Madrid, 2024). Escribe Guevara:
La venganza carece de ponderación. Germina en el pensamiento retorcido del resentimiento, la ira impulsiva, irreflexiva, el odio inflado de aversión y repugnancia, y el duelo atrincherado inflamando esas emociones.
El acosado por la venganza arma un rompecabezas con paciencia, une trozos de su historia por padecimientos indeseables, hilos de sangre tejen la trama, lo conduce la secuela del daño. La cartelera de la memoria se llena poco a poco: atropellos, robos, secuestros, violaciones, persecuciones, muertes, asesinatos, guerras, cometidos por él, también en su contra o peor aún imaginados. Con la conciencia husmea la cartelera, la husmea, la observa una y mil veces, intentando descifrar el hedor del rastro, romper lazos.
Y concluye Guevara su aproximación con algunas inquietantes observaciones:
La venganza es una máquina de segar vidas, la destrucción no deja espacios sin habitar. Cuando es guiada por distorsiones de la realidad en creencias religiosas, ideológicas o delictivas, es más temible: es inconsciente. Al vengador no lo asiste la conciencia ni en el pasado ni en el presente. Y si se presenta, sucede cuando el crimen ha sido consumado. La venganza es una metralla en repetición de odio, el golpe seco, la caída brusca. No hay vuelta atrás,
En La forza del destino Verdi canta y cuenta, con la ayuda de Piave, la tragedia del vengador, la cual es inevitable cuando la venganza se convierte en la esencia de la existencia del vengador. En este caso, el implacable Don Carlo quien, con la muerte, no importa que sea la de su hermana, cumplirá con su lamentable tarea, la tarea del vengador.
Milán, lunes 9 de diciembre de 2024
Vindicta mihi
El estudio de la obra de Shakespeare para mis clases en la universidad me animó a interesarme en el asunto de la venganza. Uno de los dos temas (el otro es el del doble) a los cuales he dedicado más desvelos y lecturas a lo largo de los años. La venganza fue el tema favorito de Shakespeare y los otros ingenios del teatro isabelino y post-isabelino: Kyd, Marlowe, Ford, Webster, Marston, Middleton. La narrativa de los hechos que conocieron los británicos no fue la original de los griegos, Homero, Esquilo and Company, sino la del gran Séneca. Sobre el topo escribí, hace muchos años, un ensayo, “El tema de la venganza en el teatro isabelino” (Las mismas aguas. Ensayos literarios. Casa de las Letras. Caracas 1999) y, más recientemente, una reseña de la novela de Leo Perutz, ¿A dónde vas manzanita? (Al filo de la página. Kalathos. Madrid 2024). En aquella Inglaterra sangrienta de Isabel (la sangre de su madre Ana Bolena y de otras dos infaustas parejas de Enrique VIII no se había secado) Sackville y Norton, autores de la influyente tragedia Gorboduck introdujo el tema en la escena británica. No obstante, sería el ingenio ilustrado de un egresado de Cambridge el encargado de la primera gran tragedia de la venganza: Thomas Kyd. La tragedia española, la llamó, y de española no pasa del nombre de los protagonistas. Se trata de una formidable obra de teatro, una adaptación brillante de Séneca para el público del insular Renacimiento. Tal vez exagero cuando la entiendo como la primera obra moderna del teatro europeo. Para los ingleses oficializa el uso del verso blanco en pentámetros, alejándose de la rima y acercándose a los poetas latinos. Se deshace de las rimas y adapta el metro a las exigencias de la poesía dramática. Kyd se aleja de la escritura discursiva y estática de Séneca y se hace de la tradición de los teatros ambulantes, en los cuales la acción priva sobre el texto y no lo contrario, como en las grandes tragedias del romano. Otro recurso, asimismo, adaptó de Séneca, que sería el más imitado por la dramaturgia isabelina y post-isabelina. Lo llaman en inglés “lament speech”, y es eso, un largo monólogo en el cual el héroe se queja de su desventura. Este es el del protagonista del Hercules furens, de Séneca:
HERCULES: ¿A dónde puedo llevar estos blancos huesos míos en el cruel destierro? ¿Dónde me voy a esconder o a sepultarme bajo qué negra tierra? ¿En cuál de los ríos, el profundo Tanais, o el alargado Nilo o el Tigris de la Persia caudaloso o el Rin furioso o cuál tajo arrastrando en sus corrientes turbias los tesoros de Iberia podré lavar mi mano derecha? Aunque la gélida Meótide vuelque sobre mí sus árticas olas y Tetis entera corra por mis manos, no se borrará el crimen profundamente estampado. Con tanta impiedad, ¿qué tierra puede recibirme? ¿Iré hacia oriente u occidente? Conocido en todas partes, ya no tengo cielo para el destierro. Huye de mí el orbe, los astros torciendo su curso huyen de mí ominosamente. El propio Titán prefiere posar su mirada en el cruel cancerbero que en esta humanidad desgraciada.
Y este es uno de Shakespeare, el más aventajado imitador de Kyd, a su vez imitador de Séneca:
Como todo se pone en mi contra
y estimula mi adormecida venganza. ¿Qué es un hombre,
si su bien supremo y ocupación principal
no es sino dormir y comer? No más que un animal.
Seguro que el que nos creó con tanta inteligencia
para ver el antes y el después, no nos concedió
esa capacidad y divino razonamiento
para que no los utilizaramos…
No sé cómo será en el reino animal, pero, entre los humanos, la venganza es siempre una posibilidad. Una salida rápida, un atajo para resolver el trauma de la ofensa recibida. San Pablo, más filósofo que santo, sabía que más que por fabro o ludens el hombre era homo necans, y encontró que la salida propuesta por el Viejo Testamento, “ojo por ojo, diente por diente”, era una condenable incitación a nuevas formas de violencia. Ajustado a los llamados a la paz por parte del Maestro, ingenió la manera más inteligente para superar el conflicto, al dejar en manos de Dios la venganza: “Vindicta mihi”. Algo así como, “Seré yo, Dios, el que se hará cargo del castigo a los que te han ofendido”. El príncipe Hamlet, como buen cristiano, lo sabía, y esa es la verdadera causa de la demora de su venganza. Un fantasma rencorosa que apestaba a azufre del infierno. Claudio, su tío, no ofrecía mayores complicaciones. No tenía a nadie en el mundo que pudiera vengarlo. Hamlet podía sentirse seguro. Un privilegio que le estuvo vetado a Atreo, al dejar vivo a Tiestes, quien se verá vengado por su último hijo Egisto, cómplice de Clitemnestra en el asesinato de Agamenón.
Milán, martes 10 de diciembre de 2024
El lamento de Rilke
En 1902, a su veintisiete años Rilke publicó su Libro de imágenes (Das Buch der Bielder), una colección de poemas en su mayoría breves que son una exquisita expresión de la sensibilidad finisecular europea antes de la Gran Guerra. La atmósfera del conjunto no es distinta a la de los adagios de las Sinfonías de Mahler o las piezas tempranas de Shoenberg. Un tono con no poco de agónico y decadente. Eran los últimos días de una sociedad lista para ser atropellada por la furia de un futurismo implacable cuyo profeta sería el gran Filippo Marinetti. Las relaciones de Rilke con la modernidad son las más contradictorias. Sin abandonar la sintaxis de la poesía del XIX, será una de las grandes voces de la lírica del XX. Una sintaxis que nunca abandonó del todo y que lo llevó a escribir en la repudiada forma del soneto uno de los libros canónicos de la poesía moderna. De la primera sección de Das Buch der Bielder es este “Lamento” de 1900, escrito en versos rimados de extensión variada, es de una musicalidad post-simbolista y pre-moderna, a prudente distancia del virtuosismo formal George, su influyente contemporáneo. El texto, en el original alemán, me llegó por correo y me ha animado a intentar esta traducción imperdonable. El original:
Ah, cómo todo lo pasado
se ha ido tan lejos.
Tengo la impresión de que la estrella
que todavía brilla para mí
tiene más de mil años de muerta.
Y que en la barca que pasaba escuché
que se decía algo aterrador.
Suena la hora en
una casa…
¿La casa de quién?
Quisiera tranquilizar mi corazón
y bajo el vasto cielo quisiera orar
Una estrella debe haber entre todas
en lo más lejos y apartada..
Quisiera saber
cuál es la que ha quedado existiendo
como una ciudad blanca
al final de su brillo en el cielo.
(21.10.1900)
Los bajos fondos de von Sternberg
Scott Fitzgerald convierte al protagonista de El gran Gatsby en un héroe romántico, uno de los más queridos por el lector contemporáneo. No obstante, la fortuna del personaje provenía de un ambiente criminal. En su leyenda se incluye un homicidio, que nadie comprueba ni niega. Sus relaciones y fabulosa fortuna lo vinculaban con el crimen organizado, las mafias de Chicago (Moran, Capone) y delincuentes legendarios como el que arregló la Serie Mundial de 1919. Recordé al buen Jay Gatsby anoche viendo Underworld (Los bajos fondos) de von Sternberg, estrenada en Nueva York en 1927. Una de las grandes películas de gángsters de todos los tiempos. La historia del legendario Ben Hecht se acreditó el primer Oscar a una historia general. Todos los elementos del género están representados. Un criminal de buen corazón y generoso con los más débiles. Un rival dentro del medio. La ausencia de culpa. Y una femme fatale, la única falla del clásico de Coppola, que será la perdición del protagonista. Todo contado con una precisión clínica y una fotografía impecable; en este caso, de procedencia expresionista. La cinta, con razón, es considerada una de las diez mejores películas del popular género.
Milán, miércoles 11 de diciembre de 2024
Weihnachtoratorium
He comenzado hoy, tempranamente, es cierto a escuchar el Oratorio de Navidad, siempre en la misma versión. Me refiero a la de Nikolas Harnoncourt y el Wein Concentus Musik con instrumentos originales. Escuché por primera vez esta interpretación hace cuarenta y cinco años, cuando vivíamos en la calle cincuenta y siete de Manhattan y Constanza era una niña. Desde entonces, nos ha acompañado y, desde hace doce años, en compañía del nieto Alessandro. Es un milagro de partitura y escucharlo ahora, desterrado, me produce la misma emoción de siempre, a mí que soy un ateo que cree en Dios.
Magris y Zweig
Nadie ha escrito mejor sobre las glorias y miseria del Imperio Austro-Húngaro que Claudio Magris, nacido en Trieste, ciudad imperial, apenas veinte años después de la desaparición del dominio Habsburgo. Los que han tenido el privilegio de leer su Danubio no ignoran a lo que me refiero. Suyas son las mejores páginas que he leído en cualquier idioma sobre Joseph Roth, y es probable que sea así respecto a Stefan Zweig. Esta vez se refiere al autor de El mundo de ayer a propósito de la publicación en italiano de su ensayo El corazón de Europa, donde Zweig refiere las dificultades por las que atravesó una casi desconocida, al menos para mí, Agencia internacional del prisionero de guerra, que se encargó, con secreto a heroísmo, al rescate de muchas de las víctimas, militares y civiles, de la Primera Guerra Mundial. Esto fue hacia 1914, a inicios de sangriento conflicto. Zweig fue uno de los pocos (Leo Perutz fue otro), y esto es bueno recordarlo en nuestros días de demente belicismo e impunes genocidios, que militó en las filas repudiadas del pacifismo, mientras otros talentos, como Thomas Mann, animaban la deriva bélica de las mayorías: “Aquí está la guerra, el rayo sobre nuestro mundo aterrado. Por las calles celebraban las masas y sus guías espirituales: poetas, profesores, artistas –vergüenza, infinita vergüenza- celebraban con ellos”. Aunque no conoció las miserias del prisionero de guerra, Ungaretti, como he escrito antes en estos cuadernos, participó como soldado en ese conflicto. Sobre esta experiencia he comenzado a leer La rara felicità, la novela que Andrea Pellegrini escribió sobra la vida del poeta en el frente de batalla.
Milán, jueves 12 de enero de 2024
Enrico Baj en el Palazzo Reale
No creo que Enrico Baj (Milán1924-2003) sea el más conocido de los artistas plásticos contemporáneos más allá de Italia y Francia, a pesar de que Octavio Paz le dedicó unos comentarios y Umberto Eco le dedicó varios ensayos. Este desconocimiento un infortunio común a los grandes exponentes de la patafísica en la literatura y el arte, con la excepción de Alfred Jarry, fundador de la escuela que contó con el reiterado apoyo de André Breton. Alguien definió la patafísica como una “superación de la metafísica, una ciencia de las excepciones”. Y Baj fue una de estas excepciones. Brillante escritor e intelectual, es también el autor de una de las iconografías más inquietantes de la segunda mitad del XX. Sus comienzos como notable informalista lo convirtieron, de manera efímera, en uno de los mejores abstractos europeos de su tiempo, con Soulages, De Stäel o Zao Wu Ki. El compromiso político, inevitable en la Italia superpolitizada de los sesenta, lo llevó a una figuración incómoda, sarcástica y brutal. Sin pertenecer al movimiento del Arte-Povera, fue uno de los más auténticos “poveristas”. Como postuló en su manifiesto Germano Celant hablando de ese grupo, para Baj el arte era una “guerrilla”, esa forma irregular, asimétrica, de enfrentar y acaso derrotar a un enemigo más fuerte. En este caso, la democracia burguesa y genuflexa. Lo mismo que a Celant, el triunfo de la revolución cubana alimentó las calderas de su barca utópica. La más espectacular de sus obras es un manifiesto antiburgués, inspirado en “Guernica”, de Picasso y con dimensiones no menores, el imponente “el suicidio del anarquista…….. Sin embargo, ese gran esfuerzo de Baj mucho me temo que raya en el panfleto, y lo que en “Guernica” es poesía y tragedia, aquí es odio y denuncia, no precisamente los elementos más seguros para crear una obra de arte con aspiraciones de eternidad. El distanciamiento de sus creencias patafísicas lo alejaba también del gran arte. Y fue mucho, por fortuna, lo que se mantuvo al margen de la denuncia directa. Su serie de mujeres famosas, con su humor negro y su sórdido erotismo, forma parte de la mejor neo-figuración, no dependiente, como la de los artistas de la escuela de Londres (Auerbach, Kitaj, Freud) de la pesada ascendencia del expresionismo alemán. A cien años de su nacimiento, la plástica de Baj tiene no poco de contemporáneo. Su visión del mundo como una realidad macabra es de una inquietante actualidad. Esta condición tiene que ser la que estimuló al Palazzo Reale de Milán para organizar la magnífica retrospectiva dedicada al escurridizo patafísico. Bai after Bai, la llamaron en lo que me parece el más afortunado de los nombres.
Alejandro Oliveros
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