Diario Literario

Diario literario 2024, agosto (parte III): Crivelli en Ascoli Piceno, Bastiani en Matera, La isla de Karen Jennings, Zbignew Herbert

17/08/2024

Políptico de San Emidio. 1470. Carlo Crivelli.

Matera, viernes 9 de agosto de 2024

Carlo Crivelli en Ascoli Piceno

Ayer, en la catedral de Ascoli Piceno un formidable políptico del Carlo Crivelli (1430-1495), uno de los maestros más particulares del alto Renacimiento. Un claro antecedente del manierismo de Parmigianino, Pontormo o Bronzino. Es uno de los retablos que no fue desmembrado por bárbaros mercaderes de arte para ser vendido a los coleccionistas por parte. Está integrado por 25 figuras dispuestas en tres niveles sobre madera dorada al gusto del gótico tardío

Detalle del políptico de Lazzaro Bastiani. María Magdalena y San Francisco de Asís

Ostuni, sábado 10 de agosto de 2024

Lazzaro Bastiani en Matera

Esta mañana en la Chiesa di San Francesco, de Matera, con el estupendo políptico del padovano Lazzaro Bastiani. Aunque su estado de conservación no es tan inmaculado como el de Crivelli en Ascoli Piceno, su belleza es notable. Sin el excéntrico genio de Crivelli, Bastani nos ha dejado un madona más recogida y menos preciosista. Como tiene que ser en una iglesia dedicada al santo de Asís, el cual aparece en el retablo en la variada compañía de Santa María Magdalena, (mejor conocida como María Magdalena), Santa Catalina de Alejandría, San Pedro, San Ludovico de Tolosa y San Antonio de Padua. Se data la obra alrededor de 1460, en el auge del Quattrocento. No obstante, el medioevo todavía se siente en los fondos dorados y el verticalismo gótico de las figuras. Para Roberto Longhi habría sido el mismo Crivelli, con Mantegna, uno de los modelos de Bastiani en estos años de su primera madurez. Nada mal, dos extraordinarios polípticos renacimentales en solo dos días. En el centro, una exquisita madona acompañada por un San Emidio, patrono de Ascoli Piceno, San Pedro, San Juan Bautista y San Pablo. Se trata de un triunfo de la pintura religiosa digno de ser considerado en relación al magnífico políptico de Andrea Mantegna en Verona. Tuvo la fortuna de ser trasladado a la seguridad del Vaticano durante la Segunda Guerra Mundial y escapar a la barbarie aliada.

Bach mediterráneo y tropical

Sonata para violín y piano No. 4 de Bach, con Menuhin y Gould, grabada en 1965. El alma germana en medio del paisaje mediterráneo en una clara noche de verano. Aunque poco obvio, música y paisaje, en este instante, se funden superando todas las contradicciones. El frio del norte y el calor del meridiano, parecen nacidos el uno para el otro. No es la primera vez que lo siento. Hace mucho, cuando tenía dieciocho, los Conciertos de Brandenburgo, en la versión de Karl Muchinger con la orquesta de cámara de Stuttgart, que es la que teníamos en casa de mis padres, parecían escritos para ser escuchadas en las tibias noches de mi Valencia natal.

Ostuni, domingo 11 de agosto de 2024

La isla de Karen Jennings

Samuel (no tiene apellido) es uno de los personajes más solos de la narrativa contemporánea. Cuando se presenta en la tensa novela, La isla, de la surafricana Karen Jennings (no ha sido traducida al castellano) es un anciano de unos ochenta años, guardia del faro de una remota isla de un imaginario país, con mucho de Suráfrica, donde se desarrolla la acción. Su única compañía han sido los muertos. Los cadáveres de los refugiados que han perdido la vida en reiterados naufragios y que han llegado a las orillas pedregosas de la isla. Para ellos ha dispuesto de un cementerio rodeado de muros de piedras construido con sus propias manos para evitar que las corrientes los devuelvan al mar. Su gran enemigo, parte de la natural descomposición, son las agresivas gaviotas que quieren dar cuenta de los cuerpos antes de ser enterrados. Con los vivos, Saúl se limita a las breves visitas de su proveedor que se ha convertido en su amigo. John, que es como se llama, un día convenció a Samuel para que realizara una breve visita a tierra firme después de años aislamiento. Al atracar en el muelle en tierra firme, el viejo fue víctima de una suerte de fobia que ameritó su inmediato regreso a la isla. Sus razones tenía el guardafaro para evitar el regreso. Durante veintirés años estuvo encarcelado por sus actividades políticas durante una imaginaria dictadura como las conocidas en Latinoamérica. El libro está recorrido por sus recuerdos de estos años de prisión y de su infancia al lado de un despótico progenitor. Jenny trata con amabilidad a su personaje (“un solo plato, un solo tenedor, un solo vaso y una sola silla”), pesar de haber sido un delator durante sus primeros tiempos en prisión. No nació para ser héroe, tan sencillo. Retirado con sus muertos en la lejana isla, se conforma con su sórdido vivir. Un mañana, los restos de un naufragio le traen, un nuevo visitante, un nuevo cuerpo, y procede con el protocolo. Con las pocas fuerzas restantes de su humanidad consumida, se alista para subirlo a la vieja carretilla y llevarlo al cementerio. No obstante, esta vez el hado le guarda una sorpresa. Su nuevo muerto está vivo; inconsciente profundo, pero vivo.

Karen Jenning. Fotografía de Random House Mondadori

Ostuni, lunes 12 de agosto de 2024

La isla de Karen Jennings (2)

El Samuel de La isla de Karen Jennings es un estupendo personaje cuando está en su remoto islote, en la compañía de sus muertos o en la de su inesperado huésped. No lo es tanto, sin embargo, cuando la novelista lo inscribe en una borrosa insurrección en su país imaginario que termina en una acartonada dictadura. En su ambiente como guardafaro, el hombre cargado de años, es una alegoría de la soledad de la condición humana. Un Sísifo que prende las luces de su faro para salvaguardar las naves en su paso por la difícil costa, pero que no ha podido impedir la muerte ahogada de cientos de refugiados, una venitena de los cuales ha escogido involuntariamente su isla como última morada. Hasta que un día uno de estos cadáveres no era tal, sino el sobreviviente de alguna nave de refugiados. Comienza entre ambos una extraña relación que servirá para que Samuel recuerde su sórdida existencia. El final de la novela de Jennings no lo es menos. La novela, terminada en 2021, no encontró editor ni en su Suráfrica natal ni en Inglaterra. Al final pudo precisar un proyecto de co-edición entre dos editoriales de esos países y fue publicada. Después de un preocupante silencio de la prensa, la novela fue seleccionada entre las finalistas del Booker Man Prize y traducida a varios idiomas, entre ellos al italiano.

Zbignew Herbert. Fotografía de A. Jałosiński | Forum | Culture.pl

Ostuni, martes 13 de agosto de 2024

Un poema de Zbignew Herbert

En la última edición de The Newyorker, un poema del polaco Zbignew Herbert, cuyo protagonista o “speaker” es el imaginario Mr. Cogito, alter ego del autor, quien se valió de esta figura para formular herméticas críticas al régimen comunista de su Polonia natal. Herbert fue el único de los tres grandes (el cuarto sería Alexandre Watts) poetas polacos del siglo veinte no distinguido con el Premio Nobel, como Milosz o Zymbowska. La que sigue es una versión al español de la traducción al inglés de Alisa Valles.

 

MR. COGITO Y CIERTOS MECANISMOS DE LA MEMORIA

 

I

De pronto pareciera que no hay nada más frágil que un paisaje.
El movimiento de un párpado puede eliminar una cadena de montañas
o sepultar los Alpes. Un giro de la cabeza puede secar el océano
de recuerdos y transformarlo en un terrón de sal.
Un bosque abandonado es tan difícil de recordar como
un cuarto de hotel. Solamente el paisaje de la infancia,
solamente ese paisaje que llevamos siempre en lo más profundo
de la memoria. Sus colores son opacos, un dibujo cóncavo
como un sello. Un intenso perfume de raíces e inesperados
destellos ensombrecidos por una pestaña.

 

II

El paisaje de la infancia cubierto de juncos
el paisaje de la juventud superado al galope a través de distraídas
grietas entre piernas separadas las páginas de periódico abierto
a través de una ventana a través de un respiro miramos el paisaje
Todo esto colapsará algún día
se pondrá negro como viejos decorados
enmudecerá como el murmullo de los coros
acabando como el aria pura de nuestra existencia

 

III

Lo que ocurre es justo lo contrario sin duda contra nuestra voluntad
los paisajes regresan invadiendo nuestra memoria
repitiéndose insomnes cadenas enteras de enormes rebaños
atardecer en el jardín arboles de manzana retorcidos una pendiente
pronunciada o una casa con persianas verdes
y un techo de papel con alquitrán (una ventana abierta) el sol
en una pared amarilla cubierta con vides la pared de la casa una barca
en la orilla del agua pistas azules saliendo del bosque
qué flauta las conduce fuera de nuestro recuerdo
quién va a cortar el rollo de celuloide

 

IV

Para nada es el lenguaje es un error dibujar símbolos
esta es la victoria brutal de un ambiente
ajeno a nuestra existencia
un río se quedó con las piernas una rama golpeó la cabeza
donde yace el hombro ahora hay una línea de colinas
en el lugar del corazón una ciudad extranjera seca como un grabado

 

V

Conclusión

Si es el moho creciendo si la bacteria de imágenes
se multiplica tan rápido como si fuéramos su alimento
y nada más la lección tiene que ser
escribir tu nombre en la corteza del árbol
colocar tu fe en sabias piedras
dejar la huella de tu mano en el aire y el agua
si ese momento llega
no te aferres a las cortinas
sino desaparece en los pliegues
sin reconciliación por supuesto

 

Sin comprender muy bien lo que dice Herbert (la poesía no está para ser comprendida) la traducción de su poema me ha dejado sumido en una incómoda tristeza. Sin comprender muy bien lo que dice, siento que se trata de un texto desolado, trágico. La alegoría de un hombre que, salvo el recuerdo de la infancia, lo ha perdido todo y que nada le queda, salvo “escribir tu nombre en la corteza del árbol”. El texto de Herbert está escrito en términos alegóricos, una de las formas más herméticas de escritura. El autor esconde el significado profundo de su texto tras una serie de imágenes cuyo significado real las más de las veces sólo él, y algunos iniciados, conoce. A diferencia de los símbolos, cuyo significado verdadero es del conocimiento de todos -la cruz para los cristianos, la rosa roja para los amantes-, la alegoría esconde su significado en experiencias individuales. Las botas de la pintura de van Gogh son, para Heidegger, el ejemplo perfecto de alegoría. Pintando las botas de campesino, el maestro holandés refería la conexión profunda del hombre del campo con la tierra primordial. Nunca sabremos si es así porque el artista nunca se refirió al significado del par de botas. La alegoría es el más secreto de los lenguajes. En su carta a Can Grande, el Alighieri se detiene en la consideración de este artificio retórico. Y Dante sabía de lo que hablaba. Al fin y al cabo, su Divina Comedia es la más grande alegoría de los tiempos post-imperiales. No estoy muy seguro de lo que quería decir Herbert. Y tampoco importa. La lectura reiterada de sus líneas no deja la impresión de que estamos frente a un poema notable, muchas de cuyas imágenes nos afectan. Nuestra, y de todos, han podido ser líneas como estas de la primera de las estrofas: “Solamente el paisaje de la infancia, / solamente ese paisaje que llevamos siempre en lo más profundo / de la memoria”.

Joseph Conrad. 1904. Fotografía de George Charles Beresford

Ostuni, miércoles 14 de agosto de 2024

2024, como 2022, es un año generoso en notables centenarios. Entre otros, los de la muerte de Joseph Conrad; la aparición del Primer Manifiesto del Surrealismo y la publicación de Veinte poemas de amor y una canción desesperada, de Pablo Neruda. Conrad, quien había nacido en 1857, dejó su lengua polaca natal para escribir en inglés una de las narrativas más inquietantes de su tiempo. Nacido bajo el signo de Ulises, se inscribió desde temprano en el mundo de la aventura. Una de ellas, a bordo de un barco que contrabandeaba armas durante las guerras carlistas, lo llevó a las costas venezolanas. A Puerto Cabello especialmente, donde se impresionó por su “costa abrupta”. Y en cuya geografía de costas e ínsulas situaría Nostromo, la más ambiciosa, aunque tal vez no, el más feliz de sus proyectos narrativos.

Ostuni, jueves 15 de agosto de 2024

Hoy es el legendario “ferragosto” (Cf. Il sorpasso, de Dino Dissi), un día en el medio de las vacaciones de agosto, que los italianos celebran con una “seriedad” reverencial. Es la apoteosis del dolce far niente del meridiano. Algo que espantó a Goethe y lo hizo retornar a Alemania después de los años en la península: “Tengo que regresar a Weimar, la principal ocupación de los italianos es vivir”, escribió a sus amigos alemanes. El origen de la costumbre es incierto, pero parece proceder de tiempos pre-cristianos, cuando los latinos disfrutaban la feriae augustus, los días de descanso del emperador Augusto.

Lecturas de verano

Después de la oscura isla de Karen Jennings, comienzo la lectura, recomendada por Carlos Castro, experto en literaturas indígenas norteamericanas, de Wandering Stars, la última novela de Tommy Orange, la cual estuvo entre la finalistas del Booker Prize 2024. Orange (1982) es miembro de la tribu Cheyenne-Arapaho de Oklahoma. Su historia es la historia de uno de estos norteamericanos originales en el más sangriento de los períodos de la historia estadounidense. Y al comenzar a leerla, recuerdo un afiche que compré en el Village en 1969. Eran tiempos de protesta por la guerra de Vietnam, y por todo en general. Los hippies dormían al aire libre en Washington Square (una suerte que, sin sospecharlo, me tocaría vivir poco después en los húmedas noches del parque Los Caobos de Caracas) y las marquesinas de noticias en Times Square difundían el número de soldados muertos en las selvas húmedas de Vietnam. El afiche reproducía una bandera norteamericana en la que las estrellas habían sido remplazadas por calaveras, y las líneas blancas estaban ocupadas por las cifras de los grandes genocidios de la humanidad de acuerdo a cifras de MIT. El dudoso honor de la primera línea correspondía a España, con su exterminio de las poblaciones indígenas americanas desde California y Florida a la Patagonia. La tercera y la cuarta líneas estaban reservadas a Stalin y Mao. Lo que me sorprendió, en aquel momento, fue que la segunda línea blanca la ocupara el genocidio de los indios de las praderas norteamericanas, el cual se elevaba a un par de decenas de millones. En su introducción, Tommy Orange recuerda algunas de las gestas de aquel genocidio que quiere ser olvidado, como han sido tantos otros con la conocida excepción:

Habían niños y habían los hijos de los indios, porque los despiadados y salvajes habitantes de estas regiones norteamericanas no hacían niños sino liendras y las liendras crean piojos o al menos fue lo que dijo el hombre que quería que una masacre pareciera como matar insectos en Sand Creek, cuando setecientos borrachos llegaron al amanecer, y otra vez cuatro años más tarde en Río Washita cuando setecientos caballos fueron acorralados y abaleados en la cabeza…Este tipo de acontecimientos eran llamados batallas y más tarde masacres en la más larga de las guerras estadounidenses. Más años en guerra con los indios que como país. Trescientas trece. Después de todas las matanzas y desalojos, dispersiones y confinamientos de los pueblos Indios para meterlos en las reservaciones, y después de reducir la población de búfalos de treinta millones a unos cientos, la idea era, “Un búfalo muerto es un indio muerto…”.


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